Arthur y Ford abrieron los ojos y miraron en torno con enorme sorpresa.
-¡Santo Dios! -exclamó Arthur-. ¡Si parece la costa de Southend!
-Oye, me alegro de que digas eso -dijo Ford.
-¿Por qué?
-Porque pensé que me estaba volviendo loco.
-A lo mejor lo estás. Quizá sólo hayas pensado que lo dije.
Ford consideró esa posibilidad.
-Bueno, ¿lo has dicho o no
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