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Parte Quince
Septiembre, 1976
***
La respuesta a la pregunta “¿está Lily enojada conmigo?” James ha descubierto, es un rotundo “Sí”. Las chicas tienen un poder sorprendente, James le contará a Remus y Peter y Sirius y a quien cometa el error de saludarlo, de ignorar toda lógica, razón, sentido común y no común, y simple amabilidad humana, y sostenerse a un pequeñito error, ordeñándolo como una vaca gigante. James pasa la mayoría de su reunión con Dumbledore y Lily mirándola, con la boca abierta, como un pez muerto. Ella, por otra parte, mantiene los ojos fijos al frente. Es como e si él ni siquiera está ahí. Es como si él no estuviese vivo. Puede ser un pez muerto y ella está haciendo un trabajo fenomenal no notando el olor. En algún punto, mientras Dumbledore habla y habla y habla y habla sobre sus deberes, James quiere levantarse y hacer caras justo frente a ella. Eso le mostrará, piensa. Ella no podrá ignorarlo entonces.
Sin embargo, no puede mejorar la idea de que de verdad no está loco.
“Como estaba diciendo, Sr. Potter,” continúa Dumbledore, “la razón por la que lo he escogido como Delegado es la increíble calidad de liderazgo exhibida antes, bajo circunstancias que no puedo divulgar, cuando salvó la vida de Severus Snape.”
Los ojos de Lily casi se le salen de la cabeza.
James piensa en proponerle matrimonio a Dumbledore ahí mismo, da lo mismo el anillo.
“Él hizo qué,” dice Lily, en un tono chillón que cualquier otra persona hubiese encontrado extremadamente poco atractivo.
“Señorita Evans, creo que fui claro al decir que las circunstancias de las acciones del Sr. Potter no son-Sr. Potter, al menos pretenda que está escuchando-no son públicas. Por varias razones-“ mira a James desde sus lentes, duro pero benigno “sé que está conciente, Sr. Potter, que sería mejor no divulgar. Incluso, quizás, si calma las sin duda considerables dudas de su compañera.”
Lily lo está mirando ahora, con una expresión muy similar a la que él ha tenido por la última media hora. Bueno, piensa James. Harían un par tan lindo, de pescado. “Entiendo, Profesor.”
“Ahora,” concluye Dumbledore, levantándose. “Si me disculpan, tengo cosas importantes que hacer. Confío en que pueden encontrar la salida, Srta. Evans, ¿puede contarle al Sr. Potter sobre todo lo que se perdió mientras su mente estaba obviamente en otra parte?”
Lily abre la boca, luego la cierra, luego la abre de nuevo. “Quiere decir que él salvó la vida de Severus Snape-“
“Y que tengan un hermoso día,” dice Dumbledore alegremente. “Gracias!”
James se levanta para irse. Lo rompen opciones difíciles. ¿Debería verse presumido? ¿Debería bailar? ¿Debería aguantarse todo, ser maduro, y no dejar que su trasero sea pateado entre sus paletas por el impecablemente limpio pero no menos letal zapato izquierdo de Lily? ¿Debería rendirse y dejar que se sepa que él, James Potter, es el rey del mundo, sin mencionar Delegado, sin mencionar héroe, sin mencionar totalmente, completamente y cien por ciento en lo correcto?
“Vamos,” murmura Lily, tomándolo de la muñeca. “Deja de estar ahí con la boca abierta, te ves tonto.”
No están ni al otro lado de la puerta cuando se abre. En su percha, Fawkes-quien se ve algo cansado y sin duda cerca de la combustión espontánea-da un medio chillido y se queda en silencio.
“Oh Dios mío,” dice James, sus ojos abiertos como sartenes. “Oh Dios Mío oh Dios Mío oh Dios Mío oh Dios mío.”
“Uhmm,” dice Lily. “¿Qué te pasa?”
“Los Prewett,” susurra James. Toma la manga de Lily. “Pellízcame.”
“Bueno.” Lo hace.
“Ow! Oh Dios Mío,” dice James de nuevo. “Estoy despierto y son los Prewett.”
Lily dirige su atención a la puerta. Dos jóvenes-bien parecidos, sí, pero por el sentido del humor de James y su falta para coordinar colores esa no puede ser la fuente de su reacción-están en el umbral esperando a que se vayan. “Uhm,” dice Lily de nuevo. “¿Qué te pasa?”
Por supuesto que ella no entendería. Por primera vez en la vida de James Potter, desearía poder cambiar discretamente a Lily por Sirius, sólo por este momento específico en su vida. En la puerta, viéndose más alto y bronceado y mejor que nunca, están los hermanos Prewett. Usan pantalones de piel de dragón. James está repentinamente en tercer año de Nuevo: incómodo, gordo y sin aliento por la sorpresa.
“¿Que no es el pequeño Potter?” dice Gideon, pasando una mano por su pelo dorado. “Mira, casi parece una persona! ¿Ya estás en problemas, no? ¿La escuela ni ha empezado?”
“Qué bien,” añade Fabian. “En la tradición de la vieja Gryffindor. Vamos!” Lleva un puño cerrado en el aire diciendo Orgullo!
James siente que se va a desmayar. “Sabes mi nombre!” chilla, afortunadamente su voz es tan pequeña que sólo Lily lo escucha y, piadosamente, no hace nada más que dar vuelta los ojos.
El movimiento, sin embargo, es suficiente para atraer la atención de Fabian; levanta sus cejas y hace una pequeña reverencia, bajando su voz varias octavas. “No creo que nos conozcamos.” Su cabello es todo brilloso y se mueve. James pasa de sentirse como si estuviera en una nube a como si su ángel lo hubiese golpeado en el cuello. Nadie, recuerda James, puede resistirse al cabello de Fabian Prewett.
“Oh,” dice Lily, con una risita y pasando el cabello detrás de sus orejas. “Sí, nos conocemos, estaba en tercer año cuando tu estabas en séptimo, es Lily, Lily Evans, y ustedes son los Prewett, no?”
”¿No Lily Evans?!” dice Gideon, francamente sorprendido. “¿La Zanahoria Evans?”
“Bueno,” dice Fabian, “me siento sucio y viejo. Mis disculpas, Evans. Te ves adorable. Aunque me sorprende encontrarte con un buscapleitos como éste.” Favorece a James con una sonrisa floja pero aprobadora. Nunca las emociones de James han sido manejadas así. En cualquier minuto, piensa. El desmayo. Va a pasar. Despertará con Fabian Prewett tirándole agua en la cara y Gideon Prewett revisándole el pulso y será, de verdad, como morir e irse al cielo, aunque sea sólo por el minuto en que está desorientado todavía.
“La verdad, el Sr. Potter y la Srta. Evans están en mi oficina por su primera reunión como Delegado y Delegada,” dice Dumbledore. “Qué bueno verlos, Gideon, Fabian. Pensé que habían llegado temprano.”
“Nos atrasamos,” murmura Gideon, acercándose al escritorio y sentándose en una silla alrevés. “Un trabajito en Oxford.”
