NOTA: Me disculpo por la calidad de las notas en esta parte, pero mi escaner no funciona y tuve que crearlas con la máquina fotográfica. Sorry.
Parte Diecinueve
Enero 1977
***
Excepto por el estornudo ocasional-mientras la sección de historias raras es óptima para tener total privacidad, es también óptima para el polvo total-la biblioteca está en silencio. La única luz brilla desde la varita de James, sostenida con emoción temblorosa sobre los trozos de pergamino viejo. El Mapa, siempre asociado a letras mayúsculas, hace nada. Los cuatro muchachos reunidos alrededor de él, sostienen el aliento hasta que Remus se siente mareado y Sirius estornuda por quinta vez. Finalmente, un montón de tinta toma forma en el área etiquetada, una escritura impecable, BIBLIOTECA. Horas de investigación, práctica, intento, error, refinamiento, e intentos fallidos incontables, además de papel desperdiciado, todo junto en concentración precisa y la forma de cuatro pisadas, ocho pequeños zapatos en total, juntos en lo que Remus nota es la sección de historias raras. Los nombres aparecen como manchas, dos a cada lado. JAMES POTTER y SIRIUS BLACK; REMUS LUPIN y PETER PETTIGREW. James deja salir un sonido como si hubiese tenido la mejor masturbada de su vida. Sirius estornuda por sexta vez. La boca de Peter está abierta como un pescado y Remus piensa mareado que son unos genios, que deberían tener premios por investigación, y que es una maldita pena que nadie pueda saber sobre Su Mapa porque Uno, es Un Secreto y, Dos, va contra tantas reglas en Hogwarts que la mera idea de lo que pueda pasar ha hecho que la cabeza de Remus le duela desde hace días. Nadie nunca sabrá la historia de su creatividad, su inspiración, su dedicación a la causa. Parece una pena, la verdad, piensa Remus, que tanto trabajo deba ser conocido solo entre ellos cuatro. Pero bueno, ese es su espíritu de Aguafiestas del Club de los Chicos hablando. Se guarda el lamento para sí mismo.
“Lo hicimos,” susurra James. Su varita se sacude erráticamente. “Míramos. Ahí estamos. Justo ahí. Justo ahí. Es fantástico. Somos geniales. Somos los mejores bromistas del mundo. Las generaciones futuras cantarán nuestros nombres a los cielos. Mírennos. Lo hicimos!”
“Bueno,” dice Remus. “Sólo hemos logrado que nosotros funcionemos. Todavía tenemos la mitad del mapa que terminar.”
“Cállate, Moony,” dice Sirius. “Deja que Prongsie disfrute su momento. Tiene tan pocos; se merece su felicidad.”
“No son pocos,” protesta James. “tengo momentos todo el tiempo. Muchos. Momentos por todos lados. Es sólo-es que este-Moony, cállate un momento y piensa en lo que acabamos de hacer!”
“Estoy pensando,” objeta Remus. “Estoy. Es maravilloso. Pero hay tanto más que podríamos hacer. Sólo estoy adelantándome!”
“¿Cómo lo hace?” susurra Peter. Con la punta de su varita, toca apenas la etiqueta que lleva su nombre.
Sirius lo mira secamente. “¿Has prestado atención por el ultimo año, Wormtail? ¿Honestamente?”
“Sólo… creo que-bueno, siempre me sorprende cuando funciona,” murmura Peter, y tose en su manga. Sirius da vuelta los ojos exageradamente y entierra su cara en al mapa otra vez. Remus los mira.
“Como sea,” dice Peter, con una claridad no inesperada, “No me gusta esto. O sea-es que-hay reglas ahora.”
“Y estas reglas, como las llamas,” dice Sirius, “se aplican a nosotros desde… cuándo?”
”Tiene razón,” dice Remus cuidadosamente. Sirius ha estado extraño últimamente, bueno no extraño la verdad, piensa Remus. Extraño puede ser mejor. Lo que Sirius ha estado es dolorosamente familiar: oscuro y mercurial, impredecible y tremendamente cruel entre momentos de afecto intenso y generosidad. Es como en primer año de nuevo, y Remus no sabe si es por el departamento o la familia o la atención dividida de James Potter, pero sabe que no le gusta. “Hay reglas distintas.”
“Prongs,” dice Peter, “tu sabes. Las reglas. Pueden descubrir cosas así ahora. Has estado llevando gente a la oficina de Dumbledore por ellos desde el primer semestre! Rosier fue expulsado por menos. O sea, tenía un tatuaje! Y eso no es nada como esto.”
“Oh,” dice James distante, “¿en serio? Que bueno. Padfoot, vamos a tener que hacer algo con esto, mira, ¿ves como se desordena cuando me muevo?” Mueve un pie adelante y atrás para demostrar.
“Desordenado.”
“Me gusta el desorden,” protesta Sirius. “Lo hace verse más vivo.”
Remus mira inútilmente entre ellos, James y Sirius, cabezas oscuras enterradas en los trozos de papel y Peter, viéndose más redondo y justo y tembloroso que nunca, haciendo lo mejor posible para hacer una protesta. Ha recibido tres Vociferadoras frenéticas de parte de su madre en el último mes, gritándole por andar con un grupo peligroso y diciéndolo que mejor se prepare para ser llevado a casa en cualquier momento. Hay algo gris en su cara, algo cansado y aterrorizado en la posición de su espina, y Remus quiere ayudarlo. Cuidadosamente dice, “Hay más monitoreo ahora. Todo este asunto con-lo que Peter dice es- lo que yo digo es, bueno-creo que tenemos que ser, ya saben, discretos.”
“Silencio, hombres de jalea,” comanda Sirius, mirándolos con frío y quitándose el pelo de los ojos. “Honestamente! Los dos! No es hora de molestar y hablar de discreción y tatuajes.”
“Pensé que estábamos de acuerdo en que siempre es hora de hablar de tatuajes,” dice James con algo de sorpresa.
