Fandom: The Hunger Games
Título: El verdadero enemigo
Personajes: Haymitch Abernathy/Maysilee Donner
Advertencias: angst
Summary: Haymitch no les tiene envidia a las Donner: las odia. Maysilee podría decir que el sentimiento es mutuo. Tienen once años. Ninguno sabe de lo que habla.
Notas: escrito para
phoenixgfawkes como respuesta al meme, con el prompt "enemies to lovers".
***
Maysilee no recuerda cuando vio a Haymitch por primera vez. Para ella siempre ha estado allí: es ese chiquillo mal encarado y burlón de la Veta, el que siempre las mira de mala manera a su hermana y a ella. Está convencida de que les tiene envidia.
Haymitch tampoco recuerda cuándo la vio por vez primera. Siempre ha estado allí, idéntica a su hermana. Ambas frente a la innecesaria venta de dulces de sus padres. Un recordatorio constante de que existen placeres en la vida que no están al alcance. De que siempre unos están mejor que otros.
No les tiene envidia. Las odia.
Maysilee podría decir que el sentimiento es mutuo.
Tienen once años. Ninguno sabe de lo que habla.
***
Ella es la primera que nota cuando Haymitch deja de ir a la escuela. Cuando lo comenta, ni su mejor amiga ni su hermana parecen considerarlo importante. A ella le satisface saber que no tendrá que enfrentarse con él en clase. Su lengua afilada, cuando se anima a usarla, es mortal en los ejercicios orales.
No vuelve a pensar en él hasta que lo ve un día llegar a la tienda junto a su padre. Lo ayuda a descargar unos paquetes de mercadería mientras lanza miradas rencorosas hacia la ventana.
-¿Por qué te está ayudando Abernathy? -le pregunta a su padre cuando lo oye entrar a la tienda. Su pregunta tiene algo de brusquedad y mucho de curiosidad.
Su padre suspira mientras mira hacia afuera.
-Creí que ya sabías que no va a clases porque intenta ganar algo de dinero para su familia.
Maysilee no admite que no se había parado nunca a pensar sus razones para faltar.
-No debería tener que hacerlo -señala ella con cierto tono de reproche.
-No, pero sabes que no pueden fiarse de su padre.
Abernathy padre, alcohólico empedernido. Más de una vez lo ha visto tirado en alguna esquina. No hay quien pueda fiarse de un hombre así en la mina, así que no lo dejan bajar ya.
Tal vez ha sido demasiado dura juzgando a Haymitch.
Su mirada se encuentra con la de él a través de la ventana y aunque no cambia de opinión sobre lo que acaba de pensar, frunce el ceño y voltea la cara.
***
Los Donner son una familia afortunada. Un padre responsable, una madre trabajadora, dos hijas mellizas preciosas.
También son buenas personas, aunque le cueste esfuerzo reconocerlo.
Haymitch se siente muy mayor ya a sus 13 años, con doce teselas a su cuenta y otra más en camino. Ya sabe que el mundo en que viven está podrido y los Donner son tan víctimas como la gente de la Veta. Los resentimientos contra los comerciantes del Distrito están más que fuera de lugar.
No le importa reconocerlo, incluso tratar de explicárselo a su hermano menor. Sin embargo, el día que al pasar frente a la tienda Maysilee Donner sale con la intención de regalarle un caramelo al pequeño, le hierve la sangre.
-No lo necesita -masculla de mala manera, al tiempo que arrastra a su hermano lejos de un dulce que él no puede comprarle.
Orgullo e inteligencia es todo lo que tienen. No va a vender lo primero por un caramelo de una niña que nunca ha hecho más que mirarlo por encima del hombro.
***
Haymitch Abernathy tiene novia.
Su mejor amiga se lo cuenta casi por casualidad, mientras habla de Everdeen, ese ruiseñor de la Veta que la hace pensar en dejar la botica e irse de la mejor parte del Distrito algún día. Menciona de paso que es normal que los mineros busquen esposa joven. Alguien que los espere para cuando retornen del hueco cada día.