“Nunca ha visto nada - bueno, no, supongo que sí ha visto muchas cosas como esa, pero el punto es el mismo, era sólo-la escala-positivamente astronómica,” explica Fabian, también sentado alrevés. El asiento de sus pantalones de dragón es tan brillante, pero James de verdad está intentando no mirar.
“Lo que quiso decir es,” clarifica Gideon, “es, vimos estrellas.”
“Y era una noche nubosa,” termina Fabian.
Dumbledore lanza una mirada al otro lado de la habitación a James y a Lily, ambos congelados en su lugar, por varas razones de sus propias mentes. “Mientras he visto tales ocurrencias como han descrito tan poéticamente, les aseguro que el Sr. Potter y la Srta. Evans no. Gracias, Sr. Potter, Srta. Evans. Eso sería todo.”
James sale al pasillo sintiéndose mareado. “Son geniales,” murmura. “Como se sientan en las sillas, viste eso, siempre hacía eso, y en pantalones de dragón, sentados alrevés en pantalones de dragón, son brillantes--“
“Y probablemente estériles,” termina Lily por él. “Creerías que salieron de Rellenitas y Malévolas, por como hablas de ellos.”
“Mis héroes,” chilla James.
“No,” dice Lily, “No puedo-creer- qué estás-cómo-argh!” Se da vuelta y se va, dejando a James en medio del pasillo para recuperarse.
***
”Padfoot!” grita James, subiendo las escaleras completamente sin aliento y entrando en el dormitorio, donde Sirius está desempacando metódicamente. Por supuesto que tuvo que subir cuando James lo hizo y por supuesto que James tuvo que irse a hacer Cosas Misteriosas de Delegado y Sirius está ahora tan aburrido y solo y la mejor solución para esto es hacer que desempacar tome lo más humanamente posible. Le recuerda a Remus, el modo en que separa sus calcetines en ‘calcetines de noche’ y ‘calcetines de día’, que de verdad no son categorías de calcetines; sólo significa un nivel más alto de organización. Sirius dobla un par de calzoncillos y cuidadosamente los separa por colores con desinterés calculado.
“Pads,” respira James, “nunca-nunca adivinarás-quién está-aquí mismo, en la oficina de Dumbledore, ni a cincuenta metros, ahora-“
“¿Edgar Allen Poe?” adivina Sirius.
“Los Prewett,” respira James con reverencia. Sirius deja caer los calzoncillos.
“¿Los Prewett?” susurra temblorosamente, después de unos momentos de adoración.
“Gideon y Fabian y usan pantalones de dragón y dijeron ‘Que no es el pequeño Potter’ y Fabian quiso conquistar a Lily pero de verdad no porque se sintió sucio después pero Gideon me llamó ‘Potter’ y Fabian me sonrió y dijo ‘vamos’”, dice James muy rápido. “Les iba a pedir que me firmaran mi cabeza pero no tenía ninguna pluma.”
Sirius se tira en su baúl. Pasa unos momentos buscando en él y luego emerge, con un par de pantalones estampados con snitches en la cabeza y un pequeño libro en su mano.
“Lo guardé,” susurra. “¿Recuerdas como solíamos jurar sobre él? ¿Y después de cuarto año dijimos que era tonto y algo raro? No lo boté de verdad.”
“¿Dormiste con él bajo tu almohada?”
Sirius se ve avergonzado.
“Yo lo habría hecho,” dice James francamente.
”Bueno,” dice Sirius, respirando con alivio. “Lo hice. Bueno, sólo los días impares” Aprieta el libro contra su pecho, acariciándolo con reverencia. “¿Están aquí? ¿Dónde están? ¿Qué están haciendo? ¿Cómo está el cabello de Fabian?”
“Sí, en la oficina de Dumbledore, asuntos súper secretos creo que tienen que ver con estrellas, increíble,” contesta James.
“¿Pantalones de dragón?”, pregunta Sirius.
“Pantalones de dragón,” afirma James.
“Tenemos que ir a verlos. Tenemos que-lo sé. Espiar. Casualmente. En el pasillo. ¿Crees que debamos llevar el libro? ¿Crees que me firmen? ¿Crees que firmen el libro? Esto es raro, no, este tipo de comportamiento en el que puedes cae y todos saben que tu eres el acosador. No soy un acosador,” añade Sirius, por buena suerte. “Sólo son, ya sabes, los Prewett.”
“Ni siquiera puedo odiarte por decir eso,” dice James. “Guardaste el libro.”
Sirius acaricia la portada de nuevo, pasando sus dedos por el título dorado. Las Aventuras Secretas de Gideon y Fabian Prewett, Bromistas Extraordinarios. El Santo Grial de sus infancias. Su guía. Su Biblia. Un pedazo de parafernalia religiosa, algo sagrado, algo por lo que jurar, algo que nunca jamás puede ser profanado. “El libro,” repite Sirius.
Comparten un momento necesario por el libro.
“Claro” dice Sirius, después de que el silencio se ha extendido lo suficiente. “Obtendremos autógrafos. No digas nada, sólo te hace ver más como un loco cuando hablas con gente a la que acosas.”
“Tienes razón,” dice James, ojos brillantes y lejos. “Pensaran que damos miedo. ¿Qué hacemos? ¿Volvemos a la oficina? ¿Crees que estarán aquí mañana? ¿Esperamos? No sé qué hacer.”
“Me tengo que lavar el pelo, doy susto,” dice Sirius y corre al baño.
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Las Muy Secretas Aventuras de Gideon y Fabian Prewett
Como Cuenta de Las Andanzas del Dúo Más Atrevido (y Bien parecido!) de Hogwarts.
Si encontraste este libro y no eres un Prewett te puedes ir a la mierda!!
A menos que seas un acólito esperando aprender el Modo Prewett, en tal caso, lee y sé iluminado, jovencito.
DIA UNO: Llegamos a Hogwarts!
Llegamos a Hogwarts a los aplausos de la multitud y por supuesto inmediatamente entramos a Gryffindor, nuestro Hogar Lejos del Hogar, por los siguientes siete años. Mientras Fabian insiste en que hagamos mucho ruido sobre nuestra llegada para el bien de la posteridad yo , GIDEON PREWETT, tengo la pluma lo que significa que nos saltaremos a todas las partes buenas porque yo, GIDEON PREWETT, seré tu hermano Prewett favorito.
DIA DOS: Nuestra primera broma.
Nuestra primera broma es como todas las primeras bromas para un joven haciendo su camino en el mundo de las travesuras: querida y recordada en esas largas noches sin bromas, como el recuerdo de tu primer beso, tu primera mujer, tu primer ho-ho y todo eso, o posiblemente tu primer trozo de pastel de chocolate. ES SAGRADO. Sin importar cuán terrible. Sin embargo, la nuestra fue fantástica. YA QUE estas son Las Muy Secretas Aventuras de los hermanos Prewett, y no Un Completo Archivo de Todos los Secretos de los Hermanos Prewett, los detalles no serán revelados aquí; sin duda ya ha oído sobre ellas de todas formas, ya que probablemente ya se convirtieron en mito moderno.
