"Navidad o Como Quieras Llamarle"

Dec 23, 2008 12:04


Un pequeño relato, con ocasión navideña.

En Español. Totalmente original: personajes míos, con referencias a la vida cotidiana de Buenos Aires.

Espero que lo disfruten.
¡Feliz Navidad!


Salió a almorzar.

Era un infierno.

Detestaba las muchedumbres. Era difícil evitarlas cuando uno trabaja en un shopping mall. No obstante, había fechas en las que podía ir al patio de comidas, sentarse y convencerse de que no le fastidiaba tanto el ruido.

Pero eso no era posible en época navideña. Incentivada por un punzante marketing, la gente deambulaba por aquellos corredores, con varias bolsas en mano, buscando rebajas en precios desorbitantes. A su vez, los niños hacían fila para poder sentarse en el regazo de un hombre disfrazado con pieles invernales y pedirle los más pútridos regalos, fuentes de un deseo capitalista y la ambición desmedida del tener.

¿Nadie advertía lo absurdo de un Papá Noel con pieles invernales cuando la sensación térmica (fuera del mall, por supuesto) se aproximaba a los 40ºC y la humedad era del 90%?

Por supuesto, todos detectaban lo incoherente del plan, pero se dejaban llevar por el sentimiento navideño de ilusión infantil. No dudaba que algunos de aquellos adultos, que aguardaban pacientemente por sus niños, hubieran escrito también su propia versión de carta a Papá Noel.

Éxito. Dinero. Fama.

Años antes, había acudido a las misas navideñas, buscando un sentido a semejante locura. El nacimiento del niño Jesús, por supuesto. Pero aún allí, en el santuario de la fe, sentada en uno de los últimos bancos, había sentido aquel vacío, aquella ausencia de sentido. Las personas que se reunían allí lo hacían por hábito y no por un auténtico llamado o pasión: recitaban los mismos versos, cantaban tímidamente las mismas canciones y escuchaban con reverencia el sermón del sacerdote. Pero una vez que salían de aquella burbuja de perfección, olvidaban todo lo ocurrido e iban contra aquello que habían prometido respetar.

Se había animado, incluso, en una navidad cuestionar a sus amigos. Les había preguntado qué sentido tenía para ellos la navidad. Uno de ellos se había encogido de hombros y había dicho que tan sólo seguía la costumbre. Otro había dicho que era una buena ocasión para encontrarse con familiares, que de otra forma nunca verías. Sin embargo, una de sus mejores amigas la miró a los ojos y le dijo que toda la importancia residía en el encuentro, en el reunirse, en el compartir.

Entonces le preguntó qué sentido tenían los regalos. Allí los tres se encogieron de hombros y le contestaron que era una muestra de afecto, y además, conservar un mito.

No le había bastado.

Había decidido pasar aquella navidad sola. No tenía familiares a los que invitar, de todas formas, y no los hubiera invitado de haberlos tenido. Había cocinado su comida favorita, había colocado música tranquila de fondo y había comido como cualquier otro día cotidiano. Su departamento no estaba decorado ni con árboles ni con guirnaldas. Simplemente minimalista. No creía en la tradición celta ni en la alemana. No le interesaba si Papá Noel provenía de Finlandia o de Marte. Detestaba profundamente la navidad.

Luego de cenar, se había acostado en la cama, con su notebook, y se había predispuesto a jugar a Spore. La evolución de aquella pequeña célula a una sociedad conquistadora no era sino el mero reflejo del inicio y el destino de la humanidad: la destrucción. Detrás de toda aquella fachada, ella tenía la capacidad de eliminar el programa de su disco duro y su criatura evolucionada, Monsqueir, pasaría al olvido.

Entonces, sonó el teléfono. La asustó, en verdad lo hizo, porque nadie solía llamar a su casa, salvo los comerciantes telefónicos vendiendo productos de ningún interés ni utilidad. Pero en Nochebuena tales cosas no se daban. Atendió y la sorprendió la voz de su amiga.

-          ¿Por qué no has venido aún? ¡Te hemos estado esperando!

-          Les avisé que no iba a ir.

-          Pensamos que lo decías en broma. ¿Qué podrías tener que hacer en Navidad?

-          Nada, pero prefiero esta vez pasarlo… en solitario.

