Título: Champaña (1/5)
Personajes: Castiel, Dean Winchester, Balthazar, Sam Winchester, Benny Lafitte, John Winchester, Bobby Singer
Fandom: Supernatural
Resumen: AU. Castiel, un joven que trabaja como mesero para ayudarse en el pago de los estudios, se ve involucrado de mala manera con un importante miembro de una peligrosa familia criminal.
Este fic esta inspirado por una ilustración del sitio de
brakes.
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El joven mesero tomó la bandeja llena de copas de champaña y la equilibró sobre sus dedos. Fue un movimiento grácil y sencillo, perfeccionado tras miles de repeticiones. Aunque un poco más lento de lo que acostumbraba, porque se sentía nervioso.
Castiel escuchó un carraspeo a su espalda. Michael Milligan, el dueño de la compañía de catering decidió supervisar personalmente el servicio en esta fiesta, y hasta ahora solo le había bastado la mirada para que se hicieran las cosas a su manera. El mesero murmuró una disculpa, y se apresuró a cumplir con su trabajo. Antes de que pudiera dirigirse a los invitados, su jefe lo detuvo en seco para ajustarle la corbata azul y el chaleco rojo, pasó revista desde el acicalado cabello castaño hasta los lustrosos zapatos. Asintió por fin y lo dejo continuar.
Ninguno de los dos quería estar ahí, y esa era la única razón de que no lo hubiera regañado en voz alta por su tardanza. El servicio para la fiesta de una notoria familia criminal era algo en que nadie buscaba involucrarse, pero a Michael le hicieron la famosa oferta que no se podía rechazar. Antes de acudir, reunió a todo el personal, y les dio una plática de pizarrón en la que les dejo muy clara la manera en que debían comportarse, incluyendo el no mirar a nadie demasiado fijamente y procurar mantener la calma pasara lo que pasara.
- Se le olvido explicarnos lo que hay que hacer en caso de que los invitados se pongan violentos tras unas copas. ¿Y si los federales entran de repente pegando de gritos? - preguntó después Balthazar, compañero y mejor amigo de Castiel -. Se requieren tácticas de respuesta distintas.
Hasta ahora no había sucedido ninguna de las dos cosas. Se trataba de la boda de un par de los miembros más veteranos del grupo, quienes ponían fin a su respectiva viudez. Robert Singer, prácticamente el gobernador de un gigantesco depósito de chatarra, y Hellen Harvelle, dueña de un bar conocido como “El Roadhouse”. Los rumores eran que ambos negocios servían para lavado de dinero y como refugio a los colegas en problemas. Es más, se decía que el flamante recién casado era la Mano Derecha del actual jefe, lo que explicaba que pudiera gritarle a cualquier otro con impunidad.
Castiel avanzó entre los invitados, procurando no buscar armas ocultas. Si las había, no eran las que acostumbraban. Se sabía de su preferencia por las escopetas desde que Samuel Campbell, quien fundó la banda allá por los sesentas, dirigió el implacable exterminio de sus rivales. La saña con la que acabaron hasta con el último les gano el apodo de “Cazadores”.
Para cuando el viejo Campbell murió, los Cazadores ya habían adquirido un par de armas muy peligrosas: poder y respeto. Ningún policía ni juez les haría frente, y fuera de la ciudad ni siquiera eran vistos como criminales y podían hacer negocios importantes con tranquilidad.
Quedaba una última copa en la bandeja, Castiel se acercó a la mesa donde los recién casados charlaban con un joven invitado.
- ¿Champaña? - murmuró el mesero.
El invitado volteó a mirarlo. Era un joven tan apuesto que Castiel se encontró preguntándose si alguien podría convencerlo de renunciar a la vida criminal y dedicarse al modelaje. Tan solo sus ojos verdes parecían joyas, y su sonrisa iluminaba el lugar. Justo acababa de tomar nota de sus pecas, cuando sintió un empujón en la espalda. El autor quedaría en el anonimato. La copa voló, pero no muy lejos, y todo el contenido cayó sobre el traje del invitado. La charola fue a dar al suelo con estrepito.
Castiel se congeló. Nuevo, seguro que era nuevo. Y costaba un dinero que jamás vería junto. La champaña empapó la tela negra del saco y penetró hasta la camisa roja. El mesero comenzó una disculpa, pero el invitado no lo dejo continuar al ponerse de pie y tomarlo del brazo con fuerza.
Oh, Dioses. Castiel medía un metro con ochenta, pero tenía que mirar hacia arriba para encontrar los ojos del otro hombre. Sus músculos no necesitaban marcarse, pero la champaña ayudaba con eso, pegándole la ropa al cuerpo.
- Dean, cálmate - dijo el señor Singer -. Fue un accidente.
¿Dean? ¿En serio? ¿Podría ser ESE Dean y no otro?
Esa mañana Castiel no debió salir de la cama, debió de haberse reportado enfermo. De algo peligrosísimo y contagioso. Primera vez que le sucedía un accidente semejante y le pasó con el hijo de John Winchester, el actual líder de los Cazadores. Le tenía que arruinar el traje precisamente a un príncipe de la mafia, en su propia casa, frente a todos sus amigos y parientes.