Palabra para los sabios: la escalera de la entrada trasera del ala de Hufflepuff es muy resbalosa y no debe ser parte de tu ruta de escape.
DIAS TRES AL CUARETA Y SIETE: Nos hacemos más y más populares y buenos mozos con cada día que pasa. Ya tenemos una horda de jovencitas desmayadas donde quiera que ponemos un pie. Es una vida difícil, ser un HERMANO PREWETT, pero alguien tiene que hacerlo. También hemos atormentado a muchos Slytherin, más notablemente al nuestro odioso archienemigo, Luscious Lucius “Soy un idiota” Malfoy. Toda la escuela apoya nuestros esfuerzos heroicos, mayormente porque Malfoy es un bastardo y se pone naranja cuando se enoja. (Descubierto por FABIAN PREWETT en un incidente de lo más ilustroso conocido como CAROTA DE ZANAHORIA PURASANGRIENTA. Atesora los recuerdos. Son la vida de un hombre en reversa y su leyenda mientras vive.)
DIAS CUARENTA Y SIETE AL FINAL DE PRIMER AÑO: Descubrimos que nuestro archienemigo, la fea cobra a nuestra adorable mangosta, no le hace par a nuestro ingenio, nuestra brillantez, nuestro poder mágico inmensurable. Sabemos también que la crianza entre los purasangre ha producido al menos un horror conocido como Monsieur Crabbe (desde ahora conocido como Monsieur Puño de Carne) y un Monsieur Goyle (desde ahora conocido como Monsieur Mano de Martillo) quienes, como todos los deficientes mentales pero matones de Slytherin, han sido contratados como pit bulls para Su Santa Alteza, el Emperador de la Casa de Slytherin, Risitos Dorados. POR TANTO, hemos presentado a nuestros amigos, Señores Puño de Carne y Mano de Martillo, a las escaleras de la entrada del ala de Hufflepuff.
SOMOS GENIALES.
NUESTRO PRIMER VERANO: Tenemos trabajo en Hogsmeade. Fabian trabaja duro. Yo tengo VEINTISIETE NOVIAS. Todas pelean en la calle por mi mano. Estoy enamorado de unas doce de ellas.
JA! Mi hermano ha sido lisiado por un infortunado calambre (hasta los héroes a veces son golpeados por la caprichosa mano, ja ja, del destino) así que YO, FABIAN PREWETT, también conocido como El Sexy (Gideon es, sin necesidad de aclaración, El Impresionantemente Grande) ahora procederé a aclarar todo sobre el tema de nuestras increíbles aventuras.
Lo que Gideon no sabe sobre sus veintisiete novias es que veintitrés (23) de ellas sólo salen con él para poder verme en mi ropa interior al pasar al baño en la mañana; que tres (3) de ellas tienen severos daños mentales y/o problemas físicos; y que al menos una (1) es de verdad un hombre peludo hechizado con el desafortunado nombre de Amelia. Este es el problema con tener una novia por correspondencia, como mi hermano ha aprendido.
Como sea, el verano pasa volando en un torbellino de emoción y romance, como el segundo año y el tercer año y el cuarto año porque honestamente, es justamente una fórmula: aventuras, vino, mujeres y canciones, y creo que deberíamos pasar directamente al día en que empezamos este año. ¿Qué dices, Gideon?”
Digo que nunca serás El Sexy. Ríndete! EL PODER DE GIDEON TE COMPELE, querido lector. Mantén en mente que de los dos, solo yo puedo levantar una tonelada de Acid Pops desde el sótano de Honeydukes sobre mi cabeza con una sola mano. Lo que, por supuesto, es por lo que me contrataron. La habilidad de peinarse el cabello y desfilar usando ropa combinada en colores no es de verdad un requerimiento para el trabajo y si las chicas de verdad anduvieran tras ese tipo de cosas entonces muchas más saldrían juntas.
Pero estoy de acuerdo con lo del diario.
***
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Gideon Prewett está fumando un cigarro. Es el cigarro el que lo desarma. Es el cigarro el que lo mantiene por un minuto, en el patio del colegio, feliz en el triunfo menor que es fumar en el patio del colegio.
“Tu y tus hábitos asquerosos,” le está diciendo Fabian. “Un día serán la muerte de ambos! Tu por fumar y yo por oler.”
“¿Lo entiendes?” contesta Gideon. “mírame. Esto fumando en el patio.” Fabian pausa para considerarlo “Es un triunfo,” presiona Gideon, con un dejo de sus viejos puntos de exclamación. “Sigo pensando que Dumbledore va a aparecer de ninguna parte y va a apagarlo en una de esas maneras.”
“Recuerdo los baldes,” suspira Fabian. “Tenían todas estas formas.”
“Sólo lo suficientemente grandes para mi cabeza,” recuerda Gideon. “Y de todas formas no podías sacarla.”
“Viejo cabeza de balde, así te llamaban,” sonríe Fabian. “todas las chicas. Con cariño por supuesto, pero con un aire de tristeza.”
“Casi me estiro,” dice Gideon, fumando profundamente. “Viejo loco.”
“Así debió ser,” responde Fabian. “Ese era el punto. Fue una lección. Tu y tus palos de cáncer.”
“Mira,” comienza Gideon, irritado, levantando el cigarro en advertencia, “hemos tenido esta discusión y dijiste-“
Algo en el arbusto se mueve.
Fabian se tensa, casi imperceptiblemente, la repentina tensión de su músculos traicionando su expresión casual. La mano de Gideon vuela instintivamente a su bolsillo, alrededor de su varita.
“No puede,” susurra Fabian, tan suavemente y con tan poco movimiento de su boca que es casi como si la voz llegase desde otro lugar, “no en el colegio, no aquí-“
“A las tres,” modula Gideon. Fabian asiente, lentamente descruzando su pierna, cuidadosamente midiendo movimientos. “Uno-dos-“
“Ow!” dice el arbusto y luego “maldita mierda,” y luego dos muchachos se caen con hojas en el cabello. Fabian levanta una ceja, relajándose. Gideon golpea su pecho en un modo que dice No estoy tan viejo para esto pero nunca es demasiado temprano como para mearte sin razón. “Uhm.” El chico abajo levanta la vista y sonríe. “Hola. Cómo están. Lindo día. Nos encantan los arbustos.” El chico arriba asiente, sin poder, aparentemente, cerrar la boca. “¿Cómo están, entonces?”
“Tu eres conocido,” dice Gideon.
“Apaga el cigarro,” le sisea Fabian. “Son jóvenes y eres una influencia terrible.”
"Oh,” dice el chico abajo, “fumo todo el tiempo. Cigarros. Fabulosos. Humo. Todo el tiempo. Saben.”
“Yo no,” dice el chico arriba. “Nunca fumo. Tu eres mi favorito,” añade, a Fabian. “Para que sepas.”