Cuando pregunta quién es la novia del chico, su amiga le dice su nombre extrañada de que le interese.
Reconoce el nombre, la recuerda. Es la típica chica de la Veta, la ubica con facilidad de la escuela. De piel oscura, ojos grises y cabellos negros, siempre trenzados. Alguna vez la ha visto con Haymitch. Ella escuchando al chico con atención y él hablando sin ese deje amargo que tiene siempre.
Claro que puede imaginarlos como algo más.
No sabe muy bien por qué la idea le fastidia.
***
-No debería dejarte ir a la ciudad -le dice su novia mientras lo besa con calma bajo un árbol a la salida de la Veta-. Maysilee Dorner te tiene puesto el ojo y es competencia desleal.
Ríe ante la idea de que sea competencia de alguna manera.
Piensa en ella de camino al centro del Distrito. Hubo un tiempo en que la odiaba. Había proyectado en ella todo lo que odiaba del sistema. La chica es algo engreída, pero hace años que ha dejado de darle alguna importancia a las enemistades de su infancia. Todo eso resulta lejano ahora.
Desde que su padre murió, Haymitch tiene cosas más importantes de las cuales preocuparse que una niña antipática de una escuela a la que no volvió.
Se encuentra con ella por casualidad, o quizá se planteó pasar cerca de la tienda de dulces. No está seguro.
-Hola -dice ella cuando nota que la está mirando. Parece más calmada y reservada de lo que la recuerda. Lleva el cabello atado de manera descuidada y parece estar trabajando en la tienda. Luce cansada, tiene ojeras marcadas y parece algo confundida de que él la esté observando.
-Hola -responde él en automático. Nunca ha tratado con ella de manera neutral.
-Mi padre está adentro -le informa ella. Probablemente cree que está allí para pedir trabajo.
No le vendría mal.
-Parece que ya tiene ayuda -señala él esbozando apenas una sonrisa de medio lado.
Maysilee parece muy cansada para sonreír, pero las comisuras de sus labios se curvan al menos un poco.
-Otro par de manos no nos vendría mal.
Haymitch se da cuenta en ese momento de que su novia no tiene de qué preocuparse, no sabe de dónde había sacado esta idea tan tonta. Maysilee tiene preocupaciones más importantes como para perder el tiempo en tonterías. Igual que él.
Igual que todos los que tienen un mínimo de claridad de lo que pasa en ese maldito distrito.
***
Podría guardarle rencor a Haymitch por su desdeñosa actitud con ella cuando eran niños. Cualquiera podría comprender que trate con frialdad y distancia al chico de la Veta que la intriga más de lo apropiado. Su mejor amiga estaría feliz de escucharla admitir que es más que animadversión lo que le hace estar pendiente sobre Abernathy.
Sin embargo, con su madre enferma y el peso de descubrir lo terrible que es la realidad, a Maysilee no le queda energías para odiar a nadie. Está demasiado agotada como para sentir algo más que preocupación y pena.
Su madre lleva ya semanas en cama. Padece de fuertes dolores de cabeza, aunque todos saben que es la tristeza lo que se le cuela por las venas hasta hacerla perder la energía. Su padre hace lo imposible por calmarla, pero nada puede devolverle la paz a su espíritu en ese mundo roto en el que viven.
La tienda va mal desde que su madre no puede atenderla. Maysilee y su hermana son chicas inexpertas y a todos los está golpeando la tristeza también. Entre los tres hacen lo que pueden que no deja de ser poco. Después de todo, entre más recrudece la situación en el Distrito, menos puede permitirse la gente un dulce. Además, siempre tiene que estar alguna de ellas cuidando a su madre.
Cuando Haymitch llega a un trato con su padre y empieza a llegar varias tardes para ayudarles, siente un alivio que no había imaginado.