“Bueno,” mejora Sirius, “sí. ¿Pero podemos enfocarnos, por favor? Esta es una de las herramientas mágicas más grandes construidas por hombre o bestia,” con una mirada rápida a Remus, que Remus no puede apreciar totalmente, “y necesita ser completada. Lo que significa que tenemos que enfocarnos. Pero primero, necesitamos beber esta pócima de durazno que Prongsie encontró en el closet de Pociones-“ James hace una reverencia algo distraída-“y hacer algunos bailes pastorales. ¿Quién toca la gaita?” Deja caer la pegajosa botella en el regazo de Remus y devuelve su atención una vez más al Grial Sagrado del Club de los Chicos: el mapa. Remus mira la botella, la que parece contener algún tipo de poción. O algún tipo de veneno para ratas. Lo que sea, huele a fruta podrida y vómito. Remus la toca apenas.
“Bailes,” dice James ausentemente, “siempre tu vigilia, Pads. ¿Qué falta, crees? ¿Del rastreador? Puede registrarnos a nosotros, y quién es ese en la esquina-todo borroso-¿es tu hermano?” Sirius se inclina, entrecerrado, filudo, y asiente cortésmente. “Bueno, es ron, no? Crees que es como-no sé, ¿algo de familia?”
“No puede ser,” contesta Sirius, “no estamos en la misma familia, no?”
“En cierto sentido, o sea, quizás,” dice James. Su rodilla presiona la pierna de Sirius, brazo casualmente sobre los hombros de Sirius, sus nudillos tocándose con la cercanía infantil de chicos de doce años, no muchachos de séptimo metidos en una actividad altamente ilegal. Remus suprime la necesidad de hacer tsk. “Como-bueno, los perros pueden oler si algo es un pájaro, saben, o si es una... ardilla. ¿Ven lo que digo? ¿Creen que está haciendo algo así? Podría ser como conseguir que todos salgan ahí.”
“Mm,” murmura Sirius. Sus ojos revisan la página, oscuros y rápidos con el pensamiento. “Como un-oh. Dices...”
“Sí! Ya sabes.”
“-pero si fuese así, entonces no podríamos-“
“Claro, con...”
“Pero funcionaría, sabes, por-“
“No sé, ese es el punto, no? Es-“ James hace un gesto indescifrable, aunque claramente supuestamente importante. Es como si hablaran otro lenguaje, uno que no requiere ningún verbo. “-Ya sabes. No podemos. Tengo tres ensayos que terminar, primero que nada.”
“¿De qué están hablando?” dice Peter fuerte. Su cara está muy rosada.
”Arreglarlo,” contesta James. “Pads, crees que-“
“No, es mucho... tendríamos que, y todo eso, y es imposible-“
“No sé de qué están hablando!” Peter grita, de pronto levantándose. “No sé! No sé de qué están hablando y no sé cómo esto funciona solo así! Vamos a meternos en tantos problemas. Quiero bajar a desayunar y olvidar toda esta estupidez! ¿Cuál es el punto de todas formas? Sólo estaremos aquí cinco meses más y luego qué? ¿Se quedará dando vueltas? No me gusta! Me quiero ir!”
Remus piensa que nunca ha visto algo tan valiente en toda su vida.
O algo tan tembloroso.
“Bueno,” dice James impacientemente, mirando a Peter con severidad a través de sus lentes, “no te desarmes, Pettigrew.” Sirius ni siquiera levanta la vista. “Mira,” continua James, “es para la posteridad y eso. Lo hemos dicho como mil veces antes, ¿qué se murió en tus pantalones esta mañana?”
”Además de lo ob-vi-o,” canta Sirius.
Peter toma aliento y luego exhala. La voz de James Potter, aunque no es la voz de la razón, siempre ha tenido poder sobre él. Las convicciones de James son las convicciones de Peter; es una broma entre los demás Gryffindor y un arma entre los Slytherin y es como una causa de preocupación entre los profesores, pero ahí está. Siempre ha estado. Peter se desinfla como un globo perdido en el aire, mirando una y otra vez hacia los lados y encogiéndose de hombros.
“Eso es.” James le da palmaditas en el hombro. “Ese es el espíritu.”
“Razones,” murmura Sirius y le tira a Peter una mirada superior. “No sé qué te pasa, Pete. Es como si hablara Egipcio.”
“Eh,” comienza Remus.
“Idea!” exclama James de repente, tan alto que Peter salta y Sirius se da vuelta y Remus casi se atora cuando tres órganos vitales intentan abandonar el barco por su garganta. James da poco tiempo para recuperarse y los invita a acercarse. “Vengan,” explica, “lo que falta-lo que ha faltado todo este tiempo-es-“ Hace gestos salvajemente, con furia, hacia el mapa frente a él. La masa de pies y nombres se mueve mientras los cuatro se acercan. En el pasillo, los pies de Filch suben y bajan con pisadas en tinta en el papel. James las apuntan frenético, sus nombres, diciendo cosas como “Bibble!” y “Werghk!” pero incapaz de formar una sola palabra en español.
“Brillante!” contesta Sirius de pronto, como si de alguna forma la inspiración ha pasado por osmosis desde la piel de James hacia la suya. “James, amigo, James, eres el mago más brillante en el mundo-excepto por mí, claro-pero es de esperarse, todos lo logran eventualmente-Dios, ¿cómo se te ocurrió?”
“¿De qué están hablando?” sisea violentamente Peter.
“No,” contesta Remus, “bueno, no-bueno, ellos saben lo que hacen. Creo.”
“No nos hemos puesto en el mapa,” explica James. La palabra muda-obviamente-se queda en el aire.
“Si lo hicimos,” contesta Peter, sonando exasperado. “Mira, estamos ahí. Todos están ahí. Nuestros pies, ves, y los de Sirius son los que como que sangran tinta al final, como si hubiesen sido disparados.”
”No,” susurra Remus, entendiendo. “No-no-por supuesto, eso es, es el truco más malditamente simple en el libro!”
