Título: Acerca del color rojo
Fandom: Kingdom Hearts
Pareja: Isa/Lea
Summary: Es mentira que cuando vas a morir ves tu vida pasar frente a tus ojos.
Notas: HIKARU WHY. No en serio, no tengo excusa para esto.
Sabes que es sangre lo que cae por tu rostro pero la adrenalina se mueve por tus venas con demasiada fuerzas y la necesidad de sobrevivir no te da tiempo en pensar en la cadena de hechos que los han llevado hasta este momento. Sabes que estás sangrando porque sientes un pitido en tu oído y vez todo en tonalidades distintas, reconoces los síntomas y tu mente --oh como es el cerebro humano-- te lleva a una clase de biología especialmente aburrida en la que Lea se había quedado dormido sobre tu hombro, recuerdas que hablaban de sangre y glóbulos rojos. Tú que jamás te distraías no habías podido evitar pensar en el color rojo, el mismo de las puestas de sol que tanto le gustaban y la misma tonalidad de su cabello. Ahora, con la ciudad en ruinas y la oscuridad pisándote los talones pasas una mano por tu frente para verla cubierta de tu propia sangre. Es extraño como tu primer pensamiento es un destello carmín en un día de verano, te ríes y la risa te suena hueca, te ríes porque vas a morir y sigues pensando en él, te ríes porque estás sangrando y en vez de evaluar la gravedad de tus heridas piensas en que la sangre es roja como su cabello--pero él jamás debería de ser asociado con sangre, él debería ser puestas de sol y tardes de verano por siempre.
Por siempre, piensas, y dejas de reírte. Quizás no es tan extraño.
Te diste cuenta que estabas sangrando por la mirada en el rostro de Lea cuando le dijiste que se fuera. Era terror lo que viste en sus ojos, pánico lo que inundaba tu corazón con demoledora fuerza. Le rogaste que se fuera con voz demandante, sabiendo que jamás te escucharía, el muy imbécil incapaz de dejarte atrás. Pero si querían sobrevivir--si existía alguna forma, la más mínima posibilidad. "¡Maldita sea, Lea! Ándate, ándate, ándate!" es lo último que le dijiste, el ardor en el rostro por las marcas de garras, garras de esas cosas sin rostro ni color. Lo último que le dijiste fue que corriera, el pánico en tu voz y si tu, Isa, el racional, el frío, el que era pura cabeza y el corazón después, estaba desesperado ¿que quedaba para el mundo ahora?
Corres, corres, corres pero no huyes, jamás huyes. Doblas la esquina de la que fuera tu casa buscando algo, lo que sea. Una salida, un escape, un arma, cualquier cosa. No te detienes pero tu cabeza, tu mente que nunca te había fallado hace las paradas por ti. Dicen que cuando vas a morir ves toda tu vida pasar frente a tus ojos, como una película. Idioteces, pensaste esa vez, idioteces, aún piensas. Porque con la ciudad cayéndose a pedazos y el corazón en la garganta no es tu vida lo que se rebobina en tu subconsciente, no hay recuerdos de infancia, no hasta los siete años--la realización te golpea en medio de la avenida principal de Radiant Garden, de pie frente al fin del mundo con todo lo que conocías desmoronándose frente a ti.
No había vida antes de él.
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Tienes siete años y quieres un perro, no hay nada que quieras más en el mundo que un perro. Tienes siete años y la vida no es justa porque a tus padres no les gustan los animales y no van a dejarte tener uno, son una molestia, solo traen problemas, son sucios dicen. Pero tu piensas que con un perro te sentirías menos solo. Les dices que un conejito entonces, ocupan menos espacio y tu te encargarías de él, pero la respuesta es la misma.