-Lo extraño en este país es que no nos hayamos enfermado todos de tristeza todavía -comenta ella una vez, demasiado cansada para medir sus palabras.
-Seguir vivos es lo único que podemos hacer para joder a los que rigen Panem -replica él con un rencor que le es familiar.
Sigue siendo el mismo chico desdeñoso y mal encarado, pero por primera vez Maysilee siente que están del mismo lado.
Tienen un enemigo en común.
***
El señor Donner siempre ha sido muy bueno con Haymitch. Por eso acepta ese trato desventajoso de ayudarle un par de horas al día sin recibir salario fijo. Cobra algunas monedas porque aquel es un hombre honrado y justo, pero sabe que la situación de la tienda de dulces no es buena. No se niega a recibirlos porque necesita llevar algo de dinero a su casa.
A su novia no le hace mucha gracia, pero lo entiende. Haymitch se hace útil otras horas en el Quemador y así junta algo para comer cada día. No tiene muchas otras opciones.
Casi siempre ve en la tienda a Maysilee y a su padre. La otra melliza se encarga del cuidado de la madre y cuando ha tenido oportunidad de verla se ha tenido que obligar a no expresar lo preocupante que resulta su aspecto.
Enfermar de tristeza no tiene ninguna utilidad, pero cada quien enfrenta la vida que les toca a como puede. Él no es quién para juzgar a la señora Donner ni el resto de la familia tiene la culpa de la debilidad de la madre.
Tampoco muere nadie de tristeza. Tal vez sea una mala racha. Día a día irán sobreviviendo.
Es todo lo que le puede pedir a esa vida, aunque a veces sea pedir demasiado.
***
“Maysilee Donner”.
No es muy consciente de lo que sucede tras escuchar su nombre. Siente los abrazos, percibe las miradas y el camino se abre hacia el escenario, como si todos tuvieran miedo de tocarla.
A nadie le gusta sentir cerca un condenado a muerte.
Una vez sobre el escenario no es capaz de centrar la mirada en nada. No capta el nombre de la otra chica que va a acompañarla. Piensa en su madre enferma, en su hermana sola, en su padre teniendo que soportar todo aquello.
Lo único que logra llegara ella del exterior en medio de su estupor, es el nombre de uno de los dos chicos que van a acompañarla.
Haymitch.
***
Tal vez debería sentirse impresionado por el tren y todos los lujos con el que los agasajan ahora que han sido seleccionados para morir. Sin embargo, aquel viaje es demasiado deprimente para reparar en ello.
El otro chico elegido no ha parado de llorar desde que subieron al tren. Es de la Veta, al igual que la otra chica, quien ha intentado en vano consolarlo. Ambos son más jóvenes que Maysilee y él. Probablemente no sobrevivan ni siquiera el baño de sangre.
El único Vencedor de Distrito 12 es el encargado de prepararlos, pero Haymitch puede ver en su expresión que no tiene mayores esperanzas. Ya resulta un milagro que ganara alguien del Distrito alguna vez. Casi nunca hay ganadores entre los tributos de las zonas más alejadas. Mucho menos del de ellos.
Haymitch siente la rabia en las venas de saber que en un evento injusto per se, además van en desventaja. Él tiene tantas ganas de sobrevivir como cualquier otro tributo de otro lugar. Quizá más.
Maysilee ha estado tan aparte del grupo como él. Ha vuelto a ser la chica antipática de la escuela, la que se considera superior al resto y sólo va con sus propias amigas, aunque aquí está sola. Se mantiene firme y estoica, con la barbilla levantada e indiferente a la desesperación de sus compañeros.
Él logra distinguir el temblor en su labio inferior y la dureza autoimpuesta en la mirada. Sabe que tiene que estar pensando en los que ha dejado en casa. Como todos.
Tal vez se ha fijado demasiado en ella y por eso puede leerla de esa manera.
