Regalo de Navidad, del 2004 para mi Adita

Feb 08, 2006 19:33


Historia Original.

Advertencias: Ninguna (esta en verdad no tiene advertencias, en serio)

Personajes: Pantera/Iori

Resumen: Pantera busca una forma alternativa de dar un regalo de navidad al mismo tiempo que ayuda a Iori a contarle un secreto que le causa mucho dolor.



REGALO DE NAVIDAD

Nota: La casa de Pantera en Nueva York era de su propiedad y trajo a ella parte de las cosas que ya no quería tener en su casa de París, porque le hacían bulto, pero tampoco quería que dejaran de existir.

Definitivamente el invierno era más crudo que en las postales. Blancos y gélidos todos los rincones de Nueva York, hasta en el pequeño refugio empezaba a sentirse toda clase de frío.

-         Va a salir?, preguntó el muchacho  descuidadamente, mirándolo con sus ojos verdes semifelinos al verlo colocarse el grueso abrigo.

-         La estufa... necesita gas; respondió él tras sus cristales negros. Recogió sus guantes y se acomodó bien las solapas antes de salir en silencio.

Iori aprovechó para mirar fugazmente como lucía la calle y se encogió, pronto cayó en cuenta que lo había dejado solo por primera vez, pero ¿de qué podría valerle?, ¿tenía sentido que aprovechando su ausencia tomara algo y se fuera? Ilógico. Moriría afuera, y tal vez... ya no tenía tantas ganas de morir. El seguramente lo sabía, por tanto no había nada que le impidiera dejarlo a su antojo en su casa. De improviso, Iori descubrió como podría servirle el que se haya marchado: ¡Estaba libre! Libre para entrar en su alcoba, revolver sus cajones, sus bolsillos, leer sus cartas o lo que hubiera dentro, para robar sus secretos. Secretos. Lo único que valía la pena robar de esa casa.

Como lo supuso el cuarto estaba bajo llave, pero Iori había vivido de la calle y en la calle lo suficiente como para que eso fuera un problema; la abrió fácilmente con un alambre que cargaba encima, entró y se quedó de pie en silencio en medio del cuarto.

¿Y si vuelve mientras estoy aquí?, Pensó; pero él mismo se restó importancia. “Acaso no soy un pobre recogido? ¡Como si él no se imaginara a lo que se atiene conmigo! ¿No se supone que es lo que los chicos como yo harían en mi lugar? Entonces, ¡lo sospechoso sería que me encontrara sentado con los brazos cruzados en la sala!”

Más tranquilo, empezó por darle una mirada general a la pieza. Una pequeña biblioteca junto a un escritorio amplio; una lámpara y papeles sueltos sobre éste. No había adornos, nada que indicara a primera vista gusto por ninguna cosa en especial. En el piso había dos o tres cajas pequeñas completamente cerradas y en el rincón donde casi no entraba la luz estaba su cama; al lado de ésta había un mueble alto que seguro usaba como closet. Empezó por allí.

Había más ropa de la que esperaba encontrar. Colgada del perchero la que solía verle puesta: sobria y elegante, pero en los cajones había ropa de otra persona. De una persona que vestía a colores y no en blanco y negro; tal vez más joven, tal vez más alegre. Una persona que no temía a los jeans, los  jerseys, o las chaquetas de cuero; que usaba lentes para leer y cuando lo hacía, dejaba que el mundo mirara en sus ojos. Tales eran las cosas que Iori concluía a medida que iba encontrando pistas en los cajones. Y quién era esa persona? No más respuestas por aquí.

Miró los libros. Había algo de historia, geografía, filosofía y psicología, aunque Iori casi lo pasó por alto ya que eso no le decía nada, excepto que Pantera tenía una biblioteca bastante aburrida. Eso claro, según la apreciación de un chico que jamás terminó de pasar el sétimo grado. Lo que sí le interesó es que el grueso de los libros fueran de medicina, lo supo por las ilustraciones de las cubiertas. No era común que alguien compre libros de medicina sólo porque le gusten o por cultura general. Cogió uno y lo ojeó pero no entendió nada. No estaba en inglés; pero tenía notas escritas en los márgenes y párrafos subrayados como en los libros de colegio. Reviso varios más, lo mismo. “Un estudiante de medicina”, “El chico de los jeans se ponía sus lentes de cristal para estudiar estos libros”. ¿Qué mas?

