fandom: supernatural
pairing/characters: dean/castiel
title: de·lir·i·a
delirio m. Perturbación y excitación mental causada por una enfermedad o una fuerte pasión.
La noche en que Sam se fue, fue la noche en que cayó nieve por primera vez aquél año en el estado de Montana. El ambiente se sentía, ya desde antes, cargado de aquella chispa previa a las noches nevadas; incluso lo habían estado anunciando durante toda la tarde por la única estación de radio que parecía gustarle a Cass, así que ya lo veían venir, aunque no comenzó hasta bien entrada la madrugada, cuando ya Sam se había marchado a dormir.
Fue Castiel quien lo notó primero - aunque a Dean no le sorprendió del todo; Cass pasaba una mitad del día con la nariz pegada a los cristales de las ventanas de la cabaña del viejo Rufus, y la otra mitad hurgando por la casa, o hasta que se cansaba y volvía su atención a la ventana-; en mitad de la noche, sentados uno junto al otro en el sillón en el que Dean había pasado varias noches de convalecencia, bebiendo juntos del mismo paquete de cervezas, Castiel giró el rostro, miró de nuevo por la ventana y habló por encima de la boca su botellín de cristal: -“Está nevando,”- fue lo que dijo, y cuando los ojos de Dean se volvieron y sus miradas se encontraron, sonrió.
Dean decidió que era una lástima que Sam no se hubiese quedado más rato con ellos -Pie Grande había bebido apenas la mitad de la cantidad de cervezas que Castiel había consumido en el mismo tiempo, pero pronto había empezado a dar muestras de una ligera intoxicación y había optado por dejarlos a solas, no sin antes hacer algún comentario inoportuno que, por suerte, el ángel pareció no escuchar-, pero no le dio demasiada importancia; se reclinó sobre su flanco del sillón, sonriendo para sí mismo, y alzó su botellín hacia un costado, en donde su amigo el ángel había recogido las piernas sobre el asiento y se encontraba hecho un ovillo entre la tela de su ropa y el sobretodo arrugado que no se sacaba de encima jamás.
Detrás de la cabeza de Castiel se extendía una ventana ancha, de cristales gruesos, y a través de ella pudo ver la nieve cayendo bajo la luz pálida de una lámpara. -“Seh”,- estrechó la sonrisa y luego se llevó la cerveza a los labios para darle un trago, -“Sam va a estar jodiendo mañana, todo el día,”- sonrió un poco más cuando terminó de hablar, y cuando deslizó su lengua por la cara interna de una de sus mejillas, descubrió que le sabía la boca a alcohol y a pretzels.
Castiel lo miró, juntó ambas manos sobre el cuello de su botella de cerveza, y bebió.
El tiempo había pasado desde el incidente en SucroCorp, pero a veces Dean todavía despertaba con la sensación incómoda de que todo había sido una trampa y que probablemente Dick Roman aún estaba vivo allá afuera, siguiendo con los planes que les habían arrebatado tanto, aunque analizándolo objetivamente, las cosas eran distintas ahora: habían subido al Impala los tres, y Kevin Tran, luego de que Meg se desvaneciera en un abrir y cerrar de ojos, y habían conducido por el país en busca de los leviatanes que se habían escapado en el último minuto. Sin su líder cerca había sido sencillo deshacerse de ellos, y pronto se habían encontrado de vuelta en la carretera, los tres juntos por primera vez en mucho tiempo, cazando cosas y salvando gente otra vez.
Aquello era real, y era bueno, a la torcida manera de los Winchester, pero Dean nunca había sido una persona objetiva y de nuevo, cuando se metía bajo las sábanas en la cama del motel de turno, a veces volvía a preguntarse si realmente había terminado todo por fin.
Cass, sin embargo, no había vuelto a ser el mismo.
