Once de Noviembre.
nanamii Una bufanda.
Arthur apenas la mira y la deja a un lado porque Alfred le pone frente a la nariz un enorme, enorme casco para la motocicleta que le regala Japón dos minutos más tarde (arruinando la sorpresa).
Bonnefoy solo aprieta sus labios y no dice nada al respecto. Como siempre, Arthur menosprecia sus obsequios, porque son sencillos.
Preocupado, Antonio lo anima durante largos meses y le dice en cada ocasión que Arthur siempre tuvo una forma especial de ver el mundo y que en el fondo lo quiere, solo que no tiene una manera convencional de expresar sus emociones, haciéndolo sentir peor.
***
Ese día Francis está desanimado. Se levanta y ve el cielo gris, con el corazón apretado.
Es un día sombrío, de silencio, pero algo cambia cuando lo ve caminando hacia él.
Completamente de negro, solo dos notas de color engarzan la figura enjuta de su amado:
Las amapolas rojas y la bufanda azul que le obsequió en su cumpleaños.
“Usas la bufanda hoy…” se dice y el nudo de su pecho se desvanece.
Sí, hoy.
Desde entonces, cada año Arthur usa la misma combinación para recordar que el amor florece aún en el campo de batalla.
La espera.
galatea_dnegro Fue doloroso.
Lo es, aún.
¿Por qué no deja de llover?
Provincia Oriental calla, porque sabe la respuesta y si Virreinato se entera se entristecerá mucho.
Él lo llama a través del agua, esperándolo en aquel refugio que construyeron en la selva, para cuidarse de Gabriel, para despojarse de las cadenas y danzar en libertad bajo esa bendición que les envían los Ancestros desde el cielo. Por eso es que la lluvia es impiadosa.
Toca el vidrio de la ventana, guardando en su alma sus propias lágrimas para no acrecentar el caudal y la furia de Brasil, que lo añora desde el otro lado de la frontera.
Virreinato trata de distraerlo, pero es fútil. ¿Cómo sonreír cuando te sientes de alguna forma quebrado en pedazos que no puedes mantener juntos? Sabe que no es por crueldad, pero el dolor crece y se hace espacio en su pecho, porque la distancia es un peso que no puede cargar.
-Ven, ven, irmao
-Seré libre primero para decidir qué haré con mi corazón.
Dolió.
Pero por un tiempo.
La tormenta amaina y se vuelve lluvia y la lluvia se torna suave rocío.
Los Ancestros sonríen.
Tras la dura espera, solo queda la alegría.
Aquí
kaly_nichya92 Él le sonríe con alegría, abrazándola con delicadeza por la cintura.
-¿Nunca me dejarás sola, verdad?
-No, te lo juro.
Los bucles rojizos brillan al sol de las mejillas del muchacho rubio, los ojos verdes fijos en los grises, que lo miran con devoción sutil, pero firme.
Victoria recuerda esas tardes apacibles junto al mar, corriendo por la orilla tras una pelota de trapo, tomándose el brazo del otro muchacho con las mejillas encendidas y como él le sonríe sin cesar, pleno con esa presencia femenina sin la cual se siente incompleto. Se ven poco, pero en cada visita el cielo se despereza y deja el amanecer tachonado de estrellas hasta que el sol anuncia el despertar con el brillo incansable de su gran ojo amarillo.
La playa está como la recuerda. Ha pasado un tiempo, pero ¿Saben?, todo sigue igual.
-No te dejaré sola nunca -le dice Martín, rodeándola con sus brazos firmes de hombre grande, de general de las más importantes batallas de su tierra. Ella se acurruca en ese pecho protector, sonriente.
Victoria detecta la culpa y la borra de esos ojos verdes con un plácido beso y un abrazo.
“Sí, solo aquí me siento segura, Martín.”
Cariño.
darhia Martín presume siempre de dos cosas, más bien de tres: El tango, Maradona y el dulce de leche.
