Parte 18: Diciembre 1976

Jan 03, 2005 13:00



Parte Dieciocho
Diciembre, 1976



***

”Sirius,” dice Remus, “el muérdago en tu baño intenta matarme.” Pausa por un momento, para reflexionar en la rareza de la frase, y luego lo descarta como parte del Espíritu de Navidad. No deshecha el hecho de que el muérdago-creciendo salvaje entre las pocas cerámicas buenas en el baño de Sirius-fue por sus tobillos y, después de decidir usar una táctica mejor de batalla, intentó comerse sus dedos de los pies.

Sirius, quien ha puesto sobre su cabeza un sombrero rojo con un pom-pon enorme y blanco, mueve una mano sin importancia. “Ya conoces al muérdago,” dice. Remus lo mira. “Bueno, hubo un accidente,” admite. “Los quería más frescos, son más ‘frescos’ de esa forma, pero un pocillo se dio vuelta y no llegué a tiempo-como sea, no importa. Es Navidad! Come algo de pastel.”

“Cómo puedes pensar en pastel,” murmura Remus, “cuando casi morí-“

“Oh, no te matará,” dice Sirius alegremente. “Sólo te mantiene ahí por un par de horas hasta que alguien más aparezca y pueda hacer cualquier cosa pervertida que se le ocurra con los dos. Estuve en el baño por la mitad de un día antes de que el conserje escuchara mis gritos.”

“Debe haber sido una experiencia demoledora para los dos,” dice Remus, algo preocupado. Recuerda al conserje de Sirius: un hombre de forma, coloración y postura de limón enojado. La idea de su beso forzado con Sirius en un baño es simultáneamente horripilante e intrigante y una que pasará muchas horas mentalmente sacándose de su subconsciente por años, mientras la vista del muérdago solo la revive en su mente, resultando en una fiesta perpetua de agitación.

“No hablamos del resultado,” dice Sirius. “Es Eso De Lo Que No Hablamos. Oh, vamos, come algo de pastel, te ves más como un pájaro que siempre. Peter ya se ha comido tres!”

“Ungh,” concuerda Peter desde el sofá. El sofá es el único mueble en la sala de estar, a menos que se considere el enorme tronco cantando felizmente en la chimenea. Mientras Peter se da vuelta y hace sonidos que parecen de criaturas moribundas, los cojines dejan salir un quejido similar: de dolor, de tormento, de desesperación por escapar. Remus lleva sus dedos a su frente en un saludo silencioso. El pobre sofá nunca tuvo una oportunidad. Resortes colapsados, brazos rotos, cojines grabados para siempre con el molde de la espalda de Peter, el insulto se unirá a la herida cuando al menos tres botellas de ponche se derramarán sobre él en lo que Sirius cataloga como ‘fiestas generales’ y la policía titula más apropiadamente como ‘exposición indecente.’

“¿Qué haces, Moony, hombre?” pregunta Sirius. “Pareces enojado. Aquí, ten. Pastel!”

“Si estoy enojado, es porque tu muérdago está enfermo,” murmura Remus, pero toma el pastel ofrecido como signo de paz en la tierra para los hombres.

“Y no me molestes porque no tengo muebles,” añade Sirius. “Hay un sofá para sentarse. Hay frazadas. En el piso. Si las enrollas son muy cómodas. Ya sabes, para sentarse, también. ¿Y no es el piso la superficie en el cielo de Dios? Deja de mirarme así.”

Remus esconde su sonrisa en el pastel. “Tu ojo para la decoración es impecable,” murmura. “Deberías tener un negocio.”

“Es minimalista,” dice Sirius. “No seas tonto.”

“Bueno, creo que es genial,” proclama James desde el piso, donde está tirado cómodamente sobre un montón de frazadas enrolladas. Remus supone que tiene sentido que James se sienta como en casa en este desorden, y que él es el extraño por querer doblar todo. Las frazadas no son tan suaves dobladas a como son en pequeñas bolas, escondiendo polvo y derramando pastel y demonios de muérdago en sus muchas formas. “Es tu casa,” continúa James. “¿Qué más quieres? Los muebles van y vienen, pero la independencia es para siempre.”

“Sí!” dice Sirius triunfante, tirándose en el sofá. Gruñe, igual que Peter. “Simbólicamente, este es el departamento más hermoso en todo el mundo. No te sientes cerca de la muralla, Prongs, ese es territorio de cucarachas.” Se acomoda en una posición extraña, todo piernas largas y brazos en el sofá, cada pulgada el amo de su territorio de paredes mal pintadas y hediondas a pipí. Remus tiene que sonreír, viéndolo así. Se debe rebelar, la antitesis del deber familiar y la crianza purasangre, hasta el dinero familiar y la crianza purasangre técnicamente pagan por él.

