15/03/2011 10 a.m

Aug 14, 2011 05:22

582 palabras de sangre, muerte y destrucción. Escrito en mitad de una clase de historia, dando la 2ª Guerra Mundial. Soy demasiado impresionable xD


Siempre pensó que, en el momento de la muerte, el miedo desaparecería. Que se sentiría en paz, y al cerrar los ojos se alejaría, etéreo, sin sentir ya ningún dolor.

Cuando aquella explosión les alcanzó, se dio cuenta de lo equivocado que estaba. Sintió cómo se le desgarraba el cuerpo entero,  tan intenso que no era capaz de situar el dolor en zonas concretas, entre la nube de polvo rojizo que lo cubría todo, absolutamente todo, y ya no  existía el cielo ni el suelo ni sus compañeros, desaparecidos entre el polvo como él, sólo los gritos, los llantos, las bombas.

Cuando el mundo dejó de agitarse y el polvo volvió a someterse a la gravedad, sepultándolo, comprendió que estaba tendido en el suelo. Ni siquiera había sentido el golpe al caer, porque su cuerpo seguía desangrándose por tantos sitios que no alcanzaba a distinguirlos. Con esfuerzo, giró la cabeza hacia su izquierda. La sangre que manaba del muñón de su hombro regaba la tierra y la teñía de oscuro. Sintió ganas de vomitar al contemplarse a sí mismo, destrozado irreversiblemente. Pensó que vomitaría el corazón, porque lo sentía en la garganta, latiendo dolorosamente rápido.

Enseguida se preguntó por qué nadie le ayudaba. ¿No se daban cuenta? Estaba herido, estaba muy mal, tenían que ayudarle enseguida. No podían dejarle morir, él no, tenía demasiado por lo que vivir. Tenía una mujer esperándolo en casa. ¿Por qué tenía que morir? No era justo, no podía morir, su mujer le esperaba, iban a tener un niño. Se aferró a su nombre mientras sucumbía al llanto, aunque no recordaba su rostro. Lo repitió una y otra vez, con convicción, para tranquilizarse mientras esperaba la ayuda. Pero ésta nunca llegó.

Cuando las fuerzas le abandonaron, comenzó a perder también el miedo. Entonces comprendió por qué no llegaba la ayuda. Él no era nada. Sólo uno más en los cientos de cuerpos tendidos que habían aprendido a ignorar, que pisaban al correr a salvarse, que usaban a veces como escudo contra otras bombas. Sólo eran trozos de carne en un inmenso y sucio matadero.

Llevó la única mano que le quedaba hasta su cuello, y con los dedos que conservaba tanteó buscando la cadena, que notaba incrustada en la piel. Pero el guardapelo que colgaba de ella había sido arrancado por la explosión, como un miembro más de su cuerpo, y sin la fotografía que guardaba dentro no lograba recordar el rostro de su esposa.

El miedo volvió entonces al comprender que aquella mujer con la que sus padres le habían mandado casarse no era tan valiosa como recordaba, tan solo la cercanía con la muerte hacía que creyera amar a aquellas personas que no volvería a ver jamás. Sólo eran razones para convencerse de que merecía vivir. Pero no lo merecía. No valía más que ninguno de sus compañeros, es decir, nada. Eran criaturas a las que habían permitido nacer y crecer sólo para poder usarlas como carne de cañón en sus estúpidas guerras. Como animales de granja. Asesinados en masa mientras su rey aguardaba sentado en su trono de oro a que la masacre terminara para conseguir un poco más de riqueza, un poco más de poder.

La vida se le fue antes que el miedo, y con los ojos llorosos y abiertos quedó inerte en el suelo. Su alma trató de ascender en paz, pero ya no recordaba lo que significaba aquella palabra, así que se perdió entre el polvo, sin que a nadie le importara.

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