Fandom: Phoenix Wright
Personajes: Diego Armando y Mia Fey
Número de palabras: 1162
Café y jazz
Una espesa nube de humo llenaba todo el club, cargando todo el ambiente con un intenso olor a tabaco, lo que hacía que respirar allí dentro fuera una tarea ligeramente dificultosa. La aparente antigüedad de aquella sala la hacía parecer una auténtica reliquia de la edad dorada del jazz.
Sin embargo, tan agobiante atmósfera no impedía que el local estuviese a rebosar de gente que esperaba con impaciencia a que la banda comenzase su actuación, mientras fumaban y bebían el famoso café de aquel club.
En una pequeña mesa de caoba, que, desde luego, había pasado mejores tiempos, situada en uno de los rincones del local, estaba sentado un hombre alto, de piel morena, ojos y pelo oscuro y porte altivo. Junto a él, había una joven de larga melena castaña que no paraba de mirar la puerta, esperando que por allí apareciera de una vez la persona que faltaba en aquella mesa.
-¿Cuándo llegará el Sr. Grossberg? -preguntó al hombre que estaba sentado a su lado-. Llevamos más de media hora esperándole.
Él miró su taza de café. Su octava. Dio un largo trago, como si no hubiera oído lo que la joven le acababa de decir.
-¿Sr. Armando...?
-Seguro que está en la oficina... agarrado a una botella y hablándole de su juventud y del olor de los limones -respondió Diego Armando, mientras volvía a beber un poco de café.
Mia suspiró.
-Ya veo... Pero, de todas formas -añadió, apartándose con la mano el flequillo que le tapaba parte de la cara- este es un sitio un poco raro para una reunión de trabajo, ¿no cree?
-¡Ja...! Tienen un gran café... -Dirigió su mirada al escenario-. Y la música es muy buena.
En ese momento, aparecieron los músicos. Los clientes del local dejaron de fumar y de beber, centrando en ellos toda su atención ante el inminente comienzo de aquello que todos habían estado esperando: escuchar a la banda. El sonido de unos acordes de piano y de un lento ritmo de contrabajo llenaron entonces el club. Pronto, se les unió una sugerente melodía de saxofón que se disputaba su protagonismo con el piano.
El público se limitaba a escuchar ensimismado aquel diálogo entre instrumentos, como si en ese instante no existiera nada más en el mundo.
Entonces, el saxo comenzó a aumentar paulatinamente en volumen y tempo, acelerando la canción y creando una sensación de cierto agobio. El piano hizo lo mismo, llegando así a una explosión de sonidos, al clímax de la pieza. Después, empezaron a calmarse, hasta que, finalmente, enmudecieron.
Los clientes del local se quedaron, por un instante, en silencio, admirados ante la genialidad de aquel tema. Cuando salieron de su asombro, estallaron en aplausos y gritos de alabanza.
Diego no fue menos. Adoraba ese lugar y no sólo por la música: también venía por el café. Le encantaba el mágico aroma de aquella bebida, el sabor amargo que se hallaba encerrado en ese oscuro líquido. Para él, no había nada mejor que beber una buena taza de café caliente -sin leche ni azúcar, por supuesto- excepto... hacerlo en ese club, amenizado por unas íntimas, ideales para acompañar lo que él consideraba una experiencia tan personal como lo era el café.
Aunque Mia parecía no pensar igual. Durante toda la actuación de la banda de jazz, no hizo más que mirarles con gesto aburrido mientras daba, de vez en cuando, algún que otro sorbo a su taza.
-Tengo la sensación de que aquí hay alguien a quien no le gusta mucho el jazz, ¿no, gatita? -comentó él con ironía, tras acomodarse un poco en su silla.
-Eh... no, no es eso -respondió desprevenida, con una voz de sorpresa parecida a la de un niño al que atrapan haciendo algo malo; y no sin antes echar un último vistazo a la banda- no me gustan las improvisaciones.
Diego no pudo evitar reírse. "¿Improvisaciones", pensó. "Algo parecido a la tuya, ¿no?". No obstante, prefirió guardarse eso para sí mismo.
-¡Ja...! ¡Pero si son el alma del jazz! Si le quitarás eso, sólo lograrías enmascarar su esencia, igual que cuando le echas azúcar o leche al café.
-... porque hacen que se pierda el hilo del tema principal -añadió ella.
-Lo que tú digas. Pero no creo que le puedas poner ninguna pega al café.
-No, es muy bueno. -Observó a Diego, que estaba pidiéndole una taza más al camarero-. Ya lleva siete tazas.
-Ocho -corrigió él. En la cara de Mia se perfiló una expresión de asombro. No podía creer que alguien pudiese tomar tanto café en poco más de media hora y, además, sin que le pasara nada. De todas formas, tampoco pensaba que fuera posible que una persona corriente fuese capaz de tomar semejante cifra en un día entero.
-Se ve que no hay nada que le guste más. Por sus venas debe de correr café, en vez de sangre -comentó, soltando una ligera risa.
Diego sonrió.
-Sí que hay algo que me gusta más... beberlo aquí.
-¿Y algo más?
Meditó antes de contestar. ¿Algo que le gustase más? Observó a Mia, que esperaba expectante su respuesta. Mia... había algo en ella que lo fascinaba. Tal vez fuera que nunca se rendía. O quizá la pasión con la que se dedicaba a su trabajo. O esa mirada llena de determinación, que la hacía parecer capaz de todo.
-Puede... Pero eso tendrás que averiguarlo tú misma... Mia -añadió, dedicándole una de sus habituales sonrisas de oreja a oreja.
-¿Me está desafiando? -replicó divertida, tras soltar una carcajada.
Diego asintió.
-Muy bien. Sea lo que sea lo descubriré. No lo dude ni por un momento.
-De acuerdo. Esperaré tu respuesta -dio un trago a su recién llegada novena bebida- con impaciencia. Y café en mano. Aunque no creo que lo consigas adivinar.
-¡Eso ya lo veremos! -exclamó segura.
Diego estudió la amplia sonrisa, con cierto aire desafiante, que se dibujó en su rostro. "Tengo que añadir eso a mi lista", pensó. Definitivamente, esta Mia Fey le gustaba más que todo el café y el jazz del mundo juntos.