Parte 24

Dec 29, 2005 21:36



Parte Veinticuatro
Junio, 1977



Jueves en la tarde.

Es como babosas. Como babosas en su nariz. O quizás como una sola babosa que pasa de un orificio nasal al otro. Esa es la peor parte, la alternación de orificios nasales. Remus ha comenzado a escribir su ensayo con su cabeza inclinada hacia un lado. Sin sorpresa, le ha provocado un dolor terrible, pero la babosa está a punto de irse al otro lado. Puede sentirla. Ahora va a ponerse en una posición que le permitirá finalmente, ladear su cabeza hacia el otro lado, y comenzará el proceso desde cero otra vez. Todo el proceso lo tienta a cambiar de tema en su ensayo para escribir un credo convincente y poco apasionante sobre por qué los magos pueden convertir gente en hurones o hacer que las arañas bailen con un solo movimiento de sus varitas pero no pueden, al parecer, desarrollar algo parecido a una cura para el maldito resfriado. Alguien tiene sus prioridades alrevés y se les ve la etiqueta.

Claro, nada de esto sería un problema si Remus hubiese escrito sus siete pulgadas de tarea (¡Sus siete pulgadas finales! ¡Las últimas pulgadas de su carrera académica!) como quería: siete días antes. Eso le dejaba tiempo para enfermarse y editar el ridículo ensayo, asegurarse de que todas las oraciones siguieran a la siguiente sensiblemente y que no se desbocara en puntuaciones extrañas o, horror de todos los horrores, se convirtiera en un fragmento o un escupitajo de palabras. Normalmente, Remus hubiese terminado con el asunto, sin mencionar con días y días de adelanto. Pero no lo ha hecho. Hay una razón, una sólida razón. Huele a perro y tiene un nombre. Ese nombre es, también sin sorpresa, Sirius Black.

No es que pasen más tiempo juntos de lo usual; es que de alguna manera el tiempo que pasan juntos es menos productivo para escribir ensayos que antes. Hay menos intercambios de “Sirius, por favor deja de poner jalea en mi cabello y déjame escribir esto,” y más del tipo “Sirius, por favor para...” y después una serie de palabras sin terminar y una pérdida total de motivación.

Todo el asunto es estúpido. Es tan, tan estúpido que Remus tiene que forzarse conscientemente a no pensar en ello, lo que es difícil, ya que alguna parte de él-una parte que reprueba firmemente-quiere pensar en ello todo el tiempo. Puede estar sentado en clase, genuinamente fascinado por una clase sobre las técnicas para producir publicaciones alertas, y luego de pronto el profesor usa una palabra cualquiera, algo como “masculino” y por ninguna razón Remus se siente mareado y pierde la habilidad de concentrarse hasta que de alguna manera tiene a Sirius contra la escalera y lo ha besado por un buen rato, para cuando ya es capaz de continuar con su día. Es simplemente ilógico. ¡Besarse! ¡Lenguas extrañas! ¡Saliva y sonidos indignos y olor a perro! ¡Enfermedades! ¿Hay algo sobre estas cosas que pueda ser atractivo? Pasar tanto tiempo tan cerca de la cara de Sirius lo pone incómodamente al tanto de los poros de Sirius y los sonidos de saliva y las marcas en su barbilla, sin mencionar que se vuelve aterradoramente consciente de sus propias marcas y cabellos no deseados. Y, sin embargo, continúan haciéndolo. Deberían ser arrestados por comportamiento asqueroso.

Si Sirius estuviese aquí ahora mismo, Remus tendría que besarlo sólo para poder dejar de pensar en lo asqueroso que es.

El mucus reunido en su nariz muestra cero señal de querer cambiar de lado. Remus deja salir un sonido rendido-suena como “snork”-y deja caer su frente suavemente sobre la mesa.

Alguien dice, “¿Trabajando duro?”

El estómago de Remus le llega a los ojos. Cuando se ha recuperado, dice, lo más calmado posible, “Me has convertido en algo sin cerebro.”

“Es lo más lindo que me han dicho.”

“No era la idea. Ándate. Soy un cadáver vil y lleno de moco.”

Sirius no parece entender las implicaciones de “cadáver vil y lleno de mocos” y se mueve hacia el asiento junto a Remus. La nariz de Remus hace wheet, wheet con cada aliento. Cada aliento de Sirius hace hoomf, hoormf contra el cuello de Remus. Remus no sabe si vomitar en todos lados o sentirse complacido. Si esto es lo que es estar románticamente comprometido con alguien, entonces Remus está aterrado. De algún modo, a pesar de todos los sonidos de wheet-wheet y hoomf-hoomf y las babosas en la nariz y la transferencia de gérmenes, la gente sigue amándose y reproduciéndose y poblando la tierra. El pensamiento es sorprendente. Imposible. Algo horrendo.

Cálido y cosquilloso.

Románticamente comprometido. Románticamente comprometido. Románticamente comprometido por no encontrar una mejor frase, mientras el Mundo Mágico, tan ocupado con sus movimientos de varitas y las arañas bailarinas, no se las ha arreglado para curar los resfríos o encontrar una frase decente para ‘románticamente comprometido’. Son asuntos vitales que se han dejado de lado. Sin que Sirius lo sepa, Remus ha comenzado a llamarlo Un Langüetazo Mutuo. Después de todo, no puede llamarlo como James y Lily lo llaman cuando están en casa. Mayormente porque las cosas que James y Lily lo llaman cuando están en casa son cosas que hacen que el estómago de Sirius de vueltas, junto a sus ojos. Remus, no sólo porque está comprometido con Sirius en un Langüetazo Mutuo y por lo tanto le debe cierta lealtad intangible, concuerda.

Al principio, después de que los primeros toqueteos y ruidos indecentes y sentimientos agradables y nuevos los dejaron y fueron capaces de hablar como humanos nuevamente, Sirius dijo “Prométeme que no nos volveremos como James y Evans,” y Remus dijo “Te prometo que no nos volveremos como James y Evans,” y Sirius se rió y dijo que claro que no porque no habían senos entre ellos o jaja hoomf.

“Parece que no estás poniendo atención,” dice Sirius, sin aliento. “Diría que tu atención total no está conmigo en este momento. Estás teniendo pensamientos, ¿no? Estás pensando en lo que estoy sintiendo y si sólo me gustas porque parece que eres un enorme pastel, quién lo hubiese dicho, y si puedes o no llamarme tu novio cuando te juntes con tus amigas a tomar algo. ¿No?”

“No,” dice Remus. Sale como doh. “¿Estaba pensando por qué te dejo que me beses cuando eres tan increíblemente desagradable?”

“Porque no te cansas de mi amor, nene,” dice Sirius, batiendo sus pestañas asquerosamente.

Remus quisiera pensar en algo astuto, inteligente e interesante para responder, algo que ponga a Sirius en su lugar, pero la combinación de muerte cerebral hormonal y la enfermedad lo hace decir, “Bueno, tu... tu eres un... cállate.”

“Como quieras,” dice Sirius. “Tienes mocos en tu labio, a propósito, así que no esperes mi lengua cerca de ahí. Lo creas o no, hay algunas líneas que no cruzaré.”

Remus está a punto de protestar, de decir algo sobre vómito quizá, o sobre Mildred Wilkins en tercer año, pero cuando Sirius mueve su boca sobre el lugar donde la barbilla de Remus se convierte en su oído, Remus como que se convierte en jalea. “Tengo mocos en todas partes,” dice, intentando controlar su voz. “Ya te lo dije.”

“Ya sé,” dice Sirius. “Estoy bien enterado de eso.”

“Los mocos no son particularmente,” logra decir Remus, “ah, uhm, para comerlos.”

