Jun 19, 2011 22:27
9. I was made for loving you, baby/you were made for loving me [lunes por la mañana]
Eran casi las diez cuando Harry abrió los ojos. Por entre las cortinas de hilo de la señora Granger se filtraban rayos de luz que bañaban el salón. Durante un rato, el chico se quedó allí, registrando todos los detalles en su cerebro, sin pensar en nada más que en el damasquinado de las butacas anaranjadas que flanqueaban el mullido sofá en el que ahora estaba tumbado.
Su estómago rugió al más puro estilo Ron cuando las manecillas del reloj de pared se acercaban a las doce del mediodía. Con un esfuerzo, se levantó, se puso las gafas, y se dirigió a la cocina.
No llevaba ni diez minutos en la cocina cuando la puerta principal se abrió y se cerró y unos pasos rápidos se escucharon desde el comedor.
-¿Hermione? -llamó en voz alta mientras se limpiaba las manos en el trapo de cocina; se aseguró de que las tostadas no se quemaban y abrió la puerta que comunicaba la cocina con el salón -Llegas pronto ¿ocurre algo?
Pero cuando alzó la vista del fogón, se quedó petrificado. Allí quieta, temblando como una hoja, Ginny Weasley lo miraba por entre los mechones de su flequillo desastroso que escapaba a la alta coleta, enfundada en su uniforme de quidditch.
-Soy yo -aclaró ella, sin necesidad. Le temblaba la voz pero no la mirada; los ojos oscuros estaban fijos en él, decididos. Harry abrió los labios para contestar, pero no se le ocurrió nada y los volvió a cerrar. Ella se tomó el gesto como una invitación a seguir hablando -Hermione me ha sacado a patadas del entrenamiento.
-¿Hermione? ¿A ti? ¿A patadas? -repitió él, incrédulamente, los ojos abiertos como platos.
-Tenías que haberla visto, parecía un colacuerno húngaro -la chica sonrió un poco y dio un paso hacia delante, muy despacio, inspirando hondo. -Soy imbécil. No me hagas repetirlo, porque no lo haré, es mi maldito orgullo Weasley; pero lo soy, y lo sé. Lo he hecho todo mal, y lo siento tanto… -se aclaró la garganta, luchó contra las lágrimas -Mírame, Harry, mírame, he estado a punto de romperle el bate en la cabeza esta mañana a Katrina Adams por una broma estúpida, porque no puedo vivir así, porque te necesito y no sé cómo explicártelo.
-Gin. -Harry se acercó un poco a ella, se quedó a tres pasos de tocarla.
-Perdóname -hubo un silencio en que sólo existían ellos dos: el chico que dormía en la alacena bajo las escaleras y la niña que corría detrás del tren carmesí que se alejaba. -Dilo, di que me perdonas.
Harry alzó la mano y acarició con el dorso la mejilla de ella, con dulzura.
-Claro.
Se miraron a los ojos y de repente ella se lanzó hacia delante, capturó su boca con la suya, y se lo comió a besos. Él le rodeó la cintura y la alzó mientras acariciaba su espalda, ella cerró las piernas alrededor de las caderas de Harry, como si hiciera años que estaban separados, poniendo toda la pasión que tenía en aquel beso, en aquel fuego que le quemaba la lengua.
Ginny se separó un poco, con las mejillas ardiendo y la respiración agitada.
-Cásate conmigo.
-¡¿Qué?! -las gafas de Harry le habían resbalado hasta el puente, de la sorpresa estuvo a punto de dejar caer a Ginny al suelo. Ella metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón de entrenamiento, sacó la cajita de fieltro que Harry había dejado encima de la cama el día anterior, y sonrió.
-Harry James Potter ¿quieres casarte con una Weasley cabezota, de mal temperamento difícilmente controlable, a veces un poco idiota, que meterá mucho la pata pero le costará mucho reconocerlo, que te va a querer hasta el último día de su vida y que no puede soportar la idea de perderte?
-Pero… ¡pero tú no quieres casarte, Gin! -exclamó él con el asombro pintado en la cara. De repente ella se estaba riendo y a él se le estaba contagiando su risa.
