Título: De padres e hijos.
Fandom: Inception
Advertencias/Spoilers: pre-movie, así que de spoilers nada. Rating Disney de toda la vida porque wee!bobby es demasiado inocente para algo más fuerte
Personajes/Parejas: Robert Fischer, Eames.
Resumen: Un mes después de su cumpleaños, Robert recibe una visita inesperada.
Notas: Una muestra más que yo nunca termino chillando por las parejas populares del fandom *sigh* Todo esto surgió luego que en alguna entrevista, Nolan dijera que la familia de Eames era adinerada, un par de chillidos incoherentes conversaciones con
rhea_carlysse terminaron en esto. Es gen, pero podría no serlo porque todos sabemos que Eames es el maestro del eye!sex. Nada es mío, por supuesto, ni siquiera el nombre de Eames, sugerencia de la señorita nombrada anteriormente :D!
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Robert era incapaz de recordar todos los nombres de los amigos y conocidos de su padre, sin embargo recordaba al señor Eames. Alto, con profundo olor a tabaco y un acento marcado. La primera vez que lo escuchó era muy pequeño y sin pensarlo demasiado preguntó en voz alta quién era ese hombre. Su padre frunció el ceño con desaprobación, mientras que su madre le cargó en brazos, dándole un beso en la mejilla y prometiéndole tarta de fresas para después de la cena.
Un mes después de su cumpleaños número doce (el primero sin su madre) el señor Eames llegó de visita. Lo observó salir del coche desde la ventana de su habitación, estaba vestido muy formal, como su padre también acostumbraba hacer incluso cuando estaba en casa. Del coche también salió un chico, desde esta distancia parecía tener más o menos su edad, llevaba zapatillas, un pantalón negro y una camiseta a cuadros que le venía demasiado grande. Alzó las cejas, algo sorprendido porque su padre jamás permitiría que se vistiera de aquella forma.
En un impulso se acercó a la puerta, pero apenas tocó el pomo cuando decidió que lo mejor sería quedarse en su cuarto. Últimamente era la fórmula perfecta para evitar más problemas con su padre. Después de la muerte de su madre, era como si el camino de su cuarto hasta el despacho se hubiera hecho mucho más largo, como si un muro invisible dividiera el pasillo que conectaba sus habitaciones. Así que se alejó de la puerta y de un salto quedó en su cama, encendiendo la televisión, aunque tardó apenas unos minutos en darse cuenta que no había nada interesante para ver.
Una media hora después la puerta se abrió repentinamente, él dio un salto hacia atrás en la cama, encogiéndose entre todas las almohadas. Reconoció al hijo del señor Eames desde el umbral, quien le miraba sin parpadear y sintió un cosquilleo de molestia en el estómago. Se preguntó entonces si de verdad sería el hijo del señor Eames, quien se veía lo bastante educado para llamar a la puerta.
-Siempre se toca la puerta antes de entrar…-
Obtuvo una carcajada por respuesta, Robert conocía muy bien ese sonido. El tintineo característico de la burla y deseó ser lo bastante fuerte para tirar una de las almohadas desde esa distancia y que cayera en su cabezota.
-¿Siempre haces lo que dice tu padre?-
Su acento no era tan marcado como el del señor Eames, parecía raspar algunas sílabas, era un sonido gracioso. Pero no dejaba de ser un maleducado y altanero. ¿Cómo se atrevió a entrar así a su habitación? Si Robert hiciera eso en una casa ajena se llevaría la regañiza de su vida, sin contar que se quedaría sin postre hasta los dieciocho por lo menos. El recién llegado -el intruso- caminó hasta el borde de la cama, con una enorme sonrisa. No le gustaba su sonrisa, la forma curva de sus labios parecía ocultar demasiados secretos.
-Dijeron que estabas en tu habitación, pero no estabas enfermo…- comentó muy sorprendido, y Robert tuvo que morderse la lengua, a punto de gritarle que él no tenía que vivir con su padre- así que como los viejos están hablando de negocios y cosas aburridas, pensé que podía al menos ver tele contigo, Bobby…-
-¡No soy Bobby!- exclamó al instante. Fue un acto reflejo, un reclamo formal porque si no le llamaron Bobby cuando estaba en primer grado, no iban a hacerlo ahora que era casi un adulto. De nuevo, la única respuesta fue una sonora carcajada. Robert agarró con más fuerza una almohada, listo para atacar en cualquier momento.
