Levanté la mirada y me encontré frente a frente con una mirada verde y profunda que no me había abandonada en algún momento desde aquella mañana.
- Dos sorpresas agradables en sólo unas horas,- saludó sentándose a mi lado -. Eso es mucho más de lo que suelo esperar de mis días últimamente.
- ¿Tan malos han sido tus días, entonces? - pregunté incorporándome hasta quedar frente a él.
- No diría malos. Más bien complicados, mucho que hacer y poco tiempo disponible para disfrutarlo en compañía agradable.
- Yo habría pensado que con la guerra acabada y antes de que volvieseis a Rohan al menos podríais relajaros,- comenté arqueando una ceja.
- Eso esperaba yo también, pero ha resultado que hay mucho que hacer, mucho que preparar y mucho que decidir antes de volver a casa.
Su voz dejaba perfectamente claro que aquella responsabilidad no le gustaba en absoluto, pero que no se la tomaba a la ligera. No por primera vez me pregunté quién sería, pero me contuve y no pregunté. Saber su nombre significaría tener que decirle el mío. Él era un hombre de Rohan, probablemente mi nombre no le diría nada si prescindía de añadir el nombre de mi padre o su título, pero prefería no arriesgarme. No quería tensiones que estropeasen una tarde agradable. Además, no tardaría en volver a casa y sin duda mi padre sacaría de nuevo el tema del matrimonio.
Otra vez. Últimamente parecía seriamente preocupado por aquel asunto, y por mucho que yo le asegurase que no tenía prisa y que prefería tomarme con calma la búsqueda de mi media naranja, había empezado a presentarme uno tras otro a todos los posibles candidatos que se le ocurrían. Obviamente mis queridísimos hermanos no habían tardado en darse cuenta de lo que pasaba y lo encontraban sumamente divertido. Tanto que entre todos empezaban a volverme loca. La idea de cómo serían las cosas ahora que la guerra había acabado y los cuatro estarían en casa sin nada que hacer además de buscarme pareja me provocaba escalofríos.
- ¿Y tú?- preguntó recostándose en la hierba.
- ¿Yo?
- Sí, tú. Esta mañana parecías tener prisa. Una mujer sumamente atareada, diría yo.
Me giré para mirarlo. Estaba tumbado en la hierba, con los ojos cerrados y sus labios esbozaban una sonrisa.
- No me lo recuerdes,- dije entornando los ojos-. Hay cientos de cosas que hacer. Parece que la lista no se termina nunca.
Faramir había venido a verme unas horas antes. La mayor parte de los niños de Minas Tirith habían sido evacuados de la ciudad durante los últimos meses de la guerra. Muchos habían quedado huérfanos, y aunque algunos habían sido acogidos por familiares o amigos, aún quedaban demasiados que se habían quedado solos. Habría que buscar un lugar adecuado para alojar a los pequeños y personal dispuesto a ocuparse de ellos. Y luego habría que ocuparse de recibirlos, de instalarlos y asegurarse de que estuvieran lo más cómodos posibles. Faramir parecía convencido de que él no era la persona más adecuada para aquella tarea, y yo nunca he sido capaz de negarle nada a mi primo favorito, así que se había marchado con mi promesa de ayudarle en lo posible. Por lo menos las cosas en casa empezaban a estar lo suficientemente controladas como para que Hannaeth pudiese hacerse cargo sin mí.
- Parece que hay demasiado que hacer y no hay forma de conseguir que el tiempo alcance para todo.
- Entiendo,- respondió sin abrir los ojos-, pero ¿has acabado por hoy?
- Sí,- suspiré recostándome de nuevo contra el árbol.- Por lo menos durante un rato he acabado.
- Perfecto. Entones los dos estamos libres por lo menos durante un rato. Disfrutémoslo.
Dado que él no parecía tener intención de moverse me decidí a imitarlo y por unos minutos los dos nos limitamos a disfrutar del sol de mediados de mayo. El silencio duró tanto que pensé que se había dormido, pero finalmente se puso en pie de un salto y me tendió la mano para ayudarme a levantarme.
- Vamos,- puse mi mano en la suya sin disimular la curiosidad-. Tienes que venir a conocer a mi caballo. No me lo perdonará si llega a enterarse de que he conocido a una hermosa doncella de Gondor y no se la he presentado.
La carcajada escapó de mis labios sin que pudiera reprimirla. Parecía un niño travieso, fingiendo inocencia y con un brillo pícaro iluminando su mirada.
- ¿Dejará de hablarte si no me llevas a conocerlo? - pregunté dejando que empezase a guiarme colina abajo.
- No, pero probablemente deje de obedecerme y, como capitán de Rohan, eso me resultaría bastante incómodo.- Al llegar al pie de la colina se desvió para rodear el campamento de los rohirrim-. Podría resultarme complicado imponer mi autoridad a mis hombres.
