Título: Exogénesis
Capítulo: 02. Carry on my wayward son
Autor:
sheislilyx Spoilers: Cuarta temporada.
Resumen: Vivieron muchas cosas, durante el Apocalipsis. No todas malas. No todas buenas.
EXOGÉNESIS
02. Carry on my wayward son
Carry on my wayward son
There'll be peace when you are done
Lay your weary head to rest
Don't you cry (don't you cry no more)
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Hacía una semana que Dios había vuelto al despacho. A los siete días -no creó el mundo otra vez, ni lo salvó tampoco tras más de dos meses de Apocalipsis sangriento y cruel- decidió que Sam Winchester tenía que morir, con la frialdad de un juez impartiendo el mazazo final que decidiría los próximos años de vida del acusado. Ni testigos, ni abogados, ni leyes válidas. Simplemente el que había desencadenado el fin merecía el fin para sí también.
Castiel se lo contó así a ambos hermanos, atrincherados en un barracón, armados hasta los dientes y colocados estratégicamente. Granada de sal -el invento fue realmente útil; los derechos, a Bobby- por la puerta y podían hablar tranquilamente durante cinco minutos. Era un combate bastante simple, pero no podían despistarse. El ángel caído, si bien ya no era del todo un ángel, era el único mensajero que los Winchester admitían, así que allá arriba decidieron no vetarle del todo sus poderes. Castiel tenía acceso a cierta información. Tenía también la pena grabada en la mirada azul y la impotencia en el gesto corvo de su cuello; rendición.
Ambos lo miraron incrédulos un instante. Sam le quitó la anilla a una nueva granada y contó, moviendo los labios, hasta tres, antes de lanzarla. Se agacharon de inmediato tras las planchas de madera para protegerse del estallido. Castiel permaneció de pie y la gabardina se agitó violentamente entre sus piernas.
-¿Por qué? -preguntó únicamente Sam. Tenía la frente manchada de hollín y parecía un niño al que acababan de quitarle su juguete favorito. Parecía, también, que hubiese estado esperando un momento así.
Dean sacó la cabeza por la ventana, aparentemente tranquilo, y echó un vistazo. Habían acabado con todos. Si el resto de cazadores había hecho un buen trabajo, habrían recuperado esa ciudad antes del anochecer y podrían relajarse por primera vez en mucho tiempo. Se volvió y se apoyó contra la pared.
-No te preocupes, Sammy -dijo, mirando, sin embargo, a Castiel, irritado-. Dile a tu dios que puede meterse sus órdenes por el culo. Estamos resistiendo. Y si hemos resistido hasta ahora contra Lucifer también resistiremos contra Dios -Extendió los brazos, provocador-. Que venga. Estaremos esperando.
-Es diferente, Dean -musitó Castiel. Lo miró, casi suplicante, intentando que entendiera. No lo logró y desvió la vista a Sam-. Eres peligroso. Y debes pagar. Dios piensa… Dios cree que Lucifer puede poseerte en cualquier momento y volverse más poderoso. Es extraño que no usara tu cuerpo como receptáculo desde el principio. Tus poderes… debes pagar.
-Pero ya no uso mis poderes -replicó indignado. El ángel estuvo tentado de sonreír-. ¿No estoy pagando ya?
-Esto es absurdo -exclamó Dean, interrumpiendo-. Cas…
-No hay vuelta atrás. No puedo ayudar esta vez -pronuncia con un gesto de disculpa hacia Dean. Duda-. Espero verte por arriba, Sam.
Desaparece.
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Veinticuatro horas más tarde Sam se desploma como si hubiera sido fulminado por un rayo. Cae de rodillas sobre la carretera y el corazón le falla. Un soldado herido en medio de la nada y su hermano corre hacia él, dejando caer el rifle en el asfalto con lentitud de horror; le repite que aguante, que se va a poner bien. Sam se desangra en sus brazos, un poco asustado y dolorido. Dice ‘hasta luego, Dean’, arrastrando la voz, con media sonrisas de las de verdad (las que iluminan) y lágrimas en los ojos. Dean se vuelve loco, se desespera, se ahoga en el dolor. ‘No te vas, Sam, no te vas, aguanta, te voy a salvar, Sammy’, murmura como un mantra, mientras le aprieta la hemorragia del pecho inútilmente. Pronto la sangre le cubre toda la mano derecha y Sam empalidece a velocidad alarmante. Susurra de pronto ‘por favor’, cerrando los ojos. Alza una mano hacia él, débil, la respiración volviéndose muy errática, y Dean le aferra, aterrorizado. Grazna su nombre. Su hermano todavía entreabre los ojos. Mueve los labios muy despacio, pero no le sale la voz. Luego todo se acaba y la luz se le va de la mirada.