“También sé eso,” dice Sirius.

Remus está algo sorprendido. Si él fuese Sirius, y Sirius fuese él, y Sirius fuera el que estuviera resfriado y su mano fuese la que estuviera perdiendo sensación en este momento sobre el muslo de Sirius, entonces estaría enojadísimo. Asqueado. No aquí. ¿Cierto?

“En algún punto de mi vida,” aclara Remus, “tenía estándares, sabes.”

“Vamos,” dice Sirius. “Soy especial. Admítelo. No dejarías mocos en cualquier persona, ¿cierto?”

“Creo que voy a vomitar.”

“No,” dice Sirius. “Esa es la gripe hablando.”

Así no es como debiera ser, piensa Remus. Se supone que sería agradable todo el tiempo, primero. Se suponía que sería un día hermoso, inteligente, astuto y algo así como Elizabeth y el Sr. Darcy con todo el diálogo fuerte y la interminable pasión bajo las palabras. Se supone que se encontrarían en armarios, en pasillos oscuros, en la Casa solos, y se tocarían una y otra vez y otra vez-pero siempre como la primera vez. No se supone que habrían resfríos, marcas, mal aliento en la mañana, manos incómodas, alfileres y agujas en lugares extraños, y la aparente disposición de Sirius de comer lo que sea si hay besos en medio.

“¿Acaso nunca has tenido estándares?” Remus pregunta. “No. No-es--- estúpida pregunta.”

“No me preguntes cosas si no sabes la respuesta,” dice Sirius, secando su boca sin delicadeza. Remus piensa, esa no es mi saliva ni mis mocos, y ¿cómo es que una de estas cosas es aceptable y la otra no cuando las dos son tan malas? “Si digo que sí, entonces sabes que estoy mintiendo. Y si digo que no, es como pegarle a tu frágil ego, ¿no?”

“Mi ego es muy fuerte,” protesta Remus. “Estás pensando en mi sistema de defensa.”

“Cariño,” dice Sirius, “no es en lo único tuyo en lo que estoy pensando.”

“Oh, Dios,” dice Remus con asco, retirándose, pero entonces Sirius entierra su fría nariz de perro entre su cuello y su hombro y Remus no lo aleja, incluso cuando comienza a hacer extraños ruidos de llanto y entonces su boca como que vuelve a la barbilla de Remus y a su boca y se escucha un silencio largo y respirado.

Después de un rato Remus piensa que Sirius probablemente se está aburriendo. Remus sólo puede mover su cabeza en algunas direcciones; hay sólo un pequeño espectro de cosas que puede hacer con su boca. Sirius probablemente ha esperado que dijera algo.

“Tu día,” dice, pero sale como raro. Se acomoda contra las solapas de Sirius. “Cómo. Tu día. ¿Bueno?”

“Eh,” dice Sirius, tocando distraídamente con su pulgar las costillas de Remus. “Bien.”

“¿Qué hiciste?” dice Remus, locamente. “¿Con quién hablaste? ¿Entregaste algún trabajo interesante o cómo estuvieron tus clases, supongo que estuvimos juntos en la mayoría de ellas, pero, ya sabes, me podrías decir lo que pensaste y entonces podría compararlo a lo que yo pensé y podríamos ver, ya sabes, donde no concordamos.”

Sirius lo mira. Remus lo mira. Al menos, Remus piensa, no hay ningún tipo de moco en su mirada, aunque hay una curiosidad intrigante en el ceño de Sirius. Probablemente, fue algo incorrecto que decir, Remus piensa, pero los besos prolongados son en lo peor confusos y en lo mejor agradables y confusos. La mayoría del tiempo, es lo último. Cuando ha terminado-ahí está el problema. Cuando se ha terminado y Remus puede oír a Sirius roncando en su cama en la noche, Remus se pregunta cuando Sirius se va a dar cuenta-con una alta tolerancia para dejar que cosas increíblemente asquerosas entren y dejen su boca-de que ha estado comiendo mocos de hombre lobo todo el día.

Si no comienza a molestar a Sirius, Remus se pregunta distraídamente si comenzará a molestarlo a él.

“Moony,” dice Sirius finalmente, “estuvimos ahí. Juntos. Todo el día. Derramé tinta en tus pantalones antes de la clase. Entonces fuiste y te cambiaste y fui contigo. Luego, ya sabes, baño, muy agradable. Y después de eso tuvimos Pociones y algo explotó en tu caldero y fuiste y lo limpiaste y fui contigo de nuevo. Otro baño, pero igual, muy agradable. Y después de eso almorzamos y me comí parte de tu pollo y dijiste ‘Sirius, estoy resfriado, eso es asqueroso’ y yo dije ‘creo que me lo comeré igual, jaja,’ y Pete dijo ‘¿Qué? ¿Por qué?’ y dije ‘Bueno, con todo el tiempo que pasamos juntos, gérmenes, gérmenes, no se puede evitar, Remus tiene una nariz tan grande para respirarlos,’ y te ahogaste con tu agua y fuiste a limpiar eso y fui contigo de nuevo. Tercer baño, misma historia, eres insaciable.”

“Y pensar,” dice Remus, “que no puedes recordar el movimiento de las estrellas. ¿Me dijiste ‘cariño’ antes?”

“Lo estaba probando,” explica Sirius. “Sólo, ya sabes. Debería haber sobrenombres.”

“’Remus’ está bien,” sugiere Remus.

“Remus no dice mucho de tres baños en un día,” sonríe Sirius.

“Aparentemente ahora sí,” dice Remus, algo resignado.

“Tanto de tu virtud Prefecta,” dice Sirius, tocándole la barbilla. “¿De verdad no la usabas para nada, no?”

“Yo-no.” Buenas notas, piensa Remus, y sacar a Sirius de problemas. Claramente, una va a ser aplastada por su resfriado y la otra parece ser aplastada por el propio Remus.

“Bueno entonces,” dice Sirius, “cállate.”

“No-también estás parloteando,” Remus comienza a decir y luego Sirius mete dos dedos helados bajo su camisa. Remus deja salir un sonido pequeño. Su cabeza se marea un poco. Sirius deja un beso pegajoso sobre su boca. Es como nada que Remus hubiese imaginado que sería, en parte porque nunca imaginó nada de esto con Sirius. El resto porque Remus nunca pensó que besar podría ser tan agradable sin ser menos placentero. Hasta como concepto, le falta una practicidad básica. Los dedos de Sirius, en la otra mano, son mucho más sensibles.

“Creo que tienes fiebre,” dice Sirius. “Interesante.”

Asqueroso, piensa Remus, pero con alegría.

*

Viernes en la Mañana.

"Creo que encontré tu cepillo,” dice James, abriendo la puerta del baño y entrando con una sonrisa. “Nunca adivinarás dónde estaba. Mi cajón de la ropa interior. ¿Por qué estaba tu cepillo en mi ropa interior? Como sea, aquí está. ¿No soy maravilloso? Reviso mi vieja ropa sólo por ti.”

“Estaba usando tu espejo,” dice Lily. “No creo que puedas actuar como que no usas tu cajón de la ropa interior como un espacio multipropósito. Creo que vi una papa allá adentro.” Mueve los dedos de los pies distraídamente. “Y revisar tu ropa interior no es una tarea para Hércules. La lavé y la doblé y la separé por colores, aunque ya no debe estar así.”

“No es cualquier papa,” dice James, mirándose desde varios ángulos en el espejo. “Es una papa que es exactamente igual a Peter, no sé si te diste cuenta. La estaba guardando para su cumpleaños. ¿Crees que debería dejarme crecer la barba?”