- Ya veo donde está el problema Si tu caballo se negase a obedecerte tu imagen de poderoso guerrero se vería gravemente perjudicada,- dije fingiendo preocupación-. ¿Dónde está ese animal temperamental?
- No muy lejos, pero no se te ocurra llamarlo así en su presencia. Se ofende con facilidad.
Reí de nuevo, ignorando las miradas curiosas que nos dirigían los rohirrim que se cruzaban con nosotros. Mi atención estaba centrada en la mano cálida y áspera que se cerraba alrededor de la mía. Me mantenía sujeta con suavidad, como si estuviese dispuesto a soltarme en cuanto hiciese el más mínimo movimiento para apartarme.
Quizás debería haberlo hecho, pero había algo en él que despertaba en mí sentimientos desconocidos hasta el momento. Millones de mariposas parecían revolotear en mi estómago cada vez que sus ojos se clavaban en los míos. A su lado me sentía inusualmente pequeña y delicada, y no podía dejar de preguntarme qué sentiría si me estrechase entre sus brazos, aunque de momento tuviera que contentarme con el contacto de su mano. Mis dedos temblaban ligeramente. Los enlacé con los suyos para detener el estremecimiento y en respuesta sentí cómo me sujetaba con más fuerza, deslizando suavemente el pulgar sobre el dorso de mi mano.
En el extremo más alejado del campamento de Rohan se alzaban varias tiendas ligeramente apartadas de las demás y, todavía un poco más allá, había un cercado un poco más pequeño que los demás, que albergaba tan solo una docena de caballos. Me apoyé en el travesaño superior mientras él se acodaba a mi lado. Se llevó los dedos a los labios, silbó, y al instante uno de los animales trotó hacia nosotros.
- Este es Pies de Fuego,- dijo extendiendo la mano para palmear el cuello del caballo-. Es un buen amigo.
- Hola Pies de Fuego.- tendí la mano cautelosamente. El caballo de Rohan era mucho más grande que la pequeña y dócil yegua que yo solía montar.
- ¿Montas? - preguntó mirándome con curiosidad.
- Sí,- asentí no muy convencida. Probablemente para un rohirrim lo que yo llamaba montar supondría poco más que mantenerme sobre el lomo del caballo-. Más o menos.
- Explícame eso de más o menos-. Se volvió hacia mí y de pronto sus ojos estuvieron tan cerca de los míos que alcanzaba a distinguir las motitas oscuras que salpicaban el verde de su mirada-. ¿Y bien? - insistió al ver que tardaba en contestar.
- ¿Cómo? - Durante un momento no alcancé a recordar lo que me había preguntado-. Montaba bastante bien, hace años.
- ¿Y qué pasó?
De algún sitio sacó una pequeña manzana roja, Se colocó detrás de mí, puso la manzana en la palma de mi mano y enlazó sus dedos en los míos, acercándolos a Pies de Fuego.
- Me caí del caballo,- expliqué observando con fascinación cómo los enormes dientes del animal recogían la fruta de mi mano con delicadeza-. Me di un mal golpe y tardé varios días en despertar. Me hubiera gustado seguir montando, pero desde entonces mi padre tiene un miedo terrible a que vuelva a pasar. No le gusta demasiado verme subida en un caballo, y eso que me ha conseguido la yegua más tranquila del mundo,- me encogí ligeramente de hombros-. Teniendo en cuenta que es el mismo padre que me regaló mi propio bote cuando cumplí los quince y al que no le importa que salga a navegar sola no es una postura muy racional, pero no hay nada que hacer.
Supongo que la añoranza resultaba claramente perceptible en mi voz, porque sujetó mi mano con más firmeza y la guió para que rascase a Pies de Fuego detrás de las orejas.
- Y tú eres una hija obediente y obedeces siempre, ¿me equivoco?
- Casi,-respondí después de un momento de silencio-. Tengo hermanos, por suerte, y todos piensan que es una locura que no pueda acercarme a un caballo. Conspiran conmigo de vez en cuando.
- ¿Entonces te apetece aprovechar y montar a Pies de Fuego?
- ¿Montarlo? ¿Lo dices en serio?- me volví a mirarlo, incrédula, antes de volver a examinar el caballo y sacudir la cabeza-. Me encantaría, pero sinceramente dudo que sea capaz de controlarlo.
- Entonces monta conmigo.
Estaba tan guapo, allí de pie, sonriéndome como un chiquillo travieso, y la tentación resultaba tan fuerte que antes de poder darme cuenta me encontré a lomos del caballo, sentada delante de él, con el viento en la cara, galopando hacia el río. Al principio traté de mantenerme lo más erguida posible, pero él aceleró el paso y, a falta de un medio mejor para mantener el equilibrio, apoyé la espalda contra su pecho. Al instante su brazo ciñó mi cintura, sujetándome con más firmeza.
