fandom: supernatural
pairing/characters: dean/castiel
title: de·lir·i·a
2.
El interior del coche estaba frío cuando ambos entraron, pero misteriosamente la temperatura aumentó apenas el ángel se hubo acomodado dentro, en el asiento del copiloto, igual que solía pasar en las habitaciones sin calefacción en las que habían tenido que hospedarse, o en la cama, cuando Cass insistía en dormir con Dean y no había poder humano capaz de hacerlo cambiar de idea. Alrededor de ellos el camino lucía desértico y cubierto de nieve, así que Dean condujo a su nena despacio, con cuidado, en un silencio roto sólo por el ronroneo suave del motor y el sonido del cristal húmedo sobre el cual el dedo de Castiel se deslizaba, dibujando trazos inconexos.
La radio se encendió de pronto durante el trayecto de ida; de algún modo el ángel había localizado una estación en la que sonaba sólo The Yardbirds y Dean, nunca con el corazón lo bastante duro como para disuadirlo de cambiar su elección -al menos cuando no estaba Sam con ellos, y mucho menos cuando la música que Cass escuchaba contaba con Jimmy Page en la guitarra-, se contentó con los acordes de Questa Volta que sonaron, distantes, desde el centro mismo del Impala.
Bajaron del auto media hora más tarde, tras haber aparcado a un costado del camino, y Dean se reacomodó la chaqueta con ambas manos, andando a zancadas por la nieve hasta que se hubo rodeado el coche y reunido con Castiel en el otro extremo del auto, sobre la acera. Cass, tan inapropiado en las situaciones sociales como de costumbre, había insistido en no usar más abrigo que el sobretodo marrón sobre la camiseta vintage de ACDC -que le iba dos tallas más grandes y que solía pertenecerle a Dean hasta que el ángel decidió reclamarla como de su propiedad-, y Dean había decidido, por una vez en su vida, dejar de preocuparse por el ángel de inapropiados modales que solía seguirlo a todos lados, y dejarlo hacer su voluntad -después de todo, la gente siempre podría sólo dar por hecho que Cass era algún tipo de inmigrante ilegal que había llegado de algún lugar remoto de Europa donde el frío era tres veces mayor, y esto no era más que una briza otoñal para él-.
Avanzaron por el pasillo de los productos enlatados. Cass había cogido un carrito de metal y andaba por delante de Dean, mirando todo con sumo interés, como si ésta fuera la primera salida de compras que hacían juntos pese a que Sam acababa por enviarlos siempre a renovar las provisiones, mientras que detrás de él el cazador leía en voz alta una lista escrita en el dorso de un ticket con letra casi inteligible. Apilaron media docena de latas de encurtidos, dos cajas de galletitas y un frasco de queso amarillo. Dean se hubiese contentado con eso, papas fritas y tres paquetes de cervezas enlatadas, pero desde que el ángel se había unido a sus tropas e insistía en alimentarlo de forma saludable, consiguieron también pan y vegetales frescos, y carne de un cerdo que no había sido consolado y rebanado por el mismo Castiel, pero que éste había insistido en que se encontraba en buenas condiciones.
Castiel añadió además dos paquetes de barras energéticas, algo de café orgánico y, cuando Dean estaba maldiciendo internamente a su hermano menor por haber roto a su ángel, éste se detuvo al final de un pasillo y Dean se detuvo con él.
-“¿Pasa algo?”,- inquirió, fijando la mirada en la nuca del ángel brevemente antes de moverla hacia la estantería. Cass se había detenido justo frente a una pila de cajas de cereales y observaba con curiosidad una caja roja, con letras doradas, que tenía pintado en el frente una cosa que al cazador no le hizo mucha gracia. Era un paquete de Lucky Charms. -“¿Quieres esto?”,- lo que era hilarante por donde se le viera, sobre todo por la forma en que el soldado de Dios se encogió dentro de su sobretodo con timidez, apretando contra su pecho el paquete de papel higiénico que acababa de coger, y Dean se planteó dos veces si buscar su móvil para hacerle una fotografía o sólo sacarle eso de las manos porque, fuera lo que fuera, nunca le habían gustado mucho que digamos los leprechauns.