“Exactamente,” dice James.
“Exactamente,” repite Sirius.
“¿Huh?” demanda Peter.
“No nos hemos puesto en el mapa,” repite Remus. “No réplicas. Nosotros.”
“No tiene la mentalidad de los Merodeadores,” dice James finalmente. “No sabe qué buscar-no sabe lo que un Merodeador quiere!”
“Y cómo puede ser un Mapa del Merodeador” termina Sirius, “sin el ingenio del Merodeador-el humor-la astucia!”
Remus evita comentar.
”¿Esto significa que Wormtail va a tener que entrar a las paredes otra vez?” se queja Peter.
“Buen hombre, Pete,” dice Sirius, tocándole el hombro en apoyo. “Está listo para todo, si es necesario!”
***
***
Están bajo las tablas cuando escuchan el crujido. “Aquí” insiste Sirius, “aquí es donde encontré el túnel, ves, y no estoy muy seguro, así que no tienes que verte tan dudoso.”
Remus no pregunta cómo es que Sirius sabe cómo se ve en este momento-está muy oscuro y por lo que Sirius pudiese saber Remus podría verse amable o enojado o como si acabase de sufrir un ataque. Dudoso no está en la lista; enojado está casi al principio, y el ataque está subiendo puestos. “No dije que no estuviese aquí,” intenta decir Remus pacientemente. “Todo lo que dije es que hay una araña en mis pantalones.”
“Creo que siempre hay un araña en tus pantalones,” contesta Sirius.
Remus está a punto de pedirle una explicación cuando escuchan el crujido.
Dice: crujiiiiiiiiido. Remus olvida la araña y mira a través de las aperturas, viéndo la luz cambiar en un modo terrible, horroroso y acechador. Golpea a Sirius a un lado. “Hay alguien arriba,” sisea, sintiendo un eco pasar por el espacio vacío en su interior.
“Bueno, sí, ya lo sé,” susurra Sirius. “Apuesto que es James, molestando.”
“No es James molestando,” dice una voz femenina desde arriba. “Pero es alguien con audición muy buena, asi que será mejor que suban.”
“Las mujeres tienen poderes mágicos desconocidos para los hombres,” sisea Sirius.
“Me he dado cuenta,” responde Remus.
“Por favor, consideren hacerlo ahora,” dice la voz femenina. “Tengo poderes mágicos por todos lados que apuesto que nunca han visto.”
“Delata lo que sabe,” dice Sirius, casi maléficamente. “Bueno” añade, más fuerte, “vamos subiendo. Con nuestras manos en el aire, no, ¿o podemos contar con que tus poderes mágicos nos esconderán las manos?” Las tablas se mueven de nuevo. Crujiiiiiido, crujiiiiiiiiiiiiiiiiiiido. Remus tiembla. La araña tiembla.
“Como quieras, Black” dice la voz.
“Hola,” dice Sirius. “La muerte sabe mi nombre.”
“Sólo hagamos lo que dice,” susurra Remus. “Aquí-el juego terminó.”
“Oh, Moony,” se queja Sirius, “el juego nunca termina. Y yo subo.” Se estira, toma el palo suelto y tira. Ni un minuto más tarde ya le ha dado dos patadas en la nariz a Remus, se ha rasguñado tres veces y caído sobre la cabeza de Remus. Remus hace una nota mental para la posteridad: nada bueno resultará de explorar el castillo con Sirius Black.
“Bueno.” Una cara aparece, y una varita encendida. “Parece que sí eres incapaz”
“Disculpa, ¿te conozco?” dice Sirius distraídamente, sacudiendo polvo y lo que pueden ser unas termitas inmensas del cabello.
“Black, no juegues conmigo.” La mujer cruza una pierna delgada sobre la otra y los mira, cruzando sus brazos sobre una rodilla.
Remus inútilmente intenta salir desde la axila de Sirius. “Prácticamente te enseñé a vestirte, gusanito. ¿No son esas mis botas?”
La boca de Sirius se abre. Puede o no que una termita haya caído en ella. Remus de verdad no quiere pensar en ello. “¿McKinnon?”
“En carne y hueso. ¿Nunca pensaste que me verías de nuevo? ¿Nunca penaste que me vengaría por todas esas bombas de caca que hiciste explotar en el camerino? Como si no supiera. Oh.” Sus ojos verdes miran a un lado por un momento, fríamente desinteresados. “Y ese es Lupin, supongo.”
“Eh,” dice Remus. “¿Sí?” Y ahora que ha escuchado el nombre, recuerda a Marlene McKinnon-seguramente medía como metro setenta, antes, todo cabello rojo y grandes pulmones y un aire de intolerancia por todas las cosas que tartamudean y que se llaman Remus Lupin? Se encoge un poco, de vuelta al agujero. Espera, añora, por la axila de Sirius, a pesar del olor.
“Se ve exactamente igual,” le dice Marlene a Sirius, ignorándolo de nuevo. “¿Todavía andas con James Potter, supongo?”
“Andamos,” dice Sirius. “¿Andamos? Sí que andamos. Y juntos.” Sonríe. Es sorprendente cómo es capaz de hacer la colección más incomprensible de frases en algo válido con tal sonrisa. Bueno, lo que pierdes en coherencia lo ganas con encanto. O si no eres un muchacho de Hufflepuff. Como se llama--- algo Doogle. “¿Qué, Remus? Remus no cambia. Sólo crece cuando nadie está mirando.”
Remus mira sus pies. Puede sentir los ojos de McKinnon en él, la mirada intensa en las profundidades mismas de su alma. Eso no sería tan malo pero casi puede oler su desaprobación. No está sólo viendo en las profundidades de su alma-oh, no. Eso sería preferible. Más bien está viendo en las profundidades de su alma y fallándolas. Las está llamando una piscina de mediocridad, un agujero mojado para los indignos. Las puntas de los zapatos de Remus se juntan. Se siente como de once años.
“Hm,” dice Marlene. “No, supongo que no. ¿En qué andan, entonces?”
