Autor
Brian (
synaesthetikspn )
Disclaimer
Kripke y The CW
Agradecimientos
Profesor, tus libros siguen sin gustarme, pero has sido útil.
Advertencia y dedicatoria
Para todo aquél que nunca ha estado en Babylon y cree que Dean
Winchester da besos cariñosos a la mitad de la noche. Esta historia no
tiene ningún rollo romanticón, nada de San Valentín, cartas de amor ni
darse las manos y regalarse bombones sin ninguna razón. Esto es sexo.
Y también va dedicado a Justin y a Michael. ¿Creían que eso era gay? Esto es gay.
El Segundo Círculo del Infierno
Morir era un concepto que nunca había contemplado en sus tantos siglos de existencia. Siempre había tenido la seguridad de que el Señor sólo quería muerto a uno de sus ángeles y ese ángel en cuestión no era él. Nunca había podido serlo, pero ahora la situación era diferente y cada vez se parecía más al enemigo, al arrogante Lucifer que había desafiado las leyes del Señor.
Esta no era una suposición improvisada, sino un temor que había confirmado al renacer. Lo único que lo calmaba era eso mismo, el conocimiento de que había regresado, ya que eso significaba que el Señor perdonaba su pecado.
¿Y si no era así? ¿Y si había sido el Mal quien lo había traído de regreso? La simple idea era demasiado abrumadora y lo único que podía hacer Castiel para alejarla era concentrarse en lo que deseaba: un mundo mejor para las criaturas del Señor y obtener, de una vez por todas, la solución para detener el sufrimiento que se expandía a lo largo y ancho del planeta.
Pensar en esto lo tranquilizaba. Si quería ayudar, no podía ser verdaderamente malvado. En realidad, todas sus recientes inseguridades eran producto de una emoción inesperada, el último sentimiento que había conocido antes de morir y el primero que había resurgido con él… Era difícil de explicar, pero aun así, le estaba prohibido porque Dean Winchester era tan solo el humano al que debía guiar y proteger. Jamás sería algo más que eso. Jamás debería serlo.
Este era el dilema de Castiel y lo que dominaba sus pensamientos mientras aguardaba al lado de la carretera, acompañado de su incomprensible teléfono móvil y su culpabilidad.
Era consciente de que desear a Dean Winchester lo llevaría al Infierno, mas no era eso lo que más temía. Lo que ciertamente lo desgarraba con extrema lentitud era saber que no le importaba, que estaba dispuesto a arder por toda la eternidad a cambio de un simple beso.
No había nada que pudiese hacer al respecto. Él siempre sería un ángel y Dean Winchester siempre estaría fuera de sus límites, pero a pesar de que el mero concepto lo llevaría al Segundo Círculo del Infierno, se conformaba con simplemente imaginar las posibilidades…
-No hay nada más por intentar. Debes hacerlo, Dean -le dices intentando que tu voz no se quiebre, pues comprendes qué le estás pidiendo y sabes que las consecuencias serán irreversibles-. Sam no volverá. No puedes salvarlos, pero Michael puede ganar las batallas que nosotros estamos perdiendo.
Él te observa en silencio y sus expresivos ojos llorosos despiertan emociones que no sabías que tenías. No llora por ti, ni por él. Todas sus lágrimas siempre serán por y para Sam. Siempre él. Ni siquiera ahora que no está, Dean te cree apto para ocupar su lugar. No te interesa, no quieres ser Sam y sin importar qué piense o quiera Dean de ti, tú siempre harás todo por él. Si tan solo existiese una solución para acallar todas sus lágrimas…
-Lo siento -murmuras, finalmente, pero esta vez mirando hacia otro lado; eres incapaz de enfrentar su desarmadora mirada.
-No es tu culpa, Cas. Lo intentamos -te contesta y todavía sin mirarlo sabes que está forzando una sonrisa porque así es el Dean Winchester al que tanto amas, siempre valiente hasta la desesperación y aparentemente despreocupado hasta su último suspiro.
Quizás ésta sea la última vez que escuches su voz…
-¿Cas? Vamos, hombre. Tú mismo lo dijiste, es la única opción que tenemos. No convirtamos esto en un drama adolescente -. Levantas la vista y él te guiña un ojo-. Ni que fuera el fin del mundo.
