Título: “Remember me?”
Autor u Autora: Winchester_Mcdowell
Categoría: Supernatural.
Calificación: todo público.
2
I Remember you.
Pero Sam regresa.
Alcanza el límite del segundo pueblo en su retirada y entonces decide volver. Se prometió a sí mismo que no sería como lo sucedido con el Purgatorio. Esta vez no ha cesado de buscar aunque la lógica de los médicos dice que un hombre en coma profundo, vivo sólo por la gracia de una máquina, no puede desaparecer de su cama en el hospital en apenas dos minutos y sobrevivir. Salvo, claro está, que exista de por medio la intervención de un ángel que luego guarda silencio por los cinco años siguientes. En fin, que eso no lo saben los médicos.
Se sienta al fondo del bar, en una de las mesas más discretas, y observa a la feligresía del lugar, la mayor parte de ella vestida con el atuendo típico del cazador de temporada que ha comenzado hace un par de días. Aprende que Carl, Joseph y Myriam son los nombres de quienes secundan a su hermano en el trabajo de servir a la ahora nutrida concurrencia. Observa y se pone al tanto de quienes se conocen y quienes comienzan a conocerse. Los locales son minoría y, aunque se muestran amistosos ante los cazadores que les invaden, la actitud es cauta con ellos. Eso lo incluye a él. Sobretodo a él. No lleva chaqueta leñadora ni botas gruesas para el frío suelo de la helada, ni pantalones de tela camuflada; tampoco la gorra para evitar que las orejas se caigan congeladas y menos aún el cuchillo al cinto que los demás parecen exhibir como si fuese su insignia identificatoria. Y, para rematar, ha pedido una cerveza liviana. Definitivamente es el más extraño de los extraños en el pueblo.
En las paredes, enmarcadas en vidrio, láminas explican la anatomía de un arma de fuego a quien le pueda interesar. Cuelgan también, fijos a la muralla por tornillos bajo la cacha y el gatillo, modelos de colección con su ficha técnica grabada en metal señalando año de creación, autor y periodo de vigencia. Un rifle Winchester es el centro de la informal exposición.
Escucha la risa de su hermano desde la barra, abierta, generosa, sin tapujos frente a una broma de uno de los clientes. Eso es bueno. La última vez que le escuchó reír así fue antes de la Marca de Caín, antes de Gadreel, antes de la intentona por cerrar las puertas del Infierno, y fue a costa suya y de un montón de confetti brillante y pegajoso.
Se sorprende cuando quien pone la cerveza sobre su mesa y se instala en la silla al frente suyo es precisamente Dean.
“Pensé que te habías marchado”
La sonrisa le marca arruguitas alrededor de los ojos que Sam mira con fascinación y detalle. El último recuerdo que tiene de su hermano antes de llegar al pueblo es el de su cuerpo inerte tendido en una cama de hospital, unido a una máquina de la cual los médicos aconsejaron desconectarlo. Sam se negó. Cas no apareció entonces. Supuso que estaba demasiado ocupado haciéndose cargo de sus seguidores en el cielo recién abierto. Sólo se presentó mucho después, de pie en medio de la carretera, camino al pueblo donde alguien había creído reconocer a Dean, para explicarle que ya no existía en la vida de su hermano. Sam no le creyó. Intentó probar su punto. Y perdió. “Te lo advertí”, le había dicho el ángel. Él aún no puede creerle.
“¿Te sientes bien?”
El cantinero le mira con genuino interés, transparente, y él se inventa una sonrisa confiada para responderle.
“Sí, sí. Es sólo cansancio. Alguien me dio una pista sobre mi hermano en los alrededores así es que decidí quedarme un tiempo”, y tan sosegadamente como puede, acerca la jarra de cerveza y bebe un largo trago bajo la atenta mirada de su anfitrión.
“Tu hermano”, dice Dean con calma como si pusiese en orden la información en su cabeza. “Eres un poco testarudo, ¿eh?”
“No sabes cuánto”
“Y un tanto obsesivo”
Sam ríe, divertido.
“¿Es tan evidente?”
Dean se encoge de hombros.
“Puedo leer a la gente. Es un don en este tipo de trabajo”
“Podría apostarlo. ¿Quién es el dueño?” y señala el lugar con un gesto vago que Dean sigue con expresión de orgullo en el rostro.
“Yo. Bonito, ¿verdad?”
Sam se traga la sorpresa.
