Y a unas horas del examen y en mitad de una semana de exámenes me sale un original. Estoy emocionada porque llevaba siglos sin escribir y porque ¡¡me quedan cuatro viñetas para terminar la tabla de imágenes de fandom insano!!
Esta vez el protagonista es Daniel y las co-protagonistas son Nadia y Aída. Está dedicada a todas aquellas persona que una vez escribieron un “friends for ever” y luego se sintieron traicionadas. Sobre todo, y en especial (a mí) y a mi OTP
makesomenoiiseCon todo mi cariño, amor.
Y revisado por
iss_doli Las fotografías descansan en el suelo. Daniel mira hacia arriba como esperando ver a través del hueco de la escalera. Imposible. Baja la cabeza, pesaroso. Los gritos, en cambio, llegan tan nítidos como si los tuviera junto a él. Se pregunta qué habrá pasado esta vez.
-Me mentiste. Nada de lo que dices es verdad.
-Eres una egoísta.
-Deberías aprender a mirar más allá de tus narices.
-Me utilizaste.
-Sólo me querías para irte de fiesta.
-¿Qué he sido para ti?
Gritan palabras que dan en un blanco demasiado afectado. El orgullo crece por momentos y ambas se desgañitan en el quinto piso de un edificio donde han intercambiado algo más que sueños.
Daniel alarga la mano para coger una de las fotografías. Los dos rostros, nítidos sobre un fondo oscuro borroso, sonríen a un objetivo demasiado iluminado. Las ojeras, el cigarro, una de las cervezas tumbada sobre la mesa, el mazo de cartas desordenado a su lado, y dos sonrisas. Una que se adivina sin querer en la curva de la comisura de los labios de una de las chicas y la carcajada congelada por el clic de una cámara de la otra. Daniel la mueve y la luz tenue que entra desde la puerta se refleja en ella. Gira la fotografía y puede leer, a través de una caligrafía cuidadosamente dibujada, un “amigas para siempre” coronado con una serie de símbolos.
A los pies de Daniel también han caído unas cuantas fotos más pero no se molesta en recogerlas. Se queda con ésta. Preciosa, a su parecer. La guarda en el bolsillo de la cazadora y se levanta. Con las manos en los bolsillos sale del edificio y se puso a caminar. Sus pasos lo llevan, sin que se dé cuenta siquiera, hasta la costa. Allí, las olas embisten con fiereza contra las rocas para luego retirarse momentáneamente de la forma más dulce que conocen. Se apoya en la barandilla del paseo marítimo y pierde su vista en el horizonte. Piensa en el mar, tan eterno y efímero, tan profundo y tan claro, tan ambiguo y tan difícil de describir. Y en cuántas cosas son como el mar.
Saca la foto del bolsillo. Mira de nuevo los rostros alegres de las dos chicas. No se siente un ladrón, que ha descubierto un secreto que no le pertenece; sino como un espectador en una película que ha visto demasiadas veces.
Tantas veces en que la gente se grita palabras y frases que realmente hacen demasiado daño. Dardos que lanzan con flechas envenenadas, llenas de orgullo, sarcasmo y alevosía. Una dosis de crueldad y maldad; cualquier cosa que haga más daño que el que se pueda llegar a sufrir. Ya se sabe lo que dicen: no hay mejor defensa que un buen ataque.
Pero, ¿qué ganan realmente? Cierto que no hay nada que esté destinado a la eternidad, y menos si no se le procura el suficiente cuidado. Pero, de ahí a renegar de los buenos recuerdos, Daniel piensa que hay un mundo. Cierra los ojos y siente cómo la brisa marina choca con su rostro e invade su cuerpo de un olor que reconoce y descubre a la vez. Suspira. Aprieta con fuerza la foto dejando la huella dactilar pegada a él. Y se jura a sí mismo que nunca, nadie, le hará olvidar los buenos momentos por aquellos que dejaron de serlo. Que bajo ningún concepto guardará rencor por aquellas relaciones que, como un barco a la deriva, ya nadie puede salvar. Ni puede ni quiere.
Porque Daniel está convencido de que él es su memoria. De que todo lo que ha vivido, y le espera en esa carretera del futuro, es lo que le da su identidad. Y no quiere desprenderse de ella por nada del mundo. No le valen las razones egoístas ni el orgullo herido. Prefiere llorar lo perdido, durante las horas oscuras y silenciosas de su habitación, a mentirse vilmente para engañarse a sí mismo. Abre los ojos y alza la cabeza hacia el cielo. Las nubes se están agolpando en un punto. Va a haber tormenta. Mira por última vez la foto, lee la leyenda de detrás y se pregunta cuántas Nadias y Aídas se habrán perdido en el tiempo, envenenando sus recuerdos y renegando de su pasado.
No quiere ni imaginarlo. Afloja sus dedos y el viento arranca la fotografía de sus manos con un gesto rápido. En un segundo ya no la ve. Quizás se la hayan tragado las olas furiosas que escupen espuma sobre las rocas de la costa. Quizás la haya engullido el mar. Quizás se la haya llevado el viento hacia un punto lejano del horizonte. Quizás... O quizás no.
Daniel se incorpora. Con las manos en los bolsillos y la cabeza perdida en sus meditaciones, vuelve a casa. Cuando cierra la puerta de su cuarto y se sienta en la cama oye el ruido. La tormenta ya ha empezado. Cierra los ojos y se tumba sobre el edredón. En las paredes hay un corcho lleno de fotografías. Y hay muchos “para siempre” traicionados y olvidados que Daniel sólo mira cuando quiere acordarse de los buenos momentos. Porque esos recuerdos está prohibido envenenarles.