Título: Una sobre héroes (que ganan pequeñas batallas).
Fandom: Dollhouse.
Advertencias/Spoilers: Spoilers a mansalva del episodio 1x11
Personajes/Parejas: Paul Ballard, Victor, Claire Saunders. Transfondo Paul/Victor, o intento de.
Resumen: Está situado justo después del episodio 1x11, digamos que es un AU de lo que podría haber pasado. O lo que mi corazón shipper le habría gustado que pasara. Es un regalo para
rhea_carlysse porque las shippers unidas jamás serán vencidas *nods*
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Victor siempre despierta a mitad de la noche, entre gritos y jadeos, lanzando las almohadas al otro lado de la habitación. Las primeras veces Paul no estaba seguro de qué hacer con semejante escándalo (en alguna ocasión sus vecinos de habitación llegaron a quejarse con el dueño del motel) y dejaba que sus nervios hablaran por él, vociferando lo más alto posible que estaban a salvo y que se calmara. No pasaron muchos días antes de darse cuenta que esa no era la mejor táctica, después de todo no hacía falta ser un experto para saber que si Victor terminaba hecho un ovillo en una esquina tenía que ser una mala señal.
Después de varias semanas con ensayos y errores, Paul sabe exactamente qué hacer cuando los sollozos le despiertan. Camina despacio hasta llegar a la cama de junto y coloca ambas manos sobre los hombros de Victor, todavía sintiéndole temblar.
-Está bien...- susurra con voz ronca, todavía adormilada- estamos a salvo ¿ves? No hay nada de qué temer...-
-¿De verdad?-el tono asustado es el mismo que todas las noches y Paul deja escapar un suspiro cansado antes de continuar.
-De verdad, ahora vuelve a dormir...-le da un par de palmaditas en los hombros y lo envuelve en las sábanas, como todas las noches. Se queda sentado unos instantes más sobre la cama, hasta que se da cuenta que Victor está recostado con los ojos abiertos y le mira fijamente, sin parpadear. Paul contiene un suspiro y murmura con desgano “buenas noches, Victor”.
Sólo entonces él cierra los ojos.
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Paul tiene recuerdos borrosos de esa noche. Aunque después de todos los golpes que recibió supone que es normal tener algunas lagunas mentales. Tan sólo recuerda con claridad a aquella mujer, envuelta en una bata médica y si no le falla la memoria, creyó ver salpicaduras de sangre en un costado. También recuerda con claridad las cicatrices surcando su rostro y el pelo cayéndole con descuido sobre la mejilla izquierda.
-Tiene que irse ahora. Es la única oportunidad que tiene porque en este momento todos están más preocupados por encontrar a Alpha y Echo que por encargarse de usted...-la verdad sólo recuerda el inicio del discurso, y el sonido seco de las amarras soltándose. Mencionó en más ocasiones “Alpha” y “Echo”, pero el resto de las palabras sonaron como susurros lejanos. Al ponerse en pie, sintió el peso del mundo sobre sus hombros y la imagen de Caroline preguntándole su nombre lo dejaron anclado en el suelo.
-No puedo irme sin Caroline...
-A Caroline ya no puede salvarla; y si con eso su vida deja de tener sentido, entonces quédese donde está...-no sabe si esas fueron exactamente sus palabras, pero su tono fue tan realista que casi fue como asestarle otro puñetazo en el rostro. Sólo que éste, el imaginario, sí que le hizo reaccionar y cree que entonces asintió con la cabeza. “Sígueme” fue la única orden y Paul, sin tener más opciones a la vista, siguió a aquella mujer que se movía con maestría y sigilo por los pasillos del Dollhouse.
Llegaron a una habitación con poca luz pero ella seguía moviéndose con la tranquilidad de quien conoce cada rincón de su propia casa. Abrió un compartimiento en la pared, el inicio de un pasillo que parece interminable.
-Saldrá a una calle concurrida, después de eso estoy segura que el entrenamiento en el FBI le servirá de algo. Sólo hay una cosa que voy a pedirle...-Paul pensó entonces, irónico, que todo en esta vida tenía un precio. Pero entonces lo vio, acurrucado en una esquina. Aquella mujer se acercó hasta él, tomándole del rostro y hablando en susurros, como quien tranquiliza a un niño. Sólo cuando Paul se acercó lo suficiente pudo ver las cicatrices en el rostro, recientes y todavía sangrando.
-Le curé lo mejor que pude, él estará bien, pero no creo que los demás piensen lo mismo- pronunció “los demás” mordiéndose el labio inferior y mirando al piso, antes de voltearse hasta él de nuevo. Paul contempló la escena conteniendo la respiración, sin saber por qué.-Victor, escúchame, quiero que mires a ese hombre que está allí. Se llama Paul y él va a encargarse de ti ¿me oyes? Él te va a cuidar ahora...-
Paul todavía tenía esa frase dándole vueltas en la cabeza cuando levantó la tapa de la alcantarilla que le llevó de nuevo a la libertad.
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“Llévalo a este hospital, y pregunta por el doctor Smith, si dices que vas de parte de Claire Saunders no harán muchas preguntas” Paul manejó por casi una hora con el pie en el acelerador hasta que divisó el primer letrero de “Bienvenidos a Norwalk”. Cuando da con la dirección, arrugó el diminuto pedazo de papel y lo lanzó por la ventana del coche. Victor (no cree poder llamarle de otra forma por el momento) era un manojo de nervios pegado al asiento de copiloto y le costó al menos diez minutos hacerlo bajar del coche.
