Fandom: Fullmetal Alchemist.
Pareja: Edward/Winry.
Tabla:
Vicios.
Prompt: #23 Soñar.
Palabras: 786.
Advertencias: spoilers capítulo 84.
El camino hacia Kanama serpenteaba entre los bosques, oscuros y lúgubres por las noches. Tuvieron suerte de no encontrarse demasiado lejos; probablemente en un día más llegasen a la aldea de la que Winry les había hablado, y allí encontraría a Hohenheim. A ése, sí. El relente caía y congelaba sus huesos, a pesar del abrigo y de la hoguera que Heinkel y Darius habían encendido en un pequeño claro entre los árboles. Edward miró por enésima vez hacia arriba, donde la luna irradiaba una luz pálida y enfermiza. Se desperezó, y notó el dolor latente de las articulaciones y el cuello, que pedían algo de reposo en una cama bien mullida y confortable.
A su alrededor, las dos quimeras dormían. Darius, como ya uno podía imaginarse por su aspecto grandote, roncaba con fuerza, y sus ronquidos resonaban en el silencio sepulcral del bosque. Heinkel, en cambio, parecía tener un sueño más plácido. De Greed, o Ling, o como quiera que fuese a llamarlo, no había ni rastro.
Tampoco le importaba a Ed, pues durante las horas de viaje que habían pasado, andando en silencio, había tenido tiempo para pensar. Reconocía que lo suyo no era meditar ni reflexionar demasiado acerca de nada, pero a veces la situación lo conducía de forma irrevocable a su mente, a cuestionarse ciertas cosas. Y ahora en su pensamiento permanecía congelada la última imagen que había visto de Winry, mientras ellos partían.
Le había sonreído. Algo positivo después de la discusión. Aún recordaba las palabras de Winry; y las suyas propias. Entendía su posición, pero una sensación de miedo le invadía. Winry no se marcharía de Amestris, eso lo tenía más que claro. Permanecería escondida en su casa, lejos del alcance de King Bradley y los homúnculos.
Pero…
Siempre había un pero cada vez que Edward trataba de convencerse de que Winry hacía bien, que estaría sana y salva en Resembool.
¿Y si la encontraban? No lo había hecho públicamente, y aún así era casi un hecho que cada vez se distanciaba más del rol de Alquimista Nacional que a Bradley le convenía. Iban a por los homúnculos, por eso estaban pasando frío como idiotas en medio de la noche: para acabar de una jodida vez con todo, empezando por el dichoso Día Prometido.
―¿Sueñas despierto? ―la voz estentórea de Greed traspasó unos árboles y, segundos después, el contorno de su figura se dibujó entre las sombras―. Y diría que es un mal sueño por tu cara de cordero degollado.
Edward ni se inmutó, y mucho menos respondió. Lanzó una mirada despectiva hacia su “jefe” y volvió sus ojos hacia las últimas brasas, que agonizaban entre las cenizas por resurgir.
Greed rió (no como ríe la gente normal, sino de aquella forma casi espectral, profunda y grave). Edward aborrecía esos aires de superioridad; pero se sorprendió a sí mismo al comprobar que su temple se había relajado, y aunque seguía saltando a la mínima, era capaz de contenerse.
―¿Dónde estabas?
―Donde no te importa.
Ninguno volvió a decir una sola palabra. Greed se acomodó al lado de las brasas, con los brazos y la espalda apoyados sobre un tronco enorme que Darius había traído.
―Necesito distracción, y no hay ninguna mujer cerca, así que quita esa cara de amargado y dime qué pasó en la habitación.
―¿Eh? ¿En… en qué habitación? ―titubeó Edward, que de repente ya no parecía sentir tanto frío, no cuando las mejillas comenzaron a arderle.
Greed volvió a soltar a carcajada y le dirigió una mirada socarrona.
―Descuida, acabaré enterándome. Sólo era mera curiosidad ―volvió a mirar a Edward, divertido y burlón―. Esa chica te pedía esto y aquello, exigente, encantadora. Lo que me pregunto es qué quieres tú.
Edward enarcó ambas cejas, sin comprender demasiado lo que Greed decía.
―¿A qué te refieres? ¿Lo que quiero de qué?
Greed, distraído, se encogió de hombros. Agarró una piedra clara del suelo y la miró a contraluz, como si aquello fuese lo más interesante que jamás se hubiera visto.
―Quieres volver a casita, que te espere tu preciosa chica y todo esto de los días prometidos te importa, cómo decirlo, una mierda. Qué enternecedor, sí. Un sueño infantil tan precioso que me remueve las entrañas.
Le habría cerrado la boca con una patada, pero sabía que esos trucos con Greed podrían volverse en su contra y ser él el que acabase con un puño en la cara.
―Piérdete.
Aunque tenía razón. Y si bien se había reído de su hermano por aquel deseo aniñado, Edward soñaba cada noche en la intemperie con regresar a casa, ver a Winry con una sonrisa junto a Den y una tarta de manzana recién hecha entre las manos.
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