No puede decir que lo haga a propósito, pero la encuentra en la salita de uno de los vagones del tren, absorta mirando por la ventana. Se sienta a su lado. No quiere quedarse en los cuartos escuchando a sus compañeros lamentarse, ni soporta la visión de su mentor resignado a verlos morir.
-Hubo una época en la que te odiaba -confiesa Maysilee sin ningún tipo de introducción o aviso, sin apartar los ojos del camino que van dejando atrás.
Lo toma desprevenido, pero en cierta forma, no le sorprende.
-Tal vez eso te ayude si te toca matarme -sugiere él, indeciso de si el comentario de la chica es parte de alguna estrategia que esté planeando o si ha sido un ataque de sinceridad brutal.
Maysilee se gira a mirarlo con una mezcla de pena y enojo que le resulta más incomprensible todavía.
-Ya no te odio -declara.
Le sostiene la mirada de una forma que le hace pensar que tal vez sería mejor que todavía lo hiciera.
***
Más que prepararse para luchar en un torneo, Maysilee tiene la impresión de estar cumpliendo una serie de ritos antes de ser sacrificada. Su mentor les dijo a los cuatro que con tantos tributos es todavía menos probable que alguien quiera hacer alianza con ellos, así que su deber en los entrenamientos se limita a pasar lo más desapercibidos posibles para no convertirse en blancos fáciles para el inicio de los juegos.
Si ese es el plan, están haciendo un gran trabajo. No cree que nadie les haya prestado atención a los chicos sucios cubiertos de carbón que desfilaron en el último carruaje en la inauguración. Momento vergonzoso y enojoso, aunque el orgullo arrogante que latía bajo el rostro de Haymitch le había dado fuerza para sobrellevarlo con la cara en alto.
Lo ha observado durante los días de entrenamiento. Tiene ese aire de distante desdén que ella calificaba de engreída superioridad cuando estaban en la escuela. Nadie parece tener intención de meterse con él, quien por su parte se muestra indiferente a la presencia de todos.
Ella intenta aprovechar el tiempo y aprender algo útil. Nunca se había puesto a pensar en sus habilidades y ahora se conoce mucho mejor. Parte de que no tendrá armas en la Arena, porque no cree que entrar al baño de sangre sea su mejor opción, así que se centra en estudiar las estaciones de entrenamiento de sobrevivencia.
Haymitch y ella no hablan en los entrenamientos, aunque a veces intercambian miradas de un lado a otro del salón. De alguna forma, cuando eso sucede, como en las tardes de conversaciones y silencios insustanciales en la tienda, Maysilee no se siente tan sola.
***
La noche de entrevistas es cansada y algo caótica, al menos tras bastidores. Son demasiados participantes este año, pero de todas maneras van a hablar con ellos uno por uno. Haymitch está para el cierre de la noche, hora en la que ya nadie estará poniendo atención.
Pero su madre y su hermano van a verlo. También su chica. Hará aquel papel por ellos. Sabe que no va a conseguir patrocinadores y tampoco le importa demasiado porque nunca ha contado con ellos.
Haymitch está muy seguro de que el único recurso con el que contará dentro de la Arena, es con él mismo.
Sus compañeros se enfrentan de manera distinta a esa noche. La chica de la Veta intenta un papel de pequeña encantadora. El otro chico está nervioso e intenta apelar a una fuerza que no tiene. Maysilee se ve entera, pero está algo pálida. Supone que está pensando en que su madre va a verla por última vez antes de que la lancen a la Arena a morir.
Por un momento tiene el impulso de tomarla de la mano, pero no lo hace. A ninguno le sirve demostrar debilidad en esos momentos.
Cuando llega la noche y Capitolio celebra, a los condenados a muerte los mandan a dormir su última noche. Sabe que debería descansar, pero de momento no puede hacerlo. A partir del día siguiente cada segundo de su vida estará grabado y expuesto para todo Panem. Al día siguiente van a matarlo, así que no siente remordimiento por mostrar algo de desdén a las normas. Después de todo, tienen prohibido salir del edificio, pero lo de subir a la azotea no está especificado en ningún lado.
