Simplemente genial.
Genial.
Genial, genial, genial.
A veces esa palabra tan pequeña y animosa se vuelve en contra. Eso es cuando se dice con sarcasmo. Eso es cuando algo no nos parece genial, en general porque estamos de mal humor, o tristes, o asustados. Yo entro en el último grupo.
A veces la gente que más debería infundirnos confianza sólo nos trae pesadillas. Nos hace desconfiar. Ya sea porque esperan más de nosotros de lo que podemos dar, porque desean que seamos los mejores, o porque simplemente nos quieren. No digo que esté mal tampoco. Sería absurdo. Si se preocupan por nosotros es normal que quieran lo mejor. Pero ¿qué pasa cuando ese preocuparse se vuelve una presión constante?
La presión no ayuda a nadie. Digo, la presión excesiva. Genera estrés, genera descontento, genera inseguridad, baja autoestima, miedo. Sobre todo, MIEDO.
Hoy estoy asustada. La presión lo ha logrado. Tengo que enfrentar una situación que en cualquier otro caso, con cualquier otra persona, sería de lo más normal del mundo. Sin embargo, para mí ES un mundo. Porque tengo miedo. Porque lo que me está pasando no es grave, pero se siente como si lo fuera.
Tengo miedo. Quiero salir corriendo, detener el tiempo y quedarme por siempre en ese momento hace una semana en que no me imaginaba que se venía la tormenta que veo ahora en el horizonte. Quiero patalear, hacer un berrinche, sólo para descargar toda esta tensión que está en mis músculos y no me deja. Quiero quitarme el dolor de cabeza, comer algo sin sentir náuseas, disfrutar de la expectativa de una simple salida al cine con una amiga, de un simple encuentro por chat con alguien a quien ni conozco pero que ya es parte de mí.
Quiero ser yo misma. Dejar de ponerme la máscara cada vez que enfrento a los que me presionan. Dejar de complacerlos por el simple hecho de complacerlos. Quiero decidir yo misma lo que haré. Consultando a Dios, claro. Pero si me equivoco quiero ser yo la culpable. Más que nada para no tener que echarle la culpa a otro, y así aprender, y así crecer.