Parte 17: Noviembre 1976

Dec 21, 2004 15:48

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Happy Reading!



Parte Diecisiete
Noviembre 1976

En Historia de la Magia, después de almuerzo. Continuado en Pociones, tras Historia de la Magia.







































































***

Remus aprendió hace mucho tiempo que los cumpleaños de los Merodeadores no son como todos los cumpleaños. Esta importante lección fue aprendida cuando Sirius lo tiró, de cabeza, a su primer pastel de cumpleaños-el que, coincidentemente, no era un pastel de verdad sino más bien mucho chocolate derretido con letras arriba. Así es como un Merodeador tiene que aprender a decir Feliz Cumpleaños. Siempre pone a Remus algo nervioso, incluso tras siete años de práctica. Simplemente no le gusta meter las caras de la gente en cosas, así que James a menudo le hace buscar refrescos y poner las decoraciones.

Bueno, Remus es malo para decorar. No tiene ojo para el asunto y a menudo se enreda en guirnaldas, lo que resulta en mucho papel crepé y un terrible mal humor. “Remus,” le dice James finalmente, temprano, “somos hombres de Séptimo. No necesitamos crepé.”

“Gracias a Dios,” contestó Remus y se fue a buscar firewhisky.

Supone que es algo como una acción reafirmadora-mostrar que no es todo Prefecto, todo el tiempo. Para comenzar, puede beber más que cualquiera de sus amigos y probablemente más que todos sus profesores, incluso si no le gusta mucho el firewhiskey. Supone que es su metabolismo el que hace cosas raras de las que no está muy seguro. La primera vez que se dio cuenta fue con Sirius, quien dejo de hablarle por semanas, con un “Honestamente, Moony, ¿escondiendo esto de nosotros todo este tiempo?” y un amable “Nada que ver!” de James.

“¿Tenemos música?” grita James desde la sala común. “¿Cuál es la música?”

“No sé,” grita Remus, buscando en su baúl. “Toda mi música es demasiado bonita. ¿Bajamos esto?”

“Claro,” dice la voz de James un rato después, “solo-ah-levanta eso mientras estás ahí, eh?”

Remus se endereza. Sus brazos están llenos de botellas de Firewhiskey; tendrá que hacer dos viajes mas para bajarlas todas, sin mencionar los dos enormes tanques de ron y el vodka de pimienta que trajo de Latvia y que todos temen probar. Si intenta cargar sus brazos con la enorme colección de discos punk de Sirius, mágicos y muggles, probablemente se caerá de las escaleras y derramará alcohol, lo que -aunque es una forma excelente de bautizar un barco-no es el modo para una fiesta de un Merodeador.

Bueno, piensa confiado, James debe estar extremadamente ocupado. Porque de verdad subiría las escaleras y lo ayudaría si no estuviese extremadamente ocupado.

Cuando llega a la sala común, James está en el piso, los tobillos y una muñeca enredada en papel crepé y una Mirada de asco en la cara.

“Papel crepé,” murmura, sin mirar a Remus a los ojos. “No podía dejarlo solo. Extraño.”

“Lo sé,” contesta Remus. “Te toma cuando estás más débil y no hay esperanza.” Amablemente, ayuda a James a desenredarse, aunque mira al papel crepé cansado todo el rato. No sabe de qué, exactamente, es capaz. “No sé qué sádico lo inventó. Alguien con dedos que no confío. ¿Lo hacemos con magia?”

“Amo las varitas,” dice James, sacando la suya de su bolsillo trasero. “Sabes, es una maravilla que los muggles no anden tropezándose con su ropa interior todo el tiempo, sin distinguir una cosa de otra”

“Oh, impresionante,” dice Remus, “esos Muggles. Y lo han hecho por tanto tiempo.”

Las varitas se mueven al mismo tiempo, toman las puntas, algo anudadas pero manejables, del papel crepé en el aire y tirados por aquí y por acá. Son muchachos, supone Remus, así que no tiene que ser simétrico-aunque el descuido total de algunos lienzos lo molesta. “Eso sería,” dice finalmente, tomando un paso atrás y sacándose el pelo de los ojos. “Bueno, tendrá que ser porque no tengo idea de cómo sacarlo y hacerlo de nuevo.”

“Vamos,” dice James, aunque con duda. “No está tan mal.”

“Hola,” dice Peter, entrando con la vitrola de Remus. “¿Todo el papel crepé del mundo vino aquí a morir?”

“Será así por todo el tiempo,” murmura James defensivamente. “Como recordatorio de nuestro gran triunfo sobre el papel que es crepé.”

“No lo llamaría un triunfo la verdad,” dice Peter.

“Tiene razón, sabe,” admite Remus. “Es más como una Victoria Phyrrhic.”

“Creo que todos los que vean esta habitación pierden,” añade Peter.

“¿Y si los emborrachamos para que no se den cuenta?” sugiere James. “Por Dios, Moony, eso es mucho firewhiskey. ¿Qué tenemos para la gente que prefiere tragos menos dolorosos?”

“Tengo unas cosas Muggle de mi hermana arriba,” ofrece Peter. “Pads trabajaba en un bar, no? Puede hacer que sea bueno.”

“No lo queremos metido detrás del bar toda la noche” objeta James con, Remus piensa, una consideración poco característica. “Tendrá que probar todas sus creaciones y lo encontraremos de cabeza en el baño una semana después. Sólo… haremos algo como… ponche. ¿No puede ser tan difícil, no? Tendremos... jugo. Peter, ¿hiciste el cartel?”

“Lo empecé,” dice Peter dudoso. “No puedo dibujar personas. No sé cómo va a ser.”

“Y yo tengo la cámara,” dice Remus. “Ya sabes. Para fotos. Documentar el caos.” Intenta lucir avergonzado.