-“Son mágicamente deliciosos,”- dijo Castiel, con su voz ronca y sin atreverse a estirar la mano para coger el empaque, y entonces sí que Dean se echó a reír.
-“Bueno, si realmente los quieres tanto…”,- fue él quien se encargó de tomar la caja de colores brillantes y colocarla dentro del carrito de la compra. El ángel le dirigió una mirada sorprendida antes de sonreír.
-“Gracias, Dean.”
-“Seh, seh,”- el cazador ya había reemprendido la marcha, carrito en manos, para cuando el ángel se reunió junto a él en el pasillo, sonriendo como si Dean acabara de comprarle un anillo de diamantes en lugar de una caja de cereal. Dean trató de no pensar demasiado en ello o en la forma en que, de un tiempo a la fecha, acababa por flexionar las manos en favor de Cass siempre que éste quería algo.
Mientras caminaban por el pasillo de los productos de higiene personal, Dean marcó en su móvil el número de teléfono de Sam. Esperó durante los primeros cuatro o cinco timbrazos y luego cortó la llamada. Repitió el proceso dos o tres veces más. Había pensado en llamar para preguntarle si necesitaba alguno de sus productos de belleza para damas, pero al no obtener respuesta, miró el móvil con el cejo fruncido por un par de segundos y luego se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta tras haber decidido que su hermano probablemente estaría durmiendo todavía -Sam nunca había sido muy bueno lidiando con las resacas, y fue por eso que no lo molestó antes de salir de casa esa mañana-.
Cass había dejado en el carrito, junto al empaque de Lucky Charms, también el paquete de papel higiénico y dos latas de Gillette lima-limón que había cogido para los Winchester. No miraron la sección de azúcares al pasar junto a ella para no ofender a Cass, quien ponía especial empeño a la hora de recolectar la miel, y avanzaron directo hacia la caja que había al fondo del pasillo, donde el cazador tomó también un par de revistas pornográficas que añadió a la banda transportadora en el último momento.
Eran las diez de la mañana del jueves cuando ambos salieron a la calle, con algunas bolsas de plástico en las manos, y en Whitefish había empezado a nevar otra vez.
-“Si no nos damos prisa,”- dijo Dean, al abrir una de las puertas traseras del Impala para dejar dentro las cosas, -“nos quedaremos atrapados aquí durante todo el invierno,”- lo que nunca era algo bueno, considerando lo mucho que podía llegar a nevar en Montana, y mucho menos cuando estaban en mitad de una cacería.
Castiel no respondió, y en lugar de ello se ocupó a sí mismo abriendo la puerta del copiloto y entrando al coche con todo y sus bolsas de la compra.
*
Había momentos, sin embargo, en que ambos podían hablar. Momentos secretos en que Cass parecía volver en sí hasta cierto punto, cuando estaban los dos a solas como ahora, con el rugido del motor y el susurro de la nieve en torno al coche, en que Castiel se volvía para ver a Dean y hacía alguna pregunta. A veces tenía que ver con los casos en que trabajaban; otras tantas, con asuntos más complejos como sus emociones. Eran momentos en los que Dean se permitía sentir un pequeño chispazo de esperanza, como si creyera que en cualquier minuto las cosas volverían a la normalidad y todo estaría bien. Momentos tan fugaces que a veces no le daban tiempo de pensar en nada, pero que en otras ocasiones se extendían tanto que, por instantes, Dean temía que Cass recordara.
No sabía exactamente cómo era que funcionaba la cabeza del ángel desde aquella noche en el sanatorio mental, pero cuando había tomado su mano por primera vez y éste se lo había permitido, supo de inmediato que lo que estaba haciendo estaba mal. No se había atrevido a cruzar la línea hasta esa misma mañana, junto al ejército de abejas, pero Castiel, como de costumbre, no había protestado. Tampoco había dado muestra alguna de que aquello estuviese bien, y ya que pensaba en ello, se preguntó qué tipo de futuro les esperaba si es que se decidía a continuar con ello.