Pies de Fuego hizo honor a su nombre y no tardó en cubrir la distancia que nos separaba de la ribera del Anduin. Antes de llegar al puerto, se desvió hacia el oeste y cabalgamos río abajo sin detenernos.
La prudencia, que al parecer me había abandonado completamente aquella tarde, hizo un intento de tomar al control. De pronto me encontré preguntándome qué hacía galopando hacia no sabía dónde con un hombre al que hacía poco más de unas horas que conocía y del que ni siquiera sabía su nombre, pero Lothiriel la sensata parecía haber desaparecido. En cualquier caso, debía estar ocupada en algún otro lugar, porque ignoró todas las señales de alarma y permitió que me limitase a disfrutar de la aventura.
Finalmente, Pies de Fuego redujo la velocidad hasta detenerse en un punto en que el río trazaba una curva pronunciada, internándose en el territorio de Ithilien. Él bajó del caballo de un salto y me sujetó por la cintura para ayudarme a desmontar. Durante un instante me sostuvo en el aire, suspendida a sólo unos centímetros de su cuerpo. Sus ojos parecieron oscurecerse por momentos. Su sonrisa se desvaneció dejando paso a una expresión curiosamente anhelante.
Sin poder contenerme extendí la mano hasta rozar su mejilla con la punta de los dedos. Lentamente empecé a recorrer su rostro bronceado, trazando la línea de sus pómulos altos y angulosos, deslizándome por su frente despejada para descender luego por su nariz. Su corto bigote rubio me hizo cosquillas cuando me moví hacia la barba que cubría sus mejillas. Abrí la palma y la acaricié con un movimiento casi imperceptible.
Empezaba a darme cuenta de que si yo no me apartaba él no me alejaría y, fascinada por le tacto de su piel, alcé la otra mano y observé cómo la expresión de sus ojos cambiaba ante cada una de mis caricias. La sonrisa había desaparecido dando paso a algo muy parecido a la curiosidad, que no tardó en ceder a la expectación y el anhelo cuando mi pulgar rozó la comisura de sus labios.
Sentí cómo contenía el aliento cuando recorrí su labio inferior, apenas rozándolo lo justo para sentir su calidez y su inesperada suavidad. Sus manos se cerraron con más fuerza en torno a mi cintura y me atrajo lentamente hasta pegar mi cuerpo al suyo. Entonces fui yo la que se quedó sin aliento.
Cerré los ojos cuando se inclinó hacia delante, tan solo un momento antes de que sus labios rozasen los míos en una caricia tan leve que apenas llegó a tocarlos. El siguiente beso llegó incluso antes de que nuestros labios alcanzasen a separarse. Su boca cubrió la mía moviéndose despacio, con languidez, como si paladease su sabor y su textura.
Aturdida por la inesperada ola de calor que recorría mi cuerpo dejé caer los brazos a sus hombros y los cerré alrededor de su cuello. Me aferré a él, incapaz de hacer nada que no fuese abrazarlo y devolver cada beso y cada caricia con un torpe entusiasmo que estoy segura dejaba perfectamente clara mi inexperiencia, hasta que la necesidad de aire nos obligó a separarnos.
Me depositó suavemente en el suelo y clavé la mirada en su pecho, no demasiado segura de qué decir en una situación semejante. Él, al parecer, no tenía el mismo problema.
- Ven, paseemos,- dijo, y cogiéndome de nuevo de la mano caminó hacia la orilla del río-. ¿Has estado en Rohan alguna vez?
Negué con la cabeza, todavía tratando de recuperar el aliento, y lo escuché describir la amplitud y la belleza de las praderas de Rohan. Resultaba más que evidente que las echaba de menos.
- Estás deseando volver, ¿verdad
- ¿No lo estarías tú si llevases semanas sin ver la Ciudad Blanca?
- La verdad es que no.- respondí conteniendo la risa ante su expresión de extrañeza-. Sólo vengo de visita de vez en cuando. Minas Tirith es realmente impresionante, pero para mí resulta…
- … demasiado grande,- terminamos a la vez.
- ¿Entonces dónde vives? - preguntó cuando dejamos de reir.
- En Dol Amroth,- expliqué inclinándome para evitar la rama de un árbol.- Todo playas y acantilado, nada que ver con tus praderas, me temo.