“Bueno.” Fabian toca su pelo, confundido pero contento. “Por supuesto que lo soy. Eh. ¿Quién eres?”
“Soy yo,” dice el chico arriba, quién se ha dado vuelta y ahora es el chico a la izquierda. “¿Pequeño Potter? ¿De antes? Dijiste.” Está mirando a Fabian con una expresión extraña, los ojos bien abiertos tras sus lentes y de repente Gideon recuerda.
“Claro,” dice, vagamente. “Delegado, no? Con la pelirroja. ¿Qué estás haciendo en esos arbustos?”
“Cosas ilegales,” dice el chico a la derecha, quien se ve extrañamente, incluso dolorosamente, conocido. Gideon busca en su memoria; todos esos de tercero corriendo-¿quién es este? ¿Alguno de tercero-de tercero en la historia del tiempo-usaba un collar de perro? “Extremadamente ilegal. Como-los-héroes-de-la-leyenda. Nada ilegal sexual, tampoco, ja ja, somos amigos, no pareja, pero, ya saben, bombas de caca. Slytherins y eso. ¿Alguno de ustedes tiene un lápiz?”
“Te conozco!” exclama de repente Fabian, en tonos que pasan de horrorizado a contento. “Gideon, ¿te acuerdas?”
“Me conoce,” dice el chico, a Potter. “Escribe eso.”
“Es Sirius Black,” sisea Fabian en la oreja de su hermano - oh!-y entonces, su mirada de piedra pasa al muchacho, quien se endereza, diciendo “Tu hiciste llorar a nuestra hermanita.”
Sirius Black se congela por un momento, sus ojos pasando a todos lados con pánico y luego dice, muy cuidadosamente, “Para ser justo, ella me pegó en la nariz primero.”
“Yo le pego todo el tiempo,” dice Potter. “Mucho.”
”No me importa lo que hizo,” dice Gideon, su voz como hierro. “Estas son excusas lastimosas. Excusas que no valen la pena. Excusas no de un hombre, sino de un gusano.”
“Eh,” dice Sirius. “De verdad así no es como conocerlos tenía que ser.”
“Conocemos el gancho izquierdo de nuestra hermanita,” continua Fabian. Sus ojos se cierran apenas. Sirius da un paso atrás. “Nosotros se lo enseñamos. Es algo de verdad, no?”
“Tuve pañuelos en la nariz por días,” murmura Sirius. “Castigo justo, después de todo, eh?”
“No suficiente,” decide Gideon firmemente.
“No,” concuerda Fabian. “Para nada suficiente.”
“Yo le pegaré por ustedes,” ofrece James. “Mucho. De verdad. De anochecer a amanecer. Si firman mi brazo. ¿Me firman el brazo?”
“James,” dice Sirius desde la esquina de su boca, “te van a firmar el brazo con mi sangre.”
”Maldición,” murmura James. “Eso se saldrá.”
“Sabes,” intenta Sirius desesperadamente, “tu hermanita era una chica sorprendente. Mujer. Persona de sustancia. Y yo estaba en cuarto año y era muy estúpido. Incluso más estúpido que ahora, eso digo. Mira, jugamos en el mismo equipo de Quidditch! Somos compañeros de equipo!! Nos llevamos fantástico. Es una Buscadora genial. De verdad, de verdad lo siento.”
“Gideon,” dice Fabian, golpeando su barbilla con un dedo, “¿decir ‘lo siento’ sirve con nosotros? ¿Como cuestión de principios?”
“No,” dice Gideon, subiéndose la manga.
“No sólo lo siento, saben!” protesta Sirius. Al caminar hacia atrás choca con James, quien tiene el brazo estirado y una expresión de éxtasis en la cara. “Estoy más allá de sentirlo. Soy un gusano miserable. Tierra de gusano. Merezco ser comido por hienas. Y aunque sería un honor que ustedes me saquen la mierda, al menos déjenme intentar redimirme.”
“No se puede,” dice Gideon. “Vamos, por favor, toma tu golpiza como un hombre.”
Sirius camina hacia delante, mirando a Gideon con ojos de cachorro lastimoso. “Bueno,” murmura. “Pero, escuchen, antes de que me saquen los dientes de la boca, hay algo que deberían saber.”
“Si es sobre Alice-“
“-y su increíble gancho derecho-“
“-y sus igualmente increíbles poderes de deducción-“
“-ya sabemos,” termina Fabian. “Párate derecho, muchacho, saca el labio, etcétera. No puedes enfrentar al batallón luciendo como un borracho en su última pierna. Por Hogwarts y la Patria.”
“No es sobre el gancho izquierdo de Alice,” dice Sirius, cuyos ojos, oscuros y temblorosos, ahora parecen ocupar al menos la mitad de su cabeza. “Aunque esas son cualidades magníficas que completan a una igualmente, sino más, magnífica jovencita. Es sobre-bueno, es tonto, pero-ya saben, su-su libro.”
Fabian, quien tiene manos delicadas pero no menos amenazantes, pausa en medio de subirse una manga. Pestañea. Gideon, quien tiene manos del tamaño de la cabeza de Sirius -parecen maletas con dedos-deja de dirigir sus puños bajo el cinturón y presiona un pulgar mucho más gentil sobre su labio inferir. “¿Nuestro libro?” dice Fabian. “No hablan de-“
”Las Aventuras Secretas de Gideon y Fabian Prewett,” dice Sirius muy rápido. “Escrito por Gideon y Fabian Prewett, completo con listas para el pupilo apto y aquellos que un día en el futuro cercano llevarán la bandera, pelearán la buena pelea, mantendrán el mismo viejo lema hasta el centro, la misma columna, para la imaginación de la próxima generación!” Sirius pausa, sintiéndose avergonzado. Tiene, después de todo, diecisiete años. Muchachos de diecisiete años no se supone que se emocionen por nada; es contra la ley. Sin embargo, esta es una circunstancia muy especial y espera contra toda esperanza que Gideon y Fabian Prewett le rompan la nariz pero al menos mantengan su emoción en secreto. “Es nuestra Biblia,” termina. “Es sobre lo que juramos.”
“Vivimos por él,” concuerda James. “Sirius duerme con él bajo su almohada.”
“Eso es porque yo lo encontré,” murmura Sirius. “Y solo en días impares. Te lo dije.”
“Encontraron el libro,” dice Fabian. Deja salir un suspiro con sonrisa y cierra los ojos, la juventud y la felicidad persiguiéndose en su cara.
“Oh, los recuerdos,” murmura Gideon. El parecido entre ellos ahora es indiscutible. Algo en las pestañas. Sirius se siente débil en las rodillas.
“La pregunta es,” continúa Fabian, un ojo abriéndose, “¿son dignos?”
“Yo soy digno,” dice Sirius. “Soy digo. Soy tan, tan digno.”
Fabian toma su barbilla entre pulgar e índice. “Una prueba!” propone. “Para ver si, de verdad, son dignos como dicen.”
”Y no tierra de dedos,” dice Sirius. “Aunque siempre seré tierra de dedos dentro de mi horrendo comportamiento. Lloro en la noche para soportarlo.”