“Ja!” dice James. “Cucarachas. Amigo, he enfrentado calabazas gigantes y vivido para contarlo, ¿crees que le temo a unos insectos?”

Sirius encoge los hombros. “No sigas que no te lo advertí. Tienen mandíbulas”

“Todas las cucarachas tienen mandíbulas,” dice Remus. “¿Cierto?”

“Ya verán lo que quiero decir,” contesta Sirius misteriosamente. “Pero ahora no importa. Felicítenme por mi cielo de domesticidad.”

“Este lugar es genial,” dice James por vez ciento dieciocho. “¿No es genial, Moony?”

“Sí,” concuerda Remus, también por vez ciento dieciocho. “Aunque de verdad, algo tiene que hacerse con ese muérdago en el baño. Hay personas que te pueden ayudar-hay encantos que puedes usar-“

“¿Y por qué querría hacer eso? Los he nombrado,” suspira Sirius. “El parche junto al baño, esos son Hamlet y Ofelia. Hay uno que cuelga justo sobre la ventana, es un muchacho algo fresco. Lo llamé Jack. Y la chica junto al espejo-la que tiene dientes filudos-ella tiene la llave de mi corazón. La llamo McGoogles.”

“Hasta que llames a un exterminador,” añade Remus con esperanza.

“Estoy herido,” dice Sirius, tocando su pecho. “Si me aman, amarán mi pestilencia.”

“Todo lo que amamos sobre ti es pestilencia,” dice James y de repente se levanta y chilla, “en el nombre de Dios, ¿qué es eso?!”

“Es Héctor!” explica Sirius, sonando muy complacido. “¿Qué onda, Héctor?”

Remus mira. Héctor no es una cucaracha; Héctor es algo como un perro pequeño, o un roedor grande, pero claramente con una forma de cucaracha. Héctor tiene extremadamente grandes mandíbulas. Héctor también tiene cuernos y un país completo de enfermedades viviendo en su brillante espalda. Héctor los mira a todos muy pasivamente desde una esquina oscura, masticando lo que puede ser un calcetín, o un pequeño roedor muerto. James salta sin dignidad al sofá y se acerca a las almohadas, mirándolo con horror.

“Estás lastimando sus sentimientos,” dice Sirius. “No son siempre así, Hector. No te preocupes. Se acostumbrarán a ti.”

“Es enorme,” susurra James, temblando. Héctor mueve su cabeza para mirarlo fríamente y camina haciendo clic de una esquina a la otra, y luego se mete bajo al sofá. “Sirius, tienes que deshacerte de él.”

“No!” dice Sirius, genuinamente sorprendido. “Es como mi perro guardián. Creo que espanta a las pulgas.”

”Hace que las pulgas se vayan,” dice Peter, a sí mismo, y se ríe.

“Además,” añade Sirius, “Ofelia sufriría.”

“Este departamento debería ser condenado,” dice Remus. “Sirius, eres amigo de las cucarachas.”

“Con esa actitud tu no lo serás,” aclara Sirius. Le da palmaditas a un montón de frazadas junto a él. “Toma asiento, Moony,. Haz cosas de departamento.”

“Siempre hace cosas de departamento,” le dice Peter a su pecho.

“Sálvame,” dice James, trepando por al brazo del sofá, en la espalda de Peter.

“Qué onda, Sirius,” dice Héctor, en una voz raspada, que hace eco entre el sofá y suena, Remus está seguro, como debe sonar la muerte cuando el fin está cerca.

“Nunca un momento aburrido,” suspira Remus y se sirve más pastel.

***

”Y ahí lo tenemos,” dice Sirius, colgando el ultimo de los adorno. “Nuestro propio árbol. ¿No huele fresco y - a pino?” Las pocas velas que ha puesto suben y bajan, flotando alrededor del árbol, causando un brillo aburrido sobre unos globos de plata y los adornos ocasionales que fueron creados con arcilla deprimida durante los años formativos -y obviamente impresionistas-- de Sirius. Las memorias de la infancia, piensa Remus, son a menudo horribles y tienen formas extrañas y ojos pegados en lugares poco afortunados.

Sirius pone la pieza principal-parece, Remus piensa, como un hipogrifo confundido apareándose con un cisne-en su lugar y le da una patada gentil y amorosa en la base. Se mueve, menea, amenaza con venirse abajo, y en su lugar se inclina a penas a la izquierda. Hay algo más que patético sobre su punta, el desorden de sus ramas, la inseguridad parchada de su color verde-café, pero Sirius parece estar encantado.

“Fa la la la la,” suspira, empujando de vuelta su estrella, “la la la la. Entonces, ¿cómo celebramos?”

