Prólogo.
Qui-Gon/Obi-Wan.
1300 palabras.
Lo escribí hará un mes o dos y en su momento estaba incluso entusiasmada. Después, el entusiasmo hizo ¡chas! y desapareció de mi lado. :( Mientras coge polvo esperando que decida si seguirlo o no, lo publico para sentir que hago algo. xD
Resuenan en el bar los ruidos de la mañana, del familiar despertar del día, con su ajetreo y sus bostezos y los cortos momentos de tranquilidad que se dan los empleados más madrugadores mientras beben un desayuno que (lo ha comprobado) contiene mucho más agua y toxinas que ningún tipo de excitante ni edulcorante.
Allí, en los niveles bajos de Coruscant, en la esquina más baja del nivel más bajo del centro del universo, nadie exige ni se interesa por asuntos banales como la salubridad.
Mientras espera, bebe y un vaso de cristal que es más gris que transparente le ayuda a ocultar su ansiedad. Escucha lo que sucede a su alrededor, vigila la puerta y se entretiene eliminando el líquido de sus arterias, limpiando su cuerpo de posibles agentes contaminantes.
Siete son muchos, demasiados meses. Demasiados.
La puerta del establecimiento se abre y Obi-Wan no deja escapar el aire que ha bloqueado en sus pulmones hasta que ve con claridad quién ha entrado y se obliga a relajar de nuevo todos los músculos de su cuerpo. Analiza a los recién llegados. Jóvenes, bastante más que él. Tres hombres y una mujer. Por sus ropas y apariencia, probablemente dedicados a la prostitución. Conforme se acercan y puede analizarlos mejor, Obi-Wan decide que no pueden tener más de quince.
Suspira. Prostitución de menores en Coruscant, a poco más de cuatro horas de vuelo del senado. Un año antes le habría sorprendido tanto como horrorizado. Ahora sólo se horroriza.
Cuando pasan a su lado, los ojos de uno de los chicos reptan por su cuerpo y terminan su recorrido con una nueva profundidad en sus pupilas y una sonrisa tan descarada como apreciativa. Hace amago de frenar sus pasos pero Obi-Wan detiene su intención con un suave empujón de la Fuerza dentro de su mente (caótica, desordenada y confusa -esto último seguramente a causa de las drogas). El muchacho parece titubear un momento antes de seguir a sus compañeros hacia otra mesa y Obi-Wan no tiene tiempo de pensar más en ello porque vuelve de nuevo la vista a la puerta y el bar se queda en silencio,
quieto,
mudo y paralizado mientras su maestro le busca entre las mesas y le encuentra y deja cerrarse la puerta al tiempo que se dirige hacia él a rápidas y elegantes zancadas, sin desviar sus ojos de los de Obi-Wan. Azul cobalto que a medida que se acerca y la opaca luz que atraviesa la sucia ventana le ilumina, parece que se transforma por un instante en azul cielo, hasta que están suficientemente cerca y Obi-Wan, con el estómago encogido por un centenar de razones que no tienen nada de racionales, descubre que esos ojos, mientras le miran, sus ojos en ese preciso momento, son azul tormenta.
Bueno. Sabía de antemano que no se alegraría de verle.
Siete meses son, han sido, una barbaridad, una vida entera de meses.
Eso provoca que su primera reacción sea sentir alegría y una espece de alivio inmediato de un picor que había empezado a asumir como permanente. Pero no evita que esas emociones se transformen en una segunda reacción mucho menos agradable y más agresiva que bordea el pánico antes de asentarse en la molestia oficial y decidida.
No hay ni la más mínima opción, ni la más ligera posibilidad de que Qui-Gon acepte ese arreglo.
Intenta calmar su ánimo antes de hablar. Se detiene frente a la mesa donde se encuentra su aprendiz, recostado contra una silla mugrienta, vestido con harapos civiles diseñados para no llamar la atención.
Para lograrlo, también deberían cubrirle el rostro, ocultar esos ojos de una indefinible mezcla de azules grisáceos y verdes marítimos y paliar de alguna manera el encanto general que su padawan rezuma sin ningún tipo de esfuerzo. Característica muy positiva para la misión que Qui-Gon tiene entre manos y que agradecería en cualquier otro jedi pero que no piensa aceptar, bajo ningún concepto, de su padawan.