Abrió una de las cajas del piso: Libros viejos, empastados. Estos eran distintos. Se notaba que eran novelas, poemas. Tampoco estaban en inglés, ni en el idioma en que estaban los libros de medicina, que se le había antojado francés. Encontró uno con una dedicatoria de letra menuda que aún conservaba un suave perfume entre sus hojas. Algo le decía que estos libros debían tener algún valor sentimental.

En la otra caja, papeles. Pasaportes europeos de varios países a nombre de varias personas. Un certificado de estudios en francés a nombre de alguien a quien la humedad prefería mantener en el anonimato. Un título de propiedad de algo que quedaba en Roma, Italia. Iori terminó por descubrir que los papeles que lucían más antiguos estaban, de hecho en italiano. “El estudiante de medicina nació en Roma, al parecer y estudió en Francia”, “Y ya creo saber cual es su nombre, pero tiene tantos que no puedo estar seguro...¿Cómo te llamas verdaderamente, Pantera?

Siguió sacando cosas de la caja, parecían recuerdos: Una Biblia de tapa dorada, un pañuelo de encaje que olía igual que el libro con dedicatoria; una pluma de ave de rapiña metida con un casquete de bala dentro de un trozo de papel, una billetera de cuero dentro de la cual había un examen doblado calificado con A y al reverso la palabra “Merci” ,miró el nombre del examen: Jacques Le Mans ; el año: 1984.Lo volvió a guardar todo. Solo le faltaba el cajón del escritorio y la llave estaba puesta. Abrió. Había una agenda, pero estaba ilegible; no, estaba tachada. La sacudió por inercia y cayó un papel: “Giovanni 11/04/1985”. Iori frunció el ceño y guardó el papel. Entonces llamó su atención una caja de terciopelo rojo, la tomó y abrió con cuidado. Era un par de pendientes de marfil en forma de colmillos con el pasador de oro. Eran bellísimos, y seguramente nuevos. La caja estaba inmaculada y el oro reluciente. ¿Joyas para quién? Acaso una novia? No estaban en las cajas con las cosas antiguas, sino en el escritorio, para alguien que aún estaba con él. ¿Alguien que lo esperaba en París al terminar el invierno? Dejó los pendientes en su caja sobre el escritorio.

Había algo más en el cajón: un portaretrato. Lo levantó y un rostro femenino, dulce y hermoso le sonrió desde una fotografía. Una mujer de largos y lacios cabellos negros; nariz recta y encantadora sonrisa. Iori volteó el retrato por un impulso y encontró una dedicatoria al reverso: “Per se qualche volta mi separano da te, ricordami sempre. Gabriela”. Iori aún tenía los ojos de nuevo clavados en los de esa mujer cuando escuchó a Pantera enfrente de él.

-         Buscabas algo?

Iori reaccionó atropelladamente guardando la foto y cerrando el cajón  de golpe.

-         Nada en especial.

Pantera se fijó en la caja de terciopelo que había quedado sobre el escritorio.

-         Pero te llamó la atención esto, verdad?

-         Uhm... dijo Iori, levantando los hombros y haciéndose el desentendido.

-         Ya no recordaba que aún tuviera estas cosas guardadas. Ni siquiera aquí vale la pena tenerlas.

-         Y que va a hacer?, preguntó Iori sin contener la curiosidad.

-         Tirarlas. No me sirven para nada.

-         ¡¿TIRARLOS?! Está loco?! Deben ser carísimos!

-         Qué, ya los tasaste? Se ve que estabas pensando cuanto te darían por ellos, no?

-         No!. Pero a simple vista se ve que son finos.

-         Pues finos o no, me pertenecen y si quiero tirarlos es mi problema.

-         Tiene razón, es su problema. Un problema muy común por cierto.

-         A que te refieres?

-         A nada. (Tire las cosas que no le sirven y que el mundo reviente, entonces), susurró apretando los dientes.