-          ¿Pero qué clase de Navidad es esa?

-          La mía.

Colgó el teléfono y se acostó nuevamente en la cama, pero ya no pudo concentrarse en el Spore.

¿Qué clase de Navidad era la de ellos, de todos modos? Tirar fuegos artificiales, comer garapiñadas, recordar anécdotas ya recordadas en anteriores ocasiones… ¿intercambiar regalos?

No entendía dónde estaba la gracia de aquello.

Decidió chequear su bandeja de entrada de e-mails. Allí, ex-compañeros, amigos, desconocidos, habían mandado tarjetas electrónicas, deseando una “Merry Christmas and a Happy New Year” o presentaciones en PowerPoint, destacando la importancia de la familia, los amigos, en estas fechas, y qué hermosa es la vida.

Apagó la notebook con hastío.

Esta vez deshizo su cama y se arropó entre las sábanas, dispuesta a dormirse. Mañana sería otro día. No tenía que trabajar. Nadie se movía en Navidad.

Argh.

Pero no logró dormirse. Permaneció minutos, horas, contemplando el techo, escuchando la música que provenía de la sala de estar, hasta que finalmente se escucharon las exclamaciones de sus vecinos, abrazándose y brindando. El cielo retumbaba y resplandecía con fuego.  Rojo y verde.

Todo aquello artificial, simulado, actuado, planificado.

Y sin embargo, la gente era feliz.

Tocaron a su puerta. Inquieta, pues uno nunca sabe cuándo la inseguridad atacará, abrió la puerta. Allí estaba la anciana del departamento de al lado, ofreciéndole una rodaja de pan dulce y deseándole una feliz navidad. Pasmada, se lo agradeció, pero la mujer se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

Aquello casi la petrificó. Rara vez permitía que la gente se acercara a ella, desconocida o conocida. La vecina le sonrió y se volteó en dirección a su apartamento, seguramente con la intención de agarrar más pan dulce y repartirlo por el edificio.

Entonces, cuando aún no había logrado salir de su estupor y cerrar la puerta, la puerta del  ascensor se abrió y salieron sus amigos, con sombreros iguales a los de Papá Noel y mucho cotillón en sus manos, haciendo un escándalo.

-          ¡Feliz Navidad!

Y la abrazaron.

-          ¿Creías que te íbamos a dejar aquí sola, gruñona?

-          ¡Sorpresa!

-          No te preocupes, nosotros trajimos la sidra.

Ingresaron a su apartamento y empezaron a acomodar las cosas. Aún no había emitido palabra cuando su amiga, aquella que había dejado hablando sola en el teléfono, le tendió un paquete.

-          Feliz Navidad. O como quieras llamarle.

Tomó el regalo y rompió el papel que lo envolvía. Dentro, había otra caja envuelta. La deshizo, para encontrar otra caja. Así, sucesivamente, unas cuatro veces, hasta llegar a una caja absolutamente vacía. Boquiabierta, miró a su amiga en busca de respuestas. Ella reía.

-          Sé que no te gustan los regalos. De todas formas, lo es. - Se sentó a su lado y la abrazó. Luego le dijo: - La Navidad tiene el sentido cuando tú se lo das. De otra manera, es tan solo un día más.

-          La idea la sacaste del nuevo slogan de Canal Trece, ¿cierto? - Preguntó, curioso, otro de sus amigos. - “Si lo podemos soñar, lo podemos ver”

Rieron, aunque no por mucho tiempo. Todos la observaban, esperando una reacción.

-          Esto… fue espontáneo, ¿no?

-          Claro. - Sonrieron, luego se dispersaron.

-          ¡Oigan, desde aquí los fuegos artificiales se ven mucho mejor que en la casa de Martín!

-          De ahora en más, pasaremos las navidades en tu casa, Daph. - Bromeó su amiga, abrazándola de nuevo.

-          Gracias. - Le dijo, entonces, emocionada. - Lo siento, no tengo nada para darte.

-          Que nos hayas recibido ya es suficiente.

A veces, la respuesta es tan sencilla, tan espontánea, tan nuestra, que nos cuesta encontrarla. Pero existe. Sólo hay que buscarla.

O estar dispuesto a encontrarla.

drabble, navidad

Previous post Next post
Up