Abre la boca para explicarlo tan suavemente como es capaz y Obi-Wan se le adelanta.
-Maestro.
Una palabra que dice todo y nada. Al oir su voz, su ánimo se calma de forma instantánea. Hay tanta alegría en esas sietre letras que Qui-Gon tiene que contenerse para no rodear la mesa y estrecharle en un abrazo feroz. Se pregunta por millonésima vez qué ha logrado hacer tan bien durante esos años para que la voz de su aprendiz resuene con felicidad mal contenida siempre que se ven tras una breve separación. Más, esta vez. Siete largos meses.
-Padawan.
Trata de que la suya resulte tan severa como su rostro. Sabe que no lo logra cuando el de Obi-Wan se tuerce en una sonrisa casi tímida.
-El Consejo me ha enviado en respuesta a tu petición.
-No.
No. No hay la más ligera posibilidad de que le acepte a él. No importa cuánto le haya echado en falta y cuánto más le vaya a echar.
Procura suavizar su respuesta.
-Esta no es una misión adecuada para un aprendiz.
Y como siempre que no está de acuerdo, Obi-wan protesta.
-El maestro yoda me considera más que capacitado para-
-¿Te han explicado siquiera algo sobre para qué necesito un compañero?
La amargura salpica su respuesta.
-Me explicaron tanto como me explicaste tú en ese holograma de diez segundos donde te despedías. Es decir, nada. ¿Qué tipo de misión puede ser aceptable para ti e inaceptable para mi?
-Padawan...
-De todos modos, no me informaron porque no hubo tiempo. La agenda del consejo está más bien apretada-
-Silencio, padawan -Qui-Gon suspira-. Por favor. Esta no es una misión adecuada para ti, conmigo. Solicitaré un caballero para acompañarme.
-Maestro-
-La Fuerza mediante, en unas semanas, un mes como mucho, volveré a la academia a hundirte en entrenamientos sin final, simulaciones de batalla y tantos estudios de lenguas y civilizaciones que desearás que tu viejo maestro siga ocupado en sus asuntos sin dejarte sin tiempo libre de nuevo.
-Sí, por supuesto, maestro.
Sonríe al notar el sarcasmo en su respuesta. Hay pocas cosas que Obi-Wan no haya aprendido de él.
-Vuelve al templo, mi padawan. Me pondré en contacto con el Consejo para discutir esta cuestión.
-Es lo que intentaba decirte, maestro. No te concederán ningún otro acompañante. El senado se reune mañana. Durante tu ausencia han estallado varias guerrillas en los bordes exteriores. Hay elecciones en la mitad de los planetas centrales. No hay caballeros disponibles, maestro, ni, en palabras del Consejo, "ningún padawan más apropiado".
Mudo, quieto, azorado. Calcula mentalmente la realidad tras las palabras de su aprendiz y localiza y suma rumores de batallas, elecciones en las que no había pensado y todas las razones por las que sabe que ese no es uno de los incomprensibles trucos de ese irritante enano verde que fuera su maestro. Que Obi-Wan habla claro, conciso y con la razón de su parte.
Y las siguientes palabras que hilvana podrían ser mucho más respetuosas o podrían haber sido pronunciadas con un tono ligero que oliera más a chiste que a emociones arañadas.
-Tendrás que conformarte conmigo.
En esas circunstancias, sólo suenan pretendidamente ácidas, involuntariamente amargas.
También suenan a sentencia.
Dos horas después, tras haberle dado instrucciones sobre dónde reunirse con él a la mañana siguiente y qué y cuántos fondos pedirle al consejo para la misión, Qui-Gon se da cuenta de que no le ha explicado nada sobre ella y que no se siente con fuerzas, ridículamente incómodo ante la perspectiva de exponer la situación en palabras ante el magnífico espíritu de ojos enormes y confianza perpetua que frunce el ceño cuando intenta alejarle de él y está dispuesto a seguirlo a donde sea incluso cuando cuestiona y juzga errónea su decisión de seguir el camino en el que Qui-Gon haya colocado sus pasos.
Se ha olvidado de decirle lo mucho que le ha echado de menos. Lo que, separados por primera vez por más de unos pocos días y sin comunicación posible, después de nueve años de mutua compañía constante, ha llegado a escocer su ausencia.