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Sam siempre ha intentado ser como Dean. Se pasó la infancia copiándole las frases y los gestos, intentando entender qué hacia con las chicas y aprendiendo de él a vivir, a cazar, a ser feliz. Hubo temporadas malas y temporadas peores cuando eran pequeños pero ni una sola vez se arrepintió de seguirle. Tampoco se arrepintió de estar con él en el fin, aunque aquello conllevara la muerte.
Dean ha muerto un par de veces, casi podríamos decir que tres. La primera, justo antes de que su padre le salvara la vida, él ya tenía un pie más en el otro barrio que en este. La segunda, en el bucle de un martes triste y gris, seis meses que no recuerda y que Sam nunca jamás le contó demasiado. Y la tercera, derechito al infierno, cuatro meses o cuarenta años que dolieron lo inexplicable, en lo más hondo, desgarrando carne, recuerdos, sentimientos (hubo uno que no se alteró lo más mínimo).
Sam también tiene alto su cupo de muertes. La primera vez fue acuchillado; una puñalada certera y la visión se le nubló deprisa, la sangre surgió a borbotones y luego oscuridad. Malos recuerdos. La segunda fue mucho peor. No murió físicamente pero cuando Dean se fue al infierno (o podríamos hablar del bucle también…) él se marchó también, lento como la ponzoña expandiéndose por un cuerpo ya corrompido; quedaron cosas malas y los días dejaron de tener sentido. Una capa de hielo cubriéndole, una muralla y lo único que le quedaba por hacer era parar ese puto Apocalipsis porque si bien no iba a tener a su hermano de vuelta, quería simple y llanamente una venganza (sin embargo Dean volvió de entre los muertos pálido como un zombi y algo cálido volvió a revivir a Sam con suavidad, despacio…).
Así que el destino, ese cancerbero tan malhumorado e irónico, decidió que Sam, para bien o para mal, siempre siguiendo los pasos de su hermano, todavía tenía que cumplir una muerte más.
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Y vaya si la cumplió.
Castiel brotó de la nada justo cuando Sam exhalaba su último suspiro. Se acercó a Dean, que pareció sentirlo y se levantó como accionado por un mecanismo, y gritó ‘vete’ con la voz ronca de dolor. El ángel caído abrió la boca un par de veces, sin saber qué decir (una disculpa), pero Dean estaba absolutamente fuera de sí. Le apuntó con la pistola, la cual temblaba violentamente entre sus dedos, errático, loco, desquiciado, la gota que colma el vaso.
-El Apocalipsis… -comenzó, dubitativo. Dean soltó un sollozo incontrolable y gritó ‘¡a la mierda el puto Apocalipsis!’, lanzó la pistola a sus pies y se dejó caer de rodillas al lado de Sam. Descansó una mano sobre su pecho, jadeando como si acabara de correr y no tuviera aire en los pulmones. Enterró el rostro sobre él y si de Dean dependiera el mundo podía acabarse ya. No tenía sentido.
Todavía no había asimilado para nada lo que acababa de pasar cuando percibió un levísimo movimiento bajo sus dedos. Lo atribuyó a su imaginación. Pero luego vino un latido, y después otro, y otro después de ese. Inmediatamente una respiración sibilante chocando en su oído y alzó la cabeza, incrédulo. Sam le devolvió una mirada tan sorprendida como la suya, sonrió a duras penas y alzó la mano con lentitud hasta la cara de Dean.
-Creo que me quedo aquí -susurró-. Contigo…
Volvió a cerrar los ojos despacio. Dean le aferró de la camiseta, inclinado sobre él, muy cerca. Graznó ‘Sam’, aterrorizado. Castiel se desvaneció sin hacer ruido en ese instante.
-¿Qué? -masculló su hermano con voz pastosa.
-Quédate -suplicó, el pecho funcionando como una mancha de aire; notaba que se ahogaba entre las lágrimas-, quédate conmigo, Sammy, por favor.
-Vale -accedió él, casi infantil.
Y Sam se incorporó a medias, haciendo un esfuerzo sobrehumano, y abrazó a Dean con suavidad hasta que el tiempo dejó de importar.
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Dean intentó sonsacarle la verdad a Sam muchas veces, en aquellas frías noches que anunciaban siempre el fin del mundo -y sin embargo lo salvaban cada vez-. Hubo una noche, pocos días antes de que todo terminara, en la que logró conformarse. Hubo un beso largo, hondo y cálido, una sonrisa calmada en Sam que pocas veces había visto, el brillo del cariño en los ojos y ‘no lo hace mal del todo, Dean’, dijo, refiriéndose a Dios, ‘pero todo lo que yo quiero está aquí’.