Título: Marcas en la pared
Personajes: Sean y Penelope
Palabras: 2.642
Sumario: La pared entre el sofá y la puerta de la cocina tiene siete marcas, una por cada mes desde que Penelope supo que estaba embarazada.
La pared entre el sofá y la puerta de la cocina tiene siete marcas, una por cada mes desde que Penelope supo que estaba embarazada. Junto a cada una hay una cifra que indica los centímetros de circunferencia de la tripa de la chica, que Sean le medía cada tres o cuatro semanas con una cinta métrica. La técnica es fácil. Al atardecer, o con la luz de la lámpara de pie, la barriga de Pe se proyectaba claramente sobre la pared. Así, era sencillo realizar una marca justo donde terminaba la tripa.
Primera marca en la pared. Casi tres meses.
El día que el médico confirma el embarazo de Penelope llueve en Chicago. La chica lo recuerda perfectamente porque, de camino a casa, queda completamente empapada. Pero le da igual. Durante todo el trayecto camina con la mano en el bolsillo, sujetando la ecografía, como si fuese un gran tesoro que no quiere perder. Y lo es.
Sean llega a casa a la hora de siempre, después de pasar el día trabajando en el servicio informático de una multinacional. Está contento con el curro, le gusta. Y cuando aparece en su piso de una habitación, en un barrio antiguo de la ciudad, sonríe mucho. De esa forma que a Penelope le encanta porque sabe que es sólo para ella.
Cenan pizza y beben cerveza porque es viernes y juegan los Lakers. Y mientras Sean observa atento la pantalla de la televisión, Penelope observa atenta a Sean, buscando el momento oportuno para contárselo. Los Lakers pierden y el chico se enfada con el equipo. ¿Ahora es buen momento? Ella no puede esperar más.
Le tiende la ecografía sin perder detalle de la reacción de Sean, expectante, atenta a cada gesto. En la imagen se distingue claramente la forma de un bebé de tres meses, su bebé, el de ellos. Penelope se ha asegurado de que esté todo bien, de que apenas haya riesgos, de que no sea como la otra vez, antes de darle la noticia a Sean. Lleva un par de semanas escondiéndoselo, desde que se hizo el test de embarazo en el baño de casa con prisa, minutos antes de que su chico llegase. El miedo a otro aborto pudo más que la alegría de estar nuevamente embarazada y no tuvo que fingir ante Sean estar entusiasmada. Ahora sí lo está, muchísimo, pero intenta disimular hasta saber qué opina él, tomarse las cosas con calma.
-Me la han hecho antes. Mira. -Y Penelope señala hacia el feto con un dedo, fácilmente reconocible. Un bebé con su cabeza, sus dos piernas y sus dos brazos. Observa a Sean, a sus ojos que de repente chispean, y a la sonrisa que comienza a dibujar, y se miran.
-¿Va en serio? ¿Estás embarazada? -Pregunta con recelo. Aunque, a la vez, el entusiasmo de Sean es tan evidente que enseguida se están riendo los dos, como si les hubiesen contado el mejor chiste de la historia, el más gracioso.- ¿De cuánto? ¿Cuándo te has enterado? Joder, payasa...
-Me han dicho esta tarde que estoy de tres meses, y que está todo perfecto, que no me preocupe por nada. Que el riesgo es mínimo. -Y esto último lo matiza bien, para dejárselo claro a Sean, para que respire aliviado y disfrute de la noticia.- Que estoy embarazadísima, capullo.
Y en cuanto termina de hablar, casi se lanza encima del chico, sentándose sobre él a horcajadas y rodeándole el cuello con los dos brazos.
-¿Te has fijado? Tiene tus ojos.
-Y tus manos.
La primera marca en la pared la hacen esa noche. Penelope se coloca de costado y Sean dibuja la línea, aunque la tripa de la chica sea inexistente. Con letra clara, Sean escribe tres meses y la fecha, y a su lado ella añade dos puntos y un corchete, la cara sonriente de él.