Pantera lo escuchó y sonrió maliciosamente. Sacó los pendientes de la caja y los sostuvo en su mano. Iori los volvió a mirar. Ya le habían gustado cuando los vio por primera vez, pero ahora realmente los quería. Los quería justamente porque ese imbécil los iba a botar a propósito para no dárselos. Le brillaron los ojos. Pantera casi no podía contener la risa.

-         ... O es que acaso los quieres?. Los quieres, verdad?. Por qué no me los pides?.

Iori frunció el ceño y no pudo evitar arquear los hombros como un gato erizado, con todos los músculos tensos de furia. Ese mal nacido no iba a hacer que le pida nada. No lo iba a humillar de esa manera.

-         ¡Qué tontería! ¿De dónde sacó esa idea?. Se puso de pie sin dejar ni un solo instante su mirada altiva e hizo ademán de irse. Pantera lo dejó avanzar pero cuando estaba a punto de pasar el umbral de la puerta le habló.

-         ...Sólo de orgullo no viven los pobres.

Iori giró violentamente sobre sí mismo. Pantera jugueteaba con los pendientes entre los dedos.

-         ¡No me moleste!. Adiós. Cruzó el umbral pero otra vez volvió a escucharlo.

-         Claro. Es que ni siquiera es orgullo, solo terquedad. Te haces el duro pero en realidad no luchas por lo que quieres.

-         ... Usted qué sabe..., murmuró Iori, cuya ira se había diluido instantáneamente del rostro al ponerse pálido.

-         ¿Por qué piensas que todo te será negado de antemano? ¡Por qué crees que no mereces nada?

-         ¡USTED NO SABE NADA DE MI! ¡NADA DE MI, OK!, le respondió Iori sin poder contener una lágrima. Se la limpió de un manazo. Ahora quería huir.

-         Algo sé. Cuando estás inconsciente, deliras, sabes?

Iori detuvo su respiración un segundo al oír eso y sus ojos se posaron en él con sorpresa y luego miedo. “ ¿Qué tanto sabe? ¿Qué escuchó?”...

-         Me estoy  dando cuenta que te quiebras fácilmente, Iori. Qué poco vales. ¿Le darás la razón?

-         ¿A quién?

-         Tú sabes a quién.

-         DÉJEME EN PAZ!!

-         Si ni siquiera puedes obtener una cosa tan simple, dijo tirando los pendientes al aire y volviéndolos a coger en la mano; ....entonces que se puede esperar del resto. Qué esperas, si tanto te molesta pedir, entonces te los juego. Quítamelos y son tuyos. O también para eso te das por vencido?

Iori se abalanzó él aceptando el reto. Pantera apenas pudo esquivarlo. No había previsto que fuera tan rápido ni tan fuerte, pero ahora no había marcha atrás.

-         ¡Si me los quitas esto se termina, entiendes!, le advirtió en un intento de recordarle que no había planeado un duelo a muerte.

Iori lo miró y sonrió. Una sonrisa mezcla de sensualidad y malicia, que lo hizo sentirse superior. “Ahora es él quien teme”. Pantera se distrajo, qué bello se veía cuando sonreía así. No podía creer que un gesto tan ladino en ese rostro pudiera ser tan fascinante... y sobrecogedor.

-         ¡Me lo pone fácil!, Gritó Iori trayéndolo de golpe a la realidad. Esta vez casi lo logra, Pantera dio un salto hacia atrás y casi resbala al caer, pero se rehizo inmediatamente.

-         ¡No tanto como crees!. Ven de nuevo, te espero.

Entonces empezó la lucha en serio, con unos cuantos muebles como involuntarias víctimas. Un combate extraño con un más extraño pretexto, en donde quien atacaba era la víctima. Golpes al aire y vidrios hechos añicos, miradas de furia, y maldiciones entre dientes... que luego ya no fueron entre dientes. Pero esto estaba durando mucho y Pantera tenía que hincar más fuerte o Iori se daría por vencido pronto mandándole a la mierda.

-         Es impresionante ver que empeño pones para responder un insulto. ¿Es la única manera?, Empezó a decir Pantera, esquivando otro intento.

-         No lo hago solo por eso. Dijo Iori casi sin darse cuenta, demasiado concentrado en terminar con ese juego pronto.