Sonríes débilmente ante el absurdo, aunque en realidad quieres llorar.
-¿Cuándo…? -empiezas a decir, pero ves que se pone tenso y no te atreves a continuar.
-Mañana. Y si ésta es mi última noche, voy a aprovecharla.
Intentas lucir exasperado, pero hasta él sabe que no estás sorprendido, que es justo lo que esperabas de él.
Quieres dejarlo ir, de seguro tiene muchas ideas en mente y ya no deseas interrumpir sus malos hábitos. Con tan solo pensarlo, lo puedes ver rodeado de hermosas mujeres, tartas y hamburguesas. Si te concentras, hasta escuchas la clase de música que le agrada y el motor del Impala encendiéndose, pero prefieres abstenerte porque entiendes que también es la última noche de ese auto, el gran compañero de aventuras.
Mañana, Dean y el Impala se reunirán con Sam… Y tú te quedarás solo. Por siempre. ¿Y si nunca mueres? ¿Y si vuelves a resucitar? Quizás tu pecado es semejante que el Infierno no es suficiente y tu castigo es vivir la eternidad como una fuerza muerta que no tiene propia existencia sin Dean Winchester.
Has estado callado durante un rato y él ha empezado a preocuparse. Lo ves acercándose y sientes su mano sobre tu hombro.
-Por más cliché que suene, todo saldrá bien, Cas.
Te sientes como un idiota. Michael destruirá cada fragmento de su ser al poseer su cuerpo, tú deberías consolarlo a él. Pero no sabes cómo hacerlo. Luces como un humano y has desarrollado los sentimientos de uno, no obstante, no encuentras la manera indicada de proceder, no puedes formular algo que decir porque tus labios quieren gritar todo y nada a la vez.
Entonces un aterrador descubrimiento te toma por sorpresa.
Esta es tu última oportunidad.
Y no tienes nada que perder, puesto que él es lo único que te importa y mañana ya no estará contigo.
Antes de que las dudas se apoderen de ti, ignoras sus peticiones de espacio personal y das dos pasos hacia delante. Él te observa con curiosidad, pero no retrocede. Ya no te afecta tener miedo, simplemente avanzas unos centímetros más y capturas sus labios con los tuyos.
Deberías alejarte, sentirte arrepentido. Por el contrario, sientes que es lo único que has hecho bien en toda tu existencia y Dean parece estar de acuerdo, ya que te responde haciendo a un lado todos tus titubeos.
Nunca antes hiciste algo así, pero te das cuenta de que es una actividad de rápido aprendizaje.
Repites mentalmente “última noche” una y otra vez, hasta que te convences de que ya es demasiado tarde para retroceder. Y más importante todavía: Dean no quiere que retrocedas.
Si aún te quedaban dudas, todas se disiparon cuando sus manos se sincronizaron para despojarte de la gabardina con la cual tanto te has encariñado. Sus movimientos son seguros y espontáneos, no tiene miedo y tú tampoco deberías tenerlo.
Con un atrevimiento del cual no te creías capaz, le quitas su chaqueta y desabrochas su camisa. Él te empuja contra la pared de la habitación sin hacerte daño y presiona su cuerpo contra el tuyo. Quizás no sepas bien qué pensar, pero sabes que te gusta sentir su erección y comprender que tú eres el culpable de su presencia.
Antes de que puedas reaccionar del todo, Dean se desabrocha el vaquero y presientes la habitación del barato hotel más oscura que antes. Acabas de descubrir que tus ojos se cierran sin tu permiso cuando Dean te besa y supones que es una costumbre humana que tu cuerpo no ha olvidado.
Dean besa tu cuello y una de sus manos se aventura dentro de tu ropa interior. Nunca creíste que todo sería así de intenso… e incorrecto. Se siente bien, pero está mal. Es sucio, animalístico, pecaminoso.
Sus labios abandonan tu cuello y vuelven a devorar tu boca. Su lengua se abre paso entre tus restos de timidez y tu cuerpo vuelve a reaccionar sin tu consentimiento. Llevas tus manos a su rostro y lo besas con la desesperación que te provoca saber que mañana ya no podrás hacerlo.