“Probablemente has tenido unas diez novias desde entonces,” sonríe Gideon. “Conozco a tu tipo.”
“Tu eres su tipo,” aclara Fabian.
“¿Me probarán a mi también?” pide James, aún con el brazo desnudo y listo.
“Esta no es sólo una prueba, saben,” dice Fabian impacientemente. “Es una tarea. Un análisis. Una examinación exhaustiva de sus méritos que prueba las profundidades de sus almas.” Los mira fijo por un momento y luego dice, “¿Qué pasa el día cuarenta y cinco del quinto año?”
“Tu te comes dos libras de malvaviscos y vomitas rosado en la tarea de Divinación de Fabian,” dice James rápidamente. “Yo hice eso en tercer año pero no fueron malvaviscos fue hilo de dulce y era más púrpura y la cabeza de Sirius, no su tarea pero lo estaba intentando.”
“Esa era mi pregunta!” grita Sirius. “¿Te hizo a ti la pregunta? Señor, yo sabía esa pregunta, puedo citar toda la entrada, ‘cuando en el curso de los eventos humanos se vuelve necesario consumir una buena porción del peso de uno en dulces-‘ Está haciendo trampa!”
“Silencio!” comanda Fabian. Ambos chicos se achican, avergonzados y miran sus pies. “Un momento, por favor, debo hablar con mi estimado asociado.” Vuelve su espalda a ellos, con gran dignidad, llama a Gideon a acercarse y susurra. “¿Qué hacemos ahora? ¿Los hacemos saltar? ¿Que nos envíen dinero? ¿Que nos traigan ropa y periódicos en la mañana?”
“Esto es enfermo,” dice Gideon en un tono risueño. “Eres un hombre enfermo.”
“Shh,” asiente Fabian. “Son adorables, no? En un modo horrorizante.”
“Podrían sólo marcarlo directo en mi piel si no tienen lápiz,” dice James desde atrás de ellos.
“Nunca hemos tenido enanos antes,” añade Fabian. “Piensa en las posibilidades. Podríamos tener lo que quisiéramos en la mañana al desayuno. Podríamos hacerlos usar faldas o patines o togas. Podríamos disfrazarlos, trenzarles el cabellos. Podríamos hacer que ellos trencen nuestro cabello.”
“Sí me gustan las salchichas, pero siempre las quemas y yo nunca tengo tiempo,” piensa Gideon. “¿Crees que podrán hacer salchichas?”
“Pueden aprender,” dice Fabian. “Son jóvenes y fácilmente influenciables.”
“Podemos escucharlos susurrar,” les dice Sirius. “Saben, no que me importe pero-para que sepan. Soy el Rey de la Salchicha.”
“No somos tan buenos como pensamos,” murmura Fabian. “Eso está claro.”
“Tu proposición es que los tomemos, les enseñemos el modo Prewett y a cambio tenemos a dos esclavos hasta que las autoridades lo sepan. ¿Es eso?” dice Gideon. “¿Eso es lo que tengo que suponer de todo esto?”
“¿Crees que tienen entrenamiento?” piensa Fabian en voz alta. “¿Qué? Sí. Eso es lo que estoy proponiendo.”
“Es tan tentador,” suspira Gideon. “Siempre quise un esclavo.”
“Te lamería las botas cada mañana,” ofrece Sirius. “O si no te gusta que te escupan los zapatos o, ya sabes, usas sandalias o algo, siempre podría lamerte los pies.”
“Oh Merlín,” dice Gideon. “Va a ser tan difícil ser maduro sobre esto.”
“Ahora sabes cómo es ser yo,” murmura Fabian.
Se dan vuelta juntos, como una coreografía.
“Estamos dispuestos a dejar la escuela,” susurra James fervientemente.
“Y nuestros futuros,” añade Sirius. “Enséñennos. Somos vuestros.”
“Oh, por favor,” dice Fabian, quebrándose. “¿Podemos tenerlos? No dejaré que mojen la casa y los alimentaré todos los días. Podemos vestirlos en delantales.”
“Me veo fantástico en delantal,” concuerda Sirius. “Y James en esos con tirantes rosados.”
“Unmb,” dice James, asintiendo histéricamente.
“Y,” añade Fabian en un susurro tan bajo que sólo Gideon puede escuchar, “puede que no sea tan malo, ya sabes, tener a alguien que conocemos y confiamos entre los alumnos. Tenemos a Alice, obviamente, pero aquí llegamos al Delegado. Puede ser útil para más que las salchichas.”
“Oh, sabemos que podemos confiar en ello, no?” repite Gideon con algo de incredulidad.
Fabian mira al dúo. James, aún con la manga arriba, está prácticamente babeando, las manos unidas en posición de oración; Sirius está haciendo poses suaves para ilustrar la firmeza de su cuerpo al usar un delantal. Ambos llevan expresiones de plegaria de las que se ve en las portadas de esas novelas del siglo diecinueve.
“Oh,” dice Fabian. “Creo que harán lo que les digamos.”
”Clarito,” dice Gideon. Asiente una vez, decidido. “Escuchen entonces, pequeños horrores, ahora son aprendices Prewett. Como tales, esperamos que hagan del estilo de vida Prewett su prioridad. No es fácil ni simple, ser un Prewett, y no podemos tener otras cosas-novias, tareas, eso-burlándose de nuestra Operación. ¿Estamos?”
“Nada de novias!” dice James rápidamente y feliz, junto con promesa. “Me han botado y la de él fue sólo por el verano!”
“Y nunca pasamos nada de tiempo haciendo tareas de todas formas,” añade Sirius, “así que esa no va!”
“En adición a eso,” sigue Fabian, “deben estar disponibles cuando sea que visitemos la escuela para pulir con escupo varios ítemes de nuestra ropa, cocinarnos desayuno y bailar para nuestro entretenimiento retorcido.”
“¿Quieren que hagamos coreografías,” pregunta Sirius, muy serio, “o prefieren espontaneidad y salvaje improvisación?”
“Ambos,” dice Gideon. Le gusta pensar, después, que no lo hace sonar tan sadístico como sale.
“Si señor,” respira James. “Nos honra servirle, señor.”
“Esta es la cosa más maravillosa que me ha pasado,” dice Sirius. Se ve como si fuera a llorar.
“Es adorable,” dice Fabian. “Mírale la carita. Oh, Gideon, estoy tan feliz. ¿Podemos jugar con ellos ahora?”
“Tenemos una cita,” le recuerda Gideon. “Creo que nuestra reunión de adquisición puede haberse extendido demasiado.”
“¿Y mi brazo?” maúlla James.
“¿Quieren, onda, marcarnos?” sugiere Sirius. “Para que todos sepan y nadie más trate de enlistarnos como esclavos. Estamos, después de todo, en demanda. Como se pueden imaginar.”
“No lo dudo,” dice Gideon, intentando con esfuerzo poner una Cara Seria. “Desafortunadamente estamos apurados-“
“Mentiroso,” sisea Fabian.