-Tu padre es Robert, eso te convierte en Bobby. A mi primo Billy también le pasa, mi tía siempre lo usa para distinguirlos, siempre usa el William para regañar, eso sí… yo soy Neil, por cierto…- ni siquiera pudo decirle que no se lo había preguntado, cuando de un salto Neil quedó sobre la cama, sólo les separaba una de sus tantas almohadas y Robert no supo qué decir. Parecía ser una de esas personas a las que su padre calificaría como impertinentes, que hablaban cuando nadie se los pedía. Él aprendió desde muy pequeño que la regla de oro en su cara era callarse si no tenía nada interesante que decir. Y usualmente, nada que saliera de sus labios parecía interesante a oídos de su padre.
Neil se apoderó del control, pero no pasaron ni cinco minutos antes que lo dejara por la paz, sentenciando que no había nada bueno en la programación. Se bajó enseguida de la cama y sin pedir permiso, empezó a recorrer el cuarto, fijándose en las estanterías, él no tuvo más remedio que seguirlo porque si desordenaba algo él sería señalado culpable. Prestó especial atención a la colección de carros a escala que estaban en el estante derecho. El tío Peter empezó a regalárselos para su cumpleaños y navidades, terminó volviéndose una especie de tradición hasta que las piezas llenaron toda una repisa de su habitación. Robert tuvo que contarle todo eso y más, porque su invitado no dejaba de hacer preguntas.
-Tu tío tiene buen gusto…- sentenció con un asentimiento, dejando el modelo BMW deportivo junto con los demás.
Luego de eso se quedaron en silencio, pero por alguna razón el acento de Neil parecía hacer eco en la habitación, colándose por las esquinas. Sus hombros casi se rozaban y entonces pudo mirarlo con más detenimiento. Tenía labios gruesos y la nariz perfilada, era bastante más alto que él y llevaba el cabello revuelto, como si no se lo hubiera peinado al levantarse. Al cabo de unos minutos, se dio cuenta que su aroma era parecido al del señor Eames. Una extraña mezcla de tabaco y… menta. O tal vez era él, que estaba imaginando cosas.
Neil recorrió con la punta de los dedos el borde de una estantería, la que contenía todos sus libros del colegio. Se detuvo hasta alcanzar una fotografía, no tuvo que mostrársela porque Robert reconocería ese marco donde fuera. Era una foto de su madre, se sabía la escena de memoria; ella estaba en el balcón de su habitación, llevaba ese vestido azul que tanto le gustaba y estaba sonriendo, con él en brazos. Su padre ya no guardaba fotos suyas en ninguna parte de la casa, pero como apenas entraba a su habitación, no le había dicho nada todavía.
-Era muy bonita…- dijo él luego de unos minutos, en ese tono mezcla de lástima y nerviosismo que Robert aprendió a reconocer en los funerales de su madre. Decenas de caras desconocidas desfilando frente a él, recitando frases fabricadas que no le dieron ningún consuelo. Decenas de rostros desconocidos, pero no recordaba el de Neil ni el de su padre- tienes sus ojos…-
Lo dijo al cabo de unos instantes, alzando la vista para verlo a él, con una sonrisa. El mismo gesto de antes, como si cargara un significado oculto y Robert tuvo que clavar la vista en la alfombra del piso, incapaz de decir nada.
-Gracias…- murmuró al fin, dándose cuenta que nunca lo pensó antes. Sí, tenía los ojos de su madre. Al menos le dejó algo para recordarla siempre que se viera al espejo. Hasta ahora no ha querido pensar demasiado en ella, aunque aparecía en sus sueños a menudo, sonriéndole o cocinando tarta de fresas, mientras tarareaba alguna canción. Con frecuencia quería acercarse hasta su madre, pero siempre que extendía la mano para alcanzarla, ella se desvanecía y no tardaba mucho en abrir los ojos. Lo más doloroso de despertarse era la certeza que no la vería nunca más. A veces lloraba todavía, a espaldas de su padre y a solas, cuando estaba completamente seguro que nadie estaba mirando.