“Claro, si quieres que no te vuelva a hablar en la vida,” dice Lily, tomando el papel de baño. “Haría que mi vida fuese más fácil, ya que podría ir y agarrar a Remus como tanto he soñado.”

“Bueno,” dice James, algo fuerte, “no me gusta mucho afeitarme, sabes, desde que encontré evidencia de tu pierna en mi estuche.” Pero se inclina hacia el lavamanos, lo llena, moja su cara.

“Oh, sí, porque ciertamente me gustó encontrar tu comida en mi cepillo de dientes,” dice Lily. Se levanta, tira la cadena y le da un codazo. “Muévete.”

“Lávate las manos,” dice James. “Anda un resfrío cerca. ¿Me pasas la máquina?”

“¿Quién te crees que soy?” Lily demanda, algo asqueada. “Como si no fuese a lavarme las manos. Me debes estar confundiendo con todos los demás en la escuela.” Le pasa la máquina.

“Lo dudo,” dice James, y la besa mojadamente, en la partidura.

Se mueven cómodamente, en silencio. Lily se seca las manos y toma su cepillo de dientes. James se corta y se mira. Lily lo observa.

Después de un momento dice, con la boca llena de pasta, “Sabes, eres muy apuesto cuando te afeitas.”

“Soy bastante apuesto todo el tiempo,” dice James y luego hace una mueca de dolor. “Ow. ¿Por qué? Sólo hago caras estúpidas y me hago daño.”

Lily se encoge de hombros. “Es-hay algo masculino y adulto en ello. Y tus hombros se ven adorables.”

“Siempre soy masculino. No escupas en mi agua,” advierte James, alejándola. “La última vez que lo hiciste terminé con pasta en mi ojo. Pudiste dejarme ciego.”

“Necesito escupir. Está quemando.”

“Escupe en el baño.”

“Egoísta,” dice Lily, pero se inclina sobre el baño y escupe.

James la mira desde el espejo mientras ella se arregla el cabello y se endereza. Usa una de sus viejas camisetas de los Chudley; bajo ella sus piernas son delgadas y pecosas y muy pálidas.

“Estoy enamorado de ti,” dice James, algo triste. “Creo que lo digo mucho.”

“Un día lo vas a decir tanto que no significará nada, como decir cómo estás o me pasa la mostaza, por favor.” Lily se acerca al espejo e inspecciona su barbilla desde dos ángulos y con tres bocas completamente distintas. Milagroso, piensa James. La encuentra adorable todo el tiempo, incluso cuando acaba de despertar y su aliento se siente como el cajón de calcetines de Sirius. No es como que lo note todo el tiempo. Una de las cosas más extrañas sobre el amor, James ha descubierto, es que cuando dos personas con aliento como calcetines respiran una sobre la otra, no puedes saber lo mala que es la situación. Todo parece bien hasta que una de ellas se cepilla los dientes.

“Un hombre puede soñar,” concuerda él.

“No hoy,” añade Lily. “Hoy, todavía me gusta. ¿Puedo usar tu máquina?”

“Tiene mi piel en este momento,” aclara James. “La uso para ser masculina. ¿De verdad mis hombros son adorables? No es una palabra muy masculina, sabes.”

“¿Puedo usar una nueva, entonces?” pregunta Lily.

James se encoge de hombros y gruñe. “Soy exponencialmente más masculino que cuando nos conocimos,” dice. “¿Cierto?”

“Exponencialmente,” acuerda Lily. “Ya no te pareces a un tallarín cocido.”

“¿Supongo que ahora es más como tallarín no cocido?” James llega al difícil lugar bajo su labio con la máquina y hace una mueca de dolor. Lily le da un golpecito en el hombro.

“Eres incluso más masculino que un tallarín crudo,” dice, amablemente. “Aunque apenas.”

Huele a jabón y al cabello de Lily y al aroma general de baño en el baño. James se lava la cara y aprieta la piel con sangre sin mayor efecto hasta que se rinde y deja que sane sola. Lily usa su máquina nueva para afeitar un lugar en su tobillo y James supone que van a tener que casarse un día, de otra forma se matarán para poder evitar que el mundo se entere de lo que hacen en la privacidad de su propio baño.

Claro que no es su propio baño ni tampoco es privado, lo que James recuerda cuando alguien toca a la puerta y ambos gritan, “¿Qué?”

Hay una pequeña pausa y luego Kingsley dice, “Buenos días, Evans.”

Lily mira a James brevemente en el espejo. “Lo lamento, Kingsley,” grita. “Salgo en dos segundos.”

“Lo siento, amigo,” añade James.

“Esto es algo extraño,” dice Kingsley.

“Lo sé,” dice Lily.

“Claro,” dice Kingsley tras un momento. “Ya vuelvo.” Sus pies hacen un sonido fuerte tras él.

“Brazos como robles,” murmura James, cuando se ha ido. Mira sus propios brazos y los mueve frente al espejo. Parece pollo crudo asi que se detiene.

Lily le besa la oreja y suspira.

“¿Te sientes incómoda con él?” pregunta James algo sorprendido. “¿Me estabas mirando con Ojos Incómodos? ¿Hay sentimientos? No sabía que Shacklebolt tenía sentimientos. No sabía que tenía espacio para ellos, con tanto músculo.”

“No digas eso,” dice Lily, ordenando su cabello tras sus oídos. “Eran ojos incómodos, pero no por Kingsley. Bueno, casi. No sé. Esto es-raro y extraño, ¿no?”

“¿Qué?” dice James, “¿mis brazos?”

“No,” dice Lily. “Nosotros. Compartiendo un baño. Compartiendo un baño mientras uno de nosotros está en el baño. Los viejos hacen eso, sabes, y los presos en la cárcel.”

“Mi mamá y mi papá hacen eso,” admite James. “Hacían eso. Los vi una vez cuando tenía cinco años y me encerré en un armario y me negué a salir hasta que prometieron que no lo volverían a hacer.”

“Eso explica bastante sobre ti,” dice Lily. “Quizás deberíamos-no. Hacer esto, quiero decir. O sea-es-creo que quiero encerrarme en un armario y negarme a salir hasta que le hayas puesto algo al té de Kingsley y él olvide que todo esto pasó.”

“¡Te sientes incómoda!” dice James. “¡Estás incómoda con él!”

“Bueno, hicimos-éramos-ya sabes.” Lily no mira a James a los ojos, ni en el espejo, y se ocupa de pronto lavando sus manos. James le mira los dedos y se pregunta cómo es que no se ha sacado la piel todavía, por cómo las lava. “Apuesto a que tu tienes-a alguien, ya sabes, a quien ves y quizás se te sale la comida de la boca o te arreglas tus, no sé, tus pantalones que están a punto de caerse, o estás en el baño con tu-como sea, es incómodo.”

“No,” dice James honestamente. “La única persona con la que ha sido incómodo ha sido Sirius.” Lily mira a James con los ojos entrecerrados. “No, no no no, no es lo que quiero-estamos hablando de ti! Sobre ti estando incómoda. Esto es algo nuevo.” James traga. “No es-Kingsley no es-no se pone incómodo, ¿cierto? Creo que podría golpear a la incomodidad en la cara, robarle el nombre y evitar que vuelva nunca más. ¿Cierto? ¿Cierto, Lily?”

Lily suspira. “Puedes ser increíblemente obtuso,” dice. “Kingsley puede que sea un tanto, bueno, algo imperturbable--”

“-y con una cabeza un tanto brillosa,” añade James.

“-y, cállate James, lo que quiero decir es que no significa que esté hecho de piedras.”

“¿No?” James la mira fijamente. “No es.. no es sensible, ¿cierto? ¿Tierno? ¿Qué te hizo? ¡Lo mataré!”

“Te aplastará,” dice Lily. “Como un bicho pequeñito y bien pálido.”