Le parece escuchar que alguien lo sigue, pero la alarma se desvanece cuando reconoce los pasos. No se detiene, pero deja abierta la trampilla por medio de la cual se accede al aire libre en el extremo superior del edificio.
Maysilee sale poco tiempo después que él, quien no se ha quedado a esperarla. Ya está sentado en el borde del edificio, las piernas colgando hacia el vacío. Se pregunta si otros tributos habrán pensado en lanzarse allí y terminar todo antes de que los maten como un espectáculo para Capitolio.
Él no lo haría. Sí hay algo que puede más que su orgullo: sus ganas de sobrevivir. Sabe que por ellas va a salir el otro día a la Arena y se convertirá en un asesino, como todos los que tienen algo de instinto de conservación, incluso cuando las posibilidades sean mínimas.
La chica se acerca y toma asiento a su lado.
-No pareces sorprendido de que te siguiera -comenta tras un momento.
La verdad, no le sorprende. Ha sentido su mirada sobre él durante todos los días de preparación. Si es sincero, él también ha estado pendiente de ella. Probablemente habría sido mejor estar allí sin nadie conocido.
-Estaría sorprendido de que pudieras dormir -replica.
Ambos guardan silencio por unos minutos. Haymitch puede sentir el calor que emana de ella y su respiración pausada. El viento es fresco, pero no resulta frío realmente. Aquellos podrían ser los últimos minutos medianamente agradables de su vida, si es que eso es posible.
-Una vez dijiste que seguir vivos era todo lo que podíamos hacer para joder a los que rigen Panem -dice Maysilee finalmente.
No está seguro de si le sorprende más que ella recuerde ese comentario o darse cuenta que él sabe perfectamente cuándo se lo dijo. Asiente para darle a entender que sabe de qué le habla, aunque la verdad no tiene idea de por qué está trayendo eso a colación.
-Ahora ni siquiera podemos hacer eso -continua Maysilee. Tiene la mirada perdida en las luces del Capitolio que se extendían a sus pies, por lo que Haymitch puede observar su perfil con cierta libertad. Resulta casi doloroso sentir el suspiro que se escapa de sus labios mientras apoya las manos en el suelo, inclinándose ligeramente hacia atrás. Cierra los ojos cuando el viento le acaricia la cara de nuevo-. Realmente quería vivir.
No le gusta la dirección que está tomando ese discurso.
-La única manera de salir vivo de la Arena, es pensando que es posible -le señaló.
Ella sonrió con ironía, mirándolo de reojo.
-Sólo una persona va a salir y aunque lo haga, nunca será la misma que entró.
La verdad de sus palabras pesa entre los dos. Sin embargo, no detienen la melancolía que nace de ella y empieza a contagiarlo.
-Quería crecer. Dejar de tener mi nombre en la Cosecha de cada año. Ver si mi hermana finalmente se entera de que Undersee está colado por ella. Ayudar a mi mejor amiga a prepararse para hacer la ceremonia de pan junto a Everdeen -una sonrisa triste aflora en sus labios mientras vuelve a perder la mirada en un horizonte demasiado oscuro para ver nada en él-. Me habría gustado enamorarme.
Haymitch tarda un momento más del debido en apartar la mirada de su rostro.
-¿Casarte y llevar a tus hijos a la Cosecha cada año?
Es consciente de la amargura en sus palabras. Él mismo tiene una novia en casa con esas expectativas, aunque ahora se ve incapaz de cumplirlas alguna vez. Se siente ajeno a esa vida que llevaba.
-Seguir viviendo -replica ella con suavidad, ignorando la provocación de su tono derrotado.
De repente nota que la mirada de Maysilee ha dejado la lejanía y está sobre él. No es ningún cobarde, así que la mira también. Ella se inclina hacia él y está más cerca de lo que creía.