-Nadie ha dicho que tengamos que casarnos mañana, Harry. Puede ser dentro de seis meses, dos años o quince. Pero cuando llegue el momento yo estaré allí, por fin lo he entendido. Cuando llegue ese momento voy a estar allí esperándote y más te vale llegar a tiempo porque si no vas a conocer toda la fuerza de mi mocomurciélago -se reían como dos críos, con la felicidad pintada en cada centímetro de la piel. -Así que… ¿qué me dices? ¿Sí o no? Aún estás a tiempo de librarte.
Giny sacó el pequeño anillo del estuche y se dejó caer al suelo. Luego sujetó la mano izquierda del chico y puso la banda dorada en el dedo meñique, que se quedó encajada justo después de pasar el nudillo. A los dos les entró la risa floja y de repente ya no podían sostenerse en pie y cayeron rodando sobre el sofá, riendo como dos locos.
-Me queda bien -dijo Harry entre risas, alzando la mano y mirando el anillo a la luz de la ventana. Ginny se sentó a horcajadas sobre él y lo miró.
-¿Entonces…?
-Entonces, señorita Weasley, creo que su oferta de matrimonio es muy tentadora. La pensaré… ¡Ouch! -se quejó él cuando ella le dio un manotazo en el brazo, fingiéndose ofendida -¡Vale, vale! -se rió a carcajadas.
-¡”Vale” no es una respuesta, Harry!
Se miraron a los ojos.
-Claro que me casaré contigo. Por supuesto que me casaré contigo. Tendría que estar loco, maniatado, tetrapléjico, ciego, sordo y mudo para no estar allí el día que por fin me case contigo. Me casaré contigo y el mundo entero me envidiará ese día.
La sonrisa de Ginny hubiera podido iluminar Gran Bretaña entera cuando, sentada sobre Harry en el sofá de Hermione, se acercó a besar a la persona de la que estaba enamorada desde los once años, acariciando con la punta de la nariz la suave piel de la mejilla de él, empapándose de su olor otra vez, el pelo negro cosquilleándole en la frente.
Se separó despacio, con una ceja alzada, casi sin contener la risa.
-Harry ¿huele a quemado?
-¡MIS TOSTADAS!
10. Wait/’till the perfect time/and you will wait too long/he will be gone [jueves por la tarde]
El pitido de la tetera invadió la casa de Hermione como un intruso. Se puso en pie de un salto, tratando de controlar los nervios, y retiró el chirriante artefacto del fuego. Echó el agua caliente en su taza verde y miró la otra taza que reposaba sobre la mesa de la cocina. Habían pasado más de tres horas desde que envió la lechuza, y Ron no había contestado.
No iba a venir.
Dejó el agua sobrante dentro de la tetera, caliente, por si acaso. A quién intentas engañar, se dijo. Tú solita has cogido sus sentimientos, has hecho una bola y has tirado de la cadena del váter mientras los veías hundirse. Y por eso ahora te sientes como si te hubiera caído encima la fuente de los Tres Magos.
Vio su reflejo borroso sobre el pulimento de la taza y se imaginó los detalles: círculos oscuros bajo los ojos, expresión cansada, labios finos, pelo inclasificable.
De pronto se le ocurrió que Ron tal vez había pasado página de una vez por todas, tal y cómo ella le había pedido. Que había decidido alejarse de ella, construir una vida nueva, buscarse una buena chica que le preparara suculentas cenas y no jugara a estrujar su corazón semana sí, semana no.
Se le congeló el aliento en el pecho, se le llenaron los ojos de lágrimas.
¿Por qué lloras? Se preguntó a sí misma. Si es lo que tú querías, si es lo que tú le pediste: que te olvidara, que se diera media vuelta y fuera feliz en otros brazos, que sonriera en otros besos. Que se marchara y te olvidara y te dejara sola. Que regalase sus pecas a otra, que dejara que alguien distinto admirase los reflejos de su pelo con el sol de verano o el hueco de su cuello.