:]
Segunda marca en la pared. Cuatro meses.
-Va a ser Sky. Es Sky y lo sabes. -Penelope se quita rápidamente el abrigo sin poder contener su entusiasmo, y con la misma prisa se deshace también del jersey. Comienza a hacer frío en Chicago y la chica lleva mil capas de ropa, pero en un santiamén se queda tan sólo en camiseta interior en medio de la zona de la sala. Sean, que ni siquiera se ha terminado de desabrochar los botones de su abrigo, la mira alzando las cejas. Todavía no le ha dado tiempo a reaccionar a lo del nombre y Penelope ya se está desnudando. Se siente como si acabase de llegar Papa Noel. No, mejor.
-¿Vamos a celebrarlo? -Y con un toque de cabeza Sean la señala, con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada que deja bien claras sus intenciones. Ni siquiera le hace falta insinuar nada, Penelope lo capta al vuelo y se echa a reír. Aunque en vez de caminar al encuentro de Sean, lo hace en sentido contrario, hacia su pared, hacia la pared de Sky.
Porque hace menos de una hora les han confirmado que el bicho que tiene la chica en la barriga, ese que está creciendo sano y fuerte, va a ser una niña. Va a ser Sky. Y ni siquiera han tenido que discutir el nombre, no han preguntando a la familia y los amigos, no han apuntado las posibilidades en una lista o han hecho un sorteo. Coincidieron hace años en el mismo nombre, la primera vez que hablaron sobre ello, sobre bebés, sobre hijos. Y aquí están ahora.
Penelope se sube la camiseta y deja al aire su tripa, que apenas se nota todavía. Lo poco que ha engordado lo disimula bien, y podría pasar por esos kilos de más que a veces se ganan. Pero ella está deseando lucir barriga. Por eso, echa la cadera hacia delante y curva la espalda, exagerando el gesto mientras se ríe y mira a su chico. Le brillan los ojos de lo contento que está, y a Penelope le encanta.
-Venga, márcame.
-Pero ponte bien, no hagas trampa, anda.
Despacio y con buena letra, el chico escribe los cuatro meses, la medida de la tripa de Penelope, y justo al lado un “¡Hola Sky!” junto a la ecografía del bebé.
Tercera marca. Cinco meses.
-Que vale. Que sí, Penelope. Lo que tú digas.
-Que no me hables así, como si fuese gilipollas.
-¡Si es que todo lo dices tú! Joder.
-¡No me grites!
-¡No me grites tú a mí!
-Eres un mam...
Penelope interrumpe su insulto de repente y abre mucho los ojos. Seguramente se ha puesto hasta pálida. Durante unos segundos permanece con la mano en la tripa y mira a Sean.
-¿Qué pasa? Penelope, ¿qué pasa?
El chico se acerca rápidamente hacia ella, pero en esos segundos comprueba que ésta comienza a sonreír y le hace una seña para que continúe acercándose.
-Me acaba de dar una patada. Ven, pon la mano. ¡Otra! Ponla, Sean, corre.
De repente ni siquiera recuerdan por qué estaban discutiendo. Algo sobre la cuna de Sky que ahora mismo no tiene la más mínima importancia. Penelope nota la mano de su chico sobre la tripa, y le mira fascinada, sin poder dejar de sonreír. Ninguno de los dos puede.
Cuarta marca. Seis meses.
-Creo que la pobre se está quedando sopa... -Penelope se echa a reír al terminar de hablar y mira hacia Sean, que está con la cabeza pegada a su barriga. Con seis meses, la tripa ya destaca considerablemente en el cuerpo de la chica, para orgullo de ambos padres. Ahora, la nueva actividad favorita de Sean es hablar a Sky para que reconozca su voz. Y en ésas está ahora mismo, contándole al bebé sus aventuras como informático.
-Estas cosas le interesan. ¿Qué vas a saber tú? No nos interrumpas.