“Remus, ¿tienes algo en el ojo?” pregunta Peter. “¿Como tierra? ¿Necesitas ayuda?”

“No,” murmura Remus. “Sólo intentaba decir que los sobornaré todos y me mudaré a una isla del Caribe con el dinero, donde seré alimentado con chocolate por los nativos.”

James lo mira fijamente. “Haces que hasta eso suene serio,” dice. “Buen trabajo, amigo, de verdad. Es impresionante.”

***



Una gloriosa documentación del cumpleaños dieciocho de un Sirius Black, Gryffindor y Merodeador, con fotos añadidas para la posteridad por el Sr. Moony, Esquire.





























***

"Moo-ooh-ooh-ny," aúlla Sirius. "Dónde está Moo-ooh-ooh-ny, quiero felicitarlo por su excelente compra desde Latvia. Qué visión! Que intuición! Qué Moo-ooh-ooh-ny!”

Remus, sin embargo, se está escondiendo. Esta es, después de todo, una fiesta, y una bastante buena, con el cartel de Peter colgado alto donde-susurró James-nadie pudiera verlo. Se supone que serían ellos, los cuatro, pero parece, Remus piensa, como si un lápiz grande hubiese vomitado tinta en un papel grande y fue torturado hasta tener espasmos de desesperación y agonía por mucho tiempo. Con caras. Hay, definitivamente, caras. La que tiene tres rayas y una mancha de tinta en el centro es Remus, supone Remus, y el que tiene círculos extraños en medio de un montón de algo negro es James. Peter ni siquiera se ha dado cabello. Sirius es el que queda, luciendo salvaje y torcido y definitivamente ladeado. Hay algo atractivo en el cartel, triste, personajes deprimidos que, de alguna forma, se sienten conocidos.

“Ninguno de nosotros es un artista,” le dijo James a Peter antes. “Eres un hombre bueno y valiente.”

“Pimienta!” grita Sirius ahora. “Es pimienta y alcohol juntos! Genio! Europa del Norte! Hey, hola, ¿de dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Ashley? Jajajaja whoa bien entonces mff-“

“Oye,” dice una voz y de pronto la puerta del closet se abre. Remus levanta la vista sintiéndose culpable para ver a James mirándolo algo mareado, ladeándose apenas. “¿Qué estás haciendo aquí? Vamos. Qué mierda. Leyendo en un closet. Es una fiesta! Es la fiesta de Sirius! Vamos-te lo perdiste con el Baile Sexy en la mesa!”

“Argh,” protesta Remus. “mira, James, sé que es una fiesta y me alegra que la esté pasando tan bien, pero tengo mucho que leer y me conoces, esto no es lo mío-las fiestas, sabes-“

“Arriba,” insiste James sin piedad, y lo levanta, sacándolo del closet.

No hay, la verdad, tanta gente como cuando Remus se metió al closet para esconderse. Hay, aparentemente, una chica de Ravenclaw llamada Ashley, y Frank y Kingsley con sus brazos cruzados sobre su pecho tomando Firewhiskey tras Firewhiskey sin pestañear, y alguien dormido de estómago en el piso que parece desde atrás como alguien de Quinto año que Remus reconoce sólo por su cabello. Peter está mirando su propio Firewhiskey nerviosamente y Sirius es la vida de la pequeña fiesta.

“Evans se fue,” le dice James a Remus, mucho más fuerte de lo que quiere. “Me siento horrible. Estaba taaaaaaaan borracho. Tan borracho. Todo lo que le pude decir fue ‘Lamento estar tan borracho’. ‘Disculpa!’ dije pero ella fue tan amable. Es la mejor chica. Olvidé completamente la conversación que estábamos teniendo mientras la estábamos teniendo.”

“Estoy seguro que estará bien,” dice Remus, mirando a Frank nerviosamente.

“Una repetición!” demanda James, aparentemente perdiendo interés en el siempre presente Problema Evans. “Una repetición de la especialidad de Sirius Black, el Baile Sexy! Vamos, amigo! A la mesa! ¿Dónde está tu sombrero de lámpara?”

Remus Lupin odia las fiestas. Odia a los borrachos-felices y tristes, pero por razones diferentes-y odia saber que en algún momento un Gryffindor va a hacer pipí en algo importante (quizás, realmente, ya ha pasado) y sólo él estará lo suficientemente sobrio como para limpiarlo. No puede esperar para la segunda mitad, las horas oscuras justo antes de que aparezca el sol, cuando son sólo ellos cuatro al final intercambiando tarjetas y regalos como hombres ingleses respetables y decentes, no como malditos maleantes de Gryffindor.

Maleantes, repite la mente de Remus.

“Por Dios,” dice, en voz alta. “Soy un hombre de cuarenta años en el cuerpo de un muchacho.”

“Gracias por lo Obvio del Día, Moony.” James da vuelta los ojos, casi pisando el cuerpo postrado de alguien que Remus nunca ha visto antes. Unos Muggles están destruyendo una guitarra a través de la trompeta de la Vitrola. Remus se siente cansado e irritado y muy viejo.

“Moony!” dice Sirius feliz, apareciendo. Ashley se ríe y se seca la boca. Remus de verdad, de verdad odia a los borrachos. Sirius lleva un sombrero rosado con flecos brillantes; tiene chocolate y papel crepé en el pelo y la cara cubierta de lápiz labial. Alrededor de las ocho comenzó a demandar besos para el cumpleañero y muy pocas personas tuvieron el sentido como para rechazarlo. Hasta Kingsley aceptó bajar su cabeza hacia el pelo de Sirius, una acción que sólo él pudo convertir en dignificada. “Moooooooony. Quiero agradecerte por el deliciosamente fantástico vodka de pimienta. Amo el vodka de pimienta. Siento que he encontrado mi alma gemela. Vamos a tener bebés de vodka pimienta. Llamados Alexei. Sturginoff. Sturginnoffski. Oye,” esto último a Ashley, con una Mirada confundida, “¿cuántos años tienes? ¿Cómo llegaste aquí?”