Paseamos a la orilla del río, a ratos en silencio, pero la mayor parte del tiempo hablando como si fuésemos viejos amigos, hasta que las aguas del Anduin empezaron a teñirse de dorado. Sólo entonces me di cuenta de lo tarde que era y recordé la cena de aquella noche. Si no llegaba a casa muy pronto Hannaeth acabaría avisando a mi padre de mi retraso y entonces tendría que dar demasiadas explicaciones.
- Es tarde,- dije levantándome de la roca en la que nos habíamos sentado.- Si no vuelvo a casa ya empezarán a preocuparse por mí.
- ¿Tendrás problemas por llegar a estas horas?.- No hizo falta que dijese más para que, de nuevo con un silbido, llamase a Pies de Fuego, que se había alejado río arriba.
- Depende de lo que tardemos en llegar.- Mentalmente calculé el tiempo que podría llevarnos volver a la ciudad, subir hasta los círclos superiores, darme un baño a toda prisa y hacer algo con mi pelo para que dejase de parecer una masa de rizos ingobernables.
- Entonces tendremos que demostrarte lo rápido que puede llegar a ser un caballo de Rohan.- Esta vez me hizo montar tras él y se aseguró de que estuviese bien sujeta a su cintura.- Agárrate bien.
Si pensaba que Pies de Fuego había corrido antes, ahora me di cuenta de que no había sido así. Galopábamos siguiendo la ruta más directa posible hacia las puertas de la ciudad, y la distancia que nos separaba de las blancas murallas se reducía a tal velocidad que el paisaje que cruzábamos parecía difuminarse a nuestro alrededor. Me sujeté con más fuerza, acercándome hasta acabar apoyada en su espalda justo cuando alcanzábamos el campamento de Rohan.
Una vez lo dejamos atrás empezamos a encontrarnos con grupos de jinetes, carros y personas a pie que volvían a la ciudad al final de la jornada. Sólo entonces Pies de Fuego ralentizó el paso. Para mi sorpresa, cruzó sin detenerse las puertas de la ciudad.
- ¿A qué nivel de la ciudad tengo que llevarte?- preguntó él girándose para mirarme por encima de su hombro.
- No hace falta. No te preocupes-. Si mi padre, cualquiera de mis hermanos o incluso mi primo Faramir me encontraban compartiendo montura con un jinete desconocido tendría problemas. Problemas mucho más serios que los que me causaría llegar tarde.- Desde aquí llegaré enseguida.
- ¿A qué nivel?- se limitó a preguntar de nuevo.
-Quinto,- respondí al darme cuenta de que no iba a ceder. Dispuesta al menos a minimizar los daños dejé una distancia decorosa entre nosotros, subí la capucha de mi capa hasta que cubrió parte de mi rostro y clavé la mirada en su espalda.
Por suerte, el trajín de las calles de la ciudad parecía demasiado para que nadie nos prestase demasiada atención y no tardamos en cruzar los niveles más bajos de la fortaleza. Cruzamos la entrada al quinto nivel y empezaba a preguntarme si él insistiría a llevarme hasta la puerta de casa cuando se detuvo ante la entrada de una calle estrecha. Desmontó y me ayudó a hacer lo mismo, dejando a Pies de Fuego entre nosotros y la calle principal, ocultándonos de miradas indiscretas.
- ¿Hemos sido suficientemente rápidos?- Sus ojos chispeaban con un brillo travieso.
- Más que suficiente. Os lo agradezco muchísimo. A los dos-, añadí cuando Pies de Fuego relinchó a mis espaldas.
- ¿Lo suficiente como para que quieras volver a vernos mañana?
Quería verle al día siguiente, y al otro también, aunque tal vez sería tentar a la suerte. Tampoco sabía cuánto tiempo me tendría ocupada Faramir. Él enarcó una ceja, esperando una respuesta, y finalmente me rendí.
- De acuerdo. ¿Cuándo y dónde?
- En la colina donde nos encontramos hoy. A la misma hora. ¿Podrás escaparte?
- Me escaparé.
- Entonces te veré mañana.
- Hasta mañana.
Aquel era el momento en que yo debía dar media vuelta, rodear a Pies de Fuego y echar a correr calle arriba. Después de todo, todavía tenía que subir dos niveles más antes de llegar a casa, pero ninguno de los dos nos movimos. El ruido procedente de la calle pareció apagarse lentamente. Levantó la mano para apartarme un rizo de la cara y colocármelo detrás de la oreja y luego deslizó las manos hasta enmarcarme la cara. Mis párpados se cerraron por voluntad propia y entonces sentí de nuevo sus labios. No habría podido evitar el estremecimiento que me recorrió ni aunque mi vida hubiese dependido de ello, pero antes de que pudiese responder a su caricia él se apartó de nuevo.
- Te veré mañana.
Parpadeé un tanto confusa mientras veía cómo se alejaba calle abajo, sin duda de vuelta al campamento de Rohan.