James Potter tiene una determinación.
(Y la va a cumplir. Al carajo, como que se llama Sirius, que la va a cumplir.)
James se menea inquieto en el sillón, se levanta y comienza a pasear por el mismo pedazo de moqueta, arriba y abajo. Una y otra vez.
(Uno dos tres, se para un segundo y da la vuelta. Y uno y dos y tres y se para otra vez.)
Algo extraño en la última vuelta, un gimoteo, hace que Sirius levante la cabeza y le mire, empotrado en la butaca roja con los brazos plegados sobre el abdomen y las manos palma contra palma, juntas, barbilla apuntocada en las puntas de los dedos. Tiene el pelo hecho una maraña y lleva unas enormes botas de motero, que reposan sobre la otomana forrada en terciopelo granate. Y tiene una cara de perro...
(Que no se le aguanta.)
-Canuto, va a decirme que no.
-Pero ya te lo ha dicho más veces -le recuerda sombríamente, y aparta con sumo cuidado los ojos de Remus para mirar a James.
Se levanta, pisando con sus enormes botas, le pone las manazas en las mejillas.
-James Cornamenta Potter. Vas a ir a la pelirrojucha de Evans y a darle cinco segundos para que te de calabazas. ¡Ahora!
James le mira y traga en grueso.
(Sirius le besa. No escuchan el gruñido de la Dama Gorda girando sobre sus goznes ni la risilla de Lily.)
-Así que ahora te has vuelto gay, Potter.
James se separa de Sirius (¡quita, joder!) torpemente, dando manotazos al aire para alejarle y se coloca las gafas, perdiendo el equilibrio y casi cayendo al suelo.
-¡N-n-no, no Lily, no es lo q-que parece! -tartamudea.
Pero Sirius es más rápido y se planta a su lado, cogiéndole la mano y sonriendo con un deje altivo.
-Sí Evans, es que le has rechazado tantas veces y está tan desesperado que me ha besado.
Lily se ríe y Sirius recibe un pisotón por parte de James, además de un codazo. Remus, detrás, le mira y sonríe, negando con la cabeza.
(Es que nunca crecerán.)