“Dieciséis,” dice Ashley y se ríe de nuevo, asqueroso. “Soy la prima de Meg.”

“Dieciséis! Creo que eso es ilegal ahora, sabes, viejo pervertido,” dice James sabiamente, colapsando en el sofá más cercano.

“Es ilegal,” le informa Sirius a Ashley, dándola palmaditas en el trasero. “Es posiblemente ilegal. O no. No sabemos. Disculpa. Eres muy,” esto lo dice en una voz tan baja que casi parece un gruñido, “muy... dulce. Mmf.”

“No sé que decir,”murmura Remus.

“Tuuuu deberías volver a tu casa,” le informa Sirius mareado, alejándose y apuntándola. “No puedes andar tan tarde afuera. Lo pasé maravilloso.”

“Me podría quedar aquí,” dice Ashley como purrr de gato.

Remus odia a las niñas que hacen purrr como los gatos.

“No,” dice Sirius alegremente, “no, es como algo de Gryffindor, sí, después, así que no. Pero Feliz Cumpleaños a mí, que lindo conocerte, sí, buenas noches,” y la dirige hacia la puerta con una cantidad de toqueteo innecesario.

“Eres cruel con ellas,” dice Remus, aunque cariñosamente.

“No soy cruel,” dice Sirius, sorprendido. “Moony, que falta de respeto! Las insinuaciones! Y en mi cumpleaños! Cómo soy cruel!” Se sacude las manos como explicando su punto.

“Bueno, te aman,” dice Remus. “Tienes esa clase de-personalidad. Y después les haces cariño en sus traseros femeninos y las mandas de vuelta. Con razón sufren.”

“Por supuesto que sufren.” Sirius brilla. “Es parte de la diversión. Deberías intentarlo alguna vez-hacer que la gente sufra,”

“No sabría cómo,” dice Remus. “Bueno. Afuera! Afuera.” Toca con su zapatos las dos formas enroscadas en el piso, haciéndolas rodar hacia la puerta con cuidado.

“Aquí,” dice Kingsley, de repente tras él. “Te ayudo.” Se agacha, tomando a los dos por el cuello y sacándolos. “Los dejaré solos,” añade, levantando una ceja en saludo.

“Eres un buen hombre,” dice Remus. “Eres un buen hombre, Kingsley Shacklebolt.”

“Ve que Sirius tenga un buen cumpleaños y que no tome más de ese vodka de pimienta,” dice Kingsley. Ordena en realidad. “Ve también que no se vomite encima.”

“Seré un escudo humano si es necesario,” dice Remus.

El resto de los invitados se va. Remus cierra la puerta tras él con un snick, le pone llave y se dirige a sentar junto a Peter, quien está, maravillosamente, sobrio. Remus se siente emocionado de repente por pura gratitud de tenerlo ahí. “Gracias, Peter,” dice, y Peter lo mira como si se hubiese vuelto loco.

“Otra,” murmura James. “Otra, Sirius, muchacho, muchacha, otra!”

“No más baile,” dice Sirius felizmente, subiendo al regazo de James y besándolo mojadamente en la oreja. “No más baile para ti.” Exhala exageradamente y se tira hacia atrás, moviéndose cómodo en los brazos abiertos de James. “Estoy muy cansado para bailar. Este ha sido un cumpleaños maravilloso y sorprendente. Feliz Cumpleaños a mí,” en un tono mareado y ligero, “feliz cumpleaños a mí, feliz cumpleaños querido Sirius, feliz cumpleaños aaaaaaaa.... mí.”

“Tu cuello huele a tequila,” le informa James.

“Bien,” dice Sirius. “Mi boca también, ves?” y exhala en la cara de James para probarlo.

“Yagh!” protesta James, la nariz arrugada con horror. “Es como el interior de un abrigo.”

“Feliz Cumpleaños a mi,” canta Sirius.

Peter da vuelta su botella de Firewhiskey y la mira con interés. Remus se acomoda sobre sus codos. El disco finalmente ha terminado y el aire se llena del crujido de la vitrola en el silencio.

¿Cómo es posible, piensa Remus, sentirse tan solitario entre sus tres mejores amigos? Le sorprende la rareza del asunto-lo diferentes que son el uno del otro y cómo milagrosamente es que se llevan bien y lo extraño con que logran llevarse bien. Lo que sea que los une tan bien no puede ser clasificado o nombrado o analizado; funciona sin las propiedades de la lógica y el sentido común. Bueno, supone Remus, eso es amistad. Eso que vine de la necesidad o el impulso o la suerte, pero nunca de algo entendible. Se lame los labios inconscientemente.

“Entooo-oonces,” dice Sirius brillantemente desde su posición en la rodilla de James, batiendo una mano en el aire y mirando al cielo, “¿quién tiene regalos para mí?”

“Quemé el mío como protesta,” murmura Remus, demasiado bajo para que alguien lo escuche.

“Te hice un cartel de cumpleaños!” dice Peter, apuntando arriba. “Ese, a la izquierda, ese eres tu. Trabajé en él por horas. Mientras James y Remus se enredaban en papel crepé.”

“Lo veo ahora,” dice Sirius feliz. “Yo soy el del cabello. Pete, mi muchacho, es la mejor descripción de la nariz de Remus que he visto en mi vida.” Vuelve la vista a la nariz de Remus, enfoca y sonríe ampliamente. “Es exacto!” exclama. “Es el mejor regalo de cumpleaños. Pete. Peter. Petey. Eso es fantástico. ¿Quién sigue? El rey espera sus ofrendas.”