“Cuando dije ‘mataré’,” dice James, desinflándose, “obviamente quise decir ‘mirar fríamente desde el otro lado de la habitación.’” La mira por el espejo un momento. “Entonces hubo sentimientos. No me gusta pensar en tí teniendo sentimientos.”

“No te voy a decir que me gustas más, porque es ridículo y cabe justo con tus estúpidas inseguridades,” dice Lily, fuerte.

“Pero es cierto,” dice James, mirándola. “Te gusto más. ¿Cierto?”

“No puedo hablar contigo, me estoy pasando el hilo dental,” dice Lily con algo de dignidad.

“Te amo,” le dice James, de nuevo. No puede evitarlo. A veces se le sale, como un estornudo. No está seguro si es sólo su necesidad de seguridad, de escucharla decir Yo también, o si no tiene que ver con eso, si es algo más egoísta.

“Cállate,” dice Lily, y James está tan agradecido que tiene que tocarla, suavemente, en la cintura. Ella se inclina sobre él, su salvaje cabello matutino en sus ojos, su cuerpo muy cálido.

“Voy a escupir,” dice ella después de un momento, “muévete,” y tira el hilo usado a la basura.

Su nuca es pálida y tiene dos pecas, cerca del hueso donde su cabello es suave y tan naranja que es más amarillo. Hay veces en que James no puede tocarlo porque lo hace sentir increíblemente indigno de todas las cosas buenas que la vida le ha dado, y de todas las cosas buenas James no podría ser presionado a decir que Lily no es la mejor. No es la mujer más hermosa que se haya creado y tiene la nariz graciosa en la punta, y tiene pecas en lugares extraños. James simplemente agradece que ya no lo siga golpeando. Tiene puños particularmente fuertes.

“¿Te pasabas el hilo con Kingsley?” pregunta James finalmente, tenso al escuchar la respuesta.

“No seas idiota,” dice Lily. “Claro que no.”



Viernes en la Tarde.

Remus está empacando. Está enrollando calcetines. De vez en cuando no puede encontrar el par de un calcetín que ya tiene y claramente eso le molesta, ya que normalmente siempre tiene sus calcetines en orden. De vez en cuando se detiene para sonarse; nunca se seca en la manga de la camisa que pica que Sirius quisiera que no se pusiera tan seguido. Tiene otras camisas. Tiene otras camisas que pican menos. Sirius le daría todas las camisas que no pican del mundo si aún tuviese dinero, pero de todas formas Remus no las usaría. Así de terrible como es Remus para dar regalos, es quizás peor para recibirlos.

Remus no puede encontrar otro calcetín.

“Remus,” dice Sirius.

Remus se suena la nariz. Está roja e hinchada. “¿Si?”

“No sé,” admite Sirius. “No tengo nada que decir, la verdad.”

“Podrías guardar tus calcetines,” sugiere Remus. “O supongo que podrías hacer lo que vas a hacer de todos modos y tirarlos a tu baúl sin fondo.”

No es tan mal parecido, Remus. No, admite Sirius, bien parecido como, digamos, él es o James es, pero no todos pueden ser bendecidos con tan clásicas facciones, tan maravillosas barbillas y todas las otras cosas que hacen de Sirius y James un dúo natural y atractivo. Remus tiene un barbilla poco extraordinaria y su nariz es, dejando las bromas de lado, un fenómeno, pero el cabello le cae en la frente en un modo agradable y su sonrisa a menudo es torcida pero hermosa. Además, Remus dobla calcetines. Pero eso está bien. Sirius igual quiere besarlo o aparecer tras él por sorpresa y desordenarle los calcetines en la cabeza hasta que se vea forzado a reír y, posiblemente, deje mocos en todas partes.

“Es Junio,” dice Remus. “Imagina resfriarse en Junio. Es ridículo. ¿Cómo me pude resfriar en Junio? Sirius, ¿has visto mi calcetín verde?”

“Remus,” dice Sirius. “No estás, no sé, evitándome, ¿cierto? ¿Doblando tus calcetines en bolitas como tu mamá? Te he escuchado decir que los calcetines de colores son para solterones y que una vez que llegas a ese punto ya no hay esperanza.”

“No seas tonto,” dice Remus apenas. “¿Por qué te evitaría? No te he estado evitando. He estado aquí. He estado aquí bastante.”

“Creo que estás pensando,” dice Sirius, sabiamente. Puedes ver cuando Remus está pensando-bueno, piensa siempre, claro. Pero cuando piensa de verdad se pone a enrollar calcetines, o alfabetiza cosas y se muerde el labio hasta que se parte y luce como si doliera. Sirius como que quiere morder el labio de Remus, sólo para ver cuál es la atracción. “Deberías parar. Te estás distrayendo y estás usando la camisa que pica.”

“No es así,” protesta Remus. “Bueno, quizás la camisa. No sé. Sólo-bueno, ¿cómo podría no pensar? Tengo que pensar. No entiendo cómo puedes no pensar.”

“Urgh,” dice Sirius. “No discutamos esto. Es vulgar.” Casi sin pensar en el asunto, toma la espalda de la camisa de Remus y lo tira hacia la cama.

“No,” dice Remus y estornuda violentamente en su cabello. “¡Dios! Lo lamento.”

“Para,” dice Sirius. Pasa sus dedos sobre la boca de Remus. “Para de decir eso.”

Besar a un muchacho no es como besar a una chica. No es como si lo hubiese hecho antes-una vaga memoria de tequila y los pezones de James aparecen en su mente-pero nunca lo ha hecho sobrio, y nunca lo ha recordado como para comparar, y ciertamente nunca lo ha hecho con ganas. Hay algo combativo en ello, como si ninguno estuviese seguro de cual debe tirar y cual debe esperar, así que nadie espera. Los sonidos que Remus hace no son suaves ni femeninos. Sus codos siempre se están golpeando. Y la boca y la barbilla de Sirius pican después. No es exactamente lo que Sirius imaginó cuando imaginó ciertas cosas que eran necesarias imaginar, durante esas inevitables veces cuando todo lo que necesitaba era una buena masturbada. No es exactamente que Sirius nunca haya imaginado lo que debía sentirse bien. Igual, cuando algo se siente bien Sirius no ve la necesidad-como Remus siempre ve la necesidad-de cuestionarlo hasta que deja de hacerlo sentir bien porque no está poniendo atención y se cae para nunca ser visto otra vez.

Besar a un chico tiene que ver con dientes accidentales y a veces, con Remus, es como pelear. Hagan todas las bromas que quieran sobre Remus Lupin y la cuestionable veracidad de sus partes masculinas, pero es fuerte y muerde. A veces Sirius se mira al espejo y se pregunta cómo es que nadie ha notado lo que él ve, labios hinchados y moretones en su cuello, justo a la altura necesaria para ser tapada por el cuello de la camisa. Seguramente James debería notarlo, aunque James está ocupado dejando moretones propios y probablemente no notaría nada aunque Sirius lo comentara durante el desayuno vestido de vaca. James está perdido entre ellos para siempre, piensa Sirius.

Remus se aleja para estornudar otra vez.

“Salud,” dice Sirius.

Remus lo besa fuerte e irritable en la boca. La línea completa del pecho de Remus es dura e irritable por su cuerpo de muchacho y la camisa que pica. Sirius se siente extraño, aunque es su propia culpa, estar presionado bajo el peso de Remus. No es como besar a una chica. Sirius admite que es bastante mejor. No es que tenga algo contra las chicas. No es que vaya a hacer un hábito de besar muchachos por la escuela. No es que signifique algo; sólo se siente bien.

Cuando algo se siente bien, Sirius piensa oh, eso se siente bien y no se distrae por pensar demasiado.