Explicar lo terrible que fue para Dean perderlo en aquella laguna hará más de un año atrás, lo mucho que lo echó de menos, el rencor y la culpa que lo carcomieron desde adentro durante todo el tiempo que lo creyó perdido -aún ahora, para ser sinceros-, sería perder el tiempo; explicar la forma en que se sintió cuando volvió a encontrarlo medio año después en aquél lugar, con aquella mujer y la mente en blanco… bueno, que reflexionar al respecto del nudo en su garganta no era una de las actividades favoritas de Dean, y por eso prefería no hacerlo. A final de cuentas, se decía, Cass había vuelto a su lado, y esta vez, para variar, finalmente habían sido capaces de conservarlo. Que Castiel hubiera perdido uno o dos tornillos en el proceso era un pequeño precio a pagar, se repetía, aunque cuando sus miradas se encontraban y Cass sonreía para él de aquella manera absorta, la dicha de tenerlo a su lado parecía ensuciarse de algún modo.
Tras haber desaparecido luego del enfrentamiento con Dick Roman, ninguno de los hermanos Winchester supo mucho al respecto de Meg, salvo que Cass hablaba por teléfono con ella ocasionalmente y que, según lo había explicado el ángel una noche en que se encontraban los tres atascados en un motel en medio de una tormenta especialmente ruidosa, parecía tener cierto gusto secreto por las telenovelas latinoamericanas.
A Dean nada de eso le importaba, de todos modos. Día con día iba haciéndose a la idea de que ahora estaban los tres juntos en el camino, trabajando codo a codo sin ninguna presión sobre sus hombros más que salvaguardar la seguridad y el sueño de las personas y conservar sus propias vidas, y de nuevo, eso estaba bien. Más que bien. No era como si aspirara a una vida perfecta en que no tuviera que preocuparse por lo que había debajo de su cama más que por tener limpios y sin ninguna arruga los sacos de sus trajes, o qué juguetes comprar para sus hijos, o estar bien frente a los ojos de los vecinos de su esposa; había tratado de vivir una vida así antes, y pronto supo que lo aburría.
Sam estaba -más o menos- bien, él estaba bien, y lo más importante, Castiel, el pequeño ángel del Señor del que se habían apropiado, parecía estar bien hasta donde cabía.
Sintió su cabeza sobre el hombro en algún momento de la noche, apenas un ligero peso apoyándose sobre sus músculos, y ladeó el rostro. Castiel todavía bebía, o al menos pretendía hacerlo, con la nariz hundida entre los dedos de las manos con las que sostenía la boca de la botella; parecía distante, y Dean se preguntó en qué estaría pensando, pero no lo externó. Estaban cerca, hacía frío, y era consciente de que sus cuerpos estaban tocándose, ahora también el hombro afilado del ángel presionándose suavemente contra uno de sus costados, pero esta vez, como antes, no protestó. Las cosas habían cambiado, lo sabía, y cuando Castiel se había tragado a Lucifer, botando su cordura en el medio tiempo, también había cambiado él.
Ahora no hablaban de planes complejos para encontrar a Dios, o de hechizos en enoquiano; no había cabida a conversaciones incómodas sobre responsabilidades y el infierno, sino del ciclo reproductivo de las aves, y de las lluvias de estrellas. Podían pasar momentos largos sumergidos en nada más que silencio, la risa lejana del ángel y el sonido remoto de la televisión; podían hacerlo, y frente a ellos se extendían océanos enteros de posibilidades que Dean nunca antes había contemplado pero que no parecían absurdas, si se detenía a pensar en ello -aunque nunca se detenía a pensar-. Castiel era como un niño pequeño ubicado en un mundo nuevo, hambriento por explorar cada rincón; un niño pequeño que sabía todo y sabía nada a la vez, de quien Dean, con aquella necesidad eterna de hacerse responsable por los niños pequeños de quienes sus padres se han olvidado, sentía la obligación de cuidar.
Movió la mano, flexionó los dedos, y le tocó la cabeza; como respuesta, Castiel suspiró.
-“Hey,”- lo llamó, apartando los mechones que le cubrían la frente. -“¿Quieres ir a la cama?”
-“No.”
No hacía falta que Cass lo mirara. Lo vio dar un nuevo trago a su botellín de cerveza, lo sintió reacomodándose a su lado, reduciéndose a poco más que un ovillo, y le tocó el cuello. Cada músculo en los hombros del ángel parecía tenso.
-“Hey, no estoy diciendo que sepa lo que más te conviene, pero creo que lo que más te conviene justo ahora es ir a la cama.”