Es tu primer día de colegio y no tienes ni un perro ni un conejito, pero tienes padres con trabajos importantes y altos cargos. Eres lo suficientemente racional para no creer que te odian, son gente seria, eso es todo. Así que te sientas en el último puesto al rincón y piensas que quizás si eres un buen estudiante y tienes las mejores nota te dejen tener uno de los dos. Todos creen que estás de mal humor o simplemente eres así de gruñón, la verdad es que estás triste pero no tienen que saberlo, ni siquiera tu tienes que saberlo. Los profesores se debaten entre felicitarte por tu diligencia o regañarte por tu incapacidad de integrarte.
Tienes siete años y a pesar de todo tu vida es tranquila hasta que un relámpago verde y rojo llega y te pregunta "¿Qué haces?" Insiste, "Mi nombre es Lea, ¿te lo memorizaste?" cuando lo fulminas con la mirada. Se ríe y se sienta al lado tuyo, no importa que tan mordaz sea tu lengua de infante, ni cuan mucho lo ignores. Se sigue sentando a tu lado todos los días, la profesora te encarga que le ayudes con la tarea y no tienes más opción que escucharlo hablar de todo lo que quiere hacer, toda la gente que quiere conocer. Niño tonto, mil veces tonto.
Cuando se entera que quieres un perro dibuja uno en la primera página del cuaderno de tu materia favorita, te ríes porque parece todo menos un perro y cuando te escucha reír su sonrisa se ensancha. No importa, dice, ahora tienes un perro. Efectivamente te sientes menos solo.
Y aunque le dices que es un tonto, el día que dejas de usar el cuaderno guardas el dibujo con tanto cuidado como si se tratara de tu mayor tesoro.
(Tal vez lo era)
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Tienes doce años y odias profundamente la clase de educación física. Cumples con lo estrictamente necesario para no bajar tus notas--oh vaya que sería injusto si tus calificaciones bajaran por no querer correr como idiota detrás de una pelota. La ropa se ensucia y cada día le encuentras menos sentido a la fascinación que tienen los de tu edad por los deportes. Lea es un caso aparte, se mueve de un lado a otro con una agilidad sorprendente para alguien que no sepa de su hiperactividad y nula capacidad de atención. Es el primero en anotarse en competencias sin sentido que ni siquiera otorgan una gratificación decente fuera de las usuales medallas que tu amigo (mejor amigo, cuando sucedió eso) le gusta lucir. Aún peor, insiste en que lo importante es participar, que ahí está lo entretenido no importa si gana--aunque si gana eso sería genial.
"Si gano voy a dedicártelo a ti" te dice con una sonrisa mientras hace las elongaciones previas a la carrera. Atletismo, no estás sorprendido, en algo tiene que gastar toda esa energía. Es un día de verano y aún no te explicas qué te convenció de venir, pero ahí estás haciéndole compañía mientras espera el llamado a sus posición.
"Bien, tengo que irme ¿alguna palabra de aliento?"
"Más te vale ganar, si me hiciste venir hasta acá que sea por algo" Lea solo se ríe mientras la profesora hace el segundo llamado, te mira fijo y en silencio, como si estuviera pensando algo sumamente importante. Como si lo que le fuera a decir a continuación fuera algo con la suficiente relevancia como para cambiar el mundo.
"Gracias por venir, Isa" Y va donde la exasperada profesora, dejándote parado en medio del camarín con un inexplicable nudo en la garganta y la sensación más extraña que has experimentado en tu vida. La sensación de tener el pecho apretado se queda hasta que tomas asiento en la primera fila para verlo correr.
Cuando el silbato suena, Lea corre y--jamás lo habías visto tan concentrado, reconoces el reflejo de decisión en sus ojos, la misma mirada que pone cuando está hablando en serio o cuando está preocupado por algo. Reconoces la mirada en sus ojos y te das cuenta que realmente quieres que gane. Cuando toma velocidad sólo alcanzas a ver un mancha roja--certera, rápida como un relámpago, de la misma forma que llegó a tu vida, preciso y sin darte tiempo de pensar en que está pasando. Así es como va dejado atrás a los competidores, uno por uno, te preguntas si están tan desconcertados como tu cuando un día simplemente te dijo "eres mi mejor amigo" y de pronto era verano y el sol era gentil y todo estaba bien en un mundo que siempre te pareció inocuo.