Aunque te estás obligando a no pensar en eso, tu libido conoce la verdad y reacciona en base a ella. Dean Winchester, una sola vez, nunca más.
Todo lo que quieres hacer, debes hacerlo hoy o te arrepentirás por siempre.
Sujetas su polla y tus dedos nerviosamente aprecian su dureza. Es de conocimiento público que más de uno va hacia las llamas por hacer lo que quieres hacer… Si tanta gente está dispuesta a pecar por ello, debe ser algo digno de experimentar. De todas formas, ya tienes un pasaje reservado hacia el tormento.
Te arrodillas frente a Dean y te lames los labios. El hombre te comparará con todas las personas que ya se lo han hecho, así que deberás lucirte y brindar un buen espectáculo.
Logrando quedar desprovisto de toda vergüenza, metes su miembro en tu boca y acaricias el glande con la lengua. Es una sensación de lo más extraña e inesperada. Augurabas repulsión y desconcierto, pero ahora te descubres más temerario de lo que creías posible. Sujetas la base de la rigidez y haces un esfuerzo por tragar lo más que puedes.
Escuchas que su respiración empieza a acelerarse, brindándote confianza para seguir y recorrer toda la extensión con tus manos y tu lengua. Como nunca has hecho esto, reconoces que tus movimientos son inexpertos. Sin embargo, Dean parece estar disfrutando de tu improvisación.
La pulsante polla crece dentro de tus labios y saber que eres el responsable hace que te sientas orgulloso, otra herejía en la cual nunca creíste que te ibas a ver involucrado.
Dean respira audiblemente agitado y podrías jurar que sus jadeos suenan casi como súplicas. Y tú te rindes ante ellas, le das todo lo que quiere, aunque no te lo pida textualmente.
Una mano se aferra de tu cabello y te devuelve a la realidad. Te preguntas cuánto tiempo has estado lamiendo y succionando, y concluyes que no el suficiente, pues Dean todavía posee cierto auto-control. Determinado a terminar con él, arriesgas una mano para tocarle los testículos y la piel que continúas lamiendo cada vez está más colorada.
Dean susurra algo erráticamente y no llegas a entender, así que sigues succionándole el glande, sorprendiéndote con lo mucho que te agrada su sabor, su aroma. Todo en Dean es una mezcla de jabón barato, loción para afeitar, sal y lujuria. Es esa combinación la que te provoca un dolor en el pecho, pero es su piel lo que te quema lentamente.
Admitir que te agrada tanto esto te provoca un escalofrío de vergonzoso placer. Levantas la vista para observar el objeto de tu deseo y ves que el hombre ha inclinado su cabeza hacia atrás. Sus labios están partidos en un constante anhelo y su pecho exclama con vehemencia que el calor lo rodea y gobierna.
El cuello expuesto te lleva en camino a un ataque de atrevimiento y hace que te pongas de pie para lamerlo, a la vez que tus manos recorren su polla de arriba hacia abajo, por momentos enfocándose sólo en la punta y la líquida excitación que emana de ella.
Marcas su piel con el húmedo calor de tus besos, de la misma manera en que él te marca con su sabor, ese que jamás olvidarás.
-Sigue -susurra, con pocas fuerzas y si bien quieres resistirte, le haces caso y tu boca regresa a la dura y ansiosa polla que quiere ser consumida por ti. Ahora que has descubierto esta actividad, deseas poder continuarla perpetuamente. Siempre fuiste consciente del sexo, pero ahora es tuyo… Ahora tú eres el sexo. Y Dean así lo desea.
-Espera -te dice, repentinamente.
Levantas la vista, aún con tu mano sobre su miembro, y aguardas. Su mirada te dice algo y crees comprender, pero prefieres estar seguro.
Dean levanta su chaqueta del suelo y busca un condón. Tú lo miras atónito. No pensaste que llegarían a este punto… Y de veras crees que el condón es innecesario. Después de todo, eres un hombre y un ángel. No, no quieres el condón y si lo dices a Dean sin siquiera pronunciar una palabra.
Él sólo asiente, pero luego sonríe.
-Ya sé que no vas a quedar embarazado -te dice y tú deseas poder levantar una ceja. Eso ya lo sabías-, pero está lubricado.