“-ahora,” dice Gideon, “por la cosa que tenemos que hacer, que no está aquí. ¿Verdad, Fabian?”
“Oh,” dice Fabian. Decae visiblemente. “La cosa. Sí, supongo.”
“¿Se van?” se queja James.
“Sólo temporalmente,” lo consuela Gideon, dándole palmaditas en el hombro. “Endereza el labio y sigue así y todo eso. Por mientras, comprométanse a estudiar el Modo Prewett.”
“Nuestras vidas completas están comprometidas al Modo Prewett,” le asegura Sirius.
“Buen chico,” brilla Fabian. “Como debe ser. Y a él le ha pegado Alice asi que es como parte de la familia.”
“Excepto más pequeño,” le recuerda Gideon, “y mas esclavizado.”
“¿Podemos tomarles fotos?” pregunta Sirius, produciendo, de ninguna parte, una cámara.
”¿Podemos tomar algo de tu cabello?” añade James, en una vocecita.
“Sí,” dice Fabian.
“No,” dice Gideon, al mismo tiempo.
“Mi vida es tan hermosa,” murmura James, viéndose como si fuese a llorar.
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Remus ya se ha comido todo su chocolate para el tren. No es que su madre no le haya dado desayuno en la mañana; lo hizo. No es que su madre no le haya dado mucho desayuno en la mañana; lo hizo. Es más algo sobre sentarse, solo, en la Plataforma Nueve y Tres Cuartos, por media hora porque está entre adelantado y atrasado, requiere la mayor cantidad de chocolate posible. También, Remus se siente enfermo.
Hace dos noches, la luna estuvo llena y el cielo sin nubes. Volver con los demás el día correcto no era posible; sería él y Peter solos en el carro y Remus desmayado o a punto de sangrar o definitivamente enfermo, Peter probablemente se desmayaría a los pies de Remus, lo que no era muy útil. La Sra. Lupin no permitiría nada de eso. Tenía buenas intenciones pero quedarse atrás un día más destrozaba la concepción de normalidad de Remus, esparciendo los trozos de sus cuatro vientos, dejándolo ahí, en la Plataforma, solo, con un plumero y una barra de chocolate para arreglar el desorden.
Es, por supuesto, mejor que la semana pasada con los Potter. Ser destrozado por animales salvajes en el desierto solitario, por supuesto, es mejor que la semana pasada con los Potter. Algo debe haberle pasado a la mamá de James-demasiada tensión no resuelta en el aire finalmente afectándola-y horneó diecisiete pasteles en un día. Eso no hubiese sido tan terrible, ya que sus pasteles son deliciosos, excepto que Sirius había desaparecido, y James estaba metido en alguna parte leyendo algo para su preparación como Delegado, y Sophie se había ido antes con un guiño y un beso al aire, lo que dejó al Sr. Potter, Peter y a Remus comiendo diecisiete pasteles en una tarde junto a las repeticiones de la Sra. Potter de ¿están buenos, chicos? ¿Cómo están? Coman! Ten otro pedazo.
De nuevo, Remus se siente enfermo.
Un silbido de vapor señala la llegada del Hogwarts Express de vuelta desde la escuela, listo para un descanso de media hora antes de salir. Remus lo ve deslizarse por la estación, todo delgado y negro y probablemente nunca enfermo por diecisiete pasteles y una estúpida barra de chocolate. Por primera vez en su vida, extraña el caos de la gente de su edad, fuerte y pisándolo y dándole heridas extrañas.
“De lo mejor, de lo mejor. Excelente. Excelente. Muy complacido, no?”
El sonido de otra voz humana al principio confunde a Remus. Quizás está soñando a los dos hombres caminando casualmente por la plataforma hacia él. Quizás son ángeles. Quizás señalan la explosión inesperada de sus intestinos, vencidos finalmente por la presión a los costados.
”Bueno, holas,” dice el más alto con cabello impresionantemente brillante. “¿Qué tenemos aquí?”
Los buenos modales de Remus entran inmediatamente. Anunciadores de muerte o no, son adultos y tiene que ser educado o de alguna forma, su madre lo sabrá. “Hola,” dice, levantándose y limpiándose el chocolate en sus muslos. ¿Vienen a matarme? Añade su cerebro. No le da voz a él.
“Tienes chocolate en la nariz,” dice cabello-brillante. “No, no, creo que es un punto fantástico. ¿Es una peca? ¿Es un producto comestible? Eres encantador. Soy Fabian Prewett y este es mi idiota Gideon, y ¿por qué, exactamente estás aquí?”
“Escuela,” logra decir Remus, “voy, atrasado, a, disculpa.” Lo derriba una aura extrañamente confortante y extrañamente aterrorizante de confianza, encanto imposible e interrogación. No los culpa; de verdad se debe ver sospechoso, todo hinchado y manchado y solo.
“¿Hogwarts?” pregunta cabello-brillante-Fabian. “¿Eres de Ravenclaw?”
“Casi, la verdad,” Remus se encuentra escupiendo palabras. “pero el sombrero dijo, ‘Bueno, ¿dónde te gustaría ir? Y pensé, ‘los chicos simpáticos del tren que me hablaron, bueno, uno de ellos está en Gryffindor, como sea, y se ve muy molesto por ello, y no es que de verdad lea todo el tiempo, sabes, sólo mucho, pero me gustan los libros sobre aventura,’ y creo que dijo Gryffindor para hacerme callar.”
“Dios Mío,” dice Fabian Prewett, luciendo encantado. “Gideon, lo amo. Es incluso mejor que nuestros esclavos. Nosotros estábamos en Gryffindor también, ni hace cuatro años. No creo que nos hayamos conocido, cara de Chocolate?”
”Eh,” dice Remus, maldiciéndose por su terrible memoria y terribles modales. “¿No sé? Quizás. Remus Lupin, perdón.” Saca su mano, el movimiento impulsivo le hace botar la chomba que tenía bajo el brazo. Torpe, torpe, siempre torpe. Se agacha para tomarlo pero olas de cabello brillante lo hacen a un lado con un gentil “Permíteme!” y lo toma con la punta de su bota, arrojándolo a una mano enguantada.
“Muchas gracias,” dice Remus, tomándolo. Fabian le guiña un ojo.
“Remus Lupin,” piensa el otro hombre-¿Gideon?-quien aproximadamente es del tamaño de un árbol joven y tiene masas de cabello dorado que lo hacen ver como un Apolo enorme y tatuado. “Estaba en tercer año, también, creo.”
“Dios Mío, es una invasión,” dice Fabian. “Están en todas partes. Como conejos. Y Oh! Qué altos son y ordenados también. Se han ido los días fáciles de la infancia. Amanecer, atardecer. Hemos conocido a tus camaradas; ¿te das cuenta que tu clase está completamente loca?”
“Lo sé,” murmura Remus. “¿Dijiste ‘esclavos?’”
“No tenemos libertad para divulgar sus nombres aún,” dice Fabian, “sus identidades son secretas y están a salvo con nosotros, nunca los traicionaremos.”