“Yo te tengo,” dice James, para no ser menos, “una caja llena de cositas. Está allá en la esquina y no puedo alcanzarla porque algo está en mis piernas. Oh, hola. Eres tu. Hola!”

“Hola,” dice Sirius. “Oye, Moony, sé buena onda y tráenos la caja de James de muchas cositas?”

“Temo tocarla,” dice Remus pero lo hace.

Sirius se tira hacia el regalo con el mismo gusto que siempre ha tenido y que siempre tendrá para sólo dos cosas en su vida por las que vale la pena tener energía: regalos y pasteles. “James,” dice Sirius, momentos después, su cara cayendo. “James, es un libro. Es sólo una cosita y es un libro.”

“No es sólo un libro,” dice James. “Ten algo de fe, hombre! Ábrelo.”

Sirius abre el libro.

“Por los calcetines manchados de Merlín,” respira Sirius “James, esto es genial.”

“¿Qué?” pregunta Peter. “¿Qué es?”

Los ojos de Sirius están más grandes que como nunca los ha visto Remus. Parece que los hubiese apretado con un par de palitos. Da vuelta una hoja y le muestra el libro ladeado a James, sonriendo tan ampliamente y con tanta alegría que parece que la cara se le va a partir en dos. “Mira-oh Dios Mio--- jajajaja mira.”

“Esa me ha servido bastante,” concuerda James solemnemente.

“Mis piernas no hacen eso,” susurra Sirius, claramente sorprendido. “No creo que mis piernas hagan eso. Wow, de verdad les gusta, no?”

“Así es,” dice James, aparentemente al libro. “Sigan así. Descansen y piensen en Inglaterra.”

“James,” dice Remus incierto.

“¿Qué es?”

Sirius da vuelta otras páginas, la cara le brilla con gusto. “James, es tan increíble. Es tan maravilloso.”

“Déjame verlo!” demanda Peter.

“Bueno, quejón quejón quejón, no dejes que el cumpleañero tenga su regalo por más de un segundo antes de que te lo lleves,” dice Sirius irritado, tirándolo en sus manos abiertas. “Pero por el amor de Dios ten cuidado y no des vuelta nada. Oh, James, nunca he sido tan feliz. Eres el mejor amigo que un muchacho pudiera querer.”

Remus, con un sentimiento horrible como si ya supiera lo que va a ver, se inclina sobre el hombro de Peter.

“Whoa,” respira Peter, largo y bajo y reverente.

“’El Kamasutra Mágico,” lee Remus. “Bueno, James, qué maduro de tu parte.”

“Se está moviendo, Moony,” dice Sirius. “Es genial.”

“Se están moviendo,” dice Remus. “Es pornográfico.”

“Él no está bien,” murmura triste Sirius. “No está bien. Fue roto cuando era pequeño pero no está bien.” Mira a Remus con desaprobación. “Sólo-ve la primera página. Dime que no te da calorcito adentro.”
Peter rápidamente encuentra la página. Remus mira sobre su hombro el extraño desorden de miembros que se ven animales y desesperados y algo cómicos. Remus le quita el libro a Peter, ignorando el sonido de pena de Peter, y da vuelta el libro. “Bueno,” dice. “Encontré una cabeza.” Hay una mujer, cree, por las caderas, y el trasero completo de un hombre, y sus piernas se mueven salvajemente. Remus piensa en esto. Y luego, comienza a reírse.

“No está bien,” repite Sirius. “Está todo mal.”

“Es divertido,” protesta Remus. “Parecen insectos tirados de espalda!”

“Ugh,” dice James. “Me alegra que olvidaré eso en la mañana. Ve la página setenta y seis. Esa es mi favorita.”

Remus lo hace, contento y sintiéndose algo superior, si no algo decepcionado. Qué poco romántico, piensa, deteniéndose en la página correcta. “Ella está dada vuelta,” dice Remus. “Parece que se está ahogando. Me da lástima.”

“Eso es felicidad,” murmura James. “¿Debes arruinar todo lo que es sagrado?”

“Quiero mi regalo de vuelta,” dice Sirius estirando sus brazos. “nunca me separé de él. Seré un pupilo apto, James Potter. Espera un momento, ¿no me toca otro regalo?”

Remus suspira. Nunca ha sido bueno para dar regalos. Conoce a Sirius, imposiblemente bien, todas las cosas que lo hacen enojar y todas las cosas que, inexplicablemente, lo hacen reír, y lo que lo deseara con gratitud. Pero James es bueno para dar regalos y Peter siempre lo intenta, y Remus nunca logra dar en el blanco. “Ehh” dice Remus.

“Síiiiii,” dice Sirius suavemente. “Sé que sí. Vamos. Entrégalo.”

“No lo tengo,” objeta Remus, fallando mentalmente para encontrar excusas. “Lo, ehh, lo perdí.”

“Las pelotas,” dice Sirius groseramente. “Estás escondiendo mi regalo. Puedo verlo en tus ojos.”

“Pads,” le recuerda James, “estás mirando el techo.”

“No tengo que verlos para saber!” responde Sirius.

“No lo quieres,” dice Remus desesperadamente.

“Me gustaría saber concretamente que no lo quiero, por favor,” comanda Sirius, estirando la mano. “Vamos.”

Remus suspira y busca tras la Vitrola, donde está el pequeño paquete, el que Sirius toma con ganas y lo abre con más gusto.

“Es... otro libro viejo,” dice finalmente. “Qué... sorprendente!”

“Lo sé,” dice Remus. “Fallé. Lo intenté y luego me rendí. Soy un fracaso. Tienes permiso para robarte mi chocolate.”

