Titulo: Piezas de ajedrez.
Fandom: Original.
Palabras: 496
Resumen: La vida de un renegado, PoV.
Notas: Basado en esta imagen:
http://suzi9mm.deviantart.com/art/royal-games-14529432 Comenzó aquella noche; todo siempre era de noche.
Criaturas como yo no podíamos vivir de día. Los rayos del sol no eran para los proscritos, aquellos desterrados estaban destinados a vagar, sufrir, llorar sangre: lagrimas del corazón. Castigados por un error no cometido, siempre penando las injusticias de aquel ser, castigándonos por las altas e insondables aspiraciones de su favorito.
Decir que yo era joven era mentir, cosa que se me daba bien, pero lo que marcó nuestra vida fue, incluso, antes de mi nacimiento. Habían seres como yo que habían acompañado al señor en su travesía, lo habían visto caer, levantarse y así, jurar venganza. Tales juramentos hacía el ser que te había creado no era nada nuevo, al menos no lo era en estos tiempos, por obvias razones. Nadie sentía culpa ni remordimientos, criaturas de mi calaña podían matar a su creador y comérselo sin ninguna clase de miramientos. Así era como se vivía.
Éramos piezas de ajedrez movidas por solo dos entidades lo suficientemente poderosos para inspirar temor y con la suficiente labia para convencernos de que nuestras causas eran correctas. Por supuesto, eso ya no nos importaba. Ahora sobrevivíamos con las ansias de pelear, de matar a alguien con el filo de nuestras garras, de beber la sangre, tomar el cabello, arrancar los dientes y, en algunos de los casos, sucumbir después de esto; moríamos como nos gustaba: peleando, incluso matando éramos asestados algún valiente que se atrevía a tomarnos de espaldas.
Matar con nuestras propias manos, desmembrar con la fuerza de nuestros dientes, mirar el campo de batalla