Cuando Lea llega a la meta lo hace jadeando y riendo, alzando los brazos al cielo como si fuera el rey del mundo, como si el mundo mismo le perteneciera en ese instante. La idea de que realmente es así se queda en tu cabeza cuando le colocan la medalla en el cuello, y parece ridículamente opaca compara con su sonrisa, con sus ojos. En ese momento el mundo es suyo y aún así felicita a los demás participantes por la buena carrera. No puedes quitarle los ojos de encima y cuando sostiene la medalla entre sus manos alza la cabeza y sus ojos se encuentran. Entonces todo se detiene, en ese preciso segundo todo se congela y pareciera que es la vida misma. Lea levanta la medalla y te la señala, como si el mérito fuera tuyo, su sonrisa se ensancha y no ha dejado de mirarte cuando murmura --puedes leer sus labios--
Para ti.
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Tienes quince años y la adolescencia es difícil. Hace años que dejaste de insistir por un perro o un conejo, a cambio conseguiste un mejor amigo con el que conspiras formas cuestionablemente legales de infiltrarte a un castillo demasiado misterioso. Un mejor amigo que sueña con gravar su nombre en las estrellas y tu te vas a asegurar de enmarcarlo en la luna. Tienes quince años y nadie se mete contigo, te has ganado la fama que querías. Eres serio, centrado y a veces incluso intimidante, Lea es lo opuesto desde la gama de colores que usa para vestirse hasta la forma en que se lleva con las demás personas, claro que no pueden caerle bien a todo el mundo. Eso tu lo tienes claro mientras que él no le da demasiadas vueltas ¡Mientras me recuerden todo vale! tu solo suspiras, niegas con la cabeza y sigues con lo tuyo.
Es la edad de los conflictos y no tarda en hacerse notar. El mal presentimiento te ataca en un recreo especialmente tranquilo, ningún niño revoltoso ha aparecido para pasarte a llevar y aún más extraño, Lea no se ve por ningún lugar, ningún ataque sorpresa para robarte parte del almuerzo o colgarse de tu cuello. Sospechoso.
Debe ser alguna habilidad especial de mejores amigos, de la misma forma en la que Lea siempre sabe cuando algo te pasa y siempre sabe que has discutido con tus padres, porque simplemente aparece de la manera más oportuna en la ventana (ventana, es incapaz de usar la puerta) de tu habitación para invitarte a salir. En general tu no has necesitado mucho tu habilidad especial, siempre te encuentras al lado de Lea cada vez que algo ocurre. Generalmente si se meten en problemas es juntos y por eso mismo te sorprende tanto estar usando tu sexto sentido ahora ¿por qué habría de no decirte si iba a hacer alguna estupidez? Sueles respaldar sus estupideces con un plan sólido.
Resulta que tienen quince años y a veces la gente comenta cosas en los pasillos, un murmullo que llega a los oídos de Lea y hace que se acerca a preguntar con la más amigable de las sonrisas si es que escuchó bien y ¿Qué fue lo que dijiste de Isa? se transforma rápidamente en un puñetazo en la cara, el que obviamente se devuelve multiplicado por dos, tres. Un círculo de estudiantes curiosos rodeando a los contrincantes, Lea es ágil pero no sabe pelear, lo que le importa poco cuando está enojado--el sujeto en cuestión debe ser un año mayor y debe pesar el doble pero obviamentea Lea no piensa en esto antes de antes de actuar. Lea es puro corazón, pura acción.
