“Sálvelo”.
El hombre lo miró un instante y luego asintió.
“De acuerdo”.
Cuando el forastero abandonó el monasterio, no se molestó en mirar atrás, el arma guardada bajo la chaqueta y la mochila colgando de su hombro. El monje lo vio alejarse con algo de pesar. El hombre se veía más alto y hasta más vigoroso en su caminar. Bien por él. Los milagros a veces suceden de un día para otro. Todo lo que Dios hace tiene un propósito, Proverbios 16, 4ª. Él aún tendría que esperar el suyo.
FIN
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El pan que comemos by
Marcela Ponce Trujillo is licensed under a
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