Miró a Cass de reojo, él lo miró también, y entonces escuchó su voz, rasposa y centrada como lo era hasta antes de que lo perdiera en el lago: -“La investigación,”- dijo el ángel, estirando las piernas bajo el salpicadero del coche. -“¿Han encontrado algo nuevo desde la última vez?”,- la última vez que estuvo sobrio, quiso decir, y Dean lo entendió sin pedir detalles.
-“Uhum,”- Dean asintió. El Impala avanzaba despacio por la carretera rural que conducía hacia la cabaña de Rufus, y allá afuera la ventisca se había vuelto un poco más tempestuosa de lo que le hubiese gustado. -“Precisamente anoche Sam encontró un par de libros interesantes en la biblioteca de Rufus.”
Era incómodo pensar en ello: en lo inútiles que eran los hermanos Winchester cuando no tenían a Bobby Singer para ayudarles con sus investigaciones, o de cómo se demoraban siempre el doble en llegar a la raíz del problema.
Aquél caso en particular no parecía muy complejo: habían estado siguiendo el rastro de una serie de niños desaparecidos a lo largo del país. No parecía existir ningún tipo de conexión entre todos ellos salvo por el hecho de que siempre, justo un día antes de desaparecer, habría caído la nieve sobre el pueblo en el que la desaparición fuera reportada. Sam dijo que podría ser algún tipo de secta asociada con alguna deidad invernal y, en base a eso, se dedicaron a investigar a todas los ídolos que tuviesen algo que ver con el frío y pudieran seguir en operación.
Había sido divertido, dentro de lo que cabe, comparar a Sam con el yeti en más de tres ocasiones y preguntarle qué haría con tantos niños a su disposición.
Su predicción momentánea había sido algún ritual de sacrificio para augurar prosperidad, aunque habían desistido casi enseguida cuando las desapariciones, que habían comenzado en cierto punto de Ohio, comenzaron a arrastrarlos cada vez más hacia el oeste, hasta Dakota del Norte, y de regreso hacia Montana.
-“Con suerte lograremos tener algo esta misma tarde, antes de partir,”- anunció el cazador, y cogió con una mano la lata de soda que había abierto en su camino de regreso para darle un trago pronunciado. Sonrió cerca de la boca de su bebida antes de volver a hablar, -“claro, si es que Sammy se ha recuperado lo suficiente de su resaca.”
Castiel lo miró, ladeó ligerísimamente su cabeza, y asintió. Cuando Dean lo vio abrir la boca creyó que Cass tendría alguna sugerencia que hacerle, pero lo que el ángel hizo fue preguntarle si tenía idea de que sonreír hacía que la piel de la cara envejeciera con más lentitud, y Dean supo que el momento se había disipado una vez más.
*
Volvieron a la cabaña de Rufus apenas diez minutos más tarde. El camino estaba cubierto de una capa de nieve lo bastante gruesa como para obligar a Dean a pedir a Castiel que hiciera lo suyo y permitirle al Impala llegar a su destino. Dejaron las compras sobre una mesa, y Dean, extrañado de no encontrarse a Sam ya despierto y con la portátil encendida, dejó a su amigo el ángel detrás para ir en busca de su hermano a la única recámara habitable que había en la casa.
-“¿Sam?”,- lo llamó en voz alta, encendiendo todas las luces del pasillo mientras pasaba. -“Vamos, Sammy, despierta. ¡Los pájaros cantan y hay un hermoso día allá afuera!,”- lo que obviamente era mentira, pero que no era lo mismo que hacer que Sam se despertara escuchando a Asia temprano por la mañana. -“¿Sammy?”
La habitación estaba oscura cuando Dean abrió la puerta; lanzó una mirada rápida adentro, volvió a llamar a su hermano, y encendió las luces. Momentos después había regresado a toda prisa hasta el salón, donde encontró a Castiel acuclillado junto a la mesa, jugando con el obsequio de su caja de cereal.
-“¿Dean?”,- lo escuchó preguntar, pero el corazón le latía tan de prisa y el aliento le faltaba, así que no fue capaz de hacer otra cosa que balbucir, sin mucho sentido alguno: “-Sam. No está. ¡Sam no está!”