“Parece que te gustan las armas de fuego”, comenta en cambio.
“Es una buena decoración, viene al caso ¿no crees? Quiero decir, este pueblo vive gracias a la cacería y el turismo y, sí, me gustan las armas de fuego, soy bueno, más que bueno con ellas, soy instructor de tiro, de hecho”.
“¿En serio? ¿das lecciones a los turistas?”
“Sí, algunos cazadores novatos necesitan algunas instrucciones básicas sobre cómo no dispararse en los pies”, ríen al unísono. El sonido es grato, reconfortante. “Y a veces cazo por mi cuenta, no bambis, sólo…” hace un mohín, cuyo significado Sam no alcanza a adivinar, con la mirada extraviada en algún punto de la pared. “…cosas que valgan la pena”.
Sam mira a su hermano perderse en lo profundo de su pensamiento, la camisa cuadrillé sobre la camiseta rojo granate, y de pronto está de nuevo frente al adolescente que puso por primera vez una pistola en sus manos, antes incluso que lo hiciera papá mucho menos gentil y paciente. Sus manos firmes sosteniendo las suyas, abrazando pistola y hermano menor. El primer disparo lo sorprendió, lo lanzó hacia atrás pero entonces allí estaba Dean como su muralla de tope. “Lo has hecho bien, amigo”, le dijo al oído y Sam sintió el orgullo llenando su pecho.
“Quizás debería tomar algunas de esas lecciones”, sugiere y pilla de sorpresa a Dean.
“¿Tú?”, frunce el ceño con extrañeza. “¿Para qué?”
“No lo sé, voy a estar parado aquí por un rato y uno nunca sabe, podría ser útil”
El cantinero sopesa la propuesta, le echa un vistazo a la jarra de cerveza a medio terminar en la mesa y asiente con un lento movimiento de su cabeza.
“Muy bien. ¿Cuándo quieres comenzar?”
“¿Qué tal mañana?”
“¡Vaya! Tienes prisa”
“Soy un hombre práctico. Si vas a hacer algo, hazlo ya”
“Deberías preguntar por mi tarifa primero”
“Estoy seguro que es un precio justo”
Dean levanta una ceja con suspicacia. Sam se siente obligado a explicar.
“Mira, estoy aquí, deprimido, necesito una distracción”.
Eso parece satisfacer a su hermano.
“De acuerdo”, acepta. “Mañana entonces” y se vuelve hacia la figura inmóvil que Sam no ha visto acercarse, detenida a unos pasos de la mesa que comparten. “Hola, Cas”
El ángel los contempla largamente, el semblante serio, la expresión indescifrable. Sam siente la presión de su mirada.
“Buenas noches, Dean”, saluda finalmente el aparecido.
“Ven aquí, deja que te presente: éste es Sam; Sam éste es Cas, my mejor amigo, casi mi hermano”.
Sam se estremece y titubea un instante. Luego, de alguna manera desafiando el escrutinio del ángel, le ofrece la mano.
“Encantado de conocerte”
Castiel tarda un siglo en responder al saludo con un apretón firme, demasiado tal vez, mientras Dean presta su atención a uno y otro con una media sonrisa.
“Yo también”, dice el ángel jugando su parte.
Y enseguida Sam se está poniendo de pie.
“Bueno, debo irme”
“Oh, ¿por qué?”, protesta Dean. “La noche recién comienza”
“Hay algunos correos relacionados con mi búsqueda que debo responder, otros que revisar, así es que…”, busca la billetera en su bolsillo trasero.
“No, no, no”, Dean se pone de pie también. “Yo invito. Digamos que es un obsequio de inscripción”.
Sam sonríe y guarda la billetera.
“Gracias”
Se marcha haciendo el quite a la clientela. Castiel lo persigue con la mirada hasta que se pierde tras la puerta de salida.
“No te agrada”, no es una pregunta. Dean le invita con un gesto a tomar asiento en la silla recién desocupada. Castiel acepta.
“Recién lo conozco. No puedo saber si me agrada”
“Sí, por supuesto”, toma asiento él también, claramente no creyéndole. “Entonces, ¿es una cuestión de piel?”
“No le presté atención a su piel”
Dean suelta la carcajada sin poder evitarlo.
“Eso es lo que me gusta de ti, amigo; contigo no hay cómo no divertirse”.
“¿Qué opinas tú de él?”