- No pasa nada, tío Bobby - Dean le dedicó la más falsa de las sonrisas -. Solo voy a discutir con mi nuevo amigo la cuenta de la tintorería.
Dean incrementó la fuerza de su agarré y arrastró a Castiel fuera del salón. El mesero echó un vistazo a sus alrededores. Parecía que pocas personas se habían dado cuenta del incidente, gracias a la música y el ruido de las conversaciones. La expresión alarmada de Balthazar pasó como un borrón, y estaba demasiado lejos para ayudarlo. Pero, ¿qué podía hacer?
El joven Winchester llevó a su presa hasta la cochera. Avanzaron entre varios autos clasicos, y de repente, Castiel sintió el impacto de su espalda contra uno de ellos. Iba a recibir una golpiza ahí mismo. ¿Se conformaría con romperle algo importante o le pegaría hasta matarlo? Seguramente no sería el primer cuerpo que tendrían que esconder y aquí había mucho sitio.
Dean lo aprisionó contra el enorme auto, y lo sujetó bruscamente del cuello. El pulgar áspero del joven cazador le acarició la línea de la mandíbula. Castiel se quedó muy quieto, aterrorizado, hasta que una mano en su trasero lo hizo exclamar de sorpresa.
- Veamos - dijo Dean, con una sonrisa torcida -. ¿Cómo vas a ayudarme a limpiar mi ropa? - suavemente, le hizo girar la cabeza para verlo bien desde otros ángulos -. ¡Que boca tan bonita!
Castiel casi responde que la suya también lo era. A pesar del miedo, y de que hasta ahora nunca le había interesado un hombre.
- Señor Winchester - dijo Castiel, con todo lo que pudo reunir de voz -. De verdad, siento haberle arruinado -
- No - lo interrumpió el cazador -. El señor Winchester es mi padre. Yo soy Dean ¿entendido?
El joven mesero asintió, porque no le quedaba de otra.
- Me encantaría ver como limpias mi saco con la lengua, pero tengo una mejor idea.
Dean solo tuvo que ejercer un poco de presión para obligar a Castiel a abrir la boca y la tomó por asalto sin más. El cazador buscó, mordió, y chupó con avidez, mientras su presa estaba demasiado abrumada para responder, pero tenía demasiado miedo de empujarlo.
Nunca entendió como, para cuando se dio cuenta, Castiel estaba en el interior del auto, acostado en el asiento trasero, con Dean sobre él. Se echó a temblar, nervioso.
- Tranquilo, bonito - le susurró el joven cazador, mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja -. Relajate.
“Oh, cielos, huele bien”, pensó Castiel. Colonia cara, cuero, pay de manzana.
Los labios de Dean siguieron un camino bajando por su cuello, mientras sus manos le desbrocharon el chaleco y la camisa. La corbata se perdió por ahí.
- ¡Aja! - dijo Dean agradablemente sorprendido al retirar la tela y encontrar un suave y tentador hombro blanco. Lo salpicó de besos, antes de darle una amorosa mordida.
Castiel gimió. Esto iba demasiado rápido. Ya no temía por su vida, pero esto no le parecia precisamente buena idea. Aunque no podía pensar en como detenerlo, ni lo que pasaría si lo hacía.
Dean le acarició los muslos por encima del pantalón, dejando un rastro de fuego, como si la tela no existiera. Le sujeto las rodillas y lo guió para que le rodeara la cintura con las piernas. Castiel pensó que nadie que los viera podría pensar que lo estaba forzando. Él mismo ya no estaba tan seguro.
Comenzaron a moverse uno contra el otro. Dean le revolvía el cabello mientras lo besaba, y Castiel, por su parte, correspondió tímidamente.
El cazador se incorporó un poco para mirar a su presa. Lo que vio le gustó tanto que se relamió. A Castiel el gesto lo hizo ruborizarse con violencia. Sintió el calor en sus mejillas con tanta claridad como los dedos de Dean desabrochándole el pantalón.
De la nada, se escuchó una guitarra eléctrica muy fuerte y muy cerca. Dean gruñó una palabrota y buscó su teléfono en los bolsillos de su saco. Castiel se encontró pensando “Ah, claro, fue con eso que llegue aquí”, e intentó incorporarse, pero la mano del otro sobre su pecho lo impidió.
- ¿Si? - el joven de ojos verdes respondió con un tono de voz completamente normal -. Claro que no, señor. ¿El tío Bobby dijo eso? Pero si fue un accidente, le puede pasar a cualquiera.
Continuó hablando como si nada, pasando sus dedos sobre el pecho Castiel al descuido. Este, por su parte, seguía tratando de recomponerse. Estaba seguro de que en algún punto de ese día se había puesto una corbata de moño, pero no la veía por ninguna parte.
- Está bien, voy para allá - dijo Dean, antes de cortar la comunicación. No parecía muy satisfecho, pero no iba a llevarle la contraria a la persona al otro lado de la línea.
El joven cazador por fin se retiró de encima de Castiel, y le dio la mano para ayudarlo a salir del auto.
- Es una pena - murmuró Dean, dándole un último beso hambriento -. Será para la próxima, bonito.
Sin más, el joven se dio la vuelta, y regresó a la fiesta. Pero primero iría a cambiarse de camisa. Castiel se quedó recargado contra el auto, esperando a que las piernas le respondieran.