“No más comida,” gime Peter, torciéndose. “Por favor, Sirius. No más comida.”

“Siempre hay más comida!” Sirius lo mira, ojos encendidos con devoción fanática. “Esto es lo que los Merodeadores hacen. Comemos y comemos y comemos.”

“Y nos enfermamos sobre todos los adornos,” murmura Remus. Nadie lo escucha.

“Nnghhf,” dice Peter. Remus lo ve desaparecer en el sofá. Sin duda Héctor está esperando justo bajo la base, mandíbulas bien abiertas.

“Podríamos darnos regalos,” sugiere James. “O no,” añade, y Remus hace una mueca de dolor hacia adentro.

“O,” interviene Sirius, un brillo malévolo apareciendo en su ojo, “podríamos hablar sobre regalos. Como, digamos, los regalos para una cierta persona pelirroja que una cierta persona cegatona intentó poner discretamente en el correo el otro día.”

“No lo hiciste,” dice James. Esto, piensa Remus, es el retrato perfecto de alegría de una fiesta. Los ojos de James saliéndosele de la cabeza, y horror en la redonda O de su boca. Todo lo que necesita son orejas puntiagudas, zapatos verdes con las puntas curvadas y sería la imagen misma de un elfo alegre, listo para dar calcetines, sweaters hechos a mano y pedazos de carbón a todos los niños malos y niñas malas en Navidad. “No lo hiciste,” dice James de nuevo, lo que por supuesto es ridículo, ya que está bien claro que Sirius lo hizo.

“James, muchacho,” dice Sirius, golpeándole el hombro, “era la clase de regalo que ni siquiera Moony pensaría en dar.”

“Sé que no se les da a las chicas” concuerda Remus, luego añade, “disculpa.”

“¿Pero era lindo?” murmura James inútilmente.

“Atroz,” le informa Sirius.

“Terrible,” repite Remus.

“Bleurgh,” termina Peter.

“Pero lo era,” gruñe James. “Oh Dios. Y ahora se ha ido y ella lo va a abrir y me mandará una lechuza de inmediato. ‘James Potter,’ dirá, ‘no quiero nada con tus sentimientos de osos de peluche!’”

“James,” dice Sirius, con un cariño exasperado, “¿qué clase de amigo crees que soy? No se ha ido por el correo. Está en el tanque del baño. Lo juro, a veces intentar salvarte de ti mismo es un ejercicio agotador en futilidad. Mi pregunta es, ¿por qué le enviabas un regalo de todos modos? Si quieres ser humillado, podríamos colgarte de cabeza desnudo por la ventana con un anillo de Navidad en tus presas.”

“Sí,” concuerda Peter. “O sea, ¿no te odiaba?”

“Ella,” comienza James, y sus ojos se van un poco hacia el lado y luego hacia atrás. Se ve, por primera vez en su vida en el Club de los Chicos, algo inseguro. “Es algo... bueno. Pensé… ¿osito?”

“Yeats fue mejor,” dice Remus. Sacude su cabeza-es demasiado tarde ahora. “Yeats era mucho mejor.”

“Tiene razón, sabes,” suspira Sirius. “Por primera vez.”

“Es diferente,” intenta James, mirando el techo con, aparentemente, gran interés. “Ahora, quiero decir. Es diferente Me conoce un poco. La conozco un poco. Me sentirá como un idiota, intentando pretender que soy un-no sé-un tipo de Yeats. Tu eres como Yeats, Moony. Kingsley era un tipo de abdominales. No soy un tipo de Yeats o un tipo abdominal.”

“¿Y crees que eres un tipo de osito de peluche rosado?” protesta Sirius. “Decía ‘Creo que eres Herm-Osa’ en su cojín de satín. Tenía un lazo. Tenía ojos de botón. Ya no te entiendo.”

“No es cierto,” dice Remus, luciendo horrorizado.

“Es cierto,” le asegura Sirius.

“No es cierto!” protesta James, poniéndose de un color rojo que sólo significa cuán cierto es.

“Oh, James,” suspira Remus.

“No es como si tu fueras mejor,” dice James. “Libros Pah! Además-era privado! No decía ‘Para Sirius Black’ en el paquete, no?”

Sirius se encoge de hombros. “Lo pusiste en el correo. Lo dejaste solo. Podría haber dicho Para el Viejo Dumbles si iba a caer en manos peligrosas”

“Tus manos peligrosas!” explota James, tiritando como un pastel. Sirius mueve sus dedos. “Era privado,” insiste James. “De-de-bueno, ya vez, creo que nosotros-Lily y yo-bueno no es como que no seamos-”

Sirius se oscurece de repente, un flash breve de algo duro y enojado en sus ojos, luego tira la cabeza hacia atrás con una risa profunda. “Oh, James,” dice, “Oh, James-¿dejó a Kingsley por tí, no? Te aplastará como a un roedor-ooops, disculpa, Pete, amigo-como a un bicho entonces. Como a un bicho pequeño y aplastante. No como uno de mis bichos. Como un bicho que hace squish y no tiene mandíbulas.” Elabora con un zapato y un desagradable sonido que sale de un lado de su boca.

