Fic: El caso del hombre de mármol

Jan 31, 2012 13:52

Fandom: Sherlock BBC
Pairing: Irene/Sherlock
Spoilers: esta viñeta transcurre en el 2x01, A scandal in Belgravia. Justo después del encuentro entre Irene y John, y su reaparición en Baker Street.
Originalmente posteada como respuesta a la petición de jormung en el sherlockespkink aquí

El caso del hombre de mármol.

Cuando ella entra, todo el mundo la mira. Es lo que ella hace, causar esa impresión, llamar la atención.

Es su trabajo.

Sherlock está sentado al fondo, de espaldas a la entrada, con la mirada fija más allá de la ventana. Bueno, sentado es una forma de decirlo; más bien está desparramado sobre la silla, la chaqueta abierta, las piernas separadas, los ojos penetrantes.

A Irene se le eriza el vello de la nuca.

-Llegas tarde -recibe como saludo cuando se sienta, majestuosa con su vestido ceñido, en la silla vacía frente a él. -Sé que es lo que se supone que hacen las mujeres, pero después de tantos mensajes acosadores para cenar esperaba al menos un poco de puntualidad británica.

-No sabía qué ponerme -miente Irene con una sonrisa cínica a la que ni siquiera el Gran Sherlock Holmes puede resistirse.

-Podrías haber venido desnuda. No sería la primera vez.

-Tal vez esta vez sabrías dónde mirar.

-Yo y los treinta y trés hombres heterosexuales que hay en este restaurante, y sospecho que el grupo de amigas pijas al lado del carrito de los postres también.

Ella se ríe. A carcajadas. Y el mundo entero se gira a contemplar como sube y baja su mandíbula y sus pechos se expanden y se contraen dentro del espectacular escote.

-¿Qué es tan gracioso? -se pone serio, el tono de voz es aún más grave y subyace el miedo a no saber, que es el mayor miedo del hombre que tiene frente a ella. Tal vez el único miedo.

-John dijo una vez que no puedes resistirte a tener la última palabra. Yo le dije que no contestabas a mis sms y que tal vez eso me hacía especial. Ahora veo que no te gusta discutir por mensaje, sino que prefieres hacerlo en directo.

-John dice demasiadas cosas.

Irene sabe que ha tocado un punto sensible y apenas debe insinuar el gesto con la mano para que el camarero acuda, solícito.

-Merlot -ordena, y el hombre de apenas veintipocos años se queda hechizado mirándola. Ella sabe que hace eso, que los ata con una cadena invisible sin siquiera moverse y que a menos que ella quiera no se irán. Sherlock también lo sabe y no despega los ojos de los suyos. Dice un gracias alto y claro que libera al camarero de su trance y el detective consultor sonríe apenas.

-Hipnosis.

Irene libera su pie izquierdo del exquisito Loubutin negro y el pulgar de su pie se cuela entre el pantalón y la carne del hombre sentado frente a ella. Sonríe y parece una leona a punto de comerse una cebra.

-Ah, qué delicia. El hombre más inteligente del mundo, equivocado. Podría provocarme un orgasmo.

Sherlock aparta la pierna con mayor brusquedad de lo que pretende.

-Yo no me equivoco.

Irene se inclina hacia delante, el cabello exquisitamente peinado sigue los movimientos ampulosos de su cabeza y las tenues luces brillan cegadoras en sus ojos.

-No necesito hipnosis, detective consultor. Me sobro y me basto yo misma. Es a lo que me dedico. A dominar.

Los ojos azules de Sherlock Holmes la taladran con la incertidumbre de no saber si ella está diciendo la verdad. Su rostro parece mármoreo con la iluminación del restaurante. Podría romperme los dedos abofeteando esas mejillas, repite su propia voz en su cabeza, y si ella no fuera Irene Adler, La Mujer, suspiraría.

Hay un segundo eterno en el que ella entreabre los labios rojos y él desvía los pozos azules de sus ojos a su boca.

Suena un gemido de placer (su gemido de placer) y no es ella.

Cincuenta y siete cabezas se giran a mirar.

Irene Adler sonríe, de verdad, y suprime la pregunta que le sube como una burbuja por la garganta.

Sherlock saca el móvil del bolsillo con dejadez y observa la pantalla.

-Tengo que irme.

-¿Tienes o quieres?

Él se para, justo después de meter los brazos en el abrigo con un movimiento ampuloso, con el cabello ondulado desordenado y la camisa morada apretándole el torso. Irene se muerde el labio inferior.

-Ambas.

Se da la vuelta y se va, y ella lo contempla andar a pasos largos, con los brazos moviéndose al compás de su ritmo rápido, las solapas levantadas y el pañuelo azul flotando bajo el rostro blanquecino.

Hace todo lo posible para que ella piense que no le importa, que no le afecta.

Pero, (Irene sonríe) no se ha cambiado el tono del mensaje.
Fin

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