“Igual te robo el chocolate.” Sirius le da una última mirada al libro y lo tira sin ceremonia sobre el sofá. James lo levanta, hojea momentáneamente, y luego lo tira también. Es casi como un ritual: Remus pasa semanas, a veces hasta meses, adelantado, desesperadamente intentando pensar en algo nuevo, y siempre termina en el libro viejo y oloroso al final, con pánico por las posibilidades, demasiadas esperanzas de sus amigos que ya ni siquiera intentan tener humor por su falta de imaginación. Por supuesto, no es su falta de imaginación lo que lo hace-imagina todo tipo de regalos, regalos perfectos, regalos que avergonzarían los regalos de cualquier otro. Desafortunadamente, la mayoría de ellos no existe y el resto de ellos son demasiado caros.

“Compraré más,” murmura Remus. “Puedes quedarte con todo. Sí lo intenté.”

“Siempre lo haces,” suspira Sirius. Le da palmaditas en la espalda, le aprieta el hombro. “Nunca es tu culpa, realmente. Un día, quién sabe. Lo conseguirás. Me gusta esa cosa con caramelo en el centro.”

“Tu chocolate es impuro,” dice Remus. “Pero bueno.”

“Y eso sería, entonces?” Sirius se tira de espalda, con sus piernas y brazos bien separados, en la alfombra. “Otro cumpleaños, ya se fue. ¿Hemos cantado, hombres? ¿Hemos bebido nuestro límite? ¿Estamos todavía llenos de tragos y buena compañía? Estoy cansado,” concluye y cierra los ojos. James ya está roncando y Peter, con su cabeza sobre sus brazos cruzados, se quedó dormido cuando Sirius abrió el libro de Remus.

“No es que no lo intente,” dice Remus de nuevo, al aire quieto. “Lo intento. Dar regalos es difícil, sabes. Siempre pienso, este año, lo voy a lograr, y después no lo hago.”

“Adorable,” murmura Sirius. “Algo patético pero eso es, ya sabes, entendible. Sube la barbilla, eso es.”

“Es sólo que los libros son--- bueno, a todos les gustan los libros,” presiona Remus. Juega con un hilo suelto de la manga de su sweater. “Pero sólo algunos los aman, supongo. Excepto que James logró encontrar el único libro increíble que el mundo tenía que ofrecer.”

“Personas dándole como si estuvieran hechos de arcilla,” concuerda Sirius. “Fan-tástico.”

“Realmente,” dice Remus. “No entiendo cómo no piensas que es un poco divertido.”

“Es divertido, idiota,” dice Sirius cariñosamente. “Es intensamente divertido. Pero no crees que es nada más que divertido lo que es,” un bostezo gigante y devorador, “completamente... ridículo. Ya sabes lo que pienso, te apuesto un cacho.”

“¿Qué?” dice Remus, pestañeando. “Yo... ¿es esa una palabra? O sea, claro que es, pero en este contexto.”

“Sí,” dice Sirius solemnemente. “Un día te va a salir un cacho de la punta de los dedos y crecerá y crecerá y entones saldrá un pequeño Moony de miniatura. O quizás te dividirás, como una ameba.”

“Estás borracho,” dice Remus. “Estás más que borracho. Hace un momento tenías una lámpara en la cabeza.”

“Estoy diciendo que eres la persona más asexual que he conocido,” explica Sirius, abriendo el libro de James y dándolo vuelta. “No puedo imaginarte haciendo nada de esto! No que alguna vez lo haya intentado, pero, ya sabes? No puedo. Nadie podría. Es como intentar martillar un cuadrado en una… tabla. ¿Sabes? Asi que… probablemente te saldrá un cacho.”

“No planeo reproducirme,” dice Remus. No es asexual. Podría decirle a Sirius una cosa o dos sobre unos sueños persistentes e intentar muy, muy duro en la ducha ser asexual. Pero no es asexual. Sus órganos quieren estar en desacuerdo con esta opinión mal informada. “Sólo que no lo muestro,” añade. “Sólo porque no ando por ahí mostrando mis respectivos, ya sabes, no significa que no está ahí.”

“No dije que no estuviera ahí,” razona Sirius. “Sólo dije que no es del tipo que se levanta y se da cuenta.”

“Bueno, eso tampoco es verdad,” grita Remus.

“¿Pero qué has hecho al respecto, eh?” pregunta Sirius.

Silencio.

Esto, piensa Remus, es algo incómodo. ¿Qué puede decir alguien a esto? De pronto, la conversación ha dado un vuelco drástico, incómodo y sexual. Remus no estaba esperando nada por el estilo. Supone que Sirius no recordará nada de esto en la mañana llena de dolor de cabeza y quejidos y gruñidos, pero por ahora Remus está muy conciente de que uno de los ojos borrosos de Sirius está enfocado en él y que cualquier movimiento incómodo o volverse de colores que alivien la burbuja de vergüenza en su estómago, está completamente fuera de las posibilidades.

“¿Quieres que te haga una lista?” contesta irritado. “¿O te hago una pantomima?”

“Oh jo jo!” dice Sirius alegremente. “Tiene pantomima. Un show de títeres informativo. Mira, solo porque yo-ya sabes-no tienes que ponerte todo nervioso todo el tiempo. Está en el pasado! Nunca pasó! Deja de pensar en ello! Yo no estoy pensando en ello! ¿No puedes decir la palabra ‘sexo’ sin sonar todo Británico? ¿Puedes? He besado a James y no se pone todo extraño cuando lo mencionamos. He tomado tragos de las tetillas de James. Podría susurrarle cosas sucias en el oído toda la maldita noche. Bésame, tonto,” le susurra a la oreja inconsciente de James. “Tócame, gran semental, sí, ahí mismo!”