“No lo dejó por mí,” dice James, metiendo las manos en los bolsillos. “Lo dejó hace tiempo. Ella no está conmigo. O con él. Sólo-a veces, es casi-casi mejor que la última vez, o sea-“

“James!” Sirius se da la vuelta, duro, puros ángulos. “Nunca va a pasar. Es humillante, mirarte! Me cansé! Ellos se cansaron! - ¿cierto?”

“Oh,” dice Peter nervioso, “No sé-“

“Por supuesto que no sabes,” dice Sirius, descalificándolo. “Mira, Prongs, no sé por qué no puedes parar. Hay otras chicas! Hay chicas que puede que no te peguen en la cara! Cada vez que andas cerca de ella o empiezas a hablar de ella dejas de ser divertido. Es vergonzoso, amigo.”

“Oye,” dice James, algo fuerte, “está bien, ya? No te pregunté.”

“Por supuesto que no lo hiciste,” dice Sirius amargamente. “Debí haberte dejado enviar tu maldito oso.”

“Oigan,” dice Remus tranquilamente, abandonando su instinto de mantente fuera de esto por el instinto de pasemos la Navidad sin sufrir mayores bajas.

“No te metas, Moony,” dice Sirius.

“No te molestes,” grita James.

Peter mira a Remus como diciendo Ven, únete a mí en el sofá de la imparcialidad. O quizás dice comí demasiado pastel. Hay una línea demasiado delgada entre ambos sentimientos. Remus se encoge de hombros. “Bueno,” dice.

“No tiene nada que ver contigo,” murmura Sirius.

“No tiene nada que ver contigo,” dice James.

“Tiene todo que ver conmigo!” dice Sirius. “No me mires así-soy tu maldito mejor amigo, por eso!”

“Esto es ridículo,” dice James.

Por dentro, Remus está de acuerdo, pero inspecciona las cutículas de su dedo índice derecho y las muerde apenas. Las cucarachas-Remus imagina a las grandes bestias en lo profundo de las murallas-claramente se están agitando, porque las ventanas se están moviendo. Haz algo, Remus de dice. Arregla las cosas. Y luego: no es tu lugar, mantén tu narizota fuera del asunto. Se muerde la uña. Se mueve incómodo. Mira a Peter, quien ha cerrado los ojos y está silbando una canción alegre. Piensa en la Navidad en casa-sus tías perfumadas, cómo desaprueban todo, tener que esconderse en el baño para escapar la locura de la familia. Esto es casi como la locura de la familia, supone. Todos han estado viviendo juntos por suficiente tiempo. En el dormitorio de muchachos era diferente. Ahora, Sirius tiene un departamento. Ahora, se sienten borrachos por la edad y sus propios pasteles. Ahora, tienen su propio árbol.

Ahora, están peleando.

Sólo Remus no puede ir a esconderse al baño, porque será comido vivo por el muérdago sin entrenamiento con los ojos rojos de rubí malvado.

“¿Saben lo que pienso?” dice Remus, interrumpiendo una de las tiradas de Sirius sobre como nunca quiere escuchar otra palabra relacionada con la virtud del contingente femenino pelirrojo del planeta.

Sirius se calla inmediatamente. James simplemente observa.

Peter lo saluda, algo lastimosamente, como diciendo su último adiós.

“Creo,” dice Remus, tomando aliento, “que un oso de peluche es un regalo absolutamente horrible, especialmente uno con una broma, pero es el regalo absolutamente horrible de James, no? Como sea, estemos enojados conmigo ahora, porque les compré libros a todos de nuevo. Y los envolví con cuidado. Y tienen Tarjetas con Buenos Sentimientos.”

Hay un momento muy largo y de mucho silencio.

“Creo que intenta distraernos,” dice Sirius, dándole un codazo a James. “Vamos. No lo dejes. ¿Dónde estábamos?”

“Ibas en ‘no me importa’,” dice Peter útilmente. “Eso es lo que decías. De nuevo.”

“¿Tienen fotos que se mueven?” pregunta James a Remus, ignorándolo.

“No,” dice Remus. “No, no hay fotos y huelen a pan mojado y tienen palabras como ‘zeitgeist’. Te piden que consideres los beneficios de una sociedad pre-Merlin versus el mundo post-Merlin en el que vivimos hoy. Comparan la historia Muggle con la historia Mágica. Tienen fechas y notas al pie de la página.”