Castiel negó con la cabeza. Había una obstinación casi adorable en la manera en que se aferraba a su cerveza y empuñaba entre los dedos de su mano derecha una de las cintas de su abrigo.
-“¿Qué hay con la nueva huelga de sueño?”,- rió Dean, reclinándose sobre el respaldo del sillón. No tenía nada en contra de pasar un rato más, o el resto de la noche, sólo sentado ahí junto al ángel, bebiendo, pero estaba nevando y pronto el frío iba a volverse insoportable. Probablemente tendrían que abandonar la cabaña de Rufus ese mismo día si es que no querían quedarse atrapados por una semana en el bosque, en medio de una tormenta y sin más provisiones que tres cervezas y un paquete de galletas saladas.
-“Es la primera nevada,”- probablemente no fuese algo importante. Castiel ni siquiera había ahondado en detalles, pero siendo quien era -más bien, en lo que se había convertido- no hacía falta. Ambos guardaron silencio, Dean cedió al suave tirón que la mano del ángel había dado a la tela de su chaqueta de vinil y, extendiendo el brazo, cogió su botella de cerveza vacía con los dedos. Le tendió una nueva, la cual Castiel aceptó con una sonrisa, y después ambos se reacomodaron en el sillón, en donde el ángel había empezado a hablar sobre los beneficios que una botella de cerveza diaria tenía en el organismo de un ser humano promedio.
-
Cuando Dean abrió los ojos, todavía estaba oscuro, aunque una luz azulada empezaba a colarse por la ventana de cristal. El dolor en su espalda le informó que se había quedado dormido sentado en el sillón, rodeado de botellines de vidrio y una caja de cartón sin pretzels; tenía la nariz fría y los dientes le castañeaban, pero lo más importante era que la vejiga estaba a punto de explotarle. Miró a su costado: el sillón estaba vacío, con excepción de él y algunas mantas que alguien había colocado encima suya en algún momento de la noche, pero que ahora yacían derramándose sobre el asiento y el piso; miró al otro lado y Castiel tampoco estaba ahí.
Pensó vagamente en ello mientras avanzaba hacia el baño, con piernas entumecidas y arqueadas que lo obligaron a caminar como un jinete tras pasar varias horas cabalgando antes de tomar un descanso. Pensó en ello por un segundo, pero pensó más en que probablemente había estado conteniendo las ganas durante horas, porque su liberación fue especialmente gratificante y lo hizo exhalar aire por la boca, con satisfacción.
Volvió al sillón minutos después, secándose las manos con una toalla a cuadros, y miró alrededor. Estaba más despierto que un momento atrás, pero ni siquiera así pudo ver al ángel.
-“Hey, Cass,”- su voz le pareció extraña incluso a él. Como si acabara de romper el secretismo que las primeras horas del amanecer traen consigo, arrastrándose azules por encima de cada centímetro de piso; por cada pequeña superficie polvorienta de los muebles que Rufus había traído consigo hasta Montana, años atrás. Una punzada, débil como el aleteo de una mariposa, se asentó entre sus costillas, y Dean rodeó el mueble despacio, procurando que la madera del piso no rechinara bajo el peso de sus botas mientras lo llamaba en voz baja una vez más.
Nunca lo había puesto en palabras, ni siquiera cuando estaban los dos solos, pero después de haberlo perdido de vista la última vez algo dentro suyo había cambiado. La idea de dejar de verlo por más de cinco minutos, ahora que la amenaza del leviatán había terminado, le aterraba más que atraerle; los pequeños frenesíes que sufría su corazón cuando lo perdía de vista, si bien secretos, lo hacían sentir enfadado la mayor parte del tiempo durante las primeras semanas y ahora, pese a que estos habían menguado con el paso de los meses, la sensación atenazante que el pavor de verlo desaparecer le provocaba seguía volviendo cada vez que esto pasaba.
No quería admitirlo ni para sí mismo, desde luego, y por ello se obligó a caminar despacio por el interior de la barraca de cazadores, entre sacos de sal abandonados por el piso y armas de fuego que yacían particularmente quietas sobre las mesas; buscando en cada esquina con mirada sagaz pero discreta, porque siempre cabía la posibilidad de encontrarlo enroscado cerca del paragüero, igual que la otra vez, con la nariz hundida entre las rodillas y las manos repletas de termitas.
