Me gusta ver el mundo desde el agua, con los oidos dentro para no oir nada excepto el fluctuar del agua. Desde allí el mundo sólo lo forman los colores del cielo a las ocho de la tarde, las nubes vaporosas, las rayas rosas y naranjas del atardecer a través del gran ciprés. No siento nada, sólo existo, sólo floto, sin esfuerzo y en reposo. No corro
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