Siempre puedes escucharlo hablar de esas cosas en todas las reuniones, al grado que en días Manuel trata de abandonar la habitación cuando él entra porque no hay forma de callarlo una vez ha comenzado a hablar.
Sebastián solo agarra su mate y chupetea ruidosamente la bombilla para no oírlo. Incluso, cuando se junta con Daniel empiezan a predecir las palabras exactas con las cuales declarará sus deslumbrantes dotes al universo. Aunque a veces es como una radio descompuesta, Sebastián le tiene un profundo cariño, lo que no evita que haya diseñado unos bellos tapones para los oídos con los colores de su bandera, claro.
El amor no implica arriesgar la sanidad mental. Todo el mundo lo sabe.
Pero Manuel nota con el correr de los años que Martín no se envanece de esas tres cosas solamente.
Pasa cuando hablan de la infancia, cigarrillo en mano.
Hasta cierto punto les tiene envidia. No importa cuánto discutan por el color de las camisas o cuántos campeonatos del mundo han ganado, ese cariño está en cada gesto que se dedican.
Aun así…
-Son irritantes.
Para la cita.
haruko_hi -¿Este?
-No, te ves muy…celeste. ¿No puedes hacerlo menos obvio?
Benjamín suspira. No sabe bien qué tiene en mente Paula, así que luego de dos horas del terror la muchacha se pone de pie y toma a su hermano de la mano, llevándolo al cuarto.
-A ver…
Sí, es una idiotez estar nervioso, se dice el joven, pero lo está; quiere causar una buena impresión. Paula piensa que es idiota precisamente porque no se trata de la primera cita, pero no le dice nada, sacando la ropa del closet y diseminándola por todos lados.
-Por Antü, ¿no tienes nada elegante? -se queja amargamente.
-No es verdad -le reclama.
-No sé por qué te preocupas -dice poniendo ropa sobre la cama para combinarla-, con lo que te va a durar puesta…
-¡Paulaaaaaaaaa!
-¡Benjaaaaaaaaaa!
Luego de un par de horas más, Benjamín está listo. Su hermana limpia sus hombros de alguna mota invisible, pensando en que ha crecido muy rápido; entiende que esta cita es especial y aunque molesta a su hermano, en el fondo está orgullosa.
-¿Me veo bien?
-Como la luna, Benja.
Él sonríe, sonrojado e inseguro.
-¿Crees que…?
-Ándate, estás atrasado.
-¡Chucha!
Se va y ella lo despide, sonriente.
Segundo Eterno
acuenta Se miran fijamente a los ojos y chocan las frentes, sin separarse el uno del otro.
Pedro sabe que siempre llega este instante y le gusta mucho. Es como cuando estás en una montaña rusa que sube hasta que llega a la punta y se detiene el carro por un largo segundo. Contienes la respiración, pides caer al vacío pero una fibra de tu alma ruega lo opuesto a todos los cielos.
Tienen erizada la piel, restalla en sus oídos el ruido ensordecedor de sus venas y sonríen entonces, decididos por fin.
No pueden tocarse ahora, y la luz les molesta un poco pero no dejan de chocar una frente contra la otra, tensos, inquietos, expectantes.
-Ya sabí’ ya -la voz de Manuel está enronquecida por el frío.
-Está por verse, manito -replica burlón Pedro, los ojos brillantes.
Jadean una vez más, el ruido se apodera del espacio y ambos corazones bombean más rápido.
Ya han llegado a la cima de la montaña, ahora les queda solo la adrenalina del descenso. Han esperado este día con cierta ansiedad y no dejarán que el otro tome la ventaja, ni una sola oportunidad.
Toman sus lugares, confiados.
Y entonces, comienza el partido.
Aww
riot_of_flowers Se sentó sobre sus piernas con el cabello suelto y una mirada encendida que le quitó a Martín hasta lo canchero, muy seguro de lo que quiere hacerle.
