Jul 06, 2008 22:26
Un fuerte sonido de algo golpeando contra el suelo despertó a Justin. Abrió sus ojos sorprendido, dándose cuenta de que estaba aún sentado en el sillón, frente a la chimenea apagada.
Delante suyo, vio a Alexander frunciendo el ceño, mientras levantaba unos troncos del suelo y los tiraba, sin ninguna delicadeza, a la chimenea.
-Jus, ¿te vas a quedar ahí todo el día?- le preguntó, mirándolo fijamente con sus ojos celestes, iguales a los de su interlocutor- ¡Mueve tu culo y ven a ayudarme!
El aludido se acercó a su hermano y comenzó a mover los troncos, al tiempo en que desesperaba a Alexander por la lentitud con la que lo hacía.
-¡Ey!- gritó el chico, harto ya-. ¡Si sigues así vamos a morir de frío! Al menos deberías darme las gracias. Te estabas congelando en ese puto sillón.
Justin se llevó una mano a la cabeza y suspiró. Su gemelo no era muy delicado cuando pedía cosas.
-Gracias, Alex.
-Eso es. No seas un condenado hijo de perra malagradecido como Vincent- comentó, mostrando, como siempre, el mismo odio por el mayor de los hermanos. Ninguno de los dos mencionó el hecho de que esa “perra”, madre de Vincent, era la de ellos también. De cualquier modo, nunca lo habían sentido así.
Siempre había sido de ese modo. Las noches en el desierto ya de por sí eran frías, más aún eran cuando se vivía en medio de una montaña. Los gemelos habían sufrido los efectos de esa baja temperatura, año tras año, pero nadie nunca los escuchaba.
Si no estaban ocupados mimando a Vincent, sin conseguir de éste agradecimiento alguno, sus padres vigilaban a la pequeña Lucy. Después de todo, ellos ya eran dos, habían nacido “acompañados” y no necesitaban tanta ayuda. Eso pensaban Clement y Marisa.
Nunca vieron a Alex tiritando y con los dientes castañeando. Tampoco escucharon a Justin rogando porque le dieran unas cuantas frazadas más.
Esas mantas que faltaban, las tenían Lucy o Vincent. Siempre ellos. Los gemelos eran dos personas y se la podían arreglar solos. Tarde o temprano, lo hicieron. Descubrieron el concepto de “calor humano” y, de ahí en adelante, compartieron mantas y durmieron abrazados.
Eran ellos, después de todos. Los gemelos. Gemelos que, sólo por serlo, debían quedarse congelándose, olvidados por sus padres. Los dos se las podían arreglar solos.
Los dos. Nunca “Alexander” o “Justin”. Eran siempre “los dos”, “los gemelos”. Ambos sabían que estaban condenados a ser vistos así por el resto de sus vidas… pero luchaban por ser distintos entre ellos. Querían ser amigos, hermanos e individuos. No “gemelos”.
El fuego chisporroteaba en la chimenea y ellos disfrutaban del calor. Marisa, seguramente, ahora estaría arropando a Lucy. Clement intentaría ayudar a su hijo mayor en los estudios, aún si el joven sabía más que él. Otra vez, Alex y Jus estaban solos.
-¿Siempre vamos a ser los dos? ¿Estaremos sin nada más por haber nacido gemelos?- ambos pensaron lo mismo, al mismo tiempo… se dieron cuenta de que era así.
Era una condenada unión, necesaria y querida, pero odiada a la vez.
-Hace frío, ¿no?- murmuró Justin.
Alex asintió, pasando las manos por su rostro, para luego seguir por los mechones de cabellos castaño, más largo que el de su gemelo.
-Hoy Marisa no nos vendrá a dar las buenas noches.
-Cierto. No la esperemos más. Sabemos que no va a venir.
Ambos se cambiaron a sus pijamas y se acostaron en la misma cama, como siempre debían hacer, para resistir las noches frías.
Se quedaron dormidos después de un rato, Alex antes que Justin, como en cualquier otra cosa.
Odiaban ser gemelos y se preguntaban si acaso el mundo sería diferente si sólo hubiera nacido uno de ellos. Mas tenían que soportar.
Alex no podía imaginar cómo dormiría solo. Lo mismo le pasaba a Justin. Les parecía frío y solitario.
Después de todo, sabían que si se alejaban demasiado el uno del otro, intentando ser un individuo, morirían. No sólo del frío físico, si no del de su alma.
Unas horas después, Lucy apareció en la puerta y observó a sus hermanos. Tenía miedo a la oscuridad.
-Ojalá yo también tuviese una gemela- susurró, temblando ante las sombras-. Así no me daría tanto miedo.
La pequeña no sabía que los gemelos estaban juntos, sí, pero alejados del resto de la familia. Igual que Vincent.
El fuego brillaba con fuerza en las chimeneas siempre. Aún así, las noches en la casa de la familia Tassir eran frías.
justin,
alexander,
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tassir,
los destinados