Remus lo empuja hacia abajo. “Oof,” dice Sirius. Le gusta que Remus lo empuje, Remus, quien nunca empuja a nadie. Piensa que probablemente pocas personas han visto este lado de concentración agresiva en la cara de Remus, el repentino ajuste de los músculos en sus muñecas. Quizás sus exámenes lo han visto, si los exámenes pudiesen decir algo, pero no pueden, asi que obviamente está pensando estupideces.

Entonces los dedos de Remus se meten en su cabello y el cerebro de Sirius se fractura un poco. El pulgar de Remus acaricia su palma en un modo que envía una calidez llena hacia su estómago. Piensa de pronto que su cuerpo está lleno del toque de Remus como agua caliente, una imagen vergonzosa que por alguna razón es bastante certera.

Piensa, Esto se siente bien.

“Debería terminar de empacar,” dice Remus. Su boca se mueve contra la boca de Sirius cuando habla y su aliento es demasiado caliente y demasiado cerca. Huele a resfrío. Hay un olor particular a resfrío que, extrañamente, sólo Remus entendería, la hermandad de sentidos caninos envuelta de algún modo.

“¿Por qué tienes tantas ganas de irte?” pregunta Sirius.

“No quiero,” dice Remus. “Me gusta pensar que si me concentro en empacar no tendré que pensar en eso.”

“Estás completamente loco,” le dice Sirius. “Nada de lo que dices tiene sentido. Estás empacando para no tener que pensar en empacar. Si vuelves a tus calcetines ahora voy a-hacer-algo. A tus calcetines. Será terrible. Oh, las lágrimas que llorarás.” La verdad, Sirius amenaza porque sabe que Remus puede volver a los calcetines ahora, mientras que Sirius probablemente no pueda sentarse jamás. Hay algo que ha estado haciendo harto más desde que Remus se volvió completamente loco y lo besó por ninguna razón aparente y vomitó y después lo besó de nuevo, y es tener una masturbada privada e imaginación necesaria. Remus es todo manos pero no es todo manos allá abajo; nunca es todo manos allá abajo. Sirius honestamente pensó que sería todo lo contrario. Remus es del género masculino, después de todo. De todos los muchachos en el mundo para besar, Sirius escogió a Remus, el único que quizás nunca se ha masturbado en su vida. Si fuera James, bueno, sería una historia distinta. James entendería que un hombre tiene necesidades.

Remus se mueve. “Mis calcetines,” dice.

“Este no es un buen augurio,” advierte Sirius.

Remus estornuda sobre él y se levanta otra vez. “No creo que sea augurio de ningún tipo. No sabría como hacer augurio aunque quisiera.”

“No haces augurios,” aclara Sirius. “Tu comportamiento-tu comportamiento lo hace. Para.” Le quita un par de calcetines a Remus, los desenrolla y los pone sobre la cabeza de Remus, como un par de largas orejas de perro.

Remus le da la borrosa e inútil mirada de los muy enfermos. “Sé perfectamente cómo funcionan los augurios.”

“Ridículo,” dice Sirius, mirándolo. “Eres ridículo. ¿Alguna vez te has masturbado?”

“¿Qué?” Remus se pone rosado en las orejas. “Por el amor de Dios, Sirius.”

“¿Ese es un Por el amor de Dios claro que sí o Por el amor de Dios qué terrible, atrápame que me voy a desmayar?” Mete dos dedos en el cinturón de Remus y lo acerca hacia su cadera.

“Por el amor de Dios,” repite Remus. “Lo lamento, eso no-no lo aclaró.”

“Me dejas lamer mocos de tu nariz,” dice Sirius. “Pero no me cuentas lo que haces cuando las cortinas se cierran.”

“Malos augurios,” dice Remus. “Sí, ahora entiendo." Arruga la nariz, y Sirius lo ve desde cerca con una combinación extraña de alegría y divertimiento. Es una nariz grande. Sirius se pregunta qué haría Remus si la mordiera.

“Supongo,” dice Remus, “una o dos veces-o sea, no soy James-James lo hace todo el tiempo, estoy seguro que sabes eso tan bien como yo, o solía hacerlo antes de Lily-lo que intento decir es que podíamos escucharlo claramente y siempre pensé que si todos podían escucharme a mí darle así entonces tendría que irme a Argentina y vivir en un agujero con una bolsa en la cabeza y entonces moriría por falta de oxígeno, pero estaría bien ya que mi vida se habría terminado para entonces de todas formas. Honor de mi familia,” añade. “Ese tipo de cosa.”

“James intentó hacer eso una vez,” admite Sirius. “Lo convencí que no. Ahora está bien. Hasta se agarró una linda pelirroja. Sólo piensa en todo lo que podrías ser si lo intentaras.”

Los ojos de Remus se entrecierran. “Esas frases fueron-sabes, creo que tampoco tienes mucho sentido.”

“Ni siquiera estoy poniendo atención a lo que digo,” admite Sirius, tocando apenas el labio inferior de Remus. “Sólo intento hacer que dejes los calcetines. ¿Está funcionando?”

Remus sonríe.

“Esto es agradable, ahora,” dice Sirius. Esto es importante. No está seguro de cómo comunicar que es importante; descansa su frente contra la de Remus. “Se siente bien. ¿Cierto? Así que olvida los calcetines. Come, bebe, sé feliz, porque mañana tenemos que comprar nuestra propia comida.”

“No te,” comienza Remus.

“Todavía no me importa,” dice Sirius, sonriendo como un perro. “Sólo es mañana.”



Sábado en la Tarde.

La sala común está en silencio. Sirius y Remus han estado perdidos por días y días. Quizás, James piensa distraídamente, se han escapado para unirse a un circo. Ha visto a Peter por ahí siento muy Peter, asi que está bien; nadie lo ha lanzado por ninguna parte o lo ha convertido en un caldero ni nada por el estilo. James descubre ahora que no quiere empacar. Lily ya lleva más de la mitad de sus cosas, prendas interiores que James odia y ama al mismo tiempo y con las que se enreda a veces. Hasta con la que quedó agarrado de una uña y tuvo que explicarle a Madam Pomfrey que todo era una broma que salió muy mal cuando se dio cuenta de que no podía desenredarla de su uña.

De vez en cuando Lily aparece en la sala común, busca algo y desaparece. La cuarta vez James dice, “Bueno, ¿ya lo encontraste? Esto se está poniendo muy emocionante. Estoy en el borde de mi asiento. Simplemente tengo que saber cómo termina esto.”

“Podrías empacar,” aclara Lily. Lleva su libro de Pociones. Lo ha llevado con ella cada vez que ha entrado a la sala. James sonríe involuntariamente al verlo otra vez. Lily Evans: chica loca.

Mueve sus manos alegremente. “Un poquito,” dice. “Vamos, dime.”

“Es Snape,” dice Lily con culpa, tomando el libro en una mano. “Debería-devolverle su libro. No me he atrevido.”

“¿Tienes el libro de Snape?” dice James, horrorizado. Tiene que admitir que ha notado que ella y Snape han sido compañeros en Pociones antes, porque nota todo lo que Lily hace, siempre; pero siempre ha asumido que es la bondad irracional y natural en ella. “¿Por qué? ¿Te lo robaste?”

Lily le pega, con menos afecto que lo usual. “Éramos amigos.” Da vuelta las páginas del libro y se ríe, algo triste. “Mira-no podíamos dar con una poción-“

James lo revisa. Sólo mete un bezoar en su garganta, dice. Y abajo, en la clara letra de Lily, el lápiz tan borroso que apenas se puede leer: De acuerdo. A la mierda con esto.

