Fandom: Fullmetal Alchemist.
Pareja: Edward/Winry.
Tabla:
Vicios.
Prompt: #3 Vergüenza.
Palabras: 1183.
Advertencias: para situaros un poco, esto sería cuando Ed y Winry tienen tres años, y por ende, es poco antes de que Hohenheim se marchase de casa. Si alguien ve un error, que me avise, porque quería cuadrarlo todo; pero busqué la línea temporal y la fecha no está clara *se marea*.
―Vamos cariño, tienes que dárselo ―le alentó Trisha, dándole leves golpecitos en la espalda―. Papá opina lo mismo, ¿a que sí?
Hohenheim, que parecía no haber seguido la conversación, asintió y revolvió la melena de su hijo mayor.
―Claro que sí, Ed ―dijo, y luego se acercó al oído de Trisha para preguntarle exactamente qué pasaba.
Mientras tanto, Edward Elric se frotaba las manos desesperado. Apretaba contra su pecho un pequeño paquete, envuelto en papel de color azulado con dibujos de espirales. Era un regalo, uno que él mismo había hecho (con la ayuda de papá y mamá) y que pretendía dárselo a una niña. Pero no a una niña cualquiera, sino a ella.
Sin embargo, cuando cruzaron la puerta del hogar de los Rockbell toda su determinación se fue a pique. A su alrededor volaban globos de todos los colores posibles, niñas y niños correteaban de aquí para allá, el suelo estaba cubierto por papel de regalo rasgado y en el aire flotaba el aroma del zumo de naranja y los dulces caseros que preparaba la abuela Pinako. Aquello era una fiesta de cumpleaños, y era la primera vez en su vida que Edward Elric tenía que hacer frente a una de esa magnitud.
Por lo general, los cumpleaños de Edward y Winry se habían celebrado con sus respectivos padres y la abuela, quizás algún invitado esporádico. En cambio, ese día, la casa de los Rockbell rebosaba gente por todos lados. Ese año tanto Ed como Winry habían comenzado la escuela, y el mayor de los hermanos Elric sospechó que eso tenía mucho que ver con la afluencia de niños en la celebración. Torció los labios, su ceño arrugado. No le caían mal el resto de sus compañeros, pero no podía evitar pensar que todo hubiera sido más fácil si hubieran estado solos como siempre. Además, Winry hablaba con otros niños durante mucho tiempo y eso a Edward no le hacía demasiada gracia.
Se aproximó con parsimonia hacia el centro de la salita. Allí se encontraba la gran mesa, repleta de bandejas con bocadillos y aperitivos para los invitados. En el techo brillaban algunas guirnaldas y una enorme pancarta que decía “¡Feliz cumpleaños, Winry!” y que habían pintado los tíos Urey y Sarah la noche anterior, con la ayuda de los Elric (la marca de las manitas de Edward y Alphonse eran testigo). Al fondo, colocadas en una montaña contra la pared, descansaban apiladas las cajas de regalos que Winry había desempaquetado. Edward contempló con pavor la magnitud de éstas y luego bajó los ojos a su propio regalo, no más grande que la palma de su mano. Entonces corrió de nuevo hacia donde estaban mamá y papá y, con gesto apurado, murmuró:
―Mamá, ¡todos le han traído regalos más grandes! Seguro que el mío no le gusta ―gimió, con apuro y ojitos llorosos.
Sin embargo, Trisha parecía bastante tranquila.
―No te preocupes, Ed. Seguro que éste es su favorito porque se lo has dado tú ―respondió con voz melosa.
―Tu madre tiene razón, Edward ―intervino Hohenheim, aunque parecía bastante agitado por estar rodeado de tanta gente. Y volvió a revolver el cabello de su hijo. Trisha ahogó la risa por lo bajo, y Edward miró con desaprobación su peinado deshecho en el espejo de pie que había cerca de la entrada.
