Pairing: Kai/Ruki
Rating: R
Disclaimer: Not mine
Estoy muy cansado.
No es la primera vez que experimento extenuación, pero jamás de esta manera. Los párpados me pesan, mi cuello no sostiene la cabeza y cada inhalación es lenta, espesa. Llevo varios días recostado en una cama que me queda enorme, con mecanismos para subir y bajar los pies y la espalda. Es lo más bajo a lo que he llegado, y sin embargo, no me importa.
No me importa.
No siento que haya nada definitivo en todo esto - mi corazón aún late, aunque haya intentado detenerse, y eso es lo que me importa. Hay una sola cosa que lo mantiene en movimiento, pero no quiero admitirla.
Quiero que desaparezca, que se vaya junto con el cuerpo que la generó y abandone mis recuerdos. Quizá entonces podría finalmente morir tranquilo. Podría hasta morir durante el sueño, sin dolor, sin pánico. Un sencillo escenario, triste, inesperado, pero fácil. Nadie se sentiría culpable por nada. Siempre he sido cuidado del mejor modo. Primero por mis padres, luego por Kai, y ahora por Uruha y Yuu.
Si muriese ahora sería perfecto.
Y sin embargo... ¿qué quiere mi cuerpo? ¿Qué quiere ese músculo desgastado y adolorido que bombea en mi pecho a cambio de su cese permanente? Quiere algo que no puedo darle, por más que lo pida. Porque escapa a la voluntad de todos.
Afuera llueve; he oído que no les permiten a los pacientes salir ni acercarse a los ventanales porque la lluvia es ácida. El agua ha acabado por envenenarse gracias a los miasmas generados por el ser humano, la especie más avanzada en las tecnologías de la autodestrucción.
La luz grisácea marchita los vívidos y centelleantes colores que me rodean - cada cuadro que he pintado parece contener un fragmento distinto de la vida que me ha ido abandonando. Los observo fijamente, y me devuelven el gesto con calidez, amables. Son como enormes sonrisas resignadas y desvaídas plasmadas en lienzo.
Por lo menos, estas manos se han encendido, ¿verdad? Pequeñas llamas nacieron de los dedos para ir derramándose fuera, derretidas, tibias, lentas. Me siento agradecido por haber podido crear esas coloridas y tristes sonrisas, porque son una especie de legado, algo que diga que he vivido.
En algún momento me arrepentí de haber abrazado mi condición con conformismo - porque fue eso, un simple desliz de mi razón que se vio devastada por la catástrofe.
‘Debí haber sido mas fuerte', digo en voz alta, cascada.
‘Eres el ser más fuerte que he visto jamás.'
Mis pupilas siguen clavadas en el bermellón especialmente profundo de un loto, pero mis oídos están atentos. ¿Me he imaginado esa voz? Estoy solo. No hay nadie, nada más que las sonrisas en esta habitación. Es el deseo el que...
Pasos.
El encuentro entre suela y mosaico. Clac. Clac. Clac. Esta vez mis ojos están fuertemente cerrados. Mi cerebro me está jugando un truco. Cuando vuelva a mirar, no habrá nada que-
‘Ruki.'
Ruki, levántate.
Mi nombre no suena de esa manera en ningún otro par de labios, con tal autoridad, con tal gentileza. Detrás de mis párpados, sé que es él quien me observa, quien bloquea mi luz, quien espera que abandone el fructífero mundo de mi fantasía para adentrarme en la cruda, tanto más agridulce y a la vez inigualable, realidad.
Los ojos de Kai están cambiados. Están llenos de sentimiento, blandos, como perdidos. Un fino y minúsculo par de arrugas le adornan el entrecejo y los labios permanecen prietos, como sosteniendo una profunda exhalación.
Quiero gritar. Quiero salir de mí. Quiero correr lejos, darme la media vuelta y volver sobre mis pasos hacia ese rincón perfecto y vacuo de mi cabeza, donde la lluvia envenenada me protege como la gruesa cortina de una catarata.
Pero, en cambio, sólo puedo extender mis brazos hacia él, esperando, deseando, que la gravedad de mi planeta ejerza y vuelva a unirnos.
Es un maravilloso, maravilloso mundo.
La tierra se mueve, se niega a entumecerse, y los músculos superficiales que la recubren tiemblan, estreñidos. Los edificios caen, la gente muere, los ríos se secan y sin embargo, siempre hay algo hermoso para presenciar. Siempre hay un sitio donde buscar asilo, aunque sea en la propia imaginación. Siempre hay un sol que se cuela por los resquicios y acaricia con suavidad las pieles que se estremecen de frío.
Siempre hay una segunda oportunidad.
Entre los delgados brazos de Ruki encuentro todo esto y muchas otras cosas. Hay un aroma, tenue en el aire, pero agudo en mis sentidos. Una delicada respiración que marca el paso de los segundos, como gritando, ‘el tiempo es poco'. Están esas hermosas, perfectas lágrimas mojando mi rostro y las pestañas perfiladas sobre mis mejillas, haciendo del beso el más perfecto y triste de todos los que he dado. Esta pequeña figura que sostengo parece desmigajarse en mi sostén. Sé que no lo hará, la sé más resistente, a pesar de todo, que esto. Pero quizá, muy en el fondo, yo también quiero deshacerlo, arrancarle la esencia y finalmente consumirla para volverme uno con él. Para que nada, absolutamente nada sobre la tersa e inestable superficie de la tierra vuelva a intentar separarnos.
‘Kai...'
‘Ruki... Lo siento... Lo siento tanto...'
‘Kai, te estaba esperando...'
‘Lo sé.'
‘Pensé que iba a morir si no me dejabas amarte, Kai...' Los sollozos van ahogando de a poco las palabras y los pulgares de Ruki me separan los labios. ‘Siempre creí que moriría no habiéndote sentido... pensé que moriría en cuestión de días. Pero entonces me besaste...'
‘Te besé...' Y reitero dicha acción sobre las yemas que me tocan.
‘Me besaste y... en aquel momento... todo mi dolor pareció haberse ido lejos, a otro cuerpo...' Nuestras narices se rozan y simplemente me dejo llevar por las palabras que entonan una hermosa poesía. ‘Yo estaba vivo en tus brazos, Kai. Como estaba vivo en tu presencia, cuando simplemente te veía parado frente al Sol. Tú eras la Tierra y yo la Luna y en ocasiones, me eclipsabas.' Con los ojos cerrados, sonrío. ‘Pero era cuando el Sol no me cegaba que yo podía verte. Y podía ver tu perfección, aunque sintiera frío... me hacías feliz...'
Ambos soltamos una carcajada llorosa durante la cual volvemos a encontrar nuestras miradas y es entonces cuando nos damos cuenta de lo cerca que estamos, de lo vivos y tibios y palpitantes que somos. Él yace en su cama y yo no sé qué posición he adoptado pero no me importa porque puedo abrazarlo otra vez, besarlo, envolverlo. Por largos, largos minutos nos besamos, con mis brazos rodeándole el torso y sus manos apretando mis mejillas.
Ruki es tan blanco, que no puedo describirlo. Nunca he visto a alguien tan falto de color como él. La piel, los labios, incluso su voz es translúcida como un fantasma. Pero que no se vea en colores no quiere decir que no los posea. Ruki es una luz blanca. Cuando es proyectado a través del cristal correcto, se desfragmenta en un infinito espectro de tonalidades hermosas y relucientes.
No es coincidencia que, en la habitación, está él primero, luego yo mismo, y detrás, una deslumbrante colección de colores pintados.