Dio un respingo inesperado y la taza resbaló de entre sus manos, la mesa se llenó del líquido parduzco que comenzó a gotear hasta el suelo. Pero Hermione se quedó quieta, mirando sin ver cómo el té arruinaba la alfombra del comedor, con el corazón detenido en el pecho y la mente obnubilada.
¿Cómo es que recordaba tantas sensaciones? ¿Por qué se sentía capaz de señalar cada pieza que componía el puzle que formaba Ronald Weasley? Volvían a su mente las tardes de visita el año que Hogwarts abrió sus puertas de nuevo, las noches en el pequeño piso sobre la tienda del Callejón Diagon, aquel fin de semana en la playa de Australia. Los dedos largos de Ron acariciando su pelo, ambos sentados en el porche de la Madriguera con Harry tumbado a sus pies, contemplando el amanecer.
Dos niños discutiendo por culpa de un Wingardium Leviosa, un beso antes de un partido de quidditch, la sensación de celos punzantes por culpa de una hermosa cabellera rubia, las manos entrelazadas antes de dormir en una vieja casa llena de malos recuerdos, una voz gritando un nombre desde el sótano de Malfoy Mannor.
El día que ambos dijeron basta, y se rindieron. Los ojos de él aquella tarde nublada, cielo líquido, la sensación de derrota y las ganas de llorar. El día que ella se marchó a París. Sus ojos de nuevo, el domingo por la mañana, otra vez su olor y sus manos en la espalda.
Dejó caer las manos a los lados de la silla, y las lágrimas correr por las mejillas hasta la barbilla. Cómo se puede ser tan estúpida, Hermione Granger, cómo se puede ser tan inteligente y tan estúpida a la vez. Cómo se puede perder dos veces el tren de la felicidad.
La realidad la golpeó con dureza, el sentimiento de honda tristeza se fue abriendo paso entre las ramas dormidas de su cerebro, el sentido común dejó brillar la luz de la desolación.
Había perdido a Ron otra vez, y con él a esa parte de sí misma que nunca podría dejarlo atrás porque estaba enamorada de cada centímetro de su piel. Y ahora volvía ser sólo ella, como antes, como siempre. La misma Hermione Granger que lloraba de impotencia sentada sobre una roca con diecisiete años, el viento azotándole el pelo contra el rostro.
Hermione sin Ron.
Merlín, cómo lo echaba de menos en ese mismo instante, cómo lo había echado de menos todo el tiempo, sin permitirse a sí misma notarlo, ocultándose aquellos sentimientos de felicidad tranquila que la invadían cuando pensaba en él, cuando recordaba todos aquellos gestos, aquellas miradas que sólo tenían significado para ella.
Estaba sollozando ahora, con quejidos hondos desde el fondo del pecho, las lágrimas mezclándose con los mechones de pelo que se le adherían a las mejillas, las manos temblorosas e incapaz de respirar si no era a trompicones. Lloraba como pocas veces en la vida, como cuando alguien a quien quieres muere y se va y no te quedan otra cosa que las lágrimas para honrar su memoria.
Porque ella, Hermione, había matado el amor de Ron. Lo había dejado marchitarse, para que se le cayeran las hojas y se secara y nunca más volviera a hacerle daño.
Y ahora que estaba muerto era cuando más daño hacía.
11. Don’t forget who’s taking you home/and in whose arms you’re gonna be/ so, baby, save the last dance for me [tres semanas después]
La playa de Australia era siempre un motivo para sonreír, incluso cuando el sol no brillaba con intensidad. El viento le metía mechones de cabello en la boca mezclados con granitos de arena y sal, pero las vistas de esculturales surferos y el bronceado eran motivos suficientes para no quejarse, sentada desde el murete del paseo marítimo. Las chanclas, la toalla y la crema solar estaban en el suelo, en un arreglado montoncito; y Hermione, escondida tras las gafas de sol, era sólo una chica sentada en el murete del paseo marítimo a solas, después de comer un helado.
Hasta que una figura larga se dejó caer a su lado y se pasó la mano por el pelo, rojizo.
-Por los calzones de Merlín, qué calor hace en este país.
-Es que está a punto de llegar el verano.