“No te puedo contar,” contesta Sirius alegre. “Tendríamos que matarte.”
“Me gustaría verlos tratar.” Marlene mete sus uñas negras en su falda y los mira con flojera. “Rasguño como tigre.”
Sirius la guiña un ojo. “Siempre pensé que eras un tigre.”
“Eurgh,” dice Marlene, quejándose. “Sabes que tuviste once una vez. No empieces.”
“Bueno, en qué andas tu entonces, si no es buscando la oportunidad para ver a tu protegido como un hombre crecido y viril?” Sirius se libera de las tablas e inconscientemente estira una mano hacia atrás para ayudar a Remus cuando Marlene tuerce sus muy rojos labios hacia un lado y hace un sonido.
“No es idiota, Black,” dice impaciente. “Deja que salga solo.”
Sirius pestañea. Remus pestañea. Marlene no.
“Bueno entonces,” dice Sirius casualmente, y mete la mano en su bolsillo. “Estás evadiendo la pregunta.”
“No tengo ganas de responderla,” Marlene se encoge de hombros. “¿Tienes un cigarro?”
Remus se queda determinado esperando un empujón. Parece que no llega ninguno. Estuvo bien para Sirius, quien la verdad pudo agarrarse hasta salir usando a Remus como una escalera humana. Para aquellos que no han tenido la experiencia de tener a Remus como escalera humana para Sirius Black, el olor de su pie llegando sobre la nariz de Remus-la acción particular, extraña y agarradora-es una combinación de sensaciones que lo persiguen en noches oscuras y tormentosas. Remus estornuda e inhala un buen montón de polvo antiguo, y se rasmilla bajo la carne suave de su palma que se siente como tortura medieval. Para cuando se ha sostenido bien y ha logrado escalar hasta llegar al piso, respirando fuerte, y con más insectos en el pelo que los que escapan por el piso, Sirius y Marlene están fumando un tipo de pasto mágico que sirve también como canela en algunas panaderías de Hogsmeade. Remus tose-no puede evitarlo, hay algo vivo en su garganta-pero intenta hacerlo en silencio, para no molestarlos. Al menos huele bien, ahora. Menos a pie y más a pan. Un pan sostenido con cariño entre los dedos de un pie.
”Oh, no,” murmura Marlene irritada. “Tu y tu tos. Es ridículo, te das cuenta. Te vemos. Te vemos,” repite y tose en su garganta. “No hay para qué hacer escándalo.”
“Eh,” dice Remus. Piensa: pero tengo insectos en mi esófago. “Disculpa,” termina.
“Aquí,” dice Marlene y se levanta con mucho ruido-toda botas y cadenas y ruido. Los ojos de Sirius siguen su nuca. Estira una mano y hace un pequeño movimiento con su barbilla. “Vamos. Sube.”
Remus sostiene su mano con ganas. Marlene tira, simultáneamente deslocando su brazo y sacándolo del agujero. Es una sensación muy similar, piensa Remus mareado, ser un blanco en una especie de catapulta. Sirius se ríe inútilmente mientras él aterriza.
Oof.
“Gnaa,” dice Remus apenas.
“La próxima vez,” susurra Marlene, arrodillándose junto a él, “no dejes que la gente te meta en agujeros de los cuales no puedas salir solo.”
“Aiee,” concuerda Remus.
“Dónde estábamos,” continúa Marlene. Se voltea hacia Sirius, limpiando su mano-las implicaciones del acto no se pierden en Remus. Da vuelta su hombro, escuchándolo hacer pop. “Ah sí. Iba a explicarte que no es de mi incumbencia y este es el intercambio: si no le dices a nadie que me viste, no le diré a nadie que ustedes son los que andan haciendo hoyos por aquí. ¿Qué te parece?”
“McKinnon,” dice Sirius, “eres un hombre entre las mujeres.”
“Y no lo olvides,” termina Marlene. “Recuerda, Black: siempre ten una pieza de intercambio.”
El hombro de Remus vuelve a su lugar indicado.
“Y tu también, supongo,” añade Marlene, mirándolo. “Aunque no sé qué harás con ello.”
“No es muy bueno para intercambiar,” dice Sirius. “Lo que es divertido porque pensarías que lo es-es un bastardo barato.”
“Todos lo son,” murmura Marlene “Todos lo son.”
¿Quién? piensa Remus. ¿La gente a la que le has roto los hombros?
“Entonces, molestosos? ¿Tenemos un trato?”
Aunque nunca ha sido una pregunta que directamente ha preguntado, a Remus siempre le ha gustado pensar que tiene suficiente orgullo para no hacer tratos con alguien que lo llame “molestoso” y que rampante y abiertamente no lo quiere.
“Por supuesto,” dice, algo sin aliento, llorando por la pérdida de la poca dignidad que le quedaba.
“Veremos,” dice Sirius. “Parece que tu tienes más que perder. ¿Qué te parece otro cigarro y hablamos?”
“¿Qué te parece si evito que tengas nietos?” sugiere Marlene.
“Ohhgk,” dice Remus, lo que significa, eres particularmente convincente.
***
***
"Es genial, no?” silba Sirius, esa nota larga de admiración y sorpresa que sirve su juicio universal, y Remus dice, antes de que pueda detenerse,
“No le gusto!” Es horrible-rogón y quejumbroso y fome y todas las cosas que Remus intenta con tanta fuerza no ser, y que ha intentado tanto atacar, pero es, en el fondo, en el tuétano, algo llorón y necesitado y lo suficientemente fuerte en sí mismo como para ser la mitad de la ecuación. Y no puede evitarlo; es como si alguien más operara su boca y él sólo vomitara estos trozos de bilis inútil. “Sólo-“
“Le caes bien,” dice Sirius, algo sorprendido. “Es solo-o sea, nunca estuviste cerca, no?”
Tu tampoco! Remus quiere gritar. ¿Por qué no le gusto? ¿Cómo puedo arreglarlo? ¿Qué hice? “No,” comienza. “¿Crees que debería llevarle flores?”