Ese trozo de sandía en su boca se ve tentadora, pero no menos tentadora que los labios que la rodean, que la manera en que el pecho moreno sube y baja por la respiración agitada. El muy astuto se ha quitado la camisa de nuevo y el calor de la casa comienza a ahogar a Hernández de varias formas.
Lo observa de arriba abajo, pensativo. ¿Cuántas cosas podría hacer con Benjamín ahora mismo? Ciertamente, muchas, tiene una ventaja impresionante sobre esta Nación advenediza, como también es cierto que el instinto de Alfaro lo pone contra la pared demasiado seguido para su gusto.
-¿Quiedes? -inquiere tratando de sonar sexy.
Pero Martín se queda mirándolo. Fijo.
-Cuchurrumiiiiiiiiiiiiiiín….
Martín no pudo evitarlo. El ¿Quiedes? Sonó demasiado, demasiado tierno. Benjamín frunce el ceño y se atraganta con la sandía en una sola acción, apoyando la cabeza sobre el hombro de Martín para toser sonoramente.
El deseo se fue al carajo cuando Hernández comenzó a palmearle la espalda, como si fuera un bebé.
-¡Qué boludo que sos!
Las niñas.
juanita_star Gregorio se quedó en silencio por un momento, observando las plantas, ceñudo, mientras Alexander sonríe orgulloso de sus “hijas”.
-Son bellas, ¿verdad?
El muchacho se pasa la mano por el cabello, moviendo la mecha rebelde de su frente. Claro, en otras partes del mundo es ilegal, pero en Jamaica la marihuana parece crecer como la hierba.
Por todos lados.
-No sé si bellas…
-Pero ¡míralas! Ese verde firme y seguro, la manera en que crecen derechas con sus hojitas hacia el sol… es como ver un arbolito desarrollándose.
Gregorio diría que son como arbolitos. Las ramas más altas supera su propia estatura.
-Mira, si tienen el color de tus ojos, Gregorio.
-¿Ah?
Alexander lo observa fijamente, pensando. Se pasa la mano por el pelo, tratando de sacar del aire la emoción indescifrable que percibe vagamente en la cara de su compañero. El viento sopla y las hojas se mecen suavemente al ritmo de la brisa marina que se apodera del silencio en un suspiro. Duarte tiene de repente la ligera impresión de que algo va a suceder.
Y tiembla cuando nota que Alexander se acerca un poco más a él.
-¡Oh! Tienen tus ojos.
Jamaica sonríe abiertamente ante aquella confusión.
Papel
medaviolet -Debemos tener en cuenta que la economía mundial…
La reunión es una tortura y Daniel se hunde más en la silla, frustrado, tomando un papel y un lápiz para escribir un mensaje que desliza con la punta de sus dedos hacia Sebastián.
“¿Es idea mía, o Martín está tocándose más el pelo?”
Artigas sonríe escribe de vuelta. Cualquier cosa es mejor que ese discurso.
“Se ha cambiado de Shampoo, y tiene un acondicionador nuevo. A veces siento que tenemos más una hermana que un hermano.”
Daniel lo mira de reojo.
“Manuel lo mira más y creo que acaba de dar un respingo.”
Los ojos pardos destellan. Una mirada sutil.
“Martín le esta manoseando la rodilla bo’.”
Sonrisa tímida.
“¿Es que no cojen en su propia casa? Me imagino que deben darse en cada viaje, Ya casi no pasa acá, ese moralista al pedo.”
Luciano mira con cuidado, y logra leer el final del papel: En efecto, la mano de Martín pone inquieto al chileno.
No es el único que los ha notado.
Argentina escribe un papel y se lo deja a Sebastián, sonriente.
Al leerlo, este se pone rojo y sale corriendo.
Daniel mira el papel y lo arruga, colorado.
"Le estoy dando más fuerte de lo que te daba a vos en los establos, charrúa gritón
¿te acordás?"