-Esta es la última noche de al menos uno de los dos -señala Maysilee con un volumen tan bajo que no pasa de un susurro cargado de nostalgia.
Técnicamente, ambos podrían sobrevivir varios días en la Arena. En lo personal, piensa pelear hasta el último minuto y cree conocerla lo suficiente para saber que ella también. Pero sabe a lo que se refiere.
En realidad, es la última noche de los dos, aunque alguno salga vivo de los Juegos. Después del baño de sangre, ninguno volverá a ser el mismo. En eso no se equivoca.
Cierra los ojos cuando ella acorta la distancia entre ambos y lo besa. Para ninguno existe el futuro y a ambos los han arrancado de su pasado. Tal vez es la razón que le hace dejarse llevar por el beso de los labios poco experimentados de Maysilee, con más hambre y rabia que deseo.
Ese último llega poco después, como invitado por el infortunio que los rodea. Se obliga a separarse de ella y la mira a los ojos, aún sin saber por qué le parece que lo apropiado es detenerse.
No llega a decir nada. La expresión de Maysilee tiene una mezcla de determinación y ruego ante la que no puede rebelarse, ni quiere hacerlo. Ella lo toma del cuello de la camisa y con un movimiento rápido se impulsa para sentarse sobre su regazo, de frente a él, una pierna a cada lado de su pecho. Supone que de alguna manera la ayuda a hacer el rápido movimiento.
La siente respirar contra él. Pone las manos en su espalda y la siente temblar, o tal vez son sus propias manos las que están algo inestables. Aquello es una locura, pero toda la situación de los Juegos lo es.
Sus alientos se entremezclan y tras un par de dudas en que sus labios se buscan sin encontrarse, se están besando de nuevo.
En medio de los besos y caricias que siguen, siente el sabor salado de las lágrimas de Maysilee mezcladas con alguna traidora propia.
Sin embargo, ninguno se detiene más que un momento para compartir una mirada determinada y luego secarse las lágrimas con los labios: esa es la última noche de ambos y suceda lo que suceda, después van a estar solos para lo poco o mucho que les reste de vida.
***
Los Juegos son todavía más sangrientos de lo que creía. No es necesario tener el primer muerto en la cuenta personal para saber que ya no es la misma chica que había sido hasta ese día. Ha visto la muerte y la crueldad de una manera que nadie debería verla.
Encontrar a Haymitch es una suerte. Pasar los últimos días con él es algo que no había planificado. Tal vez es una compensación del universo por haberle jodido la vida sin darle tiempo a vivirla.
Ninguno hace alusión a su última noche antes de la Arena. Lo que sucedió es algo muy suyo y ni él ni ella van a compartirlo con Panem. Se limitan a sobrevivir, demasiado conscientes de que uno de los dos, o ambos, dejarán de existir en breve. Haymitch habla poco y ella lo sigue sin terminar de entender lo que hacen.
La esperanza cruel de sobrevivir aumenta conforme el número de muertos crece. El miedo a tener que matarse mutuamente también.
La separación casi no duele porque sabe que le han robado días a un adiós que ya se habían dado. Ni ella dice alguna palabra de despedida ni él se gira para mirarla.
Es más fácil así.
Luego, todo termina rápido. Los pájaros le traen la muerte casi como un regalo. Es casi un alivio recibirla cuando Haymitch llega a su lado. Ninguno dice nada, pero cuando siente los dedos de él entrelazándose con los de ella, el dedo pulgar de él acariciando el reverso de su mano, ella lo estrecha con toda la fuerza que le queda.
Tan solo lo deja ir cuando su vida se ha terminado.
***
El tren de regreso avanza con una velocidad escalofriante. Se alegra de dejar Capitolio, pero no tiene ganas de regresar a Distrito 12.
Es bueno dejar atrás el circo de los Juegos del Hambre. No está tan seguro de que seguir vivo también pueda calificarse de esa manera.