“No es ese tipo de chica, McKinnon,” dice Sirius, lleno de admiración. “No, definitivamente no.”
“¿Le escribo una tarjeta? ¿Una disculpa? ¿Le envío una de esas plantas que se crian para morder a la gente como los pitbulls?”
“¿Tiene flores?” pregunta Sirius. Remus asiente. “No es su tipo. Eres terrible con los regalos. Tampoco le gustarían los libros, así que no preguntes.”
“¿Botas?” pregunta Remus. “¿Con puntas para, no sé, desgarrar las almas de los muchachos y patearlas, como alcantarillas de almas?”
Sirius piensa. “No,” dice, “pero te acercas. Tiene que tener dientes.”
No está bien, se da cuenta Remus. Sin importar qué haga, no le voy a caer bien. Y no es que no le guste-bueno, está bien, es parte del asunto-lo que lo molesta, lo que de verdad le enferme. Es que no hay razón-la decisión es tan arbitraria-no hay nada que pueda hacer al respecto-es tan inútil, tan perdido, contra esta injusticia. Él es amable. Lo intenta tanto. Quizás no es encantador como Sirius o confiable como James o hasta completamente distraído como Peter, pero tiene su atractivo. Te arrastras, una vocecita en su cabeza dice. Reverencias, empujas, pides y cuando todo lo demás falla, ruegas. Ruegas emocionalmente. Rogador Emocional. “Cállate,” dice Remus irritado.
“No dije nada,” contesta Sirius, pestañeando. “A menos que las voces hayan vuelto. ¿No te están diciendo que quemes nada?”
“No,” dice Remus. “Tu eres el único que me dice que queme cosas.”
“¿Por qué te importa si le gustas?” pregunta Sirius, justamente razonable. “¿Necesito decirte que está loca? Gran chica, pero completamente loca. Oye, tengo hambre. ¿Tienes, no sé, una manzana o algo?”
Lo peor, piensa Remus furioso, es que de verdad se toca en el medio antes de pensar. Por supuesto que no tiene nada ahí-Sirius es el que puede producir comida mágicamente desde cada arruga de su ropa, sin importar cuán chica-pero sólo lo hace para verse como si estuviese buscando. “No. No importa. Yo-maldición. Nada. Deberíamos volver. Ya revisamos este piso, ¿podemos irnos?”
“¿A comer?” sugiere Sirius con ganas. “Creo que a comer. ¿Qué te parece?”
“Eres aburrido,” dice Remus. “Aburrido y predecible.” Espera estar hablándole a Sirius, pero Sirius no está escuchando, distraído por las posibilidades de migas y feliz digestión.
***
Este es el problema con ser un tipo, piensa James: distracción constante. Si no es una cosa, es otra. Últimamente, ha sido una cosa-una categoría bien grande, podría decir-la que le da pie a muchas otras categorías. Y esto, añade James, es por qué no es un poeta, un escritor, o un lector, sino más bien alguien cuya brillantez yace en la acción!
O algo así.
“Concéntrate, James, hombre,” se murmura. Frunce el ceño, intenta imaginar pegar su atención al mapa ante él con cinta adhesiva o pegamento o con otras cosas que pegan y que son divertidas. Sin suerte. Está bien claro lo que tiene que hacer, lo que intenta hacer, no tiene relevancia para lo que su mente quiere estar haciendo.
Ejemplo: ahora, está trabajando en el mapa. Está añadiendo una que otra cosa relacionada con memorabilia de Merodeador, el primer globo que Snape hizo sonar como peo, el primer insulto que Remus se atrevió a usar (“Estás-estás siendo-estás siendo típicamente irracional”), la primera cáscara de plátano que Peter accidentalmente dejó en el piso en primer año y que hizo volar por la ventana a Lucius Malfoy-y así. Sin embargo, en la mitad de su tarea de añadir un bigote de mentira al papel, su cerebro ha decidido que es mucho mejor usar su tiempo: recordando las letras de cada comercial de cada programa de radio que escuchaba cuando era niño.
Zonko tiene tus juguetes favoritos
Mucha diversión para niñas y niñitos
Zonko es un lugar mágico
Espera a ver cómo paras el tráfico!
Los recuerdos no pueden borrar...
“Oh Zonkooo,” murmura James desafinado, “es un lugar máaaagiiiico. Maldición!” Tira el mapa. “Soy un inútil!”
“Eres un inútil,” dice Lily, apareciendo tras él. James hace un sonido alto y poco atractivo. “Oh, ya ya.” Lily se sienta y le da palmaditas en su cabeza desordenada. “Tu mente estaba en otro lado. No le diré a nadie. Impresionante en todo caso, el tono que te pones.” James la mira algo avergonzado y dobla el mapa con cuidado en su regazo. “Oh, Mr. Potter,” regaña Lily. “Secretos, no?”
“No son secretos,” dice James. “Un mapa.” Dobla tu placer, dobla tu diversión con la goma de mascar que no tiene comparación!
“Bueno, ya vi eso,” suspira Lily. “A menos que tu regazo esté de vacaciones, dudo que necesite una carpa.”
“Eh,” dice James.
“Olvida que dije eso,” murmura Lily. “Ya sabes, yo-quise decir el mapa.”
“Oh!” James se ríe nerviosamente, fuerte. Es casi imposible concentrarse sobre el ruido que hace su cerebro, el que grita Ranas de chocolate! Saltarás hasta caerte con las Ranas de Chocolate! A un millón de decibeles silenciosos. “Oh, sí, el mapa. Claro. Bien. El Mapa. No el-sino que el mapa. Ja, ja! Ja-espera un minuto-¿cómo supiste que era un mapa?”
Lily lo mira fijamente. “Me lo acabas de decir.”
“Maldición,” dice James. “Se supone que es un secreto.”
“Vamos en círculos,” dice Lily. “¿Te das cuenta?”