*
Probablemente el hecho de que Sam Winchester hubiera desaparecido de su habitación en la cabaña de Rufus Turner, en mitad de un bosque de Montana y en una mañana nevada, no hubiese preocupado a Dean tanto si no fuera por el hecho de que, además, el cristal de la ventana de dicha habitación estaba roto y regado en astillas por el piso. El ángel Castiel se movió por el cuarto en silencio, procurando no pisar los trozos de vidrio cuando se acercó a la ventana; el viento entraba por el agujero en la pared como una briza ligera que apenas si movía las cortinas, pero afuera todavía estaba nevando, y Dean lo vio inspeccionar el exterior de la cabaña mientras él caminaba en círculos por la habitación. Ya habían revisado el resto de la casa, sólo por si acaso, y había llamado al móvil de Sam únicamente para encontrárselo vibrando debajo de una almohada.
-“Parece ser que alguien rompió la ventana desde el exterior,”- anunció Cass, porque aparentemente no era lo bastante obvio sin que él lo enunciara en voz alta, y Dean volvió a perderlo.
-“¡Maldita sea!”,- gruñó en voz alta, y se llevó ambas manos a la cabeza para deslizar los dedos a través de sus cabellos. Estaba tan enojado consigo mismo por haber perdido así de vista a su hermano que pronto había perdido también la capacidad de razonar con calma.
Entrar en pánico en una situación de aquél tipo era una regla básica cuando se estaba en escenarios de riesgo, pero Dean no sabía qué más hacer. No sólo había dejado que Bobby cayera en el frente hacía menos de un año, o que Cass perdiera la chaveta, sino que ahora, además, había extraviado a su hermano menor. ¡Vaya, Dean!, ¡bien, Dean!, no existe nadie más capaz de estropear las cosas en este mundo que tú.
Que aquello fuera literal tampoco lo hacía sentirse mucho mejor, que digamos.
-“Cálmate, Dean,”- lo instó Castiel, y los ojos verdes del cazador lo enfocaron. Pensó entonces en que, si no fuera porque el ángel estaba con él, era probable que ya hubiese salido corriendo de la casa en busca de Sam y alguien a quien pudiese llenar de plomo. -“Piensa, ¿qué es lo que estaban haciendo hasta antes de hoy?, ¿a dónde pudo haber ido Sam?”, -por el modo en que Cass lo decía pareciera que pensase que las respuestas a ambas preguntas eran obvias, pero Dean aún se sentía incapaz de pensar con claridad, así que se limitó a negar con la cabeza. -“Dean…”
-“Está bien, está bien,”- replicó éste, descansando por fin de su recorrido inútil por el cuarto de Rufus, y sentándose sobre la cama para coger aire y pensar. Además, ¿hacía un frío de los mil demonios ahí adentro, o qué? -“Sam se fue a dormir temprano anoche, porque las damas no pueden estar despiertas hasta tarde, ni ponerse ebrias,”- sonrió levemente, buscando relajarse, pero lo dejó enseguida porque realmente no estaba de humor.
-“Antes de eso,”- dijo Cass, y Dean no se detuvo a pensar en que parecía bastante más despejado que él en aquellos momentos.
-“Uhm, nosotros… ¿estamos en una cacería?”
-“¿Qué es lo que están cazando?”
No hizo falta que Dean respondiera para que los engranes dentro de su cabeza encajaran y todas las piezas que no estaban a la vista hasta ahora cayeran en su lugar. A Sam se lo había llevado la misma cosa que se había llevado también a los niños pequeños en línea semi-recta desde Ohio hasta Montana, y ellos mismos se lo habían buscado.
-“La investigación…”
¿Lo había descubierto Sam antes de irse?, ¿habría dejado alguna pista detrás?
Se había puesto de pie antes de darse cuenta de que lo había hecho, y había atravesado la pieza a zancadas grandes, sin tomarse tiempo ni siquiera para voltearse a ver al ángel, quien de todos modos lo había seguido silenciosamente cuando lo vio salir. Dean cogió el ordenador de Sam, que descansaba cerrado sobre una silla, y lo encendió. Cogió también los recortes de periódico y las notas que habían conseguido de los testigos a lo largo del rastro de desapariciones que habían venido siguiendo desde Fairfield hacía ya un par de semanas.