Viaja de regreso a casa intranquilo, con la amenaza y la furia en la mirada de Snow grabadas a fuego en su memoria.
Tal vez debió morir a la orilla del acantilado. Estaría haciendo ese viaje de regreso en otra caja de pino cerrada, con Maysilee a su lado.
En cambio ahora no se atreve ni siquiera a entrar al compartimento en el que viajan sus restos.
La llegada a Distrito 12 es un circo más. No ve entonces al señor Donner ni a su familia, lo que en parte agradece: está seguro de que ver a la hermana gemela de Maysilee será un infierno.
No se entera de cuándo es su entierro. Está muy ocupado organizando uno triple para su madre, su hermano y la que hasta el momento de marcharse había sido su chica. Las amenazas de Snow se cumplen, ofensas como la suya al Capitolio no se quedan sin ser cobradas.
Debería estar muerto.
Se encuentra con el señor Donner en el cementerio del Distrito el día que va a cancelar las lápidas. Podría pagar por un mausoleo de lujo, pero no lo hace. No quiere que el dinero que ganó cometiendo la falta que los hizo morir pague su despedida del mundo.
El señor Donner está allí, cortando la hierba que rápida intenta hacerse un lugar sobre la lápida nueva de Maysilee. Con horror, Haymitch descubre que hay otra más a su lado.
-No resistió la idea de que Maysilee fuera a los Juegos -le explica el señor Donner. Tiene los ojos rojos, el equilibro tambaleante y la voz quebrada-. La enterramos el día anterior a que los lanzaran a la Arena.
Haymitch no sabe qué decir, pero sostiene al hombre que está a punto de caerse cuando se incorpora. Escucha entonces el tintineo de una botella de vidrio en su chaqueta chocando contra otra.
-Gracias -dice el señor Donner mientras lo mira con ojos vidriosos-. Por quedarte con ella.
Tiene un nudo en la garganta, por lo que se limita a asentir. El hombre se separa de él, sosteniendo el equilibrio con dificultad. Haymitch puede sentir el olor a licor emanando de él.
-No debería tomar más -le aconseja. Su mirada se desvía hacia el bolsillo del abrigo en el que escuchó el sonido de vidrio, el cual vuelve a repetirse.
El señor Donner nota la dirección de su mirada y su rostro se desfigura en una mueca dolorosa.
-Sí, tal vez no debería -dice con un murmullo mientras saca una botella casi llena.
Haymitch se la quita con suavidad. Su padre se ponía violento cuando lo separaban del licor, pero al parecer el padre de Maysilee no tiene fuerzas ni ganas ya ni siquiera para luchar por eso.
-Adiós, Haymitch -dice el hombre con una sonrisa triste que le eriza el pelo de la nuca-. Eres un bueno chico, pero no quiero volver a verte.
Lo observa alejarse a paso inestable, sin voltearse a mirarlo ni una vez más. De repente, se encuentra solo ante la tumba de Maysilee, al lado de la de la señora Donner.
Contempla el trozo de tierra con creciente amargura mientras balancea la botella de licor que el padre de la chica dejó entre sus manos. Entiende al señor Donner. Verlo a él debe recordarle todos los días en la Arena. El hecho de que él está vivo y Maysilee no.
Él tampoco quiere volver a verse.
Abre la botella de licor y da un profundo trago. Tose, pero luego toma otro más.
Vacía el contenido con tanta rapidez que en algún momento siente arcadas, pero contiene las ganas de vomitar.
Se seca los labios cuando ya no queda nada, mientras una sensación hasta entonces desconocida lo embriaga.
Por primera vez, puede decir que entiende a su padre.
Sonríe con cinismo mientras sale del cementerio y tira la botella contra el suelo, donde se hace añicos. El dinero que ganó con la acción que llevó a la muerte a toda su familia no le importará gastarlo en otra botella de alcohol. O en muchas más.