James la mira. Todos sus ciento sesenta y ocho centímetros. Todos sus ciento sesenta y ocho centímetros pelirrojos. Pequeñas chispas quieren salir desde sus dedos. Para crédito de él, no deja salir el sonido herido que quiere soltar. “Lily Evans,” dice, “tu y yo, siempre vamos en círculos.” Lily tose en su mano. “Pero eso no es lo que quisiste decir tampoco.”
“No,” concuerda Lily. “Me refería a la conversación.”
Este es el problema con ser un tipo, piensa James: distracción constante. Gringotts, bueno como oooooooooooro. Dobla el mapa, menos como carpa y más como panfleto, y luego lo deja en la mesa.
“Estabas trabajando,” dice Lily. “Te distraje.”
“Está bien,” dice James. “He estado trabajando un rato y no, eh, estoy llegando a ninguna parte.”
“¿Más círculos?”
Si tu baño necesita una ducha, llama a la Sra. Trucha! “Constantes. Podemos cenar.”
Lily lo considera. Cállate, James le ordena a su cerebro. Tienes que callarte.
“No tienes que verte tan pensativa,” murmura James. “No es como si te hubiese pedido que tuvieras todos mis hijos Potter.”
“Bueno,” dice Lily y le toma el brazo. “Bueno. Está bien.”
James de verdad, de verdad espera que no esté hablando de los hijos.
***
Datos Recolectados: Lo Que Anda Tras las Paredes. Lo Que Salta Cuando Tiras la Nariz de la Bruja y/o Tiras su Verruga, etc, etc, etc. Fotografiado con Mucho Estilo por el Señor Remus Lupin, también conocido como, Señor Moony, en Enero de 1977.
Escalera Escondida. Prueba Uno.
Escalera Escondida. Prueba Dos.
Escalera Escondida. Prueba Setecientos Setenta y Siete, Así Se Siente.
Escalera Escondida. Prueba Ya Terminanos?
Escalera Escondida. Prueba Por Donde el Sr. Padfoot De Verdad Te Empujará Dada la Oportunidad si Estás Documentando Muy Seriamente.
Escalera Escondida. Prueba Aparentemente Usada Para Ciertas Actividades Nocturnas y Por Lo Tanto No Muy Útiles Para Nuestras Andanzas.
Agujero Secreto Por El Que Caímos. Dos Veces. CUIDADO CON LAS TERMITAS. Son Unos Malditos Muy Dedicados.
***
Cuando haces un mapa con tus tres mejores amigos, es más fácil no ser la rata del grupo. Pequeño, silencioso e útil, eso es lo que es Wormtail. Con un movimiento de sus bigotes y una sacudida vehemente de una pequeña pata, desaparece tras una estatua y entra a la red de paredes huecas y pasadizos secretos, listo como siempre para una muerte repentina. Le gustaría sentirse invaluable. La mayoría del tempo, sólo se siente aterrado.
***
”Eso es lo bueno de nuestro tipo de magia moderna,” dice Sirius, masticando algo crujiente y de olor dulce. “No tiene que ver con el ojo de un cuervo ni la pata de un renacuajo. Los renacuajos ni siquiera tienen patas-sabes, creo que nuestros libros lo están inventando. Una red de mentiras, eso es lo que es-producción masiva de patas falsas de renacuajos, vendidas por diez veces lo que les cuesta hacerlas, y los ricos se hacen más ricos mientras los pobres crédulos hacen pociones con patas de renacuajo. Dame un buen encanto cualquier día, un viejo barre y apunta; eso es magia de verdad.” Se detiene por un minuto para masticar y tragar. Remus asiente.
“Sigue hablando,” lo anima, cuando la pausa se extiende hasta llegar al silencio. “Danos más de esa mentalidad de Merodeador.”
“Y no es para decir que no soy bueno en Pociones,” continúa Sirius con la boca llena. “Recuerdas esa vez-por supuesto, que sí. Ah, los años dorados. Bueno, el año. ¿Cuántos calcetines vueltos púrpura? ¿Cuántos buenos muchachos de Slytherin tuvieron bigotes por todas partes?” Sirius suspira y bate sus pestañas. “De verdad, uno de mis mejores momentos. Ni siquiera un Plan Potter, sino que cien por ciento Black. Puro. Original. Cantarán sobre ese por años. ¿Dónde estaba?”
“No estoy seguro,” admite Remus. “Creo que tenía que ver con algo sobre le ojo de un cuervo, la pata de un renacuajo, y tu proesa sin marca en todo lo relacionado con lanzamiento de jabalina hasta el rasquido professional de traseros.”
“No me adules, Lupin, nunca he tocado una jabalina.” Sirius mueve peligrosamente sus cejas. “Estaba hablando de Pociones. Nunca desestimaría la honorable profesión si fuese honorable pero yo, soy un miserable fracaso. Es sólo que no es honorable, ves. ¿Dónde está la esponteidad? ¿Dónde está la visión? ¿Dónde está el intento y la historia verdadera de todo-te pregunto, ¿dónde están las explosiones?”
“Las pociones hacen ‘poof’ a veces,” dice Remus.
“No es eso típico de ti,” dice Sirius. “No hay boom. Me gusta el boom.”
El papel frente a Remus se mueve, el sonido del pergamino es justo como si hubiese sido lanzado al fuego, y humo oscuro se levanta desde su centro.
“Oh!” dice Remus, inclinándose hacia atrás.
“¿Qué hiciste?” grita Sirius, inclinándose hacia delante.
“Creo que tu enorme ego lo rompió,” murmura Remus. Toca sus letras con la punta de su pluma. “De verdad creo que lo sobrecargaste con algo. Querías boom!”
“Mira quién habla,” contesta Sirius, acomodándose en su silla. “Todo comenzó oliendo a chocolate y el papel casi se derritió. Te culpo a ti.”
“Esto es nuevo e interesante,” dice Remus. “Como sea, al menos no olía como ardilla. El tuyo olía a ardilla.”
