Esta otra historia, no es en realidad una historia, sólo una descripción, una paranoia, algo que sentía dentro en un determinado y quise sacarlo. Es que, tras pisar Edimburgo me quise contagiar de lo que llevaba la ciudad dentro de sí y salió algo como esto.
Viñeta 7 para la tabla imágenes de
fandom_insano, y beteado por Rivs que va aparece más en mis post que yo misma :)
Por tu querido ego: gracias
Canción eterna.
Canción eterna.
Era la canción eterna. Una melodía que se repetía constantemente: nota a nota, sonido a sonido. Cada tarde, cada vez que el sol comenzaba su procesión hacia Poniente, se escuchaba aquel cántico perdido entre las montañas y los aromas que el viento traía desde el Mar del Norte.
Era una historia no escrita. La llevaban las gaviotas que sobrevolaban el cielo de la ciudad entre sus blancas plumas y sus largas alas. Las nubes jugueteaban con ella, transformándola, reinventándola, descubriéndola de nuevo.
En la ciudad de los castillos, donde la cuerda del tiempo ha permitido que uno de sus nudos permanezca ahí para siempre; o en su defecto, hasta que ella quiera. En esa ciudad, la música se oía con fuerza al atardecer.
No importaba si era invierno o verano, si lucía el sol o si la peor de las tormentas azotaba el lugar. Ahí estaba ella.
No cambió cuando las fábricas inundaron el cielo de nubes grises y tóxicas. Ni tampoco cuando los coches relevaron a los carruajes y a los caballos. Seguía estando allí.
Se tarareaba en los pequeños cafés y en los parques cuando la luz comenzaba a decrecer. Se entonaba a las puertas de las iglesias, que observaban solemnes las escenas desde sus vidrieras.
No era una canción que uno pudiera cantar siendo consciente de ello. Vivía ahí, en ese extraño mundo de la vigilia, donde la realidad y el sueño se confunden y se espían mutuamente para formar parte el uno del otro.
Hubo compositores que quisieron convertirla en melodía. Atraparla en un piano, una viola, en una flauta. Quizás lo hubieran conseguido en una gaita.
Otros muchos quisieron bailarla. Pero era difícil. La música era como un río: el mismo río, distinta agua. Pero siempre hay unos pocos que saben su ritmo, que lo reconocen porque lo llevan dentro del alma.
También buscaron la manera de pintarla. Un cuadro, una fotografía… Nunca había suficiente verde en la paleta o en el taller. Ni verde, ni gris, ni azul, ni…
Los menos se dejaron atrapar por ella. Cerraron los ojos y se mecieron en el caudal de sensaciones que prometía. Tan bella, tan pura, tan absolutamente ella.
Mojaron la pluma, y la tinta manchó la hoja: ya podían escribir. Una palabra, una frase, una carta. Un mundo inventado, una estrafalaria fantasía. Comedia, drama, romance, aventura, historia.
Todo acompañado de aquella pequeña dosis de locura, de pasión, de amor a una tierra cuyo cielo era el mismo que en todas partes del mundo, y cada centímetro de él parecía distinto, único.
Si trataron de captar aquella magia en cada palabra que escribían, no lo sé. Si lo consiguieron; tampoco. Algo se quedó en ellas. Tenue y tímido, bipolar y saltarín. Algo raro, pero algo.
Algo parecido a una melodía. A una serie de notas, de acordes, de ritmos, de compases y pentagramas que nadie nunca escribió. A una historia que se cuenta, que se canta, que se repite constantemente en cada atardecer.
Algo como una canción. Que nace del pecho, entre el orgullo y la nostalgia al hogar,
que en cuanto la conoces se va a vivir contigo. Como okupa, como musa, como parte de ti mismo.
Como si en el interior de tu corazón escucharas de fondo eso: una canción eterna.