-Lo sé, no te creas que no me he dado cuenta -resopló él, tratando de airear la camiseta sudada que se le pegaba al cuerpo. Estuvo un rato forcejeando, mascullando y jurando en voz baja contra el calor y la playa y Australia en general. Estaba muy cerca, y Hermione notaba el calor que irradiaba su brazo. Al lado de su piel tostada, él parecía un helado de leche. -Me ha costado una eternidad encontrarte en este puñetero paseo, es enorme, he estado a punto de hacerte un Accio.
-¿Has acabado ya de quejarte? -preguntó ella, divertida, sin dejar de observar la figura vestida de neopreno que bailaba sobre las olas.
-Pues no. Resulta que tengo hambre -respondió Ron, con los ojos entrecerrados a causa del sol. Si seguían bajo el sol mucho tiempo, pensó Hermione, se iba a quemar los hombros, la nariz y los brazos, como poco. -Mamá sólo tenía tortitas, pastel y zumo para desayunar, y el traslador abre el apetito.
-¿“Sólo” tenía eso? -sonrió y reprimió una exclamación cuando las olas se tragaron al surfista, que reapareció en la superficie un minuto después, ileso. -Puedo invitarte a comer, si tan desnutrido estás.
-Estaba esperando que lo hicieras, sinceramente. No llevo ni un knut encima.
-¿Hamburguesa de canguro te parece bien?
-¿Después de tres semanas sin verme sólo se te ocurre invitarme a una hamburguesa? -estaba hablándole de esa manera, otra vez, jugando al gato y al ratón. En el estómago algo dio una voltereta mortal con triple loop. -Puedes hacerlo mejor.
-Estoy segura de que podría con cualquier otro -admitió ella en voz baja. Estaban frente a frente ahora, los pliegues de algodón de la falda amarilla mezclándose con las bermudas azules de él, y el viento jugaba con la coleta de Hermione y con el pelo largo rojizo de Ron.
-Hermione. Estoy aquí, en el culo del mundo, achicharrándome y muriendo de inanición -se impacientó Ron. Seguía sin dejar de mirarla.
-¿Porqué? -preguntó ella, a pesar de que sabía la respuesta; porque ella era Hermione Granger y conocía casi todas las respuestas.
-¿Porqué? Joder, ¿es que no está bastante claro? ¿No eres la bruja más inteligente de nuestra generación?
-No -lo dijo con sinceridad, segura de sí misma -No cuando se trata de ti.
Se quitó las gafas de sol y lo miró. En su rostro seguía estando aquella expresión de niño travieso, un poco atontado a veces, que nunca fallaba a la hora de hacerla sonreír. Los ojos azules, el reflejo rojizo del cabello, las manos grandes, la piel pecosa, las cicatrices.
Nunca se había sentido tan sola como ahora, tan cerca y tan lejos.
-La última vez que nos vimos… -se le cortó la voz, carraspeó -Me has estado evitando desde entonces.
-Sí -admitió ella, pesarosa. Hubo un momento de inflexión, en que ambos se callaron cosas que deberían haber sido dichas en voz alta. -Aún así me has encontrado.
Ron jugueteó con una concha pequeña que había llegado hasta sus pies empujada por la brisa; haciendo un tremendo esfuerzo, dijo:
-Creía que al menos podíamos, no sé, ser amigos, comportarnos como antes, sin rencores…
-No, no puedo -negó con la cabeza ella, sin alzar los ojos de la arena. - No como antes, como cuando éramos HarryRonyHermione. Lo he intentado con todas mis fuerzas, Ron, lo he intentado y he fracasado miserablemente. Y odio fracasar. Pero cuando se trata de ti fracaso una y otra y otra y otra vez: fracasé al intentar quererte, fracasé al intentar odiarte, al intentar dejar de quererte y al intentar ser amiga tuya. Y es como un pequeño dolor de muelas cada vez que me doy cuenta de que cuando se trata de ti no existen reglas y estoy condenada a hacerte daño porque te quiero, Ronald, te quiero desde hace tantos años que no recuerdo cómo era mi vida antes de quererte. Sé que es egoísta y que me estoy equivocando y que después de lo que te dije no… -lo miró y sólo estaban sus ojos azules, perdidos a medio camino entre la incertidumbre y la certeza.