“Nunca aprendes.” James sacude su cabeza tristemente y pone una cara. “Intenté enseñarte pero nunca aprenderás.”

“Mira,” sugiere Sirius metiendo su mano en su cabello, “¿por qué no te llevo afuera y te pego, como en los viejos tiempos? Esto es tonto. Después puedes tomarte mi ponche.”

“¿Hiciste ponche?” pregunta Remus.

“Bueno,” dice Sirius cuidadosamente, “huevos, en todo caso. Con Brandy. No pude encontrar una receta y no tengo ron. ¿O canela? O lo que sea. Además, sabes como soy con las recetas. James, deja de saltar, nunca te doy en la cara.”

“Tu eres el que debería ser golpeado,” dice James. Pausa, luego suspira, tocando con el pie la alfombra. “Bueno. Fue un mal regalo. Lamento que no tenga de qué más hablar. Soy mugre de uña. Lo que sea. ¿Podemos emborracharnos y ponerle hielo en los pantalones a Pete y despertar en la mañana con dolores de cabeza y regalos y Pete con pantalones mojados?”

Lo lamento, intentan decir los ojos de Remus, al otro lado de la habitación, adonde Peter está tirado. Peter se encoge de hombros. Hacen esto al menos una vez al año. Dejarlos pelear simplemente pospone lo inevitable.

“Bueno,” dice Sirius después de deliberar un momento. “Ponche entonces. Huevos en ponche. Huevos que están de alguna forma ponchados.”

“Nos envenenaremos,” murmura Remus.

“Nos poncharemos con huevos,” corrige Sirius.

“Perdón,” dice Remus. “Seremos ponchados por tus huevos.”

”No sé de qué están hablando,” dice James. “Enfermémonos con las terribles habilidades caseras de Sirius, ya?”

“Muy bien,” dice Sirius. “Cuando estén vomitando, piensen con cariño en mí.” Y entonces, le pega a James en el hombro, fuerte. Es afectuoso, piensa Remus, pero con agresión. “Todo en el nombre del Espíritu Navideño,” añade Sirius, “¿eh?”

Bueno, piensa Remus, algo así de todos modos.

***

Sirius ha hecho cuatro tazas de chocolate caliente a las cinco y media de la mañana. En cualquier otro día sería raro para Remus entrar a la cocina antes del amanecer y ver a Sirius, ya junto a la cocina, quemando cosas-huevos, Remus piensa-pero esta es la mañana de Navidad. Aquí es cuando toda la magia ocurre. Este es el único día de cualquier vacación donde Sirius se despierta antes de que sea la tarde. “Ow, mierda,” dice Sirius, intentando matar sus huevos con una espátula. “A la mierda con esto-oye, Moony, dame una mano, mis huevos se están muriendo dos veces.”

“He tenido suficiente de tus huevos para toda una vida,” gruñe Remus. Después de una noche de sentirse mal por el ponche de Sirius, la idea de huevos, el olor a huevos, hasta la posibilidad de asesinar huevos, lo hace temblar entero de nuevo.

“Ven acá,” dice Sirius, haciéndole señas para que se acerque. “Soy fantástico con los sandwiches,” añade, tocando tristemente el desorden negro-y-amarillo frente a él, una bolla siseante en el mismo centro del sartén. “Hago el más fantástico sandwich del mundo y lo sabes. Comamos sandwiches al desayuno mejor.”

Remus se acerca, mira al sartén y pone cara de dolor. “Eso se ve horrible,” dice. Ayuda a Sirius a sacar el pegado de huevo y botarlo a la basura. “¿Tenía mantequilla la sartén?”

“Oh,” dice Sirius, “Moony! ‘¿tenía mantequilla?’ dice él. ‘Ja!’ digo yo. Tenía mantequilla. Tenía suficiente mantequilla para todos los lindos hipogrifos y nosotros cuatro.” Como para ilustrar su punto, se acerca a la mantequilla con un cuchillo. Remus se abalanza sobre su brazo, sosteniéndolo.

“Lava el sartén,” instruye Remus. “¿Estás seguro que quieres huevos?” Sirius pone ojos de cachorro, los que se mueven, los que se ven imposiblemente ridículos, los que Remus no puede resistir. “Está bien! Está bien. Huevos. Feliz Navidad. Tu estómago debe estar hecho de lata.”

“Como un caldero,” dice Sirius orgulloso, acariciando su barriga. “Ding, ding!”

Encogiéndose de hombres, Remus se siente satisfecho por saber que, un día, cuando los intestinos de Sirius se hayan cerrado completamente, y tenga que comer lechuga y granos que saben a alfombra, por toda la eternidad, se dará cuenta del horror de su modo. “Huevos, entonces,” murmura Remus. Saca la mantequilla, viéndola hacer ruido en la superficie del sartén caliente mientras la rompe con la espátula de Sirius.

