Fandom: Fullmetal Alchemist.
Pareja: Edward/Winry.
Tabla:
Vicios.
Prompt: #13 Hablar.
Palabras: 1089.
Advertencias: este fic entra en la clasificación de “vamos-a-mofarnos-de-Ed-porque-es-bajito” thing. Post-manga sin spoilers.
Una vez al mes por lo general la modesta casita que Edward había adquirido cerca del pueblo rebosaba gente y griterío por todos lados. El apacible lugar, pensado para noches llenas de calma y sosiego con el único sonido de los grillos de fondo, se transformaba en una taberna con clientes un tanto alcoholizados y, por ende, más parlanchines y ruidosos que de costumbre. La bebida y la comida pasaban frente a sus ojos en ingentes cantidades, alguien colocaba un vinilo en el gramófono y una música suave acoplaba los sonidos típicos del campo.
Edward, a pesar de quejarse lo indecible sobre sus invitados, siempre disfrutaba aquellas reuniones. A veces veía caras que echaba de menos, como la de la alférez María Ross y el sargento Brosh; otras reía a pierna suelta con alguna historia de Breda y Havoc; contemplaba a Fuery entusiasmado con Den, que parecía haberle cogido cariño; o conversaba con la ahora coronel Hawkeye. La pega es que siempre, siempre, tenía que soportar las burlas y los comentarios jocosos de cierto ex coronel con aires de grandeza. Pero incluso se alegraba de ver a Roy en aquellas celebraciones.
Esa noche no parecía haber nada extraño en el ambiente que no se hubiera repetido en otras ocasiones: Roy y su equipo de subalternos apostaban por ver quién lograba beber más litros de cerveza, con decenas de botellines de Stray Dog esparcidos a su alrededor y un Alphonse que había sido obligado a hacer el paripé de árbitro. Pinako conversaba con Izumi y Sig, apartados en una esquina de la habitación, lejos del bullicio que formaban los militares. Al otro lado, sentadas en el tresillo y el sillón estaban el grupo de mujeres con vasitos de licor repartidos por la mesa de café. Rose, que había ido de visita por unos días, y María ya tenían las mejillas coloradas; mientras que Winry no paraba de reir junto a Paninya, bajo la mirada contempladora de una sobra Riza (que también había bebido, pero parecía ser más resistente al alcohol).
Distraído y apoyado sobre las patas traseras de su silla, Edward captó retazos de la animada charla que mantenían las chicas.
-Y, entonces, se me ocurrió enseñarle la culebrina y usarla ¡y el tipo salió espantado! -explicaba, con voz gangosa y risueña, Paninya.
-Calla, calla, ¿pero viste la cara de la mujer? “¡No dejaré que mi marido se ponga una de esas cosas!” -Winry imitó a susodicho personaje poniendo la voz en falsete-. El señor Garfiel estuvo rabioso todo el día porque perdimos un cliente -terminó, casi doblándose de la risa.
La conversación parecía ir sobre anécdotas, pensó Edward. Dedicó su atención de nuevo al grupo de militares, ya demasiado borrachos como para empinar siquiera la botella. Roy, con la camisa medio desabrochada, se retorcía de risa tirado sobre la mesa mientras Havoc y Breda se disputaban el premio (al que se agarrase la peor cogorza, pensó Edward), y dos desvalidos Falman y Fuery permanecían en el suelo con los ojos dándoles vueltas. Hasta Alphonse parecía haberse contagiado un poco y se tambaleaba sobre su taburete.
Pasados unos minutos, Edward devolvió su atención al grupo de mujeres. Ahora, sin embargo, ya no reían de forma tan escandalosa; sino más bien cuchicheaban y dejaban escapar una risilla entre dientes, cómplice. Ed aguzó el oído e inclinó un poco más la silla hacia atrás, con tal de poder entender qué decían (a pesar de los berridos de Havoc y Breda y las carcajadas del coronel).
-¿Sabéis? A mí lo que me gusta es un hombre recién salido de la ducha, empapado…
-O con los pantalones caídos, cuando se marca la pelvis…
-¿Y qué me dices de embadurnados? -apuntó Paninya, y las otras sopesaron la idea.
-La nata es lo más clásico -dijo María.
-Y el chocolate -apostilló Rose-. Pero para que un hombre se vea bien así tiene que tener buen cuerpo, ¿no creéis?
-Cierto. Debería ser alguien que esté en buena forma, o si no parecería una bola de helado con todas las de ley -la carcajada fue general.
-Oye Riza, dinos, ¿cómo le quedaría al coronel Mustang una capa de chocolate y nata?
-Aparte de ridículo -comenzó a decir la mujer-… sería un buen postre -añadió, esbozando una sonrisa.
Edward sintió que el estómago se le revolvía sólo de pensar en Mustang embadurnado en chocolate. Atónito y curioso a la vez, siguió escuchando la conversación.
-El coronel Mustang y el alférez Havoc podrían ser platos principales.
-¡Y Alphonse! Todos tienen cuerpazos -resumió Paninya.
Entonces Rose pareció haber recordado algo y clavó su mirada en Winry.
-Winry, ¿a ti no te gustaría ver a Edward embadurnado de chocolate? Él también tiene buen cuerpo -preguntó, con una sonrisita.
Ésta pareció caer en la cuenta y se llevó un dedo al labio inferior, meditando sobre la idea. Edward tragó saliva. No es como si le importasen esas tonterías de mujeres… pero, en fin, era Winry. Habían hecho cosas más, er, censurables, que echarse chocolate o nata por encima. Aún así, se sintió expectante a la respuesta de la chica.
Winry pareció llegar a una resolución y arrugó el ceño.
-Pero con lo pequeño que es no llegaría para un postre. Se quedaría en un aperitivo como mucho.
¡PLOF!
Las cabezas de las chicas se giraron todas de golpe nada más oír el ruido de la silla caer de bruces contra el suelo. A lo lejos, Pinako, Izumi y Sig voltearon la vista también. Todo para encontrarse a un Ed estampado contra el suelo y la silla volcada a su lado. Tras recuperarse de la caída, y con el dolor pertinente en la frente (que pronosticaba un buen chichón), los ojos dorados de Edward atravesaron a Winry con una mezcla de frustración, odio y ofensa.
-¿A QUIÉN ESTÁS LLAMANDO TAN PEQUEÑO QUE NO LLEGA NI A POSTRE? -todo el alcohol que había bebido parecía estar haciéndole efecto en su repentino ataque de ira-. ¡TE VAS A ENTERAR!
Y sin ton ni son, ni parándose a pensar dos segundos en lo que hacía (demasiado obcecado en hacer que Winry se arrepintiese de lo que acababa de decir), Edward voló hacia la cocina, sacó del frigorífico una tarrina de helado y tomó con brusquedad a Winry del brazo para arrastrarla hasta el piso de arriba. Todo bajo la atenta mirada de las chicas, el matrimonio Curtis, la abuela de la pobre criatura secuestrada y el grupito alcoholizado. Alphonse se llevó una mano al rostro, resignado.
Su hermano nunca cambiaría.
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