“Me hacía reír,” dice Lily. “Y no era, ya sabes, terrible. Como otras personas que podría mencionar, gente con cabello estúpido que juega Quidditch.”

“¿Qué pasó?” pregunta James, curiosidad superando a la repulsión.

“Dejé su libro en la sala común, sin querer,” dice Lily y suspire. “Frank Longbottom lo encontró. ¿Conoces Levicorpus?”

“Ah, un viejo y leal amigo,” dice James con nostalgia. “Frank me enseñó ese, la verdad. Snape lo conoce bien.”

“Bueno, debería,” grita Lily, dándose vuelta y dándole la espalda. “Él lo escribió.” Comienza a tirar ropa en su baúl con fuerza.

James abre y cierra la boca varias veces y luego dice, “¿Él quién qué?”

“Él lo inventó,” dice Lily. Su nuca es extremadamente rosada. “Quizás si pasaras menos tiempo siendo tan pesado con todos los que no eran tan populares como tú, y más tiempo dándole atención a la gente, habrías notado que es uno de los estudiantes más inteligentes en esta escuela.”

“¿Lo inventó?” repite James. Lo sorprende con una falta increíble de previsión. Claro, si eres Severus Snape-un hombre cuya apariencia engendra unas ganas terribles de hacerte cosas malas-no inventas un hechizo que le da a la gente la habilidad de hacer esas cosas malas con gracia y facilidad, y al mismo tiempo mostrando tu ropa interior.

“Sí, lo hizo,” dice Lily. “Está en el libro. Mira.”

James de vuelta las páginas, sin comprender. No puede encontrar Levicorpus, pero hay muchas otras notas y hechizos escritos junto a parte de una conversación. Se le ocurre que Lily probablemente tiene la otra parte en su libro. La idea es desagradable y, extrañamente, le hace sentir terriblemente avergonzado. Vuelve a la cubierta.

“¿El Príncipe Mestizo?” dice riendo, casi sin pensar. “Quién se cree-“

“Era para hacerme sentir mejor,” dice Lily en un tono bajo y peligroso, volviéndose hacia él. “Porque Lucius Malfoy y esas horribles hermanas Black solían molestarme y llamarme Sangre Sucia, y decir las cosas más terribles sobre mis padres. En segundo año pensé que si no era una sangre pura, no merecía estar en la escuela. Y eso es en parte culpa tuya, sabes,” añade, con fuerza, “tu y Sirius-siempre sacando mejores notas incluso cuando nunca estudiaban y yo estudiaba todo el tiempo.” Lily respira profundamente. “Y entonces, una vez que Severus y yo trabajábamos en algo, no podía solucionar un problema y estaba tan frustrada y comencé a llorar. Le dije que era prácticamente una Muggle y que debería rendirme e irme a casa.”

“Nunca me dijiste que te sentías así,” dice James, sintiéndose increíblemente podrido. “O sea, sacábamos mejores notas que Remus también, ¿no? Y él estudiaba cada minuto-estudiaba más de lo que respiraba. No quise-nunca lo hubiese pensado en un millón de años.”

“Él dijo que era basura. Es lo más agradable que ha sido. O sea, ya sabes, es Snape asi que no es agradable dentro de los estándares normales humanos. Pero dijo que yo era una idiota y que él era mestizo y que si alguien pensaba que eso era una gran diferencia entonces ellos eran más estúpidos que yo. Después de eso solía bromear con que él era el primer alumno entre los mestizos y yo entre los de familia Muggle. Prince era el nombre de su madre. Pensamos que era súper inteligente.”

“Pero Snape-“ James duda. “Te llama-o sea, te ha dicho-Sangresucia. Lo he visto hacerlo.”

“Bueno, sí,” dice Lily. “Me odia, ¿no? Usaste su propio libro de hechizos contra él. Según él, yo te lo di. O sea, prácticamente eso fue lo que hice.”

James mira el libro. Luego mira a Lily. Finalmente dice, “He sido un pendejo con Snape, no.”

“Es cierto que has demostrado más madurez en otros ámbitos,” dice Lily.

“Debería-antes de irnos, debería disculparme con él,” James nota, apenas, que no le debe nada a Snape; que en el gran balance kármico del universo, salvarlo de un hombre lobo como que equilibra el haberlo colgado de cabeza y haberle puesto puré de papas en la camisa. Pero en el balance más pequeño, el balance entre personas, las cosas grandes importan menos de lo que uno cree. “Si quieres, yo se lo entregaré. El libro, quiero decir.”

“Dudo que le den más ganas de hablar conmigo si lo haces tu o si lo hago yo,” dice Lily, torciendo la boca, pero sus ojos son gentiles.

James se encoge de hombro. “No importa.”

“Yo debería hacerlo,” dice Lily.

“Podríamos dejarlo por ahí,” sugiere James.

“Así fue como se inició el problema.”

“Yo se lo llevo entonces,” ofrece James de nuevo. Se siente extraño el querer disculparse, frente a Snape, Snivellus, pero lo que pasa en el colegio, supone James, debería quedarse en el colegio. Debería terminar. Todos se van a casa y no van a volver. Snape no lo aceptará. No tiene ninguna razón para hacerlo. James se da cuenta de que probablemente es más idiota por pensar que esto ayudará en vez de empeorar las cosas. Le sorprende de pronto lo terrible de las cosas que han hecho, todas las cositas que no importaban han sangrado sobre sus vidas reales y son parte de lo que quiera que hagan después. No pueden escapar de nada, ni con toda la magia del mundo. “No lo leeré,” ofrece James. “Deberías dejarme hacerlo.”

Déjame con deberías. Lily sabe lo que es: amable egoísmo, egoísta amabilidad, James todo crecido pero no completamente. Le toca el lado de la barbilla con la otra mano y él apoya su cara contra la palma de Lily, inhalando.

“Estarás bien,” dice Lily. “Quizás no con Snape, pero ya sabes. En general.”

“Me estoy ocupando de eso,” dice James y sonríe hacia el lado. Ella le entrega el libro. Él le besa la muñeca.

“Cuando vuelva, me debes una revolcada,” añade, volviéndose para darle una mirada seria.

Lily levanta una ceja y también un poco de su falda.

“Nnaugh,” dice James y se va.

La anticipación es peor que la acción, se dice James. El período agonizante en el que tiene que imaginarse disculpándose con Severus Snape-ahí es donde está el dolor. La disculpa misma no puede ser tan mala como el idiota tartamudo en que se imagina, piensa con esperanza, y sostiene esa visión hasta que ve a Snape aparecer en el pasillo que recorre con determinación, y de pronto, no está seguro.

A unos diez metros, Snape lo ve y se detiene. Sus ojos se cierran apenas; un lado de su nariz se infla. James de verdad lo odia.

“Mira, Potter, con lo terrible que va a ser nunca volver a vernos, esperaba poder evitar las tiernas despedidas. Tengo cosas que hacer.”

“Dios, eres desagradable,” dice James, con algo de sorpresa. “Con razón siempre quiero golpearte.”

“Qué tierno,” dice Snape. “Siempre excedes mis expectativas. Sí imagine flores, pero supongo que tus sobrecogedoras palabras de afecto tendrán que ser suficientes.”

“Mira,” dice James, “la verdad es que no vine a golpearte.”

“Qué milagro,” contesta Snape.

Los dedos de James pican. Se siente tentado a añadir pero los planes cambian y golpear a Snape de todas formas, hasta que piensa en Lily y logra detenerse justo a tiempo. “Estoy aquí,” logra decir, “para decir que quizás sea mejor si dejamos-dejamos todo, ya sabes, todo eso, sólo-sólo dejarlo, considerando que ahora, ya sabes, nos vamos de la escuela y eso significa que somos más maduros. Y adultos. Por eso la madurez. Que ahora tenemos más. Y todas esas cosas buenas que van con el no pegarte aunque de verdad quiero, y el que tu no seas venenoso y desagradable aunque de verdad quieres.”