No había nada ahí que él no supiera ya, y estuvo a punto de darse de cabezazos contra la mesa a causa de la frustración. Sam, sin embargo, había señalado con marca textos amarillo las desapariciones más importantes -es decir, las que habían involucrado a más de un niño por vez-, y había anotado al margen, en una hoja de libreta, una serie de posibles divinidades nórdicas que pudieran estar detrás de la ola de secuestros.
Dean vio ahí enlistado a Chaomos, a Beiwe, y la celebración del Deuorius Riuri, aunque ninguno parecía estar relacionado directamente con sacrificios humanos. Amma, a quien veneraban los dogones, estaba resaltado con un asterisco justo a un costado de su nombre, y al final de la lista, junto al Kračún y algunas divinidades celtas, remarcado con dos líneas bajo su nombre encontró a Fornjót.
Dentro de la familia Winchester, Dean siempre fue la persona menos agraciada en cuanto a sus habilidades para la investigación, que a comparación con sus capacidades en trabajo de campo, eran equiparables a las de un niño de cinco años. Por eso no le extrañó que ninguna de las notas de Sam le dijesen nada contundente, pero aun así, sus ojos repasaron dos o tres veces la lista de posibles candidatos.
Se la tendió a Castiel al cabo de un par de minutos sin decir nada.
-“Quisiera creer que Sam sólo salió a coger aire, pero…”
Cass asintió. Realmente no parecía haber nada en aquella lista que le llamase la atención, pero de todos modos la dobló cuidadosamente y se sentó a su lado, en una de las sillas que había frente a la mesa.
Dean sintió deseos de echarse a llorar cuando se dio cuenta de que lo que el ángel estaba haciendo con la hoja que le había entregado no era otra cosa que un animal de papiroflexia.
-“Cass…”- gimoteó, sabiéndose desde antes completamente solo en su búsqueda, y el ángel se llevó un dedo a los labios para mandarlo a callar. -“¡Maldita sea, Cass!, ¡Sam se ha perdido porque algún dios hijo de puta, pervertido, ha pensado que es divertido llevarse a los niños (y aparentemente también a mi hermano) y justo ahora tú vienes y te pones a doblar hojas!, ¿cómo quieres que---?”
-“Jokul frosti,”- fue lo que Castiel dijo al interrumpir el arranque de histeria del humano, con voz calma pese a que Dean tenía el rostro enrojecido y parecía a punto de estallar.
-“¿Qué?”
-“Algunas personas lo llaman Abuelo Invierno,”- prosiguió el ángel, como si tal cosa, y realizó el último doblez. Había hecho una grulla y se la ofrecía ahora a Dean con ambas manos. -“Puedo sentir su presencia por toda la casa.”
Los ojos de Dean se fijaron en la grulla de papel y después en el rostro de Cass, que sonreía levemente, con aquella sonrisa vacía y rota que le había quedado después del incidente en el sanatorio mental.
-“Tómala,”- dijo el ángel, y Dean, quien no encontró dentro de sí fuerzas para desobedecer, levantó una mano y cogió la figura. Parecía todavía más pequeña en medio de su palma abierta de lo que había parecido dentro de las dos manos extendidas de Castiel. -“Jokul Frosti,”- repitió entonces Cass. -“Ha estado aquí hace horas, aunque decidí no darle importancia antes porque por lo general es un espíritu amistoso. Lo siento mucho, Dean.”
Dean no contestó. Parecía absorto en la contemplación de la grulla, aunque la dejó sobre la mesa, junto a los recortes de periódico, momentos después.
-“¿Dean?”
-“¿En dónde?, ¿en dónde están?”,- no se había detenido a pensar antes de abrir la boca. Estaba desesperado, pero ahora que el ángel había arrojado cierta luz sobre la oscuridad que el repentino abandono había dejado sobre él, parecía estar volviendo a enfocarse. Ese hijo de perra no iba a salirse con la suya, y encima quedarse tan tranquilo.