Ron la observó fijamente, en silencio; incapaz de decir nada, volvió a pasarse las manos por el pelo, desvió la vista, de nuevo la miró.
-Sé que no tengo derecho -admitió en un susurro tan bajo que la brisa estuvo a punto de taparlo.
Se inclinó hacia ella, enmarcó su rostro con las manos, acarició la piel de los pómulos con la nariz aguileña. Le deshizo el lazo que sujetaba el cabello y dejó que el viento lo volviera salvaje.
-Me gusta tu pelo.
-¿Por qué estás aquí? -repitió ella, y aunque no quería llorar le bailaban las lágrimas en los ojos y la voz le temblaba.
-Porque tenía que buscarte. Porque no puedo dejarte ir. Porque te juré que no me iría -murmuró en su oído; y sus palabras se mezclaron con la sal de la arena y el eucalipto del aire, y otra vez eran dos niños jugando a ser mayores en aquella casa junto al mar inglés, prometiéndose algo eterno. Ella alzó las manos y recorrió con las yemas de los dedos las mejillas cubiertas de suave barba pajiza, acarició la cuarteada piel de los labios sin despegar los ojos de ellos, entreabrió la boca antes de bajar hacia la clavícula que tan bien conocía, cubierta de pecas.
-Entonces, no te vayas -estaba suplicando, ella, Hermione Granger, suplicando con el corazón en vilo y la respiración contenida; y Ron compuso una expresión de extrañeza, como si la idea no se le hubiese pasado por la cabeza jamás.
-Nunca -y sus labios rojos, otra vez, suaves y dulces, aquella maravillosa sensación como un caramelo de Bertie Bott relleno de confeti, alegría y sol de verano sobre la piel, sus manos grandes en el mentón femenino, sus piernas largas y desgarbadas calentando sus propios muslos. Y el temblor en la boca del estómago y el deseo de sacarle aquella camiseta azul por la cabeza.
Tuvieron toda la suerte de su parte aquella tarde, cuando se desaparecieron del paseo marítimo sin que ningún muggle los viera, cuando aparecieron en la vieja casa de dos plantas de las afueras de Londres, demasiado ocupados el uno en el otro como para darse cuenta de que no había nadie esperando o de que las cortinas de la espaciosa habitación de Hermione estaban echadas.
Cayeron sobre la cama, quitándose piezas de ropa a velocidad de vértigo, luchando contra los botones de los pantalones de Ron y el broche de las sandalias de Hermione sin desviar la atención de los besos y las caricias, de la temperatura corporal en aumento, de la humedad entre las piernas y el roce de la piel. Habían pasado dos años, y otros brazos, pero parecía que fuera ayer mismo la última vez que se buscaron con esa intensidad, entre jadeos y gemidos, con el cerebro apagado o fuera de cobertura, apenas viendo entre las rendijas de sus pestañas, sólo oyendo y oliendo y tocando. Los labios de él se apartaron de su boca y bajaron por el mentón, hacia el cuello y la clavícula, y los latigazos de placer fueron tan intensos que Hermione tuvo que curvar la espalda, momento que él aprovechó para desenganchar los corchetes de su sujetador.
De pronto, Ron se frenó en seco.
-Hermione.
Ella abrió los ojos alarmada: no me digas que esto es un error, no me digas que nos estamos equivocando otra vez.
-Tu gato nos está mirando -había impaciencia en su voz, pero también diversión -Me está poniendo nervioso.
-¡Crooshanks! ¡Vete! -le dio la risa floja y de repente no podía controlarse, apenas podía hablar pidiéndole al gato que se fuera -¡Gato malo!
-Ese maldito gato me odia -rezongó él antes de que se le contagiara la risa y acabara dejándose caer a su lado, entre carcajadas. Se miraron y todavía fue peor: acabaron explotando, con la respiración entrecortada, riéndose más que en toda su vida. Cuando por fin pudo controlarse, Ron se volvió hacia ella todavía con una sonrisa en su boca roja -Esto no es serio.