El doctor Ethan Smith era bajito, con varias canas asomándose en las sienes y con una sonrisa que ponía a Paul incómodo. Pero todo ocurrió justo como aquella mujer le dijo, el nombre de Claire Saunders evaporó todas las preguntas. La enfermera atendió a Victor con una voz dulce y tranquilizadora, pero él seguía mirándola asustado.
Paul observó todo desde el umbral de la puerta y sin querer recordó la primera vez que lo vio. En medio de una fiesta y rodeado de mujeres, parecía de esos tipos que podrían comerse el mundo si quisieran. La imagen que tenía frente a sí era tan diferente que por momentos tuvo ganas de vomitar.
“El corte terminará de cerrarse en unos días, pero dejará cicatrices” fue el diagnóstico médico y él torció la boca pensando que claro, por supuesto que dejará cicatrices.
A Victor le dieron de alta tres días después y al menos en apariencia, parecía más calmado. Para ese entonces Paul había vaciado toda su cuenta bancaria y tenía una nueva identidad cortesía de Loomis. “El último favor, esta vez es en serio” fue también su última conversación telefónica y al día siguiente tenía entre sus manos un nuevo carnet de identidad. Mark algo, tendría tiempo de revisar después.
-¿Adónde vamos?-Victor se detuvo a unos cuantos pasos de la salida del hospital y le miró fijamente, sin parpadear, como si él tuviera todas las respuestas del universo. A Paul le costaría acostumbrarse a esa mirada, y lo único que pudo hacer en aquel momento fue murmurar un “todavía no lo sé” mientras le tomaba del brazo para llevarlo hasta el coche.
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Desde entonces están así. Cambiando de ciudad cada dos semanas y con Victor teniendo pesadillas todas las noches. Cree que están huyendo pero en realidad no sabe a ciencia cierta si lo están buscando (para meterle una bala en la cabeza), si quieren recuperar a Victor (prefiere no imaginar para qué) o sólo es paranoia y en realidad a nadie le importa la suerte de ambos.
A veces, sobre todo cuando viajan de noche por la autopista y Victor va adormecido en el asiento de junto, piensa en Caroline. En lo cerca que estuvo de salvarla finalmente, de ser el héroe que rescata a la princesa del castillo encantado y cuya historia termina con un trillado “felices por siempre”. También piensa en Mellie, la que vivía al otro lado del pasillo, le horneaba galletas y la Mellie que dormía plácidamente en Dollhouse; tampoco pudo salvarla a ella. Ahora ambas están a kilómetros de distancia y no son más que sueños rotos abandonados en algún punto de la carretera. Piensa que la vida no es un cuento de hadas y que pocas veces termina en finales felices.
Se da cuenta que la vida es tener el sueño ligero a medianoche, y ser capaz de despertar unos instantes antes de escuchar a Victor sollozar. Sentarse a la orilla de la cama y susurrar “todo está bien, tranquilo, todo estará bien” con voz queda. Es limpiar despacio las cicatrices (Victor nunca se queja, pero se estremece sin control), cuidando de que no se infecten.
-Me gusta...-dijo Victor una tarde, con el índice embarrado de crema de vainilla. Hacía dos días que se instalaron en un apartamento en California (era diminuto incluso para dos personas, pero han pasado casi cuatro meses y Paul cree que es hora de volver a ser sedentarios otra vez) y compró pastel de chocolate porque era la primera cosa que Victor pedía. Señaló la caja con el dedo, mirándole expectante, como un niño esperando permiso de sus mayores.
-Disfrútalo, es todo tuyo...-le dio un par de palmaditas en el hombro y caminó hasta la que nombró como su habitación. Era la más pequeña, pero no le molesta vivir en espacios reducidos, además otra habitación tiene mejor vista y Victor quedó encantado con ella, así que no le costó trabajo cederla.
Se tendió en la cama, desdoblando el periódico y hojeando con descuido las noticias locales hasta llegar a la sección de empleos. Así como es hora de ser sedentarios, también es hora de planificar cómo mantenerse porque los ahorros no le van a durar toda la vida. Sabe que hay otras dificultades además de conseguir empleo, pero prefiere no pensar en ellas por ahora. Como dicen por ahí, la guerra se gana una batalla a la vez.
Han pasado unos diez minutos (o tal vez menos, no está seguro) cuando llaman a la puerta y no pasa mucho hasta que Victor se asoma, empujando muy despacio la puerta. Está a punto de preguntarle si todo va bien cuando mira lo que trae en sus manos.
Victor extiende hacia él un plato (azul y de plástico, no habrá presupuesto para vajillas en un futuro cercano) que contiene un enorme trozo de pastel de chocolate. Paul se queda estático, y es justo como la primera vez que le escuchó sollozar, se quedó en blanco y sin saber exactamente qué hacer.
-Lo guardé para ti... ¿No quieres?-otra vez está haciendo eso de mirarlo fijamente, sin parpadear. Como si él tuviera todas las respuestas del mundo consigo, algo debe tener ese gesto, porque extiende la mano y asiente, con una media sonrisa. Sostiene una fresa que sobresale del pastel y le da un mordisco; el sabor dulce golpea su estómago, deslizándose por su garganta.
-Está muy bueno, luego hay que comprar más- cuando alza la mirada, se da cuenta que Victor está sonriendo. Para ser justos, es una media sonrisa, pero es la primera que ha visto en meses y sí, se da cuenta que a veces son las pequeñas batallas las que permiten al héroe ganar la guerra.