-“No lo sé,”- concedió entonces Castiel, removiéndose sobre la silla y apartando la mirada. Parecía encontrar fascinante el movimiento del protector de pantalla del ordenador portátil, porque no paró de verlo con atención por los siguientes segundos. -“Pero puedo ir a buscarlo, si lo que quieres es que…”
-“No.”- la respuesta de Dean fue casi inmediata.
Había perdido a Sam pero no pensaba, ni de broma, dejar escapar también al ángel.
-“Pero…”
-“No vas a ir,”- entonces se puso de pie, empujando bruscamente la silla hacia atrás con su propio cuerpo. -“No te ofendas, pero no estás en tu mejor forma justo ahora,”- prosiguió el cazador, mientras se movía por la cabaña, reuniendo sus pertenencias con las manos y guardándolas en su saco.
Castiel no pareció ofenderse, pero miró el piso con aire pensativo por unos momentos.
-“¿Qué es lo que piensas hacer, entonces?”
-“Saldremos a buscarlo. Eventualmente el hijo de puta tendrá que volver a manifestarse, y cuando eso pase estaremos listos para atraparlo,”- arrojó algunos mapas dentro de su bolsa y cogió su chaqueta. Luego se marchó a la habitación con la ventana rota para tomar las cosas de Sam.
Cass todavía parecía distraído cuando Dean regresó. -“No quisiera decir esto, pero tus métodos son sumamente inefectivos, Dean,”- dijo de pronto, alzando el rostro. -“Si voy por mi cuenta, puedo recorrer el mundo en cuestión de minutos y…”
-“¡He dicho que no!”
El grito de Dean pareció asustar lo bastante al ángel, porque guardó silencio y se echó hacia atrás sobre la silla, encogiéndose dentro de la tela de su sobretodo. Ambos permanecieron callados por unos minutos, Dean guardando las últimas cosas en sus mochilas, y no fue hasta algunos minutos después que se detuvo, volviendo a tomar asiento a un costado del ángel, quien jugueteaba ahora con las cintas de su abrigo entre los dedos.
-“Escucha, Cass…”,- era difícil decir ‘lo siento’, o explicar aquél tipo de cosas emocionales de las que Dean siempre prefería claudicar y guardárselas dentro antes que exponer sus sentimientos al desnudo, incluso cuando era con un ángel que la mayor parte del tiempo estaba muy lejos pese a estar físicamente a un palmo de él. -“El año pasado las cosas fueron especialmente difíciles, tú lo sabes,”- no hacía falta que explicara de qué estaba hablando, o al menos eso fue lo que él quiso creer. -“Si te dejase ir ahora, a ti solo, yo…”
-“Estás preocupado por lo que pudiera pasarme,”- la voz del ángel fue calma, igual que lo era últimamente, todo el tiempo, pero sus ojos parecieron vibrar dentro de su rostro como si tuvieran luz propia. Dean tuvo que apartar la mirada de él para protegerse a sí mismo de no sabía bien qué. -“Te preocupa que pudiera no regresar… ¿Es eso, Dean?, ¿piensas que te dejaría?”, el “después de todo lo que ha pasado” quedó sólo flotando entre sus silencios, pero no hizo falta que lo enunciara en voz alta. Ambos lo habían escuchado por igual.
Hubo luego de ello un silencio turbio, roto por la estática que provocaban el embarazo de Dean y la forma en que sus orejas habían enrojecido sin preguntar primero si podían hacerlo. Castiel se encontró a sí mismo sonriendo con absorción, y cuando Dean lo miró, porque las manos del ángel lo habían cogido por las muñecas, tuvo la abrupta seguridad de que el serafín lo besaría.
No lo hizo, pero la mirada que le dirigió tampoco ayudó mucho a calmar los nervios del humano.
-“Tengo una idea,”- fue lo que dijo el ángel, y entonces se apartó de él.
Que las buenas ideas de Cass fueran siempre en contra de los principios de Dean era algo que éste tendría que haberse imaginado desde el principio.