-¿Contigo? Contigo nada es serio -se burló ella. De pronto se puso seria y los ojos le brillaban -Por eso te quiero.
Ron respondió con un beso; uno largo, lento, lujurioso. La mano subió por su muslo, despacio, provocándole algo parecido a las cosquillas, y ella apretó las uñas contra sus espalda pecosa, con fuerza.
-¿Crees que esto no es serio? -preguntó él en un susurro, y su tono se volvió grave mientras con la mano acariciaba la humedad entre sus muslos, sobre la tela. -¿Crees que no? Porque yo creo que es lo más serio que ha ocurrido en toda mi maldita vida.
La besó en la piel del interior del antebrazo, en la palma de la mano, en la rodilla, en el tobillo. Y después subió. A Hermione no le quedó más remedio que rendirse a la evidencia entre suspiros. La verdad era que Ron se lo estaba tomando muy en serio.
Fue como antes y a la vez fue nuevo. Se exploraron como la primera vez, pero ya conociéndose; se dieron más tiempo al principio, tuvieron más prisa al final. Recordaron las primeras veces, inexpertas y repletas de nervios, en la habitación de Hermione aquel último curso en un Hogwarts medio derruido, las noches de vino y rosas en el apartamento sobre Sortilegios Weasley, las últimas veces en que eran incapaces de mirarse a los ojos.
Lo recordaron todo, y lo asimilaron, y aquella vez fue como ninguna otra. Llenaron hasta el último rincón de aquella habitación de besos y deseo, de la tibieza de su piel y del suave olor de su sudor. Luego, envueltos en las sábanas de color lima de Hermione, abrazados, se durmieron entre promesas de lo que estaba por venir.
Cuando Hermione abrió los ojos, la luz anaranjada del atardecer se filtraba por entre sus cortinas, regando de color la espalda pecosa que subía y bajaba al ritmo lento de la respiración de Ron. Y entre los pliegues de la sábana, ella alargó la mano y su dedo recorrió la columna vertebral masculina; aspiró hondo aquella sensación que flotaba en el aire, entre ellos, la envolvió en su propia felicidad y la guardó con mimo en el fondo de su pecho, para poder recordarla cuando le hiciera falta.
Y sonrió.
12. The look of love/is saying so much more/than just words could ever say/and what my heart has heard/well it takes my breath away [dos años después]
Contra todo pronóstico, Ron decidió sentar la cabeza de una vez por todas y madurar el día de su veinticinco cumpleaños y compró un anillo. Claro que madurar y Ronald Weasley juntos en una frase es algo relativo, así que hubieron unas cuantas situaciones, digamos anecdóticas (en opinión de Hermione, catastróficas), antes de que por fin sacara aquella banda dorada del bolsillo del pantalón y con manos temblorosas se lo ofreciera a Hermione.
Contra todo pronóstico, Hermione no protestó, ni gritó, ni lloró. Sólo dijo sí y se lo puso. Y después le quitó la ropa a Ron, pero esa es otra historia.
El día de su boda salió un sol radiante y hubo un montón de gente atestando el jardín de los Weasley, llorando a lágrima viva cuando él dijo “Sí, quiero” más serio de lo que había estado en su vida y ella respondió “Sí, quiero” y le dio la risa.
En primera fila, Ginny disimulaba las lágrimas aferrando con fuerza la mano de su padre, pensando en Fred, sonriendo sin ningún motivo. Harry, a su lado, tenía los ojos vidriosos, hermosas gemas verdes refulgiendo bajo los rayos del sol de Mayo. Fleur lloraba en silencio sobre el hombro de su marido, y las dos últimas incorporaciones Weasley correteaban alegres entre las flores que adornaban el jardín.
Sonrieron suave, mirándose a los ojos, enmarcados en un cuadro de flores violeta y de luz de mediodía. El funcionario del Ministerio lo declaró oficialmente casados, y entre Percy y George tuvieron que separarlos después de las protestas escandalizadas de tía Muriel cuando se oyó aquello de Puedes besar a la novia porque Ron se lo tomó muy en serio y a Hermione casi se le cae el ramo de las manos.