Ambos se ríen y Sean continúa tumbado junto a Penelope, en la cama, hablándole a la barriga con la mayor seriedad del mundo, como si realmente tuviese a Sky justo ahí escuchando. Ni siquiera se separan para dormir. Las manos de Sean cubren la tripa de Penelope y ambos duermen abrazados. Sky duerme entre sus papás.
Junto a la marca de ese mes, junto a la fecha y los centímetros de circunferencia de la prominente barriga, hay además dos fotografías polaroid. Una de la tripa de Pe y otra de la de Sean.
Quinta marca. Siete meses.
-¡Sean, no mires! ¡Cierra! -Penelope grita desde la bañera, mientras intenta taparse con la toalla para que su chico no la vea desnuda. Pero éste permanece en la puerta con una sonrisa.- ¡Que te lo digo en serio! -Y esta vez suena enfadada de verdad y él lo nota, así que hace caso y cierra la puerta.
Al instante ella se asegura de que realmente está cerrada, y pasa el pestillo, por si acaso Sean cambia de idea y vuelve a entrar. En los últimos días se ha dado cuenta de lo grande que se está poniendo, de todos los cambios de su cuerpo, y no se gusta. Y probablemente tampoco guste al chico. No le guste, no le atraiga, no le ponga. Prefiere evitarle la situación incómoda.
-Pe, venga, abre.
-No quiero, vete.
-Payasa... déjame entrar, por favor. Que te estoy escuchando llorar...
Penelope tarda unos segundos, pero acaba accediendo y quita el pestillo de la puerta. Vuelve sobre sus pasos y, en albornoz, se sienta en el borde de la pequeña bañera. Y se pasa una mano por los ojos, quitándose las lágrimas que le han delatado ante Sean.
-Te estaba haciendo un favor, ¿me has visto? Tengo una barriga tan grande que ya no me veo los pies. Estoy feísima.
-¿Pero qué dices? Me parece que eres tú la que no se ha visto bien... Ven aquí, anda.
Sean la coge del brazo con cuidado y la ayuda a levantarse hasta colocarla frente al espejo del lavabo. El chico se posiciona justo detrás y sonríe al reflejo de Penelope, mientras la rodea con los dos brazos y posa las manos sobre la tripa de ésta, por encima del albornoz, acomodándose sobre ella.
-No sé si te has fijado, pero últimamente tus ojos están más verdes, y más grandes. Mucho más impresionantes que nunca. Fíjate bien, venga. -Ambos se miran a través del espejo y permanecen unos segundos en silencio. Sean se asegura de que la chica realmente se observa.
-Ya, pero...
-¿Y te has visto los labios? -Le interrumpe adrede y vuelve a sonreírla, mientras lleva la mano a la boca de la chica. Con el pulgar y el índice le aprieta los labios, como un patito.- "Sean, bésame, bésame". -Y precisamente porque su imitación de Penelope es malísima, ambos se ríen, incluso ella. Sobre todo ella.
-Esa no es mi voz.
-Lo importante aquí son tus labios, que me llaman, payasa, me llaman para que te bese todo el puto día. En serio, son como un imán.
Penelope ya sonríe abiertamente, porque sólo Sean es capaz de conseguir ponerla de buen humor en tan pocos segundos. Si fuese un superhéroe, ese sería su poder.
-¿Y qué me dices de esto? -El chico continúa hablando y mirando a Penelope a través del espejo, mientras le desata el albornoz.- No me puedes decir que no te gustan, Pe. -Con la mayor naturalidad del mundo, Sean le acaricia un pecho primero y después el otro, y a la chica se le salta la risa. Es lo único que le gusta un poquito de todos esos cambios y aun así no se siente cómoda del todo.
-Y tu barriga, joder, tu barriga es lo mejor. -Sean baja las dos manos a la tripa ya gigante de Penelope y se la toca con ellas extendidas, despacio, como si no quisiese molestar a quien vive dentro. Probablemente Sky ya reconozca a su padre sólo por eso, por el contacto.- A mí me sigues poniendo loco, payasa.