“Bueno, no es una babosa, Moony,” dice Sirius, mirando. “Deja de pegarle.”

“Se derrite más rápido,” aclara Remus. “Como sea, tu eres el que pidió mi ayuda.”

“No te pedí exactamente,” dice Sirius, pero se calla.

Remus se vuelve hacia los huevos, conciente de que Sirius está respirando en su nuca. No lo sobre-pienses, Remus intenta decirte. Sabes cómo romper un huevo.

“Sin presión,” dice Sirius. “Recuerda eso, Moony, viejo muchacho.”

“Oh, cállate,” murmura Remus. Golpea el huevo contra el borde del sartén y el huevo se desliza limpiamente dentro de él. “Eso.”

“Te ves tan superior cuando te ves superior,” sonríe Sirius. “Hace que se te tuerzan los labios.”

“¿Quieres huevos o no?” pregunta Remus, intentando mantenerse razonable.

“Te estoy molestando, no? No, Moony?” Sirius sonríe. “Me perdonarás cuando veas lo que te traje para Navidad. Me bañarás con huevos y perdón.” Remus suspira, pero sabe que esto es probablemente muy cierto. Sirius, a pesar de sus grandes charcos de egoísmo y accidentes muy descuidados, es la clase de persona que sabe exactamente qué darle a todo el mundo. Es un don, algo que no puedes aprender, algo con lo que se nace. Sirius puede mirar a una persona, hombre o mujer o indefinido, y saber en un instante cuál es el regalo perfecto, las flores adecuadas, la marca exacta de chocolate. Es impresionante. Remus a menudo ha creado planes secretos para descubrir la raíz de su poder, pero a la larga se ha contentado con estar incómodo y celoso sobre ello. “Oh, cómo te golpearás el pecho, llorando por la crueldad de tus acciones-oh, cómo llorarás por estas poco amables palabras!”

“Hm”, dice Remus, dudoso.

“No, no tienes idea,” insiste Sirius. “De hecho creo que deberías abrirlo ahora.”

“Estoy haciendo huevos,” le recuerda Remus.

“A la mierda con los huevos,” dice Sirius. “Ven a ver tu regalo.”

“James y Peter siguen durmiendo por los efectos de tus huevos ponchados,” dice Remus. “Deberíamos esperar.”

“No estás bien,” exclama Sirius sin poder creerlo. “Regalos de Navidad adelantados, hombre! ¿Qué te pasa? Por el amor de todo lo que está envuelto en papel brillante, por tu alma inmortal, olvida los huevos y ven a ver lo que hay debajo del árbol?”

Remus suspira un suspiro profundo de un hombre que sabía desde el principio que no podía ganar, y apaga el fuego. Pobres huevos, piensa. Nunca tuvieron una oportunidad.

“Bueno,” dice. “Pero te digo ahora que mis regalos son terribles. Creo que Peter vomitó en uno anoche, por si acaso.”

“Nos dimos por vencidos contigo hace mucho,” le informa Sirius. “Tuvimos una reunión sin ti y decidimos que, aunque das los más terribles regalos en la historia del mundo, te queríamos cerca porque tu cara es divertida. Ja! Mira, ahí está. Siendo divertida. Está bien, este es tuyo.” Sirius se mete debajo del árbol y sale con hojas de pino en el cabello y una caja enorme en los brazos, la que mete en el pecho de Remus. Remus se tambalea hacia atrás por el inesperado peso de ella.

“Ooooph,” dice.

“Ábrela, ábrela,” insiste Sirius, antes de tirarse al sofá para mirar. “Vamos! Rómpela! No tienes que guardar el papel, Moony, es papel, nació para ser hecho pedazos. Deja eso, me deprime lo calmado que estás!”

“No puedo evitarlo,” dice Remus, algo nervioso. Es pesado, el papel, dorado y brillante y parece que podría haber sido usado para cubrir el gran salón de alguien. Lo levanta con cuidado, lo saca de la caja y lo deja en la almohada a su lado, donde Sirius ha puesto sus pies. Crunch, hace el papel. Crunch, hace algo bajo el bazo de Remus. Intenta ignorarlo.

Debajo, la caja es pesada, adornada, de madera oscura, tallada con espirales. Sirius se ve particularmente alegre; Remus lo mira. “¿Es maléfico, Sirius?”

“¿Maléfico?” pregunta Sirius inocentemente.