La nariz de Snape se infla. Por un momento parece haber perdido el habla. James supone que no en el espíritu de la reconciliación. “Eres sorprendente, hasta para mí,” dice Snape finalmente, lanzando cada palabra como veneno. “Esperas que te agradezca-“ mueve una temblorosa y delicada mano. “¿Por esto? El gran James Potter se digna a dejar las cosas atrás. Qué grande de su parte.”

“Soy un gran hombre,” dice James. “Así que vamos. Seamos adultos, aunque sea difícil para todos. ¿Qué dices?”

“¿Qué digo?” repite Snape, la voz dura e incrédula. “Qué-me has hecho la vida imposible por siete años, Potter, y ansio la oportunidad de devolverte la cortesía. Hasta luego.”

Golpea el hombro de James. James dice, “Oh, por la mierda, al menos recibe tu libro,” y le toma la muñeca.

Snape deja salir un sonido como si se hubiese quemado y recupera su brazo. James, sorprendido, da un paso atrás, y Snape de pronto lo mira desde detrás de su cabello, la cara pálida y agónica. Toma su antebrazo, bajando la manga como si James hubiese tocado una herida.

“Si vuelves a tocarme,” dice, muy lentamente, “te mataré.”

James no se mueve ni da un paso atrás, aunque quiere. “Toma,” dice, tirando el libro en dirección de Snape. “Estás loco, ¿sabes? ¿Te escuchaste? ¿Matarme? ¿Por unas estúpidas bromas cuando teníamos trece años?”

La boca de Snape se tuerce, delgada y sin sonrisa y fuerte, y hace que James se sienta enfermo. Cuando Snape se estira para tomar el libro, lo golpea fuerte en las manos de James, lanzándolo al piso entre ambos. “Es una promesa, Potter,” dice Snape. “Un mundo diferente ha comenzado para nosotros. Sólo espero que descubras qué tipo de mundo es y cómo debes aprenderlo. Sólo espero estar ahí para verlo.”

“Claro, bueno,” dice James. Mi único arrepentimiento es que hubo muy pocas bombas de caca hubiese sido una nota final genial, una voz como la de Sirius le susurra en el cerebro. La patea. Le duele. “No puedo saber ya que tendrás muchos amigos pero tampoco puedo saber porque no tenías muchos aquí, asi que sigue culpando a otra gente. Te queda. Debes amarlo.”

La amenaza de Snape queda en el aire, y aunque es Snape, James se siente curiosamente apagado. Por un largo momento, ninguno dice nada, hasta que James se da vuelta y se va. Es una caminata feliz, piensa; una caminata que dice gané! Pero puede escuchar a Snape irse unos momentos después, como si hubiese estado esperando la última palabra.

Y eso es, entonces, piensa James. Disculparse con Snivellus-debió saberlo.

El cuaderno de pociones desaparece al día siguiente, aunque ni James ni Snape vuelve para buscarlo. James se pregunta sólo una vez qué pasó con él. Sin duda, supone, sufrió el destino de la mayoría de los libros perdidos: encontrado por manos inocentes o pasado sin ser notado al fondo del estante de algún profesor.

*

Domingo en la Noche.

“Debo decir que no me preocupa despedirme de este lugar,” dice Remus, pateando la pata del piano.

“Estoy seguro de que nos encontraremos aquí un día,” dice Sirius. “Tiene ese llamado que es irresistible. Este piso gruñón. Estas cortinas rotas. Estas marcas de garras en el piso, llenas de lindos recuerdos.”

“Y polvo,” añade Peter.

“También polvo,” concuerda Sirius.

“Pudimos hacer un picnic de despedida,” dice Remus con un suspiro. “Creo que debimos hacer eso.”

“Lo que demuestra que no sabes nada sobre ceremonias de despedida, amigo,” dice James, dándole palmaditas en la cabeza. “Déjale esto a Pads y a mí.”

“Hubiese traído un pastel,” dice Remus. “Te gusta el pastel. No hagas como que yo fuera el loco. A todos nos gusta el pastel.”

“A todos les gusta el pastel,” dice Peter.

“Bueno, mira, sin pastel, sin picnic-esta es una ceremonia masculina e importante,” dice James. “Como los hermanos Prewett antes que nosotros, debemos dejar nuestros gloriosos nombres detrás-nuestro glorioso legado-para siempre. Debemos hacerlo correctamente o no hacerlo. Moony, Wormtail, Padfoot y Prongs-el mejor grupo en toda la historia de Hogwarts. Les presento: el Mapa del Merodeador.” Sirius hace una trompeta con sus manos y James abre el mapa con una reverencia enorme. Remus se pregunta cómo es que son capaces de burlarse de su pastel cuando están trompeteando y reverenciando. Pero es cierto que el mapa es una cosa gloriosa, tinta oscura y hojas gruesas y huellas de pies.

“Odio hacerlo,” dice Sirius, con un suspiro. “Siento que pasamos tan poco tiempo juntos.”

“Bueno, lo hermoso sobre el amor es que trasciende,” dice Remus, presionando sus dedos contra la nuca de Sirius.

“Piensa en toda la felicidad que nos trajo,” dice James. “Piensa en las generaciones futuras que seguirán con la gran tradición de crear caos como nosotros.”

“Parece que va a ser el único legado mundial que vamos a dejar,” dice Sirius.

“Servir helado es un trabajo sagrado, amigo de mi corazón,” dice James. “Hay niños gritones que te recordarán para siempre. Al menos no vas a alfabetizar formularios en el Departamento del Absoluto Aburrimiento.”

“¿Pensé que era la Supervisión Agrícola?” dice Peter.

“Ese es su nombre de esclavo,” dice James. “En la noche se saca la capa de vestir y los lentes y salva vidas. Bebés, cachorros, ese tipo de cosa.”

“Al menos no van a ir más al colegio. Como nuestro querido amigo el Sr. Cara de Escuela aquí,” dice Sirius, presionando sus dedos contra la cintura de Remus.

“No es un colegio,” protesta Remus, tragando. “Te he dicho mil veces, es un instituto de investigación.”

“Estaba bien cuando pensé que ibas a hacer waffles,” dice Sirius. “Pero después me dijiste que no tenía nada que ver con waffles en este tal Instituto Cultural de Waffling. Quedé sorprendido. Horrorizado. Profundamente decepcionado. Se podría decir que me rompieron el corazón.”

“Es para investigar,” repite Remus.

“Al menos no tiene que ver con tomar medidas,” aclara Peter. “Voy a tomar medidas.”

“Ouch,” dice Sirius. “Simpatizo, mi pobre camarada. Al menos tienes la oportunidad de apretar los pantalones. El caos puede reinar.”

“Mi papá me matará y hará nudos conmigo,” dice Peter, resignado. “Nada de pantalones apretados, me dice, y nada de hilos sueltos tampoco. Las piernas de los pantalones es el equilibrio más delicado entre el talento y la precisión de un sastre, y mi papá dice-“

“Este ya es el Departamento del Absoluto Aburrimiento,” gruñe James. “Vamos, muchachos, terminemos maravillosamente. Podemos hacerlo. Tengo fe en nosotros. Que comience el ritual.”

Peter pestañea. “Eh,” dice. “¿Qué ritual?”

“Lo vamos a quemar,” dice James, con los ojos encendidos. “Vamos a cantar una canción y a quemarlo.”

“Pensé en cantar ‘Auld Lang Syne’,” añade Sirius.