“Sirius Black y James Potter,” dice Remus, “¿verdad?”
Fabian mira a su hermano. “¿Cómo hizo eso? Digo que este muchacho es de buena clase, ¿qué dices si le invitamos un trago, Gid?”
Gideon levanta una ceja rubia. “Si tu pagas.” Pausa. Sonríe. Tiene dientes muy blancos. Remus está cegado momentáneamente. “Fay.”
”No me llames así,” grita Fabian. “Especialmente no cuando tenemos compañía. ¿Bueno?” Se vuelve a Remus, luciendo expectante. “¿Vienes?”
“Eh,” dice Remus.
Mariposón peludo, modula Gideon en dirección a Remus.
“¿Adónde voy?” clarifica Remus, esperando que no se dirige a él.
“A tomar un rico té,” explica Fabian como si estuviese claro y Remus fuese menso. “La tienda de la estación no tiene refrescos pero sí hacen un té excelente, o tres en nuestro caso, y te ves como si lo necesitas. Eso, y una servilleta. También, creo que debo poner arsénico en el trago de mi hermano, asunto terrible, la verdad, y era tan joven también. ¿Vamos?”
Remus tiene la impresión de que está siendo llevado por una ola gigantesca de personalidad, ahogándose, como la primera vez que conoció a Sirius. Sólo que estas personas son, solo marginalmente, más maduras y mucho más amables. “Eh,” repite Remus. “No puedo perder el tren.”
“Te llevaremos a Hogwarts en la moto si es necesario,” promete Fabian. “Aunque no será, somos muy puntuales.”
Mariposón peludo, modula Gideon de nuevo. Eso es lo que él es.
“Puntuales,” dice Fabian, sin pestañear. “Debes ser de los que toman Earl Grey, no?”
“Eh, sí, la verdad,” dice Remus, sintiendo las puntas de sus orejas volverse rojas. ¿Es esto diferente a aceptar dulces de extraños? Té con extraños es algo que su madre nunca le habló y como sea, no son extraños, han esclavizado a James y a Sirius. De alguna manera eso los hace... más confiables? No está claro, pero para cuando Remus ha aclarado esto, ya ha sido tomado por los codos y es llevado encantadora pero determinadamente hacia la tienda de té por la Montaña Caprina a su izquierda y a la Maravilla de Pelo Brillante a la derecha.
”No te preocupes,” susurra Gideon en su oreja, dándole palmaditas en el hombro. “No dejaré que te drogue.”
“Eh,” dice Remus. “Jaja.”
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”No me gusta esta,” dice James, frunciendo el ceño.
“¿Por qué no?” Sirius sostiene su camiseta contra su pecho, la mira y vuelve a mirar a James, algo acusadoramente. “Creo que es bonita.”
“Le falta algo,” dice James. “Sutileza, creo. Lo que queda de nuestra dignidad. Algo.”
Es, Sirius tiene que admitirlo, algo rosada. Y dice “Sra. Fabian Prewett” en el pecho con enormes letras negras. Por otra parte, no se anda con rodeos. “Mira,” comienza. “O sea, lo que le falta de sutileza lo tiene en claridad. No hay errores. Además. Yo no tendré que usarla.”
“Sólo creo que vamos a terminar,” James explica, “ya sabes. Hechizados bajo cosas. Y con razón también.”
Sirius tiene que admitir que James tiene razón. “En qué nos hemos convertido,” gruñe Sirius, tirándose en la cama. “Hasta Peter nos ha dejado por cosas masculinas, como pasteles y elfos domésticos.”
“Tenemos que despertar,” sugiere James. “Tenemos que-tenemos que dejarlo atrás.”
“Fueron sus dientes,” concuerda Sirius. “Sus dientes son tan blancos. Deben tener--- poderes hipnóticos! Esa tiene que ser la razón.”
James mira la camiseta. Sirius mira la camiseta.
“Bueno,” dice James. “Será mejor que la dobles y la guardes. En caso de que, ya sabes, alguna vez vuelvan y quieran vernos en ellas.”
“De verdad me gustaba la mía,” dice Sirius triste, doblando. “Era astuta.”
“’Gideon Prewett Me Deja Tocarle Los Biceps’ no es astuto.” James limpia sus lentes en su manga. “Es algo triste.”
“¿Tu sabrías todo sobre eso, no?” comienza Sirius. “Me sorprende que nunca hiciste camisetas y accesorios sobre Lily Evans.”
“Espera un minuto,” protesta James y luego, “Hola, es Moony!”
Remus pone su vieja maleta en el suelo y ofrece una sonrisa cansada sobre su hombro. Algo maléfico pasa por sus ojos. Sirius rápidamente se sienta sobre la camiseta rosada. “Hola,” dice Remus. “Esclavos.”
No sabe. No puede saber. “Jaja!” dice Sirius distraídamente. “Esclavos. Qué sobrenombre más creativo. Esclavos. ¿Cómo estás? Es tarde.”
“Lo siento mucho,” dice Remus, sonando de verdad cansado. “Me perdí el tren, ven, y tuve que conseguir quien me trajera.”
“¿Con extraños?” exclama James, indignado. “Moony! ¿Y si te metían en un saco y te tiraban al río?”
”Oh, está bien,” dice Remus. Con cuidado abre la maleta y no levanta la vista. “Como que los conocía. Sirius, ¿qué es ese color?”
“Fucsia,” dice Sirius. “Es para mi prima. ¿Qué clase de pervertidos te llevan de Londres a Hogwarts?”
“Se graduaron hace unos años,” dice Remus. “No los conocía tan bien pero eran muy amables. Me invitaron una taza de té. ¿Han estado haciendo camisetas?”
“Son para su prima,” dice James. “Moony, ¿dijiste esclavos?”
“¿Lo dije?” murmura Remus inocentemente.
James y Sirius intercambian una mirada de semi-pánico. James se vuelve a poner los lentes sobre la nariz. “Entonces, eh,” dice. “¿Quién te trajo, entonces? ¿Una brujita con una escoba espaciosa?”
“Moony, viejo perro,” dice Sirius. “Siempre supe que podías. ¿Cómo estuvo? ¿Tenía verrugas?”
“Veamos,” dice Remus. Saca sus calcetines y los deja en un montón ordenado a un lado de su cama. Su ropa interior, al final, permanece empacada hasta que nadie más ande cerca para sacarla. Comienza a sacar sus chombas, de a una, redoblando las que se han desordenado. “¿Cómo se llamaban? Muy bienparecidos, muy suaves, seguros de sí mismos. Tenían dos motocicletas, la verdad, combinaban. Sus chaquetas tenían monogramas-¿cómo era?”
“No,” dice James.
“No podría,” concuerda Sirius.