“¿No vino del sótano de tu familia?” Remus la da vuelta, la pesa entre sus manos; hay cierto gravitas geométrico sobre ella que le hace sospechar que podría venderla por más de lo que obtendría por la casa de su familia. Es del tamaño perfecto en el que poder guardar todos los libros extra que no caben en el estante que tiene junto a su cama en la escuela. Remus se siente incómodo y celoso e irritado.

Sirius da vuelta los ojos. “Por el amor de la navidad, Moony, ¿podrías por favor no ser tan desconfiado? Me duele. La Navidad es sobre dar.”

“Sí,” murmura Remus, “darme algún tipo de comezón,” pero suspira y tira el seguro de todas formas, inevitablemente, y abre la caja.

De lado a lado, de arriba abajo, la caja está llena de cada variedad imaginable de chocolate. Negros, dulces, peligrosamente ricos que te dejan la lengua sintiéndose mojado y cubierto con terciopelo, y los de puro chocolate de leche cremoso explotando con almendras o castañas, y los de miel que huelen a caramelo en la esquina izquierda; barras delicadamente llenas de malvas cuyas cortezas aún no han sido rotas, y los chocolates con menta fresca, cuidadosamente llenos de verde y unas cosas lujosas y oscuras que Remus no puede comenzar a identificar; y ninguno de los horribles llenadores de espacio, incluso el más sublime de los adornos-nada de horrores de frambuesa que reprimen la lengua o los viles que son los con chocolate blanco. Remus quiere llorar.

“Te gusta,” presiona Sirius, “si si si si huh?” La cara de Remus se tuerce hacia su centro, una concentración profunda que Sirius debe reconocer demasiado bien como El Modo En Que Moony Se Pone Cuando Moony Se Siente Perdido. Sirius deja salir un sonido bajo de triunfo, subiendo un puño en el aire. “¿Dónde está?” pregunta Sirius, sonriendo como un loco. “¿Dónde está, eh? Han pasado diez segundos, Moony-dónde se ha ido- el muchas gracias y el es tan amable de tu parte, no debiste molestarte y el ¿por favor, señor, puede darme más?”

“No lo arruines,” murmura Remus. “Sólo cállate.” Corre sus dedos inútilmente sobre el borde de la caja y respira los aromas combinados. Hay algo frutoso y algo como capas sobre capas de cacao, algo frío y arrugado como menta pero el balance justo, y algo como crema, y algo como café, y algo que tiene el tono interior del caramelo. Hay pistachos y almendras y una variedad de delicias de nueces que llegan de cada una de las esquinas y luego la simple delicadeza del chocolate tan puro que su corazón se encoge y su estómago gruñe con placer. ¿De dónde viene, se detiene a pensar, este amor por el chocolate, esta obsesión descrita? Todos tienen una comida favorita, supone, algo que hace cosquillas en una huella de personalidad en alguna parte de sus estómagos. El chocolate es una comodidad. El chocolate es la esencia del lujo; sedas y satines para la lengua. ¿Pero por qué el chocolate? Se pregunta. Como eres con el chocolate-es lunático, sabes.

”Es lunático, sabes,” dice Sirius.

Remus se sorprende.

Cuando era un niño-cuando despertó después de una semana de negarse el dolor y la confusión-cuando el lobo lo mordió y por primera vez vio la cara de su padre con mil otros instintos detrás de la mirada, ninguno que reconoció como propio-su madre le dio una barra de chocolate junto con una mirada triste, su cara también torcida hacia su centro, como si las palabras nunca pudiesen decir lo que ella sentía y lo que intentaba con tanto fervor esconder. Comerlo al desayuno, pensó que el mundo completo se iba a acabar, y este era el modo de su madre para decírselo. Pudo comer chocolate al desayuno. Y todavía, la odisea no fue lo suficiente como para ahogar la inundación de sensaciones: probarlo con una lengua nueva, un mundo de sentidos desenvolviéndose, y el comienzo que fue ese momento.

“Vamos,” dice Sirius, con un tono nuevo ahora. Remus lo mira para encontrarlo con la cabeza gacha-no está mirando, no de verdad, pero la curiosidad en su postura es tan tangible como ellos, como otra persona, sentada entre ellos en el sofá. “Puedes comerlo. Al desayuno. Sé que va contra todo lo que crees pero es la maldita Navidad y estás prácticamente babeando.”

“Y los huevos,” intenta decir Remus pero puede sentirse rindiéndose.

“A la mierda con los huevos,” dice Sirius. “No literalmente. Vamos. Elige uno.”

Se siente como una prueba sicológica; como si el caramelo le revelará a Sirius que Remus es un Peluquero Escondido o que el atractivo y grueso combinado que puede que contenga pasas será un indicador de un complejo de Edipo ya asumido. Es tan desesperante. Hay demasiados.

“¿Qué crees?” dice.