Sin decirte más, vuelve a besarte y su lengua se entromete sin reparos. Sus carnosos labios te consumen, desesperados, hambrientos, como si ningún beso alcanzara y siempre necesitaran otro que intentara satisfacer su inquieto ardor.
Te acerca poniéndote las manos en las caderas, deseoso de poseerte por completo.
Tus manos se dirigen hacia su camisa desabrochada y luego hacia su torso. Mientras él se quita la prenda, tus ojos nunca abandonan la seductora piel ni los firmes músculos que te estimulan a ir por más.
Se deshacen de toda vestimenta restante y te sientas sobre la cama. Dean se aproxima hacia a ti, pone una mano en tu hombro y te hace girar para que le des la espalda y luego te acuestes.
Los besos en tu columna vertebral te estremecen y aferras las sábanas con fuerza. Pronto el rígido miembro de Dean, al cual aún no se le ha permitido el alivio, se presiona contra tus nalgas. Tienes en claro que no quiere lastimarte y la demora sólo se debe a que quiere que te relajes, pero cuanto más esperas, más nervioso te pones y peor se vuelve la incertidumbre.
-Hazlo -musitas, con la voz ronca, pero alterada por la impaciencia.
Dean, entonces, presiona la punta de su miembro contra tu entrada y el condón te induce una sensación extraña. Instantes más tarde, un estremecedor calor se apodera de tu interior y piensas que te estás desgarrando de adentro hacia fuera. Para evitar que pienses en el dolor, Dean hace que te posiciones sobre tus rodillas, así una de sus manos tiene acceso a tu polla y te distrae del lamento inicial al masturbarte con ímpetu.
Cuando el malestar comienza a aminorar, miras hacia atrás y el ver el movimiento de las caderas de Dean cuando te penetra, hace que olvides cualquier sufrimiento y te concentres en disfrutar cada segundo.
A pesar de que tu cuerpo no es virgen, tú sí lo eres y el arrebato de sensaciones te está llevando al límite con extrema rapidez. Dean te da un pequeño golpe en la nalga y tras eso, su cuerpo se cierne sobre tu espalda para poder besarte el cuello. Giras la cabeza, quieres encontrar su boca, pero la posición es demasiado incómoda y desistes.
Cada momento se siente infinito y el calor, que cada vez es más abrumador, parece estar por llegar a su destino. Cierras los ojos, aprietas tus puños y te corres en un poderío de excitación. Irónicamente, sientes que estás volando. No puedes abrir los ojos, no quieres hacerlo. ¿Sigues respirando?
Dean te acaricia la espalda y sigue dentro de ti, empalándose con firmeza. Quiere hacer durar el momento lo máximo posible, pero su cuerpo se rebela ante esa pretensión y las contracciones de tu interior empiezan a derribar su último tabique de control.
Vuelves a odiar el condón, ese obstáculo que te aleja de la esencia de tu perdición y te aprisiona en tu propio deseo.
Pero Dean parece saber qué es lo que piensas y por eso ya no sientes el miembro en tu interior. De inmediato ves que el hombre se arrodilla a tu lado y se quita el condón, para luego masturbar su polla con violenta rapidez.
De manera inconsciente, te lames los labios con anticipación, pues mueres por lamer hasta la última gota que ésta tenga para ofrecerte.
Dean apoya una mano sobre tu pecho para no perder el equilibrio y en un potente jadeo, se corre sobre tu boca, salpicando tu rostro con su semen, el cual tragas sin dudar.
Encierras su polla en tus labios y a pesar de que no tiene la dureza de instantes atrás, la piel es más sensible al tacto y eso te gusta.
Finalmente, él, el humano culpable de todo, se arrima hacia ti y tras fijar sus ojos color avellana en los tuyos por un segundo, te besa de modo que entiendes que te habías equivocado. Su lengua aún se siente ardiente y sus manos acarician tu cuerpo. Ahora sabes que él realmente está contigo, que esta última noche de verdad fue sólo para ti.
Lame su propio semen de tu mejilla y te dedica una traviesa sonrisa que sabe que lo que han hecho está mal, pero ya no importa.
Tus párpados se cierran satisfechos porque la idea de estar condenado a ir al Segundo Círculo del Infierno ya no suena tan mal… pues él irá contigo.