Fandom: Original
Rating: General
Prompt: #009
Tabla de imágenesPalabras: 897
Notas: Está escrito desde hace meses pero lo tenía abandonado en el pc. Resulta que no es tan malo como me pareció al escribirlo.
El marido
Las polaroid son un recuerdo de su antigua vida, imágenes en color que guardan testimonio del auge y la caída de su relación. De esas copas de champán que tomaban al principio, enamorados y felices, cuando ella se ponía camisetas de tirantes y el sol dejaba marcas en su piel, cuando la abrazaba por la espalda y reían juntos, la maleza del campo haciéndoles cosquillas en las piernas.
Fotos que le hacía entre el maíz, nunca acabaron de convertirse en unos buenos campesinos, pero era divertido intentarlo. Imágenes robadas cuando ella no estaba mirando, porque era cuando de verdad podía entender todo eso. Cómo no supo darse cuenta antes, a pesar de que algo latía bajo la superficie, exigencias y palabras amargas, su carácter era demasiado voluble.
Quizás quiso que sucediera, pidiendo cada vez más y más, llorando por las noches sintiéndose incomprendida, a pesar de que la vieja casa, el campo, habían sido decisiones suyas. Para no compartirlo con nadie, escapar de los ruidos y el estrés de la ciudad, huir lejos y compartir la vida el uno con el otro, y la vieja cámara de fotos. Un clic, rueda la máquina, y sale la imagen, siempre borrosa al principio, un pegote de tinta, sombras que parecen fantasmas.
Oyendo cada anochecer el canto de los grillos, el sonido de las cigarras, y no sabe qué o cuando sucede, pero ambos cambian.
Ya no beben champán, ni celebran cualquier tontería para tener una excusa y besarse. Ni siquiera ve las marcas que deja el sol porque son demasiado difíciles de ver entre todas las demás. Morado, blanco y lila, los colores suelen cambiar a medida que pasan las semanas, igual que ellos. Le gusta más así, se acabaron los gritos y las exigencias, es de nuevo la mujer con la que se casó. La que le prometió amarle y cuidarle hasta que la muerte los separara.
Se pregunta cuánto tardará en llegar. Una de las polaroid marca la debacle, no sabe por qué la sostiene en la mano o saca la fotografía, pero luego la mirará una y otra vez por la noche, sonriendo. Casi como en los viejos tiempos, ha sentido esa excitación, ese deseo de tenerlo todo, y la acuna entre sus brazos, consolándola, acariciando su pelo hasta que se queda dormida. Trazando el moratón con la yema de los dedos, le parece increíble lo que es capaz de hacer con las manos. Oírla gritar, caer contra la cómoda que tienen en frente de la cama, sentirse como el que controla la situación. Es quien está al mando.
Ella
Las polaroid marcaron el inicio y el final de mi pesadilla. Las copas de champán sabían a triunfo y amor cuando éramos dos jóvenes enamorados que sólo podían pasar el tiempo el uno con el otro, porque todo lo demás no importaba. Ni siquiera mi vida, mi familia o mis amigos eran ya importantes, porque le tenía a él, hablándome de todas las cosas que haríamos juntos, de los lugares que visitaríamos, reconstruyendo la vieja granja que nos enamoró en nuestra luna de miel.
Qué mejor que pasear entre los matorrales dejando que el sol me tostara la piel, morena y llena de pecas menos donde la ropa había estado cubriéndome. Riendo cuando al caer la noche me besaba y nos dormíamos abrazados, planeando el resto de nuestro tiempo juntos.
Fotos robadas entre los cultivos, pronto aprendí a odiar esa cámara porque ya no era testigo de nada más que de nosotros. Sin nadie alrededor era fácil sentirse solo, aislado y dependiente. No quería sentirme así nunca más, pero él no me entendía, pensaba que eran cosas de mujeres, que había cambiado y no le gustaba la nueva yo.
Yo tampoco me gustaba, pero algo en mí seguía luchando, aunque en aquella imagen sólo se reflejara mi rendición. El golpe me atontó y me cegó en pocos segundos, lanzándome contra la cómoda, haciéndome gritar de dolor y de aturdimiento. Había oído hablar de estas cosas, pensaba que nunca le pasaría a nadie que yo conociera, porque no iba a permitirlo.
Me acuna antes de acostarme, y consigue que lo haga con una sonrisa en los labios. No se ha disculpado pero parece distinto, calmado y controlando la situación, susurrando que no debo preocuparme, él se encargará de todo. Le creo, y de alguna manera el golpe ya no duele tanto.
El refugio (años después)
Sube las viejas escaleras hasta el desván, acariciando el pasamanos, pensando dónde habrán ido a parar esas viejas fotografías o qué historia contaban. La anciana que vivía en la granja nunca se lo quiso explicar, pasándolas una a una como si fueran cartas, murmurando sobre su antigua vida y el hombre que una vez cayó por esas mismas escaleras, abriéndose la cabeza en el último escalón. Cree que la ve sonreír cuando lo explica, melancólica, quizás eche de menos a esa mujer que fue una vez, que se dejó controlar tanto tiempo que le costó volver a ser ella misma. O a lo mejor está reflejándose en la anciana porque todo es demasiado reciente, y los gritos y los golpes de su marido siguen escuchándose en su cabeza.
Sólo sabe que le gusta la granja, y que de momento se conforma con escuchar a los grillos y las cigarras, cuando se acuesta en su propia cama por las noches. Sola.