“Creo que está un poquito obsesionado conmigo. Perdió a su hermano. Al parecer, me parezco a él. O quizás es sólo que sufre de alguna enfermedad mental o algo así. Aparte de eso, parece un buen tipo”.
“Tal vez debieras pedirle que no regrese”
El cantinero niega, pesaroso.
“No podría hacer eso. Está tan triste. Da pena”.
“De todas maneras, deberías tener cuidado con él”.
“¿Por qué? ¿Sabes algo que yo no?”
“Sólo decía”, Castiel se desentiende, busca con la mirada la puerta del fondo del bar. “Necesito orinar”.
Dean levanta los brazos y los deja caer de nuevo sobre la mesa como si pidiese al cielo un poco de paciencia.
“¿Es necesario que lo anuncies cada vez? ¡Sólo ve allá, hombre!”
Hace frío afuera, la respiración sale por su boca y su nariz convertida en blancas nubes de vapor. Busca el camino a pie hacia la residencial donde ha encontrado una habitación. Los hostales están llenos. Es un pueblo en expansión, según le ha contado la dueña de la casa. Antes de alcanzar la esquina, Cas aparece frente a él robándole el aliento. Es un poco extraño verlo sin el impermeable, vestido casi a la exacta imagen de Dean.
“Te dije que te marcharas”, y su voz es tan seria como su expresión en el bar.
“¿Era una orden?”
“Una sugerencia”
Sam suspira, cansado.
“Esto no es correcto, Cas”.
“¿Quién lo dice?”
“Íbamos a arreglar las cosas”.
“Dean no parecía al tanto de eso”
“De acuerdo, YO iba a tratar de arreglar las cosas”
“¿De verdad? ¿Cómo?”
“Cas, sólo dame una oportunidad. Puedo hacer que él desee recordarme otra vez”
El ángel desvía la mirada, dudoso, molesto.
“¿Cuál es el punto, Sam? Tú comenzaste esto. ¿Quieres ser su hermano ahora? ¿Tú?”
“Dean malentendió mis palabras, yo no quise decir… Yo… Yo estaba…”
“Ya lo sé, estabas enojado con él”
“¡No era sólo eso! ¡Estaba cansado de la vida que llevábamos! ¡Cansado de no tener opciones! ¡Cansado de Dean tomando decisiones por ambos! ¡Por MÍ!… Yo… Yo no sé”, se rinde, los brazos abiertos en señal de indefensión. “Quizás, sólo estaba un poco distorsionado, no estaba pensando bien. No lo sé”.
“El asunto es, Sam, que no siempre se trata de ti. Él te necesitaba y si no hubieras cerrado la puerta entre ambos, te habrías dado cuenta de lo que la Marca de Caín estaba produciendo en él”, baja la mirada y niega, apenado. “No, lo lamento. Yo, más que nadie, desearía verlos a ustedes dos juntos y reconciliados. Pero no, Dean necesita reconstruir su vida y no puede hacerlo contigo a su lado. Al menos, no por ahora”.
“¿Y entonces qué?”, espeta Sam sintiendo la frustración hacer presa en él. “¿Vas a borrar mi memoria también?”
“Sabes que no puedo hacerlo sin tu permiso”
Mira al ángel y la rabia crece porque nadie, ni ángeles ni demonios, ni siquiera un vampiro redimido deberían tener el poder de interponerse entre su hermano y él.
“¿Quieres advertirle respecto a mí, entonces?” y su voz rezuma más veneno de lo que hubiese deseado. “Muy bien, adelante, háblale sobre quién soy yo. Sobre quién eres tú”.
Cas no se enfada como hubiera esperado. A cambio, su semblante se torna más desolado aún.
“¿Cuál es el punto, Sam?”, repite.
“El punto es que mañana estaré con mi hermano, voy a convertirme en su mejor amigo, le haré saber cuánto me importa, voy a recobrarlo”.
Y sin más, acelera el paso en procura de la residencial. Pero se detiene en seco unos pasos adelante. La noche helada parece enfriar su ánimo. Por un momento comprende la preocupación del ángel. Por un segundo puede ver realmente a su hermano. Se gira a medias para comprobar que Castiel sigue allí. Así es.
“Tendré cuidado”, dice, calmado, su voz apenas audible. “Lo prometo”.
El ángel no se molesta en voltear a verlo para responder.
“No sé si eso sea suficiente”.
Y al segundo siguiente, la calle está vacía.
Sam retoma el camino a la residencial y se encierra en su cuarto esperando que sí lo sea.
continuará…