Bailaron y bebieron y comieron y Harry reservó un baile para Teddy que reía con burbujas infantiles, y otro para la señora Weasley que estaba más feliz que nadie porque al fin su Ronald había sentado la cabeza con la chica perfecta.
Fue una tarde larga que se convirtió en una noche larga y que acabó cuando el novio cogió en brazos a la novia y le dijo a todo el mundo que ya podían ir largándose porque su mujer y él tenían que estrenar todos los malditos rincones de la casa.
Cuando Harry abrió la puerta de Grimauld Place con los brazos de Ginny alrededor de su cuello, el sol despuntaba ya tímidamente y se colaba por entre las cortinas de la habitación.
-No puedo creer que ella haya dicho sí -dijo ella sonriendo. -Siempre he dicho que Ron tiene demasiada suerte.
-No puedo creer que nos hayan ganado -respondió él, correspondiéndola. -Dos años llevando el anillo de compromiso y Ron me gana en tres meses. No es justo.
A Ginny le dio la risa.
-¡Ahora sabes cómo se siente siempre mi pobre hermano!
Se dejaron caer sobre la cama y Harry se quitó los zapatos con un movimiento de talón. Merlín, qué sueño tenía. Podría haberse quedado dormido en ese mismo instante si no hubiera sido porque Ginny seguía hablando.
-¿Has visto cómo se miraban? Si no hubiera sido porque toda su familia y amigos estaban allí, creo que Ron habría desnudado a Hermione encima de la mesa central.
-¡Ugh, Gin, no me cuentes eso! -protestó él enterrando la cara en la almohada. Ella siguió sonriendo, con la mirada perdida entre las cortinas blancas de la habitación de Grimauld Place.
-Creo que nunca había visto a Ron así de feliz -susurró -Era como si el mundo entero careciera de importancia a sus ojos, como si lo único valioso en su existencia fuera esa mujer vestida de blanco que bailaba en el centro del jardín de la Madriguera.
-Sí, imagínate cuanta tensión reprimida tendrán que resolver. ¡Desde los once años! -Ginny repitió la mueca de asco que minutos antes había hecho él y ambos se echaron a reír. -Me dan tanta envidia.
La chica pelirroja volvió el rostro hacia el hombre tumbado a su derecha. Con la camisa y los pantalones del elegante traje gris arrugados, sin las gafas y los mechones negros rebeldes de la nuca, Harry era la viva imagen de la tranquilidad.
-Bueno -dijo muy despacio, apartando un mechón de su frente en un gesto de cariño -entonces tal vez deberías decirme fecha, hora y sitio, señor Potter.
Él alzó los ojos, sorprendido.
-¿En serio? ¿Crees que estamos preparados?
-Eso espero -siguió ella con la misma voz suave -porque si no, no voy a poder ponerle tu apellido.
Harry se quedó con la misma cara que si una bludger le hubiera golpeado la cabeza. Miró a Ginny, abrió la boca, la volvió a cerrar y la abrió de nuevo.
-¿A quién? -preguntó en un murmullo con los ojos tan abiertos que Ginny pensó que se le saldrían de las órbitas. Ella cogió su mano y la puso sobre su barriga.
-A James.
Años después, cuando Ginny ya tenía nietos de pelo oscuro y rebelde, aún les contaba la historia del día que Harry supo que nacería James. Decía que dio tal salto en la cama que rompió las cuatro patas del dosel, que gritó como si Inglaterra hubiera ganado la Copa del Mundo, que despertó a la familia entera y apareció en la Madriguera eufórico y gritando como un demente y que George estuvo a punto de atarlo a la silla y de echarle un embrujo porque pensaba que estaba hechizado. Que Ron abrió la puerta de su casa con cara de pocos amigos y con sólo una bata y cuando oyó lo que su amigo tenía que contar casi se pone a llorar de emoción, y que ambos se pusieron a bailar y cantar en medio de la calle.
Y Harry, siempre, sonreiría desde la otra punta de la habitación y sentiría la misma felicidad que aquel día de Mayo.
FIN
hp big bang,
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