Remus de pronto siente polvo en su garganta y se atora. “Vamos-lo siento, no puedo ver cómo esto sigue la gran tradición de los hermanos Prewett, y ¿han olvidado todo lo que trabajamos en él? ¿Cuánto cuesta el papel? Sólo-sólo siente el papel de nuevo y dime que lo vas a quemar. Meses de-meses-esto es ridículo.”

“Es la gran tradición de los guerreros Vikingos, cuyos pasos siguieron los Prewett,” explica James.

“No deja nuestros nombres para nada!” protesta Remus. “No es que me preocupe dejar nuestros nombres para el recuerdo, me parece que cualquiera que lea los reportes de daños de este lugar conocerá nuestros gloriosos nombres, pero te tienes que dar cuenta de que esto es inútil. ¿Por el amor de Dios, qué es un paso cachudo?”

“Metáfora,” dice James.

“Esa no es una metáfora,” responde Remus.

“Sólo estás enojado porque vamos a quemar tu hermoso papel.” James lo acaricia con afecto. “Es lo que los antiguos hubiesen querido que hiciéramos, sabes. Es una celebración de honor, de valor, de gloria, etcétera.”

“No hay gloria en quemar tu trabajo,” dice Remus, y se calla. Es una verdadera vergüenza. Las huellas son perfectas y el mapa ya no hace sonidos de peos cuando intentas abrirlo-cada nombre posible dicho frente a sus amarillentas páginas corresponde a un insulto apropiado del que hasta Wilde estaría orgulloso-hasta las escaleras cambian y se reconectan con certeza. Es como su hijo, piensa Remus. No pueden andar por ahí quemando a sus hijos.

“Padfoot,” dice James solemnemente. “¿Trajiste los cerillos?”

“Tengo los cerillos,” dice Sirius. Los saca de sus pantalones y prende uno con mano firme.

“Hemos hecho historia, amigos,” dice James. “Somos apuestos. Somos brillantes. Hemos merodeado con los mejores.”

Hay silencio.

Remus aprieta bien sus ojos. No puede ver.

Nada pasa.

Remus abre los ojos otra vez.

“Ouch,” dice Sirius, de pronto, y tira el cerillo lejos. “Me quemé!”

“Eso es porque debían encender la maldita cosa,” aclara James. “¿Estás conmigo, pasos cachudos y bombas de caca, hasta el final?”

“Bueno,” comienza Sirius, luciendo confundido. “O sea, sólo-no podemos-mis mejores resultados están ahí, James.”

“¿Et tu, Sirius?” se queja James. “Qué traición-de mi mejor amigo! Oh, estoy herido. Herido hasta el tuétano.”

“¿De verdad querías quemarlo?” dice Remus, incrédulamente.

“Claro que sí!” dice Peter.

“Bueno, sólo...” James los mira inútilmente y suspira. “No creo que sea algo que debamos dejar por ahí. Con como están las cosas.”

“¿Estás diciendo que todo esto nace de una sensación de madurez y responsabilidad?” grita Sirius, la traición sorprendente en su cara, igual a la de James. “Pensé que esto se trataba de Vikingos y Prewetts!” Tira la caja de cerillos al suelo. “Mentiroso Potter, debí saberlo.”

“Lily...” comienza a decir James y todos los demás gruñen.

“No se habla de esas cosas esta noche,” dice Sirius, moviendo una mano. “Vamos. Moony tiene razón. Esto es tonto, y no nos sirve llevárnoslo con nosotros, asi que ¿por qué no lo escondemos? Entonces, un día, entretenedores jóvenes como nosotros lo encuentran y siguen con nuestra gloria cachuda sin tener que quemar piezas brillantes. A menos que Filch lo encuentre,” añade, pensativo, “en ese caso, se habrá perdido en la historia.”

“Esperemos que algún tipo de heredero lo encuentre,” dice Peter. “Con todos esos juegos de Atrápalo Si Puedes y ese año en que todos, se acuerdan, fuimos objeto de prueba de los hechizos de verano de Sirius-no creo que ninguno de nosotros tenga hijos, la verdad.”

“Bah, somos viriles,” dice James. Mira el mapa, lo toma rápidamente y lo dobla, sosteniéndolo contra su pecho. “Y pensar,” murmura, ausentemente, “que te iba a quemar, mi amor.”

“El nivel de esquizofrenia en esta habitación,” comienza Remus.

“Nada de Lily,” grita Sirius, “y nada de esquizofrenia. Sólo nosotros.” Sonríe ampliamente, los ojos salvajes y brillantes. Remus siente algo terrible y débil en su estómago, como si hubiese hecho una apuesta desesperada por la libertad a través de su garganta. “Escondámolos. Como un tesoro enterrado. Quizás uno de nuestros descendientes bien parecidos e increíblemente inteligentes lo encontrará en el futuro, y entonces sabremos que se merecen haber salido de nuestras entrañas. Les contaremos todos nuestros secretos, nuestras bromas, nuestros negocios.”

“La mayoría de la gente no es digna de tus entrañas, Sirius,” dice James, con cariño. “No me ofrecería.”

Sirius deja salir un extraño “huh” y mira involuntariamente a Remus, quien se encuentra nuevamente tosiendo salvajemente.

“¿Dónde lo vamos a esconder?” pregunta Peter. “O sea, si no lo vamos a dejar por ahí.”

“Lo dejaremos en el único lugar que es digno,” dice Sirius, y James termina, “la alacena en la cocina.”

“No sé si pueda ir a visitarte a tu departamento,” dice Remus. “¿Quién sabe qué cosas guardarás en qué lugares extraños?”

“¿Y si comemos pastel?” ofrece Sirius. “¿Y canastas de picnic? Aunque no puedo asegurar que vendrán juntos. Puede que haya cosas interiores en las canastas.”

“Mientras no estén en el pastel,” contesta Remus.

“Alacena entonces,” dice James. “Parece ser algo-algo indigno, ¿no?”

“James,” dice Sirius. “James, James, estuviste a punto de prenderle fuego. Y yo iba a hacerlo!”

“Como un antiguo guerrero,” protesta James. “Quemado para yacer como sus acestros, los dioses. En Valhalla.”

“Lily lo tiene leyendo un montón de mitología vikinga,” explica Peter. “Se lo está creyendo.”

“Claro, bueno,” dice Sirius. “Supongo que debemos empezar. Es nuestro última hurra, nuestra última andada y eso.”

“No digas eso,” protesta Peter. “Igual nos veremos. ¿Cierto? Los adultos siempre se juntan. O sea, no estaré ni a un kilómetro de ustedes.”

“Pero es diferente,” dice James. “No importa. El último hurra. Vamos.”

Metidos bajo la capa, huele a muchacho y a axila y a adultez incipiente, la que también huele a muchacho y a axila, y a los calcetines de Sirius y a la cena de Peter y al extraño gel que James se pone en el pelo. A Remus no le importa si su canción se canta en las graderías o si sólo ellos la conocen hasta el final. Salen a la cálida noche juntos, y Remus piensa que si sólo pudiesen mantenerlo todo como un secreto entre cuatro buenos amigos, estarían bien hasta que estén imposiblemente viejos y los siete años pasados en Hogwarts, Escuela de Magia y Hechicería se hayan encogido hasta ser un recuerdo dulce, distante como un buen sueño.

***

Metido en la maleta de Sirius. Con los calcetines.

Sirius,

He confundido tus calcetines, tremendamente estoy seguro, al enrollarlos por primera vez en sus calcetinas vidas. Están muy confundidos, pero también están muy enrollados. Quién sabe en qué locas aventuras te acompañarán al oler a roedor muerto y caro queso.

Remus.



Mantenida con cuidado, luego quemada, luego recuperada.

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