James deja salir un ronquido colosal. Sirius mira a Remus triunfante.

Remus se siente algo mareado. Esto ha tomado una dirección nueva e igualmente incómoda, y Sirius lo está mirando fijamente, y no parece haber ninguna forma de terminar la conversación. No quiere pensar en eso. No ha pensado en eso--- en meses, no lo ha hecho. Sirius sigue haciéndolo más difícil de evitar, pareciendo completamente no perturbado una vez que han decidido estar completamente no perturbados por ello, pero siempre hay unos momentos, cuando se relajan, cuando bajan la guardia, en que vuelve a acecharlos, un fantasma demasiado asustado como para desaparecer, o con asuntos pendientes, aún en las esquinas de sus mentes. Remus quiere cubrirse las orejas con las manos, apretar bien los ojos y esperar a que pase el remolino en su estómago.

“Yo-“ comienza, y luego se siente un golpe en la ventana; el sonido indiscutido de una lechuza en una misión.

“Tu puedes ir,” dice Sirius, “no tengo piernas.”

“Una excusa conveniente, digo,” murmura Remus. Gracias a Dios por las lechuzas en medio de la noche. Mañana. La hora que sea. El reloj interno de Remus dice que es cerca de las primeras horas de la mañana, cualesquiera se esas sean-alrededor de las tres o las cuatro, a lo más, cuando todo parece gris y frío y tranquilo. Se apura a la ventana, dando un paso atrás del frío aire hacia la habitación. “No es una lechuza,” dice, cuando un ave negra y brillante entra a la habitación. “Es un cuervo.”

¿Cuándo ha traído el correo un cuervo? Remus intenta recordar. Sí parece familiar, esta ave, un montón de confianza brillante en el aire.

“¿Dijiste cuervo?” murmura Sirius. Se soba un ojo y se sienta, tambaleándose un poco antes de enderezarse bien, ambas manos presionadas firmemente contra el piso. “¿Quién es?”

El cuervo grita, dos veces, y deja caer una carta directamente en su regazo. Se eleva hacia el techo unos momentos después, movimientos precisos muy diferentes a los de una agradable lechuza, y se mueve sobre ellos, haciendo sombras oscuras sobre la habitación mientras espera.

“Para tí, creo,” contesta Remus secamente.

Sirius frunce el ceño y se endereza, abriendo el sobre.

“Oh,” dice repentinamente, con una risa perruna y amarga. “Eso está bueno. El viejo sello de mi hogar.” Se sienta, con un movimiento brusco que Remus hubiese pensado absolutamente imposible y se mueve para tirarlo al fuego.

“Ahora,” dice Remus fuerte, tomándole la muñeca. “No.”

“Oh, no?” demanda Sirius, incrédulamente, su boca torciéndose en algo que es mitad sonrisa triste y mitad desagrado. Sus ojos están oscuros por el alcohol y el cansancio y la rabia. “Estúpido-no sabes de qué estás hablando. Lo que venga con este sello-“ toca con un dedo el sello de cera derretida-“se va al fuego al primer minuto, y eso raramente termina con el problema. Suéltame el brazo.”
“Podría ser algo importante,” intenta Remus inútilmente. “No sabes lo que es. Es-bueno, puedes botarlo después de abrirlo. ¿Cierto?”

Sirius lo mira incrédulamente, como si entendiera absolutamente nada sobre cómo funciona el universo. “¿Estás bromeando?” grita.

“No,” dice Remus. “Mira, si quieres, yo lo abro-“

“NO!” grita Sirius, con fuerza y peleando con Remus. “Sólo suéltame, Remus. No.”

Remus se muerde el labio inferior, cayendo de espaldas, quedando sentado. Recuerda a este Sirius-el Sirius de primer año, salvaje e impredecible y casi vibrando de rabia, lívido por las cosas más pequeñas, fácilmente provocado, oscuro en los ojos y tenso en la boca. Hasta cuando es feliz, este Sirius deja trazos tras su risa, listo para ser soltado a la provocación más pequeña. Remus nunca ha conocido a la familia de Sirius-más allá de primas en Slytherin, hermanas y hermanos en los pasillos de Hogwarts-pero siente, profundo y duro en su centro, que los odia. Es una reacción animal, que aparece en su garganta; a veces, sueña con eso, sin caras, padres pálidos como porcelana ante él, un instinto, antes de que pueda calmarlo, corriendo tras ellos, desgarrando sus estómagos y dejando caer la sangre sobre el piso blanco. Remus sacude su cabeza, pasando una mano sobre sus ojos, “Yo,” comienza.

”Cállate,” dice Sirius. “Eres tan-Dios, merlín, mierda, eres tan ignorante. Mira, te mostraré por qué no la abres tu.”

Mete su pulgar en el papel arrugado y lo abre; la bola se queda en el filo de la carta y rompe, abriendo rojo sobre el papel amarillo.

“¿Corte de papel?” intenta Remus.

Los ojos de Sirius pasan a los de él, negros y furiosos y silenciosos. Remus rompe la mirada primero, pero escucha el sonido del papel siendo abierto, desdoblado. “Bueno, esto es encantador,” dice Sirius. “Saludos cordiales, etc., cumpleaños dieciocho, habrías sido el hombre de la familia Black, si no fuera porque te desheredamos-Dios, es una puta, una maldita-hombre de la familia Black! Como si quisiera-esos malditos-oh, pero si continúa, fantástico. Desafortunada muerte de tu tío Alphard cuando tenía catorce años, gracias, Mamá, se me había olvidado. Si concuerdo o no con las decisiones de Alphard es mi desagradable deber informarte, puede que no supieras-oh, ¿no es eso lindo? No es un maldito favor que me hace ella, esos malditos-los odio, Moony, ojalá-Dios!” Se mueve tan rápido que se ve borroso, un brazo moviéndose frente a él, tirando la carta a las llamas, que suenan al consumirse; el cuervo bate sus alas. “No quiero su maldito dinero,” le grita, respirando pesadamente.

