Título: Clara.
Reto: 16. Fantasía y realidad.
Número de palabras: 630
Notas de la autora: Necesitaba escribir esto. No sé cómo me habrá salido debido al estado en el que me siento, pero era esto o explotar, así que...La cita del final es del nuevo CD de LODVG, btw =).
“Dicen que el tiempo cura las heridas, no estoy de acuerdo, las heridas perduran. Con el tiempo la mente, para proteger su cordura, las cubre con cicatrices y el dolor se atenúa, pero nunca desaparecen”.
Rose Kennedy.
Se había tumbado en la cama a media tarde y se había quedado dormida sin darse cuenta. La llamada entrante de Blanca la despertó a las diez, como cada sábado desde hacía ya meses. Preguntó, aún con algo de esperanza, si quería ir con ellos a la discoteca, a cenar, a tomarse algo más tarde aunque fuera. Clara se incorporó en la cama, y el nudo en el estómago le impidió respirar por un segundo. Negó lentamente con la cabeza, como si su amiga pudiera verla. No me apetece, musitó, otro día, ¿vale? Blanca apretó los labios en una fina línea, presa de la impotencia. Blanca sabía que no, que no habría otro día, porque los días se habían acabado hacía meses para Clara. Pero, aunque hacía tiempo que había desistido en su empeño, la volvería a llamar a la semana siguiente, deseando en su fuero interno que algún día Clara diría sí, salgamos.
Clara se quedó un rato tumbada, mirando sin ver el techo de su habitación. Sus padres hablaban en el salón, y oía de fondo el ruido del televisor, pero ella no escuchaba nada. El mundo estaba en silencio, apagado. Algo en su interior la llamaba, le decía que saliera, que hiciera algo más salvo ahogarse en ese cuarto oscuro en que se había convertido su alma. Pero Clara había aprendido a no escucharse, a ahogar su corazón. Se dio la vuelta y contempló, en la mesita de noche, una foto en la que salía él, comprándole un cucurucho de vainilla en una heladería de la ciudad. Ella esperaba detrás, riendo animadamente, mirándolo con cariño.
Sonrió sin darse cuenta. Él, su mejor amigo, su gran confidente, su alma gemela. Se querían como hermanos, y de hecho se sentían así. Habían pasado toda la vida juntos, desde que eran sólo unos críos, y jamás se separaron. Se lo contaban todo, y hasta parecían una misma persona, pues no veías a uno sin el otro.
Pero eran distintos. Dos personas, dos mentes, dos corazones diferentes. Y el de él se tiñó de dolor, de tristeza y de sufrimiento sin que nadie lo pudiera prever. Ella sólo pudo ver cómo él caía en un pozo sin fondo, sin salida, sin luz. Ni su mano, ni sus palabras de ánimo, ni su amor, lo podía alcanzar. Ella se sobrepuso al coraje, a la impotencia de verlo decaer, y puso todo su empeño en rescatarlo. Pero él no se dejó ayudar. Déjame, murmuraba, yo no pertenezco aquí, pero tú sí. No te dejes contaminar por mí. Y poco después, él se apagó para siempre.
Con las lágrimas anegando sus ojos, Clara se levantó de la cama y abrió el armario, decidida. Se puso su blusa a cuadros favorita, la falda vaquera que le llegaba un poco más arriba de las rodillas, y los zapatos de punta redonda de color rojo chillón, alegre. Se puso rimel y se dibujó la raya de los ojos, intentando crear así una especie de muro invisible que le impidiera llorar. Al mirarse en el espejo, el cristal le devolvió la imagen de una joven llena de vida, pero que en su interior sufría de un dolor tan fuerte que un día acabaría con ella. Clara se negó a aceptar ese destino tan triste.
No, le dijo al corazón triste. No, gritó al espejo que la miraba con pena. Él ya no está, pero yo sí. Yo sí pertenezco aquí. Y sonrió. Sonrió de verdad. Le sonrió a él y a ella, sonrió por la vida que tenía por delante, por la vitalidad que poseía y por las fuerzas que pondría en avanzar y en levantarse cuando se cayera. Sonrió porque la vida merece la pena ser vivida.
Porque la vida es tan bella como tú la quieras ver.