Penelope le responde con una sonrisa, porque Sean consigue que se lo crea, que se vea guapa; con un beso, porque el chico se lo merece, y con lo que minutos más tarde se convertirá en un polvo en la cama, porque él sí que la vuelve loca. Está loquita por sus huesos.
La marca en la pared, la quinta, la dibujan un rato después, cuando ambos caminan por allí desnudos, riéndose sin saber muy bien de qué. Los centímetros de la tripa, la fecha y una S rodeada de un corazón que hace Penelope. Por Sean y por Sky.
Sexta marca. Ocho meses.
Sean ayuda a Penelope a quitarse el abrigo, y después la acompaña hasta el sofá, para que se siente un rato y descanse. Se han pasado cinco horas en el hospital y acaban de volver a casa con la palabra primerizos escrita en la frente. Una falsa alarma, les ha dicho una enfermera. Les ocurre a todos, ha añadido otra. Tu puta madre, ha pensado Sean.
El susto se lo han llevado igual. E incluso el pequeño subidón al pensar que Sky ya llegaba. Es sábado, han comido tranquilamente y han alargado la sobremesa un buen rato, en el que se han dedicado a hablar de mil cosas y de nada importante, y a reírse mucho. Hasta que Penelope ha notado las primeras contracciones y han comenzado los nervios. Sean ha intentado recordar las instrucciones de las clases de preparación al parto. Contar los segundos entre una contracción y otra, o algo así. Pero ninguno de los dos se ha aclarado, y cuando Penelope ha comenzado a gritar de forma continuada, el chico ha cogido la bolsa que tienen preparada junto a la puerta y se han ido al hospital.
Para, efectivamente, volver unas horas después, tras asegurarse de que tan solo eran contracciones y que tendrían que esperar unas semanas más para ver la carita a Sky.
Esa noche Penelope se coloca junto a la pared algo enfurruñada. Sean escribe de forma rápida los centímetros y la fecha, y la chica añade entre grandes exclamaciones "¡¡Un mes!!".
Séptima marca. Nueve meses.
-Ahora no quiero, Sean, otro día.
-Venga, si sólo va a ser un momento.
La chica se termina de incorporar con la ayuda de él, a regañadientes, y se coloca junto a la pared. Sean enseguida le mide la barriga, inmensa, y con una gran sonrisa apunta los centímetros en la pared. Es la última marca. “¡Ven ya!”, escribe entre la fecha y la medida.
Penelope lleva un par de semanas bastante gruñona, quejándose por todo, cansada las veinticuatro horas y llorando al darse cuenta de su actitud. Sean tiene una paciencia grandísima, y ella se lo agradece siempre que puede, de eso no se olvida. Aunque a veces le cueste salir de su montaña rusa de emociones.
-¿Me ayudas a ponerme el pijama? -Y aunque parece una pregunta de lo más normal, enseguida Penelope comienza a llorar.- Jobar, si es que ya no puedo ni ponerme el pijama sola y encima te tengo que molestar. Y tengo hambre.
El chico se lo toma con humor. Le sonríe (no excesivamente, para que no crea que se ríe de ella) e intenta ayudarla en todo lo que puede. Primero una cosa, después otra, con tranquilidad.
-¿Tú sabes lo que me mola ponerte el pijama? Eso me lo pido yo para siempre, así que no te creas que me molesta...
-Eres tan bueno, Sean. -Y según termina de hablar, Penelope dibuja un puchero y vuelve a llorar al darse cuenta de la suerte que tiene. A veces piensa que las hormonas han terminado de volverla loca del todo.
-Y además estoy bueno. -Sean se ríe de su propia broma, intentando que su chica se contagie.
-Tampoco te flipes. -Logra decir parando de llorar durante un segundo, aunque se le escapa una sonrisa.
La última marca en la pared la hacen a principios de marzo, exactamente tres días antes de que nazca Sky. Aún no lo saben, claro, simplemente la esperan.