Sirius le guiña un ojo. “Ya me conoces. Uno de los oscuros.”

Remus toma uno, dispuesto, como si estuviese sosteniendo un artefacto precioso. Está frío y suave y tiene un brillo de polvo de chocolate increíble bajo sus dedos. También es pesado. Casi gruñe en voz alta. “Sirius, ¿cuánto costó esto?”

Sirius se encoge de hombros algo incómodo, su cabello meneándose frente a sus ojos. “¿A quién le importa? No es mi dinero.”

“Sirius, si gastaste la mitad del dinero de la renta en regalos-“

Sirius se sienta, muy de repente, y mete la palma de su mano sobre la boca de Remus, llevando su frente contra la de Remus en una especie de irritada bendición. “Moony. Sólo. Déjalo, ya? Sólo come el dulce.”

La respiración de Remus se acelera.

No es particularmente agradable, que la respiración de uno se acelere. No es como lo hacen creer en los libros. Después, Remus se da cuenta de que era hipo. Asiente, lentamente, sintiendo el gusto a huevo en la palma de Sirius, respirando cientos de aromas en sus dedos. Es un asalto a los sentidos.

“Me comería el chocolate si me sacaras la mano de la boca,” dice.

Sale más como: e ogeia el uh-oh-eh ji aga ga ah oh la oh ka.

“Claro,” dice Sirius, retirándose. “Vamos.”

“Me estás mirando,” protesta Remus.

“Lo sé,” contesta Sirius. “es lunático, sabes.”

Remus suspira, se endereza, pausa por un momento a meditar para aclarar su mente, se lame los labios nerviosamente, y muerde. Profundo. Fuerte. Frío. Este no es el tipo de chocolate que te comes en el tren y que se pone suave en todos los dedos. Es el tipo de chocolate que te guardas-es el tipo de chocolate con el que sueñas. Aparece alrededor de sus dientes y se mete la mitad a la boca, ayudado por su lengua, dejándolo contra sus encías superiores. Sólo chocolate. Uno de los oscuros. Sabe a renacimiento. Lo chupa, llevándolo derretido contra su lengua y de vuelta a su garganta.

“Agnhk,” dice Sirius.

Remus no se da cuenta.

Este es el tipo de chocolate que no permite interrupciones de ningún tipo. Es el tipo de chocolate que demanda tu atención completa. Requiere concentración completa y absoluta. Se derrite completamente contra su garganta y en el punto suave, grueso y cálido de su barriga.

Remus presiona su pulgar contra la esquina de su boca y suspira un suspiro de chocolate. Puede sentirlo en sus poros, saliendo por su nariz, una experiencia religiosa, una epifanía.

"Dios,” susurra.

“Lunático,” murmura Sirius.

“Sedoso,” dice Remus, idioticamente. “Es sedoso.” Pasa su lengua por sus dientes, riqueza sobre riqueza.

“Has sido encadenado,” dice Sirius sabiamente. “Chocolate-ponchado. Puedo verlo en tus ojos. Está bien, Moony, deja de... lamerte. Es distractor. ¿Lo hice bien?”

“¿Bien?” Remus lo mira incrédulamente, pesando su pulgar sobre su mejilla para sacar el último poco que puede sentir ahí. “Es... Sirius, ya sabes. Es solo… o sea… es siempre-ya sabes-“

“Está bien, lo sé,” Sirius se mueve pacientemente, tirándose hacia atrás. “Lo sé porque me comí como cincuenta de ellos cuando los compré. Por tu propia seguridad, no. Sé que es tentador, pero sólo.. no.”

“Y te compré un libro,” murmura Remus, bajando su cabeza para respirar en ese delicioso miasma de aromas. “Un libro. No entiendo cómo puedes estar cerca mía sin querer golpearme.”

“No es divertido pegarte,” explica Sirius. “No haces ningún sonido divertido. Creo que simplemente te desinflarías. James, por otra parte-oh, los gritos! Fantástico. ¿Entonces? ¿Feliz Navidad? ¿A pesar de Héctor y el muérdago y el no tener muebles y el ponche? Todos los cuales deberías acostumbrarte, por su acaso, porque así serán las navidades en el futuro.”

“Me gusta,” dice Remus despacio. “No le digas a Sirius, nunca lo soportaré.”

“Ese Sirius,” dice Sirius, sacudiendo su cabeza. “Qué idiota.”

“Excelente con los regalos, eso sí,” aclara Remus.

“Espectacular,” concuerda Sirius.

“Impresionante,” termina Remus.

”Lunático,” dice Sirius y sonríe y le desordena el pelo a Remus. De alguna parte en el sillón, las mandíbulas de Hector rompen algo alegre. Es, Remus piensa, y luego concuerda-bueno, fue una buena noche.

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