La puerta de enfrente estaba abierta, y que Castiel estuviera ahí afuera en mitad de la noche no debería sorprenderle a estas alturas, pero Dean se permitió un segundo para disfrutar del alivio que ver la figura menuda del ángel encorvándose sobre la nieve le produjo.
-“¿Cass?”
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Afuera hacía un frío hijo de puta, como gustaría recordar después, y él no estaba usando más que una de sus chaquetas. Castiel… bueno, Castiel estaba de rodillas sobre el suelo, con las manos desnudas y las rótulas hundidas en la nieve, y vistiendo poco más que una camiseta negra, algún día propiedad de Dean, y unos jeans gastados por el uso. Parecía bien con todo aquello, sin embargo, y se volvió hacia Dean para verlo con una sonrisa que hizo enfadar al cazador porque, hey, nadie tenía derecho a sonreír con tanto entusiasmo a las mierda-en-punto de la mañana en un día nevado.
-“Dean,”- fue su respuesta, pero el ángel no hizo ningún movimiento que indicara que fuese a incorporarse. Tenía los brazos extendidos hacia el frente y entre las manos, cuyos nudillos parecían irritados, sostenía la tela de su sobretodo, el cual había extendido frente a sí sobre la nieve. -“Creí que estabas durmiendo.”
-“Eso hacía,”- al acercarse, los pasos de Dean sonaron amortiguados por el tapete blanco y espeso que había cubierto el bosque y sus alrededores durante la noche, y entonces, tras un breve vistazo hacia su nena, que yacía inmóvil a un costado del camino, el gemido que gorjeó en la parte baja de su garganta le fue imposible de contener. -“¿Qué demonios estás haciendo aquí, de todos modos? Todavía es de noche,”- quiso decirle que era peligroso, que podría enfermarse, que esto y aquello, pero no lo hizo. A pesar de todo recordaba que el sujeto frente a él, que seguía hecho casi un ovillo sobre la nieve y parecía estar teniendo el momento de su vida mientras se aferraba a su gabardina con ambas manos, no era una persona común y corriente, sino un ángel del Señor.
Castiel lo miró con sus ojos azules y penetrantes, igual que hacía todo el tiempo, y Dean contuvo brevemente la respiración; a pesar de todo, aquello era algo que no había cambiado, igual que sus intentos constantes por romper la barrera del espacio personal que Dean había establecido entre ellos años atrás, pero de la que ya nadie se acordaba. Sin embargo la mirada de Castiel, fija en él la mayor parte del tiempo, era una de las pocas características del ángel que se habían mantenido, y Dean admitía -si bien nunca en voz alta- que le gustaba saber que, pese a que la curiosidad del alado se había disparado más allá de sus amortiguadores, para Cass nunca existiría nada más fascinante que él en aquél mundo y cualquiera de los otros.
-“Abejas”,- dijo, y entonces se echó hacia atrás. Frente a él, entre sus rodillas separadas y debajo del sobretodo del que había tirado al moverse, había un ejército de abejas de nieve; eran de distintos tamaños y formas, y sus alas resplandecían, transparentes, bajo la luz pálida del amanecer. Dean lo miró con incredulidad, guardando cualquier comentario que pudiese habérsele ocurrido porque justo en ese momento su cerebro se sentía demasiado entumecido como para pensar en algo ingenioso qué decir. Alzó las cejas, deslizó la mirada por cada una de las figuras de nieve, y luego volvió a mirar a Castiel, quien lo miraba con una sonrisa que parecía hasta orgullosa de sus logros. -“¿Sabías que las abejas se abanican a sí mismas con sus alas cuando hace frío, a fin de regular la temperatura de su colmena?”, Castiel se había echado todavía más hacia atrás, hasta dejar todo su peso apoyado sobre sus talones, y miraba a Dean sin pestañear. Parecía satisfecho de su trabajo, pero el labio inferior, que le temblaba con insistencia, enturbiaba ligeramente su sonrisa.
Dean se encontró a sí mismo sonriendo sin poder evitarlo. Era difícil estar enfadado con este Cass, aunque en el fondo se preguntaba si no era sólo por el hecho de que era Cass, y de que él era Dean Winchester.
