Fandom: Fullmetal Alchemist.
Pareja: Edward/Winry.
Tabla:
Vicios.
Prompt: #6 Necesidad.
Palabras: 1296.
Advertencias: escena perdida del capítulo 84. Spoilers.
Escuchaba el constante martilleo procedente del sótano de la casa. Winry debía estar trabajando, como de costumbre, hasta altas horas de la noche. Se acercó hasta las escaleras, dubitativo. No sabía qué decir cuando se topase con su amiga enfadada -y armada con herramientas peligrosas-; pero estaba decidido a tratar de arreglar ese asunto. La discusión que habían tenido durante la puesta a punto de su automail le había dejado mal sabor de boca; y no había sido una de las típicas disputas que mantenía con ella. Eso era lo que más le mosqueaba a Edward, que algo había cambiado.
Gruñendo para sí, Edward bajó uno por uno los escalones que llevaban hasta el sótano. Estaba bastante oscuro, a excepción de la única luz que venía de una bombilla destartalada sobre la mesa de trabajo. Adivinó en la penumbra la figura de Winry, enfrascada en un pesado automail que desmontaba con precisión. Ed se quedó allí quieto, apoyado en mitad de la barandilla; esperaba el momento en el que ella, por fortuna, alzase el rostro y le viese, para así evitarse el bochorno de llamarla. Sin embargo, Winry se encontraba absorta en su trabajo y Edward supuso que tendría que esperar toda la noche de plantón allí si de Winry dependía.
―Winry ―chistó, en voz casi inaudible.
No hubo respuesta. La chica no se movió un ápice; sus pupilas estaban ahora clavadas en un libro abierto junto a ella, con detallados bocetos de un modelo de implante. Edward se aclaró la garganta y volvió a intentarlo.
―Eh, Winry ―dijo, más alto. Al fin, los ojos azules de Winry abandonaron su pequeño mundo de mecánica y advirtieron la presencia del alquimista.
El ceño fruncido y los labios apretados le dejaron ver que todavía seguía mosqueada, y dolida. Después de todo, no le había dirigido la palabra en toda la cena.
Edward se puso de repente muy rígido, y un sudor frío le recorrió la espalda. Ladeó la cabeza, evitando la mirada de Winry.
―¿Te he interrumpido? ―fue lo primero que le vino a la boca. No era la frase más acertada cuando, evidentemente, la había interrumpido.
―Pues sí. ―Estaba muy molesta; porque Winry sólo usaba ese tono gélido cuando se sentía herida de verdad.
Estuvo a punto de irse con un simple “Perdona, te dejo tranquila”; pero entonces no habría arreglado nada. Mañana tendría que marcharse, y no sería un viaje con fecha de regreso clara. Simplemente, no podía irse de esa forma. Le costaba horrores, pero tenía que hacer frente a esa situación incómoda de una vez por todas.
―Quería hablar. ―Lo dejó caer de golpe, como un cubo de agua fría.
Winry suavizó la expresión severa de su rostro y miró con cierta sorpresa a Edward.
―Adelante.
Dejó el brazo de metal, cerró el libro y se limpió las manos en el delantal, lleno de grasa y aceite de refinar. Edward para entonces terminó de cruzar el tramo de escaleras y se plantó frente a ella. Winry, apoyada sobre la mesa de trabajo y de brazos cruzados, le instó a empezar con un movimiento de cabeza. Ed tragó saliva y el sudor frío ya le empapaba la camiseta.
―Quería… pedirte perdón, por lo de esta tarde ―las palabras se le atoraban en la garganta, y hacerlas salir resultaba casi doloroso. Agachó la cabeza, huyendo del azoramiento que suponía encarar a Winry mientras hablaba―. Creo que te he contestado mal y no te lo merecías. No debería haberme ido así. Lo siento.
Aún cabizbajo, levantó un poco la vista para comprobar qué cara tenía Winry en esos momentos. Para su alivio, una pequeña sonrisa se iba formando en sus labios y ceño fruncido desapareció.
―Gracias, Ed ―dijo, y el alquimista suspiró casi de alivio cuando no escuchó el tono duro y metálico de la voz de Winry enfadada. Había sido más fácil. Demasiado―. Espero que hayas entendido mi postura.