Apartas a la gente ya teniendo claro lo que sucede, lo supiste en cuanto doblaste el pasillo y viste al montón de gente alentando entre vítores la pelea. Te abres camino y ves al idiota de tu mejor amigo en el suelo, el labio sangrando y un ojo morado pero poniéndose de pie el muy imbécil. Un solo grito LEA y la multitud se silencia de pronto. Tu que nunca haces las cosas precipitadamente, que como lema en la vida siempre vas con un plan antes, de pronto sientes la sangre hervir y sólo hay un pensamiento en tu mente: Ese imbécil tocó a Lea.
No te importa por qué, si tenía razón o que carajo, la escena es la siguiente: Lea oye tu voz y voltea inmediatamente--reconoces su mirada y la advertencia en esta pero ya es tarde y entraste al círculo, no sabes bien como sucede pero derribas al imbécil en cuestión con un solo puñetazo y Lea se levanta, incrédulo te mira sin entender lo que está sucediendo y luego--luego el muy idiota se empieza a reír
"¿Por qué nunca me dijiste que podías hacer algo así?"
Por un momento piensas en golpearlo a él también, por idiota, pero la sensación se desvanece cuando lo ves levantarse a duras penas y apoyar un mano en tu hombro.
"Lo siento"
El muy idiota se disculpa y tu niegas con la cabeza. La multitud observa la escena en silencio aún, no pasan más de cinco segundos hasta que un profesor escandalizado llega. No le das la necesidad de decírtelo, ayudas a Lea a apoyarse en ti y ambos caminan a detención juntos. Jamás llegas a enterarte por qué inició la pelea, pero prometen que si es que tienen que volver a pelear será juntos.
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Tienes dieciséis años y este es el fin del mundo. Alzas la cabeza y ni siquiera la luna está para ayudarte ahora, el cielo cubierto por la oscuridad. No importa, no importa, le has ganado tiempo y ese es tu único consuelo. Te han arrinconado en los escombros de lo que alguna vez fue tu antigua escuela, pero no importa si sirvió como distracción, si le creaste un escape y eso es lo último que pudiste hacer por él. Es irónico, las cosas que recuerdas mientras corres. A Lea le agradaría saber que estás recordando--y cuando las estructuras que alguna vez se alzaron imponentes sobre sus pequeñas siluetas se desmoronan una sobre otra, lo único que cruza por tu mente es que entre todo eso está la medalla de Lea, el dibujo del perro en la primera página del cuaderno y ahora es demasiado tarde para rescatarlos.
Sabes que no lo han alcanzado, simplemente lo sabes con una certeza firme, porque si a Lea le hubiese pasado algo, si Lea hubiese muerto antes que tu las cosas simplemente no tendrían sentido, simplemente no habrías seguido corriendo. Si Lea se hubiese ido se habría despedido, no como tu.
Por un segundo piensas en que te equivocaste, que jamás debieron haberse separado y que caer juntos era mejor que uno después de otro. Pero la idea de que continuara, de que se salva fue más fuerte y es que al final tu también eres un idiota. Tienes dieciséis años estás absolutamente enamorado y ahora él nunca lo sabrá. Jamás se lo dijiste, jamás se lo hiciste saber con algo como "moriría por ti" que es lo que estás haciendo, o "mataría por ti" que es lo que planeas hacer cuando tomas un fierro de entre lo que queda de un muro. Nunca se lo dijiste, no. Pero lo sentiste con tanta fuerza que ahora entiendes el poder del corazón y su trascendencia, jamás se lo dijiste pero hay cosas que no son necesarias decirlas, simplemente están ahí y no se puede hacer nada.
No vas a irte sin una pelea, mueves el fiero en el aire y piensas en una tarde de verano, la puesta de sol, el helado que tanto le gustaba y la forma en que sus labios quedaban manchados de azul sin que se diera cuenta, los ojos imposibles, verdes perdidos en el horizonte. El rojo deja de ser la sangre que cubre tu rostro, la carne viva en forma de X en el centro de tu cara, no, el rojo es fuego, el fuego es vida y la vida--la maldita, increíble, maravillosa vida es Lea al atardecer. Siempre lo fue.
Eso es lo último en lo que piensas: Rojo.