―Lo siento hijo ―respondió atribulado su padre, tratando de solucionar aquel problema capilar.
Una vez su melena rubia estuvo en su lugar y se sintió con ánimos de hacer frente a aquella situación, a pesar de la vergüenza que sentía (síntoma de ello eran sus mejillas sonrojadas), Edward se encaminó de nuevo al centro de la salita. Entre la barahúnda de gente, divisó la figura pequeña y rubia de su amiga y con un par de zancadas se colocó a su espalda. Winry no advirtió su presencia, pues estaba ocupada en una acalorada discusión con otros amigos del colegio. Edward reconoció a Ewan y Tim; y si le quedaba algo de confianza, ésta se marchó por donde vino: Ewan era el guaperas de primer curso, y todas las niñas bebían los vientos por él.
Aún así, trató de hacerse notar y carraspeó. Nada.
Volvió a aclarar su garganta, un poco más exagerado; pero Winry movía los brazos enérgica, mientras los otros niños la escuchaban embelesados.
―¡FEA! ―gritó en su oído, viendo que no había forma de atraer la atención de la niña.
Winry supo entonces quién era y nada más dar media vuelta lo agarró por la pechera de la camiseta (era unos centímetros más alta que él).
―¡No me grites enano! ―bramó, zarandeándolo para luego soltarlo; pero enseguida su expresión cambió y pasó a una de algo parecido a la preocupación―. ¡Ya creía que no habías venido! ―musitó.
Edward frunció más el ceño e hizo un mohín, como siempre hacía cuando sentía más vergüenza y sonrojo del necesario. Ante la mirada fastidiada de Ewan y Tim, que habían perdido la atención de Winry, Edward no vaciló ni dos segundos y plantó delante de la chica el diminuto paquete que guardaba su presente.
―Tu regalo.
Winry pestañeó repetidas veces y lo miró asombrada. Ed tragó saliva. “¡Seguro que es porque es pequeño!” pensó, angustiado. La niña comenzó a romper el envoltorio, con cuidado de no rasgar demasiado el bonito papel. Dentro, algo brilló y Winry lo contempló con ojos muy abiertos: era un collar hecho a mano con hilo y caparazones de caracoles pequeños pintados de un color dorado que brillaba al contacto con la luz.
Los labios de Winry se curvaron poco a poco en una sonrisa amplia.
―¿Lo has hecho tú, Ed? ―preguntó, sosteniendo el collar entre sus manos como un tesoro.
Las mejillas de Edward competían con el rojo de los globos.
―Eh, sí, con ayuda pero…
Antes de que pudiera acabar, Winry le plantó un beso en los labios y lo abrazó.
―¡Gracias! ―exclamó, llena de júbilo. Cabe decir que Edward había superado cualquier gama de tonos rojos que se conozca.
Cuando se percató de lo que la niña había hecho, sus ojos se abrieron de par en par, asustados y la echó hacia atrás.
―¡PUAJ! ¿Qué haces tonta? ―espetó, limpiándose la boca con ansia e igual de abochornado.
Ella le sacó la lengua y se agachó un poco.
―Te he dado un beso.
―¿Por qué? ―inquirió él con recelo, frotando su boca todavía.
―¡Porque te quiero mucho, estúpido!
Y la niña se marchó corriendo a enseñarle al tío Urey y la tía Sarah el regalo tan bonito que Edward le había hecho.
Ignoró las miradas enfurecidas de Ewan y Tim, y sintió su cara por completo arder. Winry tenía la habilidad de hacerle pasar más vergüenza que el resto de la humanidad, pero no podía negar que en aquel momento sentía su pecho henchido de felicidad. Caminó con una sonrisita pintada en los labios hasta donde estaban mamá y papá. Trisha comprendió al instante y felicitó de inmediato a su hijo mayor, mientras que a su lado Hohenheim sujetaba un tanto abrumado a un Alphonse que coreaba con gruñiditos la tierna escena.
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