“Yo hubiese dicho a perro, la verdad,” dice Sirius con algo de dignidad. “¿Crees que eso fue? Ahora todo lo que necesitamos es que Peter-creo que la Sra. Norris se lo comió, la verdad, va a ser un problemita-y James. James, James, oh, nuestro querido camarada caído-¿lo viste en la cena? Es una tragedia, sabes, amar a una mujer.”
“Lo mantendré en mente,” contesta Remus secamente.
“Está bien para ti,” continúa Sirius, “tienes el corazón de un león. Como piedra. Todo arrugado, como papel de regalo.”
“¿Papel de regalo de piedra arrugada?” intenta Remus.
“Pero con chocolate adentro,” aclara Sirius. “Donde la mayoría de los hombres tienen sangre tu tienes cacao-pero para esos de nosotros que sienten los dolores del primer amor-“
“Vamos, eso es indigestión, te dije que mucha mostaza sólo te traería dolor de pecho.”
“-es una tragedia.” Sirius toma el rollo de pergamino y lo huele. “¿Por qué el tuyo huele a chocolate y el mío huele a perro? ¿O posiblemente a ardilla?”
“Creo que es una muestra,” dice Remus. “No lo arrugues. Es esencia de Padfoot. Es vital.”
“Déjame decirte algo, Moony, mi amigo arrugado,” explica Sirius. “He visto la esencia de Padfoot y no tiene nada que ver con pergamino.”
“Erhgm,” dice Remus.
“Oh,” reta Sirius, “tu y tu constitución Victoriana. Diría que es adorable pero desafortunadamente es muy desagradable y James y yo nos burlamos a tu espalda. Y no te mentiré: ahí está. Tu eres lo que llaman un freak. Supuse que debería ser quien te lo dijera. Puede que duela menos. Busca ayuda! Roba una Rellenitas & Maléficas de la cama de James! Va a estar bien al final, creo, sólo tienes que trabajar con nosotros o si no no podemos ganar.” Sirius se tira hacia atrás contra la silla junto a la de Remus. Deja salir un gruñido. “Ese es el sonido de un hombre bien alimentado rompiendo muebles,” concluye Sirius. “¿Qué más hay en nuestra agenda para esta noche?”
“Eso es todo lo que podemos hacer, hasta que James vuelva con el mapa.” Remus se saca el pelo de los ojos y bosteza. Ha sido un día largo y una noche aún más larga. Se toparon con Marlene McKinnon una vez más, justo antes de cenar, y lo miró como una persona mira a otra cuando están seguros de que nada de pelo debería crecer en cierto lugar de su cuerpo nunca jamás. Estuvo bien esa vez porque estaba mirando la nariz de Remus, y lo último que la nariz de Remus necesita es pelo, así que quizás ella, aunque inadvertidamente, le estaba haciendo un favor. Pero puede que su suerte no sea igual la próxima vez. No hay duda que, por los próximos días, va a acechar los sueños de Remus, desaprobadora, prejuiciosa.
“Estás pensando en McKinnon,” dice Sirius sonriendo ampliamente. “Si no te conociera mejor diría que hay algo de chocolate en el viejo papel arrugado.”
“Sirius,” contesta Remus, sintiéndose agitado, “eso es ridículo.”
“Eres lo suficientemente femenino para ella,” aclara Sirius. “Marlene y Moony, sentados en un árbol---“
“Está bien,” dice Remus. “Creo que la tinta se secó.”
“Un día vas a explotar,” dice Sirius. “Todo se va a juntar dentro de tí. No vas a poder pararlo. Te volverás loco, tu cerebro explotará, solo harás un satisfactorio sonido de pop, pop,” demuestra con sus manos, “y luego lloraremos por el deceso de Moony, pero secretamente, todos lo sabremos desde antes.” Remus lo mira. “Pop,” repite. “Confía en mí. Ya verás. Pop hace el-el-bueno, ya sabes.”
“Si lo hago me aseguraré de que tengas asientos en primera fila.” Remus se ocupa con verse ocupado. “Quizás tu futuro yace en el fino arte de la divinación.”
“Eso,” dice Sirius, “es simplemente una pérdida de tiempo ridícula.”
“Sólo dices eso,” contesta Remus vagamente, “porque solo viste tapices en tu bola de cristal.”
“El profesor dijo que eran velos,” murmura Sirius. “No hay necesidad de hablar de esa estupidez de nuevo, no crees.”
“Tu futuro atuendo matrimonial no es el asunto aquí,” concuerda Remus. “El asunto debería ser que tu alma parece oler a cachorro quemado.”
“Amoroso,” dice Sirius. “Lindamente fallado. Entusiasta. Sabe mejor, está dicho. Yo creo que se ve bien.”
“Yo creo que estás demasiado orgulloso de ti mismo.” Remus se ocupa arreglando su pergamino, empujándolo contra la mesa para que esté derecho. Si no haces eso, algunas veces una capa quedará toda arrugada, y las consecuencias de las arrugas bajo estas circunstancias son-bueno, no deberían ser consideradas.
“Lo merezco,” protesta Sirius. “Vamos, hombre. Objetivamente. Como científico. ¿No crees que lo merezco?”
Como científico, Remus prefiere pensar que todos merecen tener estatuas. Como persona, piensa que sus cabezas ya están peligrosamente cerca de inflarse y flotar lejos, con sus pequeños cuerpos flotando junto a ellas. “No.”
“¿Dónde está Jaaaaaaames?” se queja Sirius, dejando salir un suspiro enorme y colapsando incluso más profundo en el mueble. “Los encantos de Lily Evans-pfah! Es lo que digo. Tenemos trabajo que terminar. No es tu culpa que no le gustes, sabes.”
“Le caigo bien a Lily,” dice Remus con rara certidumbre. “Puedes decir eso.”
“No estoy hablando de ella,” dice Sirius, dando vuelta sus ojos, “como sabes perfectamente bien. Estoy hablando de, ya sabes. Ojos de daga. Calcetines locos. No puedes ganarlas todas, Moony. A veces simplemente no te gusta la gente. No es su culpa. Mira a Midge Madsen.”