“¿Cuánto?” pregunta Remus despacio. Sirius se da vuelta para mirarlo, y él se encoge.

“¿Cuánto?” grita Sirius. “¿Maldito Cuánto? ¿Eso es lo que piensas? ¿Cuánto? ¿Quieres que te lo de? Es tuyo. No lo quiero. Dáselo a tus malditos padres, puedes ir a Devon por todo el estúpido verano.”

“Dije ‘cuánto’ porque no sabía qué más decir,” murmura Remus.

“Sal de aquí,” grita Sirius y es un momento antes de que Remus se de cuenta de que Sirius no le está hablando a él. El cuervo le grita, enojado, retador. Sirius bate sus brazos, inútilmente, y luego toma su varita. “Fuera. Fuera! Vuelve y sácales los ojos.” Finalmente, el cuervo vuela, dando un círculo, dos, tres alrededor de la habitación, dándole escalofríos a Remus, y luego sale por la ventana, desapareciendo en el cielo oscuro.

“Sirius,” dice Remus, estúpidamente intentando razonar con él. “Quizás debas-“

“No sabes nada.” Sirius lo mira de nuevo, el aire alrededor de ellos pesado. “Quizás tu debas callarte.”

“Estás actuando como un niño,” dice Remus, intentando sorprenderlo, lo que usualmente funciona.

En su lugar, Sirius deja caer sus brazos y grita, “¿Sabes qué, Moony? Cada vez que alguien hace algo para sacarte de tu maldita compostura los tratas como si tuvieran dos años! ¿Te has dado cuenta? No quiero escuchar tu estúpido sermón sobre Lidiar Con Eso! No quiero estuchar tu estúpida Voz Madura! Y no necesito que me digas que yo soy el problema aquí porque por primera vez en mi estúpida vida no lo soy. Y francamente si esto es todo lo que piensas, entonces te puedes joder y dejarme solo porque no necesito a otra persona diciéndome la mierda que soy, especialmente no tu-y hablas sobre actuar como un niño! Jesús. Puedes hablar todo lo que quieras de cómo eres un hombre de cuarenta años para cubrirlo todo y puedes-dar sermones y libros y usar chombas parchadas pero no estoy seguro de que sepas alguna maldita cosa de verdad sobre ser un adulto.” Se pone de pie apenas, pasando una mano temblorosa por su cara. “Me voy a acostar. Bajaré a buscar los regalos en la mañana.”

“Sirius,” intenta Remus. “No quise-“

“Escucha,” dice Sirius, cansado, “da lo mismo. No me importa. Tuve una fiesta genial hasta ahora, ya? Gracias por no venir. Buenas noches.”

Remus lo mira irse enojado por las escaleras, y se pregunta cómo James y Peter pueden dormir a través de lo que sea. Presiona sus palmas juntas y mira sus manos por un rato y luego se mueve para ordenar los regalos de Sirius en un montón. El fuego se está calmando de nuevo, escupiendo tinta verde en el fuego esmeralda. Remus mira el fuego por un rato y luego toma los restos rotos de la carta con un palo.

“Oh Dios,” dice Remus. “Es mucho dinero.”

***

Remus no puede dormir. A diferencia de sus amigos, que pueden dormir sobre cualquier superficie y a pesar del ruido --caída de diademas y rendiciones caninas, piensa Remus-- él se molesta fácilmente y sobre-analiza situaciones y se preocupa demasiado sobre esto y aquello. Rejugar la situación en su cabeza, se da cuenta cuán confuso es-- como la mayoría de las situaciones donde la rabia está incluida, el resultado es una inhabilidad definitiva para expresarse que será, en algún punto, humorístico. No ahora. Son las seis en punto y el sol está a punto de dar su luz pálida sobre todo cuando Remus finalmente se da por vencido y se dirige al baño para tirar agua helada en su cara y cepillarse los dientes porque su boca huele y se siente como algo que su madre hubiese barrido debajo de la cama, toda peluda y gris.

El pasillo está tranquilo y vacío, la luz de las antorchas alumbrando apenas su camino, y todos los retratos durmiendo, uno o dos de ellos dejando salir el aire sonoramente. Y un anciano con una barba blanca deja salir un ronquido tan fuerte que Remus piensa que un cañón ha sido disparado y los piratas atacan. Le toma un minuto completo a su corazón calmarse.

Le gusta, sorprendentemente, como es Hogwarts de noche. Vacío pero lleno, callado pero en paz. Todos duermen excepto por él, lo que lo hace sentir secretivo y a gusto con el sonido de sus propios pasos haciendo eco sobre la piedra. Además, el baño será sólo para él, sin muchachos medio vestidos, todos codos y rodillas y el jabón de alguien en su nariz.

Excepto que el baño no está vacío.

"Eh," dice Remus. Un hombre, con la cara puntiaguda y amable y unos lentes enormes se está lavando las manos, de espalda a Remus, la cara reflejada sobre su hombro en el espejo. Lo mira, saltando hacia atrás y sacando su varita. "Eek," se atora Remus y de inmediato le alegra que nadie esté cerca para salvarlo. De esta manera, nadie está cerca para compartir el conocimientos de que acaba de decir eek. Nadie dice eek. Nadie nunca ha dicho eek.

"Eek!" dice el hombre. "Quién-- qué en el mundo--"

"Eh, lo siento," dice Remus rápidamente. "Sólo-- me iba a lavar la cara y-- lo siento, ¿es un profesor nuevo?"

