(no subject)

Aug 15, 2011 23:31

 

-Buenos días padre James.

Alex entra en la habitación con la cabeza gacha y la mirada clavada en el suelo, y desde aquel momento ya no la vuelve a levantar. James piensa que es la primera vez que no le habla mirándole directamente a los ojos. Decide pasarlo por alto.

-Ven y ayúdame con esto -le manda con tono ligero mientras termina de colocarse el amito. Le señala el alba encima de la mesa y Alex se dirige hacia ella, obediente. Se la tiende y James se la pasa por la cabeza, dejándole a él la tarea de tirar de la tela hacia abajo hasta que quede extendida por completo. Nota sus pequeñas manos recorriendo sus brazos, pecho, torso, y bajando después por las piernas cuando se arrodilla frente a él para colocar la tela a la altura adecuada.

Mira hacia otro lado, en un nulo intento de evitar la tentación. Le tiene arrodillado frente a él, entregado cómo una ofrenda en un puto altar, obediente y pequeño y limpio, tentándole a que le arrebate esa inocencia. Se muere de ganas de manchar sus ropas y su carita impecable de mejillas sonrosadas. Casi como acto reflejo, coloca una mano detrás de su nuca y le empuja un poco hacia él, pero se corrige a tiempo y le agarra de los brazos para ayudar a que se ponga en pie de nuevo. Alex vuelve a la mesa y recoge la estola, con cuidado de que no se desdoble. Tiene que ponerse de puntillas para alcanzar sus hombros, rozándose con suavidad contra su cuerpo, pero aun así se empeña en no levantar la vista.

James agacha la cabeza hacia él y si el niño alzase los ojos sus labios se encontrarían, pero no lo hace. Termina de colocársela y se aleja un par de pasitos para comprobar cómo le queda, sin levantar la mirada más allá de sus hombros. Se acerca de nuevo a darle un retoque final, calculando más las distancias, y su pecho choca sin querer contra su cadera antes de apartarse apresuradamente.

-Lo siento -murmura para el cuello de su camisa.

-¿Va todo bien, Alex? -pregunta con tono afable cuando decide que no puede ignorarle más. El niño agita la cabeza afirmativamente, pero James es capaz de ver, cuando vuelve a quedarse quieto y encogido sobre sí mismo, que se muerde el labio con fuerza en un intento de que no le tiemble.

Una oleada de cariño e instinto protector se expande desde su pecho, dejándole aturdido por su intensidad. Ni siquiera sabía que le importase aquel crío del demonio. Clava una rodilla en el suelo para agacharse a su lado, con una mano sobre su hombro.

-Ey -sujeta su barbilla con suavidad entre el pulgar y el índice para obligarle a que le mire-. Puedes contarme lo que sea, ¿vale? Estoy aquí para ayudarte.

-Gracias -responde en un susurro alto. Justo antes de que James se ponga en pie de nuevo Alex busca sus ojos con los suyos sólo un segundo, seguramente por puro reflejo, antes de volver a agacharlos. Es apenas un instante, pero puede verlos brillantes y húmedos, de un azul tan perfecto que le resultan irreales y por primera vez desde que se conocieron, James tiene ganas de besarle.

Pero ya es la hora. Debe ir a oficiar la misa. Le ofrece su pañuelo para que se seque las lágrimas y sale al encuentro de los feligreses.

Los padres de Alex están sentados entre las primeras filas, como siempre, y discuten en voz baja mientras el órgano termina de sonar. La mujer da por finalizada la conversación con un gesto tajante y mira al frente, ignorando el gesto de enfado de su marido.

-El señor esté con vosotros- Todos a una bajan la cabeza y se santiguan.

-Y con tu espíritu -responden a coro.

A su lado, junto al otro niño, Alex mueve los labios sin pronunciar las palabras. Su mirada y las de sus padres se evitan el resto de la ceremonia.

***

Recogen entre los tres, James, Alex y Michael, mientras los fieles terminan de abandonar los bancos, hasta que la iglesia queda sumida en el silencio.

-Cuando terminéis con esto ven a verme a la sacristía, Alex -James se aleja un par de pasos antes de detenerse de nuevo-. Michael, tú no te vayas, espérame en las escaleras de la puerta. También tengo que hablar contigo.

Sus pasos resuenan por los pasillos con el característico eco de las iglesias, y también lo hacen las voces de los niños. Se preocupa al oírles, preguntándose sobre qué estarán hablando, pero le oirían si volviera atrás, así que se limita a esperar frente a la puerta de su sacristía y rezar porque el niño del demonio no le cuente nada peligroso al otro crío.

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