Pairing: Kai/Ruki
Rating: R
Disclaimer: Not mine
La manera en que Uruha nos observa es un poco vergonzosa, pero uno nunca puede contestar sus cálidas sonrisas con otra cosa que no sea gratitud. Él ha hecho tanto por mí, por nosotros... Sospecho que lo supo, desde un principio, desde el primer día en que puso pie en la cabaña y nos conoció, a Kai y a mí. Supo que detrás de nuestra rutina, nos necesitábamos más que ninguna otra cosa. Por eso, se dedicó siempre a escuchar, a observar y a estimular con sutileza todo lo que yacía debajo de la piel. Quizá sin su intervención, sabríamos menos de nosotros mismos. Quizá, si no nos hubiera llevado a cenar, jamás nos habríamos tocado siquiera.
Pero todo eso es parte de un largo proceso que ha llegado a su fin.
Nos encontramos tomando el té en la sala de estar de mi hogar familiar, Kai y yo en un sillón, abrazados, y mi terapeuta amigo sentado enfrente, mientras afuera Japón se encuentra sumido en el caos. Muchas personas han muerto o desaparecido y quienes se han salvado no logran encaminar su vida. Es tristemente llamativo observar cómo una porción de la población ha sido condenada a la desgracia mientras el resto sólo podemos agradecer al cielo que no nos ocurrió a nosotros. Porque a pesar de jactarnos de tanta evolución y prosperidad, no importa quiénes seamos, al fin y al cabo la naturaleza acaba por tener la última palabra.
Y quizá, en lo que se refiere a Kai y a mí, también fue así. Mi enfermedad, por otra parte, es algo que hace tiempo le encomendé a esa Naturaleza. No tengo pensado darme por vencido pero al final, sólo habrá un desenlace. Hasta ese entonces, quiero respirar este aire.
‘Otra vez divagando, Ruki... eres todo un caso. Y pensar que yo se lo atribuía a una enfermedad mental...'
Los dedos de Kai sobre mi hombro se aprietan cuando Uruha pronuncia estas palabras. Nunca le ha simpatizado la idea de tratarme como un paciente mental además de cómo un inválido, pero la verdad es que ahora no tiene importancia. Uruha amplía su sonrisa y se pone de pie de repente, juntando las palmas.
‘¡Sugiero que salgamos a comer algo! Por la emergencia, el restaurante del padre de Chiko está cerrado pero igual podemos desplazarnos allí para no desperdiciar las provisiones. Mucho de lo que quedaba en despensa se donó, pero una gran parte sigue ahí porque podría echarse a perder... así que, ¡aprovechemos!'
Y es así como terminamos organizando una mesa redonda en el apartado más elegante del comedor, con Uruha, su bonita mujer, y algunos empleados del lugar que tampoco tienen mucho que hacer durante esta instancia de incertidumbre. Es difícil de describir, porque aunque en el aire flote esa tangible intranquilidad, se ve rehogada por el ferviente deseo de vivir que brota de nuestros espíritus.
Nadie quiere experimentar más miedo ni ver otra tragedia, pero mucho menos hay deseos de dejarse abatir.
Y de repente me siento muy bien, como si estuviera a la misma altura. Yo siempre peleé contra lo inevitable... es mi vida. Ahora, entre todas estas personas, soy un luchador más.
Mi mirada se desvía hacia la pista de baile, de aspecto bastante más insulso y apagado en comparación a su contraparte nocturna, deliciosamente iluminada, y recorriéndola de punta a punta e imaginando a los bailarines, mi ensueño lleva a mis ojos a posarse en la puerta que lleva al patio trasero. Mi repentino bochorno es tan intenso que puedo sentirlo en mi rostro y orejas, tan caliente como los contenidos de mi plato sin empezar.
‘¿Estás pensando en lo mismo, no?'
Hay picardía en su tono, una sutil sonrisa que apenas conozco. Y es que todavía me cuesta acostumbrarme a la imponente presencia de Kai envolviéndome con sus palabras, su aliento, sus manos. Antes ocurría, pero sólo en sueños. Y al despertar, esas sensaciones se disipaban, como el recuerdo de una película recién vista.
Me vuelvo hacia él con la cara aún colorada y le sonrío con los labios apretados y alzando las cejas, urgiéndolo a que se guarde los comentarios para más tarde. Mi mueca lo hace reír. Amplia, hermosamente. Me quedo embobado por sus dientes perfectos y los hoyuelos (el izquierdo muy marcado, el derecho apenas una sombrita en la mejilla), por sus ojos que brillan como perlas negras, por el subibaja de sus hombros que se estremecen con carcajadas.
Cuando me doy cuenta, me estoy riendo con él, a coro, nuestras manos apretadas. Alrededor nuestro, todos los rostros se tiñen de una ternura contagiosa.
¿Que si la historia se termina aquí? Pues no.
El cuerpo de Ruki, blanco, blando, suave y tan real como el calor que exhala, todo esto, toda su belleza... son parte de este cuento.
Hundiéndome en él, me siento en casa, aunque de ella sólo queden escombros. Dibujo líneas en su piel con los labios y la lengua, desde la tersura de un lóbulo hasta el empeine de un pie perfecto. Sus músculos se estremecen, tiemblan, palpitan, sobretodo su abdomen cuando muerdo con delicadeza un puñado de yugular, y los dedos de esas débiles manos se enroscan en mi cabello largo y suelto que nos cubre como una manta.
Con cuidado, recorro los caminos delimitados por la carne como si fuera la última vez. Sobre la temblorosa piel de mis labios partidos, está la tenue sugerencia de sus texturas: poros, lunares, vellos casi invisibles, cicatrices, sudor, pliegues... quiero sentir todo, absorberlo todo. Quiero que Ruki y todas sus preciosas imperfecciones comiencen a pegarse a mí, a fundirse con mi piel, para poder realmente tomar su dolor, tomar su placer, fundirlos con mi amor y que sólo quede un misterioso éter imperceptible, obsoleto, ajeno a lo terrenal. Quiero desaparecer con él de esta Tierra, dejar de ser mundo, dejar de ser satélite, y en cambio ser la nada que rodea todos los mundos y todos los satélites.
Ruki gime cuando lo penetro con toda la fiereza que me permito liberar; sus ojos se ponen blancos y otra vez vuelven a enfocarse en los míos, van y vienen; su boca húmeda, semejante a una flor mojada por la lluvia, exhala un vapor dulce que me marea y me vuelve adicto. Sus brazos, como pálidos tallos, me envuelven sin aplicar fuerza y se dejan hacer, rendidos, cuando levanto su torso para separarlo del colchón sobre el cual descansamos.
Gemidos, sollozos, suspiros, piel con piel, su nombre, mi nombre, silencio. Es todo lo que se percibe en la penumbra mientras hacemos el amor por primera vez. A él le duele, pero el placer es más grande que el dolor (me lo dice su mirada intensa, oscura, nublada por el deseo), y a mí me duele, pero en la boca del estómago, en el pecho, en las sienes, donde una voz derrotada y fina me susurra, ‘lo amo, lo amo, lo amo, lo amo'...