Se inclinó entonces sobre la nieve, hasta quedar de cuclillas a su lado, y extendió una mano hacia el frente para coger una de las abejas.
-“¿Pero no debería hacer más frío si hay aire dentro de la colmena?”
Castiel pareció dudar un segundo antes de responder, pero no porque no conociera la respuesta, sino porque incluso en aquél estado, entendía que era algo nuevo que el cazador se mostrara interesado, y no irritado, ante aquellos repentinos arranques suyos que era incapaz de controlar. Por eso fue que sonrió también, negando con la cabeza e inclinándose hacia el frente para coger otra de las figuras de nieve.
-“No seas tonto, Dean. Ellas saben lo que hacen,”- y luego se echó a reír. Era un sonido al que no estaba acostumbrado, roto en las esquinas y hasta deprimente en cierto modo, pero Dean lo aceptó tal como era, porque era en aquellos momentos fugaces de intimidad que el ángel Castiel, antes y después de lo acontecido en el sanatorio mental, se permitía bajar la guardia y sonreír para él. Movieron las piezas sobre la nieve, junto a la tela del sobretodo, y hablaron. Dean también lo hizo. Hacía frío ahí afuera, el viento soplaba con insistencia entre los árboles del bosque que los rodeaba y lejos, al otro extremo de la cabaña, un sol pálido había empezado a emerger lentamente, derritiendo la oscuridad de la noche y alzándose perezosamente por entre las ramas de las coníferas.
Si antes de que terminara de amanecer, con las manos heladas por el frío y los cabellos salpicados de escarcha Dean se inclinase hacia el frente para cubrirle a Cass los hombros con la gabardina, y sin mediar palabra dejase que sus bocas se tocaran, no importaría porque nadie sacaría el tema a colación durante la cena, no habría conversaciones incómodas con el hermano menor y tampoco empezarían a compartir una sola cama en los moteles. Así que daba igual.
-“Hace frío,”- fue lo único que dijo, frotándose los brazos con ambas manos y, tras lanzar una última mirada al ejército de abejas, instó al ángel a levantarse. -“Vamos a buscar algo caliente de beber.”
Castiel lo miró, abrió la boca para decir que no hacía falta, que no tenía frío, y cambió de pronto de opinión, en el último segundo. Se puso de pie, dejando atrás sus abejas, y volvió al interior de la casa junto a Dean, en un silencio que fue más bien acogedor.
La noche en que Sam se fue, justo antes del amanecer, Dean y Castiel se sentaron juntos a la mesa de la cocina, se bebieron una taza de café negro cada uno, con dos cucharadas de la miel que Cass había recolectado con sus propias manos durante la primavera, y decidieron que había que ir de compras al pueblo antes de volver al camino para evitar que más nieve los atrapara en mitad del bosque, en mitad de la nada, los tres solos durante todo el invierno en la cabaña de Rufus Turner.
Castiel preguntó una vez si podría conducir, Dean se rió en su cara, y pasaron los siguientes minutos tratando de descongelar el motor del Impala con un poco de agua caliente que se volvió un bloque de hielo apenas un rato más tarde.
Todo eso pasó la noche en que Sam se fue, aunque de que Sam se había ido, Dean no se enteró hasta bien entrado el medio día.
-
Notas: Hi. Éste es el primer fanfic multichapter que escribo en años (y es literal), y también es el fanfic de Supernatural que he podido escribir en un tiempo. Dean y Castiel son mis bebesotes, y como muchas aquí, soy una defensora feroz de la relación romántica que pueden o no estar manteniendo en secreto en la serie. Como sea… Nuts!Cass es una pequeña cosita adorable de la que había empezado a escribir una serie de drabbles el año pasado, pero como perdí la lista, y los drabbles que ya había comenzado a escribir, decidí empezar de nueva cuenta con un plot distinto. Espero que lo disfruten tanto como yo estoy disfrutando escribirlo, y si quieren decir algo, siempre pueden dejarme algún comentario, que ya lo responderé yo con todo gusto ;w; y pues eso. Estaré subiendo la actualización apenas la tenga lista, que yo espero que sea pronto.