Soy una cobarde.
Las manos me sudan, tengo la garganta seca, el corazón palpitante y no soy capaz de seguir avanzando hacia la cocina. En cuanto recuerdo la jaula rota en el entretecho, mi estómago se retuerce señalando el lugar exacto del miedo.
Vuelvo la mirada hacia mi hermana y la descubro aferrada al marco de la puerta de nuestro cuarto. Me siento al descubierto parada en medio del pasillo. Escucho el grifo abierto y el agua caer sobre los platos en la cocina.
Pero no oigo a mi mamá.
Mi garganta se cierra, el frío se apodera de mi pecho. Me obligo a dar un paso adelante. El pasillo está a oscuras, tan sólo lo ilumina la luz procedente de la cocina. Me detengo; mis pies se clavan en el piso negándose a obedecer. Soy una cobarde y eso me avergüenza. Después de todo, también es mi culpa.
Julia ha salido de su escondite, se coloca a mi lado, me mira. La atisbo por el rabillo del ojo porque mis ojos se concentran en la puerta de la cocina. Me toma de la mano. "Vamos", me dice y me obliga a caminar. Casi al llegar a la entrada, escuchamos el dulce tararear de mi madre.
"No está ahí", le susurro a mi hermana. Ella aprieta mi mano. Está sudada.
"Tal vez", me responde, “Hay que asegurarse”.
Tengo la imagen en mi mente de la jaula rota, los barrotes desgarrados hacia el exterior formando el boquete redondo por donde había escapado el animal. Ya no importa la razón ni de quién fue la idea. La culpa se cierne sobre nosotras de todas maneras. A mí ya no me asusta el castigo. Sólo importa que la jaula está rota y que mamá está en la cocina lavando la loza ignorante de lo que trajimos de la feria hace dos días.
Tiene hambre.
Nos advirtieron que sería así. Olvidamos eso y luego fue tarde. Dejamos caer el recipiente con la carne cruda y corrimos a escondernos en nuestro cuarto hasta que la angustia y el remordimiento nos obligó a salir de nuevo. Tenemos que salvar a mamá, debemos llegar hasta la cocina y contarle todo. De seguro, comprenderá. Ella sabrá qué hacer. Le contará a papá. Él sabe manejar la escopeta.
Escuchamos el suave entrechocar de los platos. Mi hermana da un paso hacia la cocina y quiero seguirla pero entonces percibo un susurro cerca de mi oído derecho que me paraliza. Julia se detiene y me mira. Yo no puedo respirar. Ella comprende y su mirada se eleva hacia el techo, detrás de mí. Definitivamente no está en la cocina.
Hemos salvado a mamá.
FIN
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La jaula rota by
Marcela Ponce Trujillo is licensed under a
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