“No te gusta porque tiene espinillas,” dice Remus. “No quiero hablar de esto.”
“NO! Noto sus espinillas porque no me gusta. No son espinillas en todo caso, son cráteres. ¿Qué me ha hecho ella? Nada. Simplemente no puedo soportar el modo en que mastica. Me da escalofríos.”
“Pfah” cita Remus, meneando el pergamino en advertencia. “Tapices y espinillas. Tu cabeza está demasiado inflada.”
“Velos,” insiste Sirius, y le da miradas oscuras a Remus por el resto de la noche.
***
”Bueno, no sé,” dice James. Ve dudoso el pedazo de pergamino ante él, pero Remus casi puede escuchar su corazón agitado. Sí parece algo desconcertante-vacío y blanco, doblado como si fuese la tarea vieja que alguien olvidó comenzar. Pero los cuatro están reunidos alrededor como si fuese el Santo Grial de la adolescencia. Puede que lo sea. Remus no se atreve a tocarlo, James se ve inusualmente sonrojado, Sirius casi está vibrando a su lado, y Peter se está mordiendo el labio con un nerviosismo ratuno. “O sea qué pasa si no-pero y si sí-“ James se interrumpe, sacude su cabeza y toca el pergamino con reverencia. Esto es. Este es el momento del juicio. Siempre han sido muy buenos para inventar estas cosas, los cuatro, como prodigios. Hay errores aquí y acá, de vez en cuando, pero es de esperarse. La idea de que no puedan tener éxito aparece, esperando, pero siempre la han vencido. La mayoría del tiempo no se dan cuenta de que está ahí. Pero esta es la prueba más grande. Remus no quiere pensar en el asunto, pero es-de verdad es-el ultimo huzzah.
Huzzah, modula Remus, solo para él.
”Deberíamos,” dice Sirius.
“Lo sé,” concuerda James.
”Saboreen el momento,” susurra Peter.
“Deberíamos tener música,”dice Sirius. “Moony-un disco. Algo-dramático.”
“No, no” dice James, “no, debemos tener silencio. “Se lame los labios. “Este, hombres, es el día para el que nos hemos estado preparando desde el comienzo. Estamos en el filo de la grandeza.”
“Incluso si nadie puede nunca saber,” añade Sirius.
“Incluso si nadie puede nunca saber,” repite James.
“Bueno, quizás podemos esconderlo. Hacer otro mapa. Un mapa del tesoro escondido. Sólo los dignos podrán pasar, etcétera,” murmura Sirius, como ponderando. “Tiene que ser divertido también. O sea, el año no ha terminado. Todavía tenemos tiempo para-“
“El suspenso me está volviendo loco,” dice Remus secamente. “Música, sin música, Sirius está saltando y Peter se está torciendo y James se ve como que va a tener un aneurisma así que podemos-“
“Shh,” dice James, llevando una mano sobre la boca de Remus. “Estás arruinando el momento para todos.”
Todos los ojos se vuelven una vez más al mapa sobre la mesa frente a ellos. Es el sexto mapa; el primero fue para probar el mecanismo, el segundo para mejorar el mecanismo, el tercero para refinar el mecanismo, el cuarto para desarrollar el mapa en sí, el qiunto para añadir todas las capas posibles. Es el sexto mapa y tiene algo extra en él. Travesura, quizás. Contraseñas. Sentido del humor. Tiene notas y planes y pasadizos secretos, comidas favoritas y cuatro personalidades distintas. Según James, disfruta insultar la nariz de Remus solo después de insultar la de Snape. Es, Remus tiene que admitirlo, el espécimen perfecto (aunque algo taimado). Todo lo que queda por hacer es decidir una contraseña, la llave, el final. Pero la grandeza está tan cerca que Remus casi puede sentirla.
O quizás ese es Peter, nervioso.
Pero aún más omnipresente que el ritmo que hace el muslo de Sirius, es el conocimiento de que están atados el uno al otro en la creación. Sin uno de los cuatro, mapas y animagos y legados desaparecen. Es los cuatro de ellos, piensa Remus, los cuatro juntos. Es al mismo tiempo un pensamiento delicioso y uno sobrio. Es algo maravilloso ser parte de algo más grande que uno mismo, y algo terrible para no estar preparado al enfrentarlo.
“Escuchaste lo que Prongs dijo. Disfruta el momento,” sisea Sirius en el oído de Remus. “Deja de pensar pensamientos profundos.”
“Bueno, no puedo,” contesta Remus. “Escupiste en ellos.”
James lleva un dedo a sus labios y susurra, shhh. Todos toman una bocanada de aire.
James toca el pergamino con su varita.
“Solemnemente juro,” respira, un temblor en sus labios, “que mis intenciones no son buenas.”
El mapa se abre.
“Oh, hermoso,” murmura Sirius.
“Oh, sí, " respira James.
Remus tiene que admitirlo, es muy espectacular. Se siente como un padre orgulloso, absolutamente loco y algo risueño en su centro. Hay un brillo dorado ante ellos, y pisadas de tinta se abren paso en corredores de dos dimensiones, un microcosmo de realidad. La letra meticulosa de James, la que guarda para sus tareas, escribe los nombres.
“Somos geniales,” dice Sirius.
“Yo hice eso,” dice Peter, gustoso. “Y eso, también. Ustedes eran muy grandes.”
“Somos geniales,” dice Sirius de nuevo.
“Bueno, hombres.” Dice James. Se endereza. “Aquí en el año mil novecientos setenta y seis de nuestro señor, anno domino, somos testigos del primer-el primer-“
“La herramienta y guía para las mejores travesuras,” dice Remus.
“Claro,” concuerda Sirius. “El Mapa del Merodeador.”
“Bueno,” dice Remus, en un brillo leve y la tinta seca y el fruto arrugado de casi un año de duro trabajo. “Yo diría que es travesura realizada, no?”