“Oh, eso es,” dice Remus. “Me dijeron que los llamara Gid y Fay, saben, igual que sus amigos.” Remus recuerda con cariño la conversación en la tienda de té-“Sólo díles,” dijo Fabian, “que dijimos que nos llamaras Gid y Fay y si se mean ahí mismo, ¿no será una vista grandiosa?”-Gideon y Fabian Prewett, Gideon bebiendo de una tacita en su mano masiva y Fabian con su dedo chico bien puesto y ocasionalmente impecables dientes blancos mostrándose. Remus no quiere ser tan cruel. Se promete que sólo dejará que dure un poco más. Pero Fabian sí lo dijo y era bien su derecho. Y Fabian era un hombre muy convincente. Esos dientes...!
“Gid,” dice Sirius.
“¿Y Fay?” se atora James.
“Me gustan las camisetas,” dice Remus. “Muy lindo color. Muy único.”
“Una parte de mí se acaba de morir,” dice James, “y era tu, Moony.”
“Urgnk,” gime Sirius y, después, con más urgencia, “urgnk.”
“¿Gid y Fay?” chilla James.
“Oh, sí,” contesta Remus, completamente no conmovido.
“Diez puntos de Gryffindor por destruir mi alma,” dice James.
“Eso es,” dice Sirius miserablemente. “Házlo de Nuevo. Oh, cómo te odio, Remus Lupin. Gid. Fay. Anduviste en su moto. A propósito, ni te acerques a mi moto-“
“Tu moto no tiene cojines,” aclara Remus, disfrutando inmensamente. “Y la de Gid casi no hace ruido. Como que dice rrrrrrrrr como un gatito contento. De hecho me gustó. Nada de subidas y ciertamente nada de bajadas y los cojines en la de Fay eran de terciopelo rojo y tenían flecos.”
“No creas que no-“ advierte James, levantando su cabeza de entre sus manos.
“Fuimos traicionados,” dice Sirius. “Voy a quemar las camisetas. Voy a tirar el libro por la ventana. ¿Cómo es que todos lo quieren tanto?”
”Yo no acoso a la gente,” dice Remus. “Una característica con la que me empiezo a sentir muy solo.”
***
"Psst! Sirius. Despierta. Padfoot, oye, despierta.”
"Mmf. Gzzzght. Qué."
“El libro. ¿Dónde está el libro? ¿No lo botaste por la ventana, verdad?”
"¿Mmf?"
"Despierta! Padfoot! Hooooooola! El libro.”
“Ya sé. Dios! Lo sé. Por supuesto que no. No seas ridículo. Dios, es temprano.”
“¿Dónde está?”
“... no te voy a decir.”
“¿Está bajo tu almohada, verdad?”
“Quizás. No. ¿Para qué lo quieres? Fuimos traicionados. Fuimos abandonados. Fuimos tratados cruelmente.”
“Moony no estaba usando una de sus chombas. Por eso. Las con botones. Tendremos que enviarles fotografías.”
“Nunca llamarán. Nunca escribirán. Será una tarde de felicidad y se van haciendo purrr en sus motos. Ya sabes cómo son. Moony insultó mi moto. Lo escuchaste. Ella hace purrr. Lo hace. Es más como un maullido a veces.”
“Padfoot.”
“¿Qué?”
“¿Tiraste el libro?”
“...no. Por supuesto que no.”
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Intentar encontrar a Sirius solo es como intentar atrapar un renacuajo. Cada vez que Remus cree que lo tiene acorralado, desaparece, o se lanza en una fascinante conversación con cualquier alumno que está cerca, o pone su cabeza entre sus brazos y pretende estar durmiendo.
“Sirius,” dice Remus. “Sirius, a menos que seas un narcoléptico con calcetines en la nariz de verdad no creo que estés durmiendo.”
“Oh,” dice Sirius. “Hola, Remus. Linda tarde, no? Tengo que irme. Reunión importante.”
“Sólo quería disculparme,” dice Remus, muy rápido, antes de que Sirius pueda escapar. “Por todo eso de Gideon y Fabian Prewett. Ellos, eh-verás, me dijeron que dijera esas cosas. Dijeron que sería divertido. También dijeron que se mantendrían en contacto y que mantuvieran las orejas pendientes. Creo que eso es lo que dijeron. Eso suena como ellos, no? Como sea, le puedes decir a James y puedes dejar de evitarme. A menos que huela mal. En ese caso, no sé qué decir, me baño dos veces al día.”
“Oh,” dice Sirius de nuevo. “Claro. Le diré a James. Y entonces no tendré que evitarte más! Jaja. Muy bien. Genial.”
Remus lo mira preocupado. “¿Tienes fiebre? Te ves todo sonrojado.”
”Reunión,” le recuerda Sirius. “Alergia. Hace calor. ¿No? Como sea, si ves a James deberías decirle. Ha estado. Ya sabes. Ocupado con sus cosas de Delegado las que, a propósito, sólo es arreglarse el cabello por horas frente al espejo para que Lily piense que se ve bien. Cabello es todo lo que tiene, la verdad, en la épica batalla entre James Potter y Kingsley Shackelbolt. Estamos haciendo apuestas, a propósito. Las posibilidades favorecen a Kingsley. Todos creen que si James gana, Shack va a romperle las rodillas y colgarlo de la Torre de Astronomía.”
“Yo no apuesto,” dice Remus, la nariz arrugándosele familiarmente.
“No,” concuerda Sirius. “No. Por supuesto. Alma de virtud.”
Silencio.
“No tenías-“ comienza Remus, sintiéndose perdido.
“Reunión!” dice Sirius brillantemente. “gracias, Moony, casi lo olvidé!” Camina hacia la puerta con mucho descuido.
Remus suspira y colapsa en uno de los sillones.
Sirius mete la cabeza por la puerta. “Ehh. ¿Moony?”
“¿Ya volviste?”,pregunta Remus.
“¿De verdad dijeron que mantuviéramos las orejas preparadas?”
“Algo así. Fue muy mandatorio-todo tiffin y memsahib y genial, muchacho pero creo que dijeron eso. No sé. ¿Es importante?”
“Los Prewett están pensando en mis orejas,” respira Sirius con reverencia. “Mi vida está completa.” Desaparece de nuevo, cerrando la puerta tras él. Remus acaba de tomar su pergamino-hay un ensayo
para Pociones y no quiere perder más tiempo-cuando Sirius mete la cabeza de nuevo y dice “Moony!” muy fuerte.
“Ngaugh!” dice Remus y deja caer su pluma y su tinta en su regazo.
“¿Quieres jugar ajedrez? Ya sabes, después de… mi reunión.” Sirius se ve inocente, confundido, como cachorro, con una estudiada no preocupación en su cara. “Andrómeda trajo un set nuevo y es genial.”
“Te ganaré,” le recuerda Remus. “Siempre te gano.”
“Pero tomaré tu Reina antes que tu,” dice Sirius. “Lo que siempre considero una victoria.”
“Bueno entonces,” dice Remus.
“Bueno,” repite Sirius, la sonrisa ahora es más natural. Remus vuelve a su trabajo pero encuentra a Sirius todavía ahí como si estuviera esperando algo.
“Reunión!” le recuerda Remus, siempre útil.
“Maldición. Claro!” dice Sirius y se va.
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