He decidido publicar primero aquí los relatos/fics que escriba porque está claro que aquí es más sencillo de leer y así en el LJ pongo directamente el link para quien le moleste a los ojos el contraste de colores.
A ver... veamos... ¡sí!
Original para la tabla de imágenes de
fandom_insano, la viñeta 12. Y sí, tiene que ver con Nadia y está beteado por
rivs_sake.
Yo también tengo mi lado romántico.
Un instante de silencio.
El silencio se coló entre ambos. Caminaban sobre el asfalto mojado, abrazados bajo un paraguas que temblaba debido al viento. Habían estado bromeando todo el día, incluso cuando la lluvia les sorprendió en el parque y tuvieron que correr a guarecerse.
Habían pasado todo el día juntos. En la cafetería, hablando de libros, películas, historias que habían conocido a lo largo de ese tiempo en que habían estado separados. En el cine, mirando fijamente la pantalla sin poder evitar la tentación de girar la cabeza para verse de vez en cuando. Sólo una vez… No hacían nada malo, ¿no? Y cuando sus miradas coincidían, no podían sino sonreír.
En el parque, tirados sobre la hierba. Viendo a las nubes deslizarse en el cielo, cambiando constantemente. Él había tratado de adivinar todas y cada una de las formas que hacían, mientras ella sólo reía. Reía por sus ocurrencias, y pensaba en que las personas eran como las nubes. Siempre se van.
Llegaron a la estación. El ambiente era inconfundible. En sus oídos se mezclaron de pronto los sonidos que el tren hacía contra las vías, el de los guardias revisando los billetes. Los saludos y despedidas de la gente que traía y llevaba recuerdos de un lugar a otro, dando vida a aquel sitio.
Y sin embargo, no oían nada. Sólo aquello que ninguno de los dos se atrevía a decir.
Sonó un silbido, un timbre que anunciaba a los pasajeros del tren que ya podían comenzar a subir. Nadia cerró el paraguas y se quedó mirándole, sin saber qué decir. Había llegado la hora.
Por un instante recordó cómo había sido el reencuentro. Cuando él bajó del tren y acudió a su encuentro. Cuando se saludaron tímidamente, sin saber muy bien qué hacer, cómo comportarse, qué decir.
Poco a poco volvieron a sentir aquella sensación que se colaba entre ellos y los inundaba con su poder. Poco a poco volvieron a sentir que eran uno de nuevo, como si nunca se hubieran separado.
Recordó cómo, cuando él le había cogido las manos para hablarle de aquello, ella lo había detenido. Había posado su dedo índice en sus labios y lo había instado a guardar silencio.
-No mires el reloj, no tengas en cuenta al tiempo. -Le había pedido en un susurro. -Ambos sabemos que nuestra relación tiene fecha de caducidad. Siempre que nos volvemos a encontrar sabemos que esto termina. Lo supimos la primera vez, y lo sabremos la próxima. Pero ya tendremos tiempo para pensar en lo efímero de este momento. Ahora sólo nos queda disfrutarlo.
Le había dicho que no dijera nada, que no preguntara, que no tocara el tema. Se lo había pedido en ese susurro. Y le había pedido algo más; con la mirada mientras captaba la atención de sus ojos. Que no dijera aquello que le martilleaba el pecho, que no hiciera ninguna promesa.
Y eso había hecho él. Eso habían hecho ambos.
Callar, disfrutar del momento, reír, besarse, bailar, abrazarse, hablar. Habían sido dos y uno, uno y dos, todo el día. Y ahora que él tenía que regresar seguían deleitándose con el momento.
Subió el peldaño que separaba el suelo del tren y se giró de nuevo hacia el andén antes de internarse en el pasillo. Ella se acercó y, poniéndose de puntillas, le besó de nuevo. Un beso sencillo, suave, con sabor a adiós y a hasta siempre. Cuando se separaron se miraron sin decir nada, y él se volvió para dirigirse hasta su asiento.
Miró por la ventana y allí estaba ella, que no se había movido del sitio.
Se miraban a los ojos, ausentes a todo excepto a la existencia del otro. ¡Qué fácil hubiera sido ignorar todo lo demás y quedarse ellos solos! Pero había tantos factores que les obligaban a separarse... Sin embargo, ese momento les pertenecía a ellos, y así, en silencio, mirándose a los ojos, le dijeron al mundo que no podía interferir. Ahí no.
Y sólo cuando el tren comenzó a andar, sólo cuando éste se perdió en la lejanía, sólo cuando él, al mirar por la ventana, sólo vio laderas y montes nevados, sólo cuando ella comenzó a caminar de nuevo bajo su paraguas sobre el asfalto mojado, sólo entonces desobedecieron. Hicieron aquello que se habían ordenado a sí mismos no hacer.
Hicieron una promesa, la promesa de volverse a ver. La absurda promesa de conseguir quitarle la fecha de caducidad a cada encuentro, a cada momento de su relación.
Y lo dijeron. Dijeron aquello que les martilleaba el pecho a ambos. Dos palabras, sólo dos palabras, y un te quiero perdido entre los sonidos de un tren que avanzaba entre laderas y montes, y la lluvia que caía sobre la ciudad.