-         ¡Bien!, eso está bien. Hubiera sido estúpido de tu parte. Me encanta que haya algo detrás, termínalo de sacar.

-         ¡¿POR QUÉ HACE ESTO?!

-         ¿Por qué lo hago?, ¡Por qué no!?... Para quién es toda esa rabia?. ¿Para quién es todo el odio de tus ojos, Iori? ¡¿Quién te hizo daño?! VAMOS, DILO!! ...¡¿Maldiciendo a quién ibas a morir el día que te encontré?!

-         ...¡¡A MI MADRE!!.. a mi madre... dijo Iori, encogiéndose entre sus brazos para ocultar su rostro. Llorar. Muy pocas veces se permitía a sí mismo llorar. No quería ser débil, no debía ser débil. Pantera dio la estocada final.

-         ¡ ENTONCES DEMUÉSTRALE A TU MADRE QUE PUEDES OBTENER LO QUE DESEAS, QUE EL MUNDO ES TUYO SI LO DESEAS!,¡DEMUESTRALE QUE NO PERDI MI TIEMPO SALVANDO A ALGUIEN QUE NO VALE NADA!!

Iori crispó las manos que se volvieron garras y el espíritu de un demonio se alojó en sus ojos, más verdes que nunca; los dientes apretados rezumando odio, los cabellos de plata sobre su frente perlados de sudor. No duró más que un segundo. La tensión se deshizo al instante y atacó lanzando un grito de rabia que sonaba al de una fiera herida.

Fue un único golpe; un arañazo más bien, a la altura de la mejilla. Pantera no lo esquivó del todo y la mano de Iori chocó con sus lentes oscuros, que cayeron al suelo. Pantera se quedó inmóvil con los ojos cerrados, aceptando mentalmente que había quedado al descubierto. Estando así sintió que una gota de sangre resbalaba por su mejilla.

Entonces abrió los ojos.

-         Terminó el juego. Perdí.

Iori no lo escuchó. De pronto sentía una extraña paz. Una paz brillante, hermosa, seductora y de color dorado, como ese par de ojos recién descubiertos. Pantera no quizo que durara más, se le antojó peligroso. Levantó sus anteojos y se los puso. Iori volvió a la realidad y se empezó a secar las lágrimas lentamente. De pronto ya no le daba vergüenza haber llorado frente a ese tipo, ni haber confesado ante él el dolor más grande de su vida. Estaba de acuerdo con Pantera, la victoria había sido suya. Sonrió satisfecho y empezó a alejarse.

-         Oye! No me los quitaste, pero son tuyos; te los ganaste. Le dijo tirándole los pendientes en la mano como si fueran cualquier cosa. Iori los recibió con asombro, por un momento se había olvidado con qué había comenzado el jueguito.

-         Er.... gracias...

-         Está prohibido que los vendas. Son tu trofeo.

-         ¡¿No puedo venderlos?!, reaccionó Iori, fastidiado. Y bueno, que espera que haga con ellos?!

Pantera se acercó a él y recogió de sus manos los pendientes. Lo miró fijamente y antes de que Iori pudiera reaccionar le atravesó las orejas con ellos y dobló los pasadores hacia abajo, asegurándolos.

-         Te quedan bien, le dijo sonriendo. Se acomodó los lentes y desapareció detrás de la puerta de su habitación.

Iori se quedó largos segundos inmóvil y sorprendido, hasta que por fin reaccionó dándole de patadas a la puerta del cuarto de Pantera mientras le gritaba todas las maldiciones que se sabía. (Innumerables)

Dentro, Pantera tranquilamente se servía un vaso de whisky y brindaba a la salud de la mujer del retrato.

-         Seguro no te molesta que se los haya dado a él, verdad? En serio que le quedan bien. Viste todo lo que tuve que hacer?, si se los hubiera dado en la mano me los habría tirado por la cara. Es fascinante, mamá, un chico fascinante. No habría encontrado a nadie mejor a quién darle tu regalo. Y hoy era un buen día, no? Tú solías celebrar esta fecha. Dijo echándole una mirada a su reloj. Las doce y cinco. “Feliz Navidad, mamá”.

Afuera, Iori gritaba tanto que era caso perdido desearle nada.
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