Edward se llevó una mano a las sienes y comenzó a masajearlas. Abrió la boca antes de darse cuenta de que había vuelto a meter la pata hasta el fondo.
―Yo no he dicho eso ―bufó. Winry arqueó una ceja―. Sigo pensando… que estaríais más seguras fuera. Si os quedáis aquí…
―¡Cállate! ―gritó ella.
El estómago le dio un vuelco, los párpados le pesaban. Bajó la vista, huyendo de Winry. Estaba furiosa; podía imaginar su gesto airado y los ojos cristalinos. Pero ella se adelantó un par de pasos y se colocó justo delante de él. Menos de un metro de espacio les separaba, y su mano fue hasta su barbilla y le obligó a mirarla directamente.
―Yo creo en ti, Ed, estúpido friki de la alquimia; y en Al. Creo en vosotros dos y sé, estoy segura, de que no tendremos que ir a ningún sitio porque vosotros vais a conseguir terminar con esos, y recuperar vuestros cuerpos. Sé que podéis hacerlo ―los dedos de Winry le apretaban la mandíbula, y la diferencia de estaturas que existía entre ambos ahora le proporcionaba una vista completa de su mirada. Ed se mordió el labio―. Ya es hora de que tú te des cuenta también.
Le soltó con brusquedad y se giró hacia la mesa de nuevo. Sin embargo, no retomó el trabajo sobre el automail; tan sólo se quedó allí, de pie, apoyando las manos sobre la tabla de madera. La oyó hipar; seguramente intentaba controlar el llanto.
Edward se pasó una mano por el pelo. ¿Cómo lo hacía para acabar siempre así? Había ido allí para arreglar el problema con ella; no para empeorarlo. Y aún así, el joven pudo asegurar que tenía un don innato para echar sal en las heridas ajenas, o al menos en las de Winry. Lo peor, es que no podía rebatirle nada.
Con miedo, se acercó un poco hacia ella.
―Winry, yo no… ―titubeó―. No llores, por favor. Entiendo lo que dices, y te lo agradezco, pero ―dudó un segundo, inseguro― tengo miedo.
La cabeza de Winry se volvió hacia él. Se acomodó algunos mechones tras la oreja y le observó, expectante. Sus ojos estaban limpios, sin lágrimas; aunque cansados.
―Si no lo consiguiésemos… sólo de pensarlo, me entra pánico. Por eso te he pedido que os marchaseis, tú, la abuela y Den.
Hubo un momento de silencio. Winry no parecía estar segura sobre qué decir; la mano le temblaba ligeramente. Edward suspiró, y una media sonrisa se dibujó en sus labios.
―Pero creo que si yo hubiera estado en tu lugar, habría dicho lo mismo.
Winry le devolvió la sonrisa; se frotó los ojos. Un breve silencio, de nuevo.
―¿Puedo darte un abrazo, Ed?
El corazón del alquimista se paró, de repente. Azorado, comenzó a balbucear algo de forma incomprensible y retrocedió dos pasos. Pero Winry, aún sonriendo, fue más rápida y se abalanzó sobre él. Pasó sus brazos alrededor se su torso y hundió la cabeza en el hombro del alquimista.
―¿Q-q-q-ué estás haciendo, Winry? ―bramó, con voz extrañamente aguda.
―Abrazarte.
―¿Así, de repente? ―dijo, confundido.
―Lo necesitaba. ―La notó temblar un poco. Podía hasta notar la respiración de ella sobre su cuello, y un espasmo le recorrió la espalda.
Atribulado, y sin saber qué hacer con exactitud, llegó a la conclusión de que quedarse parado no era lo mejor. Sus brazos, temblorosos, la rodearon y, de forma inconsciente, la atrajo más hacia sí.
Mientras repasaba mentalmente la tabla periódica, Edward sintió que poco a poco el ánimo volvía a su cuerpo conforme las palabras de Winry se repetían en sus pensamientos una y otra vez. Seguía teniendo miedo; pero se dijo a sí mismo que Winry, para según qué cosas, había sido mucho más avispada que él. ¿Por qué iba a fallar esta vez? Volverían a casa, sanos y salvos. Claro que lo conseguirían.
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