"No, no, para nada," dice el hombre apresuradamente, peinando los pocos cabellos que le quedan. "Para nada, jajajaja, no soy profesor aquí, naturalmente, algo así como un, ah, independiente haciendo una visita. Sabes, cuando vine a esta escuela los estudiantes no estaban permitidos para salir de sus dormitorios después de medianoche, te imaginas, qué tiempos eran, jajaja, digo." Tiene una risa breve y nerviosa que suena más a palabras que a risa, como si concientemente hubiese dicho "Ja ja ja!" lo que es desconcertante.

"Oh, los de séptimo pueden ahora," dice Remus.

"Fenwick," dice el hombre automáticamente, estirando una mano. "Benjy Fenwick a su servicio. Extraña forma de conocerse, en un baño, jajaja. Al menos sabes que mis manos están limpias! Sólo-- ya sabes-- visitando, como digo. Nada de qué preocuparse. Digo, ¿no sabes cómo llegar a la oficina del director, no? Yo estaba en Ravenclaw y nunca he sido muy bueno con todas esas escaleras movibles y sabes, me perdí."

Remus lo encuentra moviendo una mano aún mojada, su brazo arriba y abajo. Espera que el Sr. Fenwick lo suelte para responder, sintiéndose extrañamente confundido y sin aliento. “Eh,” dice. “¿Puedo llevarlo? Si quiere. Sus manos están mojadas, quizás quiera secarlas primero. Lo siento, eso no fue muy amable-no he dormido todavía. Eh,” repite. “Me gustaría,” dice finalmente. “Encantado de conocerlo. Soy Remus Lupin.”

“Un héroe,” dice Benjy. “Un héroe, un héroe. Lupin, eh? Un héroe. Te lo debo. Naturalmente. Oh claro! Claro, toallas.” Se seca, limpia un lado de sus enormes lentes en su manga y luego pestañea sus ojos pálidos en la dirección de Remus. “Ravenclaw, no? O no, no--- Gryffinfor, creo, tienes ese aire.”

Remus, ya olvidando por qué ha venido al baño en primer lugar, da un paso hacia el pasillo, sosteniendo la puerta abierta amablemente. “Bueno, yo--- Gryffindor, sí.”

“Tienes ese aire,” repite Benjí distraído. “Sí, sí, así es. Aunque pensé al principio-¿juegas ajedrez?”

“Eh,” dice Remus. “A veces.”

“Eres muy bueno, creo,” piensa Benjuí en voz alta. “Tienes ese aire también.”

Remus intenta no mirarlo fijamente. “No está tan lejos,” murmura. “La oficina de Dumbledore. Llegó muy cerca.”

“Son las escaleras,” dice Benjy. “Siguen-moviéndose-me gustaría tener el plano del lugar en mi cabeza, sabes, pero a veces las escaleras te llevan arriba y a veces abajo y nunca sé para dónde voy. Ja ja! Apuesto a que eres mucho más competente que eso, el punto es recordar que te quieren engañar.”

Remus no dice que nunca ha tenido problemas después del primer día, cuando se encontró fuera de los límites y Sirius pensó que fue a propósito y le dijo muy buen hecho y quizás puedes tomar la cama al lado de la mía, Lupin. Remus no dice nada de nada.

“Si quieren engañarte, toma nota,” añade Benjy, para sí mismo, y luego dice sin aliento, “bueno, fue bueno conocerte, Lupin, debemos jugar ajedrez alguna vez, eh, si vuelvo al país, lo haremos, y gracias por las direcciones, buenas noches,” y se mete por la puerta, donde es tragado por la oscuridad del pasillo.

”No le di ninguna dirección!” grita Remus tras él, preocupado.

“Está bien, jaja, sólo necesitaba apoyo la verdad...” su voz se apaga hasta la nada, al otro lado de la esquina.

“Locura,” dice Remus mirando por el pasillo vacío. “Locura.”

***

Sirius todavía está despierto cuando Remus vuelve al dormitorio, brazos llenos de regalos. Hay una atmósfera congelada alrededor de su cama que significa que sigue despierto, mirando las cortinas o grabando palabras obscenas en el catre. Remus intenta ser lo más silencioso posible, depositando los regalos en un montón al lado de su cama-ese libro, solitario, sería robado definitivamente-pero no importa. Desde atrás de las cortinas llega la tos deliberada, como retando a Remus a que diga algo. Remus le da a la cama una mirada que se suaviza casi instantáneamente, sentándose en la punta de su propia cama. Sabe, en este segundo, que le perdonará a Sirius lo que sea, igual como le perdonará a cualquiera de sus amigos lo que sea. No puede imaginar una circunstancia en la que no sea capaz de hacerlo, conociéndolos como lo hace, confiando en ellos. Hasta puede perdonar a Sirius por besarlo, la marea de confusión que le siguió, las preguntas que lo molestan todavía y que no puede responder-y el modo en que Sirius pretende simplemente descartarlo, el modo en que Sirius menciona besar a James como si fuera lo mismo, el modo en que Sirius actúa determinadamente como si nada hubiese pasado mientras Remus está luchando con tanta fuerza para hacer lo mismo.

A Remus no le importa. Está demasiado cansado para importarle, demasiado agradecido.

“Lo siento,” dice. “Feliz Cumpleaños.”

La cama de Sirius cruje. Remus aguanta la respiración.

“Bueno, porque estoy bien seguro de que fue totalmente tu culpa,” murmura Sirius finalmente, sacando su cabeza desde las cortinas rojo-y-dorado. “Como sea, no soy bueno para disculparme.”

Remus sonríe débilmente. “Lo sé. Por eso lo hice yo.” Se lame los labios y lo deja todo atrás. Es lo que mejor hace. “La cosa más extraña me acaba de pasar, sabes?”

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