-Lo lamento profundamente señora, pero a Michael aún le quedan dos años para comulgar y hasta entonces deberá seguir siendo mi monaguillo. -James se esfuerza por mirarla a los ojos mientras dice estas palabras. A unos cuantos pasos de allí, el niño espera sentado en los bancos, erguido, desafiante. Puede notar su mirada sobre él, desconcentrándole mientras intenta pensar qué responder. La madre parece muy consternada y le insiste, preguntando si no podría haber dos monaguillos como excepción, ya que falta poco para que Alexander haga la comunión y le hace tanta ilusión, padre, le dice, ayer me rogó que fuera a hablar con usted, y eso que nunca ha sido muy devoto, pero creo que ha oído la llamada de la fe.
El padre se pregunta cómo sonará su voz cuando ruega.
-En ese caso no podemos dejar que esa llamada se desperdicie, ¿verdad? -esboza una sonrisa amable y asiente con la cabeza-. Estoy seguro de que no habrá problema en que Alex y Michael compartan el servicio de los domingos, incluso en una iglesia tan pequeña como esta.
-Se lo agradezco de todo corazón, padre- perdone, creo que no le he preguntado su nombre.
-Llámeme solo James -contesta él dedicándole una sonrisa que sabe irresistible.
-James entonces -como si la manejara con hilos invisibles, la señora hace exactamente lo que él espera y le devuelve una sonrisa coqueta, al tiempo que coloca un mechón tintado de rubio detrás de la oreja.
-Si le parece bien, me prestará a su hijo por un par de horas para que podamos empezar a conocernos, ¿de acuerdo?
-Vaya, había prometido que hoy después del colegio ayudaría en la tienda de su padre -ante la mirada consternada del cura la mujer se apresura a rectificar -pero es un chico muy trabajador, estoy segura de que encontrará otro momento para ayudar.
-Fantástico -sin ganas de prolongar más la conversación, señala hacia la puerta con un gesto suave y camina hacia el chiquillo, que espera pacientemente a que llegue a su lado sin apartar la mirada.
-Hola Alex, parece que vamos a pasar mucho tiempo juntos de aquí en adelante.
Cura y monaguillo sonríen, encantados con la situación, riéndose por dentro al pensar que el otro no tiene ni idea de lo que realmente va a ocurrir.
***
-… Después, cuando los feligreses formen una fila para recibir la hostia sagrada, tú debes alcanzarme este recipiente y, mientras yo reparto-
-Se folla al otro niño, ¿verdad?
James está a punto de dejar caer el cáliz al suelo.
-Cómo te atreves a hablar de esa forma -murmura con un hilo de voz, de espaldas a él.
-Lo sé porque le he visto cuando se marchaba, de camino hacia aquí. No parecía nada contento, de hecho creo que iba llorando. No sé, no me he fijado. Parecía que le dolía al andar -se ríe un poco y mantiene la mirada sobre su espalda, confiando en que tarde o temprano tendrá que mirarle.
Finalmente se gira despacio, guardando la compostura, con una impecable expresión de desaprobación.
-Si fuera tu padre te abofetearía por lo que acabas de decir -responde suavemente.
-Pero no lo ha negado -la sonrisa de Alex se vuelve más ancha y satisfecha, como si disfrutara de blasfemar frente a la cruz del altar. James quiere arrancarle esa sonrisa de una bofetada que le haga caer al suelo y después encargarse de que no se levante de allí atrapándole bajo su cuerpo, pero el niño parece tener el suficiente descaro como para contar por todo el pueblo su pequeño y sucio secreto. Tras pensarlo un momento, decide no arriesgarse hasta tenerle bajo control.
-Espero que cuando termine mi explicación acudas a confesarte y te arrepientas sinceramente de esta falta de respeto.
-Lo que usted diga, padre.
Parpadea lentamente dos veces y deja los ojos entornados para mirarle a través de las espesas pestañas rizadas, las pupilas tan dilatadas que el iris es tan solo un aro azul que contiene apenas el gran círculo negro en el que se ve reflejado. De pronto algo en su expresión se transforma, los rasgos se suavizan y vuelve a parecer el niño angelical que todo el mundo cree que es.
James reza un padrenuestro para tranquilizarse y sigue con la explicación de las obligaciones que debe cumplir un monaguillo, evitando siempre mirarle, para evitar la tentación.