-Me caes bien, Bobby. Deberías venir a mi casa alguna vez, nos divertiríamos mucho, no es por nada pero tu casa es algo aburrida, en la mía podemos bajar corriendo los escalones, te gustará…- estaba tan absorto pensando en su madre que no notó cuando Neil dejó al fotografía de vuelta en la repisa. Ni cuándo se acercó tanto. Estaban tan cerca que Robert dio un pasito atrás, algo incómodo porque nunca dejaba que la gente se acercara tanto. Según su padre, el espacio personal era muy importante y también, para él, era una manera de salvarse de las situaciones incómodas. Si no estás demasiado cerca, siempre es más fácil huir. Como ahora, lo estaba deseando pero sería demasiado patético huir de su propia habitación. Además, Neil no estaba haciendo nada malo, tan sólo estaba sonriendo de aquella manera, como si se conocieran de toda la vida y estuviera bien tanta cercanía.
Le llamó Bobby otra vez, pero ahora ni se molestó en decir nada, simplemente apretó los labios, pensando que tal vez su padre no aprobaría un viaje tan largo, mucho menos que bajara de tres en tres los escalones, aún cuando fuera en casa de otra persona. Pero después de todo, no tenía demasiados amigos y Neil no estaba tan mal, aunque no llamara a la puerta y revisara sus cosas sin pedir permiso.
-Tengo que preguntarle a mi papá- susurró apenas, bajando un poco la mirada.
Escuchó una risa, ya no tenía que levantar la vista para adivinar su gesto. Labios curvados, arrugas en los ojos y mechones cayéndole en la frente. Por alguna razón, en esta ocasión no parecía estar burlándose de él, pero Robert no era demasiado bueno adivinando las intenciones de la gente.
-El mío estaría encantado con un hijo como tú- dijo sin perder la sonrisa y mirándole a los ojos.
La frase resonó en su cabeza, Neil estaba demasiado cerca otra vez, y se sintió mareado de repente. Le miró sin parpadear, con el ceño fruncido y al cabo de unos instantes decidió que no estaba burlándose, ni estaba mintiendo. Pero a juzgar sólo por los comentarios (y las miradas) de su padre, Robert no podía entender por qué alguien querría un hijo como él, Neil decía esas cosas sólo porque acababa de conocerlo. De todas formas, asintió apenas, con una media sonrisa, como si eso fuera suficiente para hacer una promesa. No tenía demasiados amigos, no le vendría nada mal uno más aunque viviera fuera del país.
Escucharon ruidos afuera, voces que probablemente provenían del pasillo. Neil frunció el ceño, sacando las manos de los bolsillos de su pantalón y le miró, inclinándose un poco hacia él. Extendió la mano hasta tocar sus cabellos, duró apenas unos segundos pero Robert sintió un cosquilleo incesante en el estómago. Separó sus labios, intentando decir algo, pero tan sólo se quedó estático, con los dedos de Neil enredándose entre sus cabellos. Casi ha olvidado cuándo fue la última vez que alguien le desordenó el cabello de esa forma.
-Hora de irme, Bobby. Pero recuerda nuestra promesa o me ofenderé…- exclamó mientras se apresuraba hasta la puerta. Se apoyó en el umbral unos segundos, despidiéndose con un guiño cómplice.
La puerta se cerró y por alguna razón, el aire se sentía mucho más pesado ahora, el silencio también era mucho más notorio que antes. Robert dejó escapar un suspiro y se apoyó en la pared, sabiendo que su padre nunca le daría permiso para visitar a nadie, pero tal vez tendría alguna posibilidad si hablaba primero con el tío Peter. Se llevó una mano a la frente, peinándose a tientas.
Se aproximó hasta la estantería, tomando con ambas manos la fotografía de su madre. Se fijó en sus enormes ojos azules, idénticos a los suyos, y en su sonrisa tan plena y sincera, como si fuera una persona realmente feliz. Evocó la sonrisa de Neil, provocadora y contagiosa, sintió de nuevo ese extraño cosquilleo en el estómago. Mientras seguía sosteniendo con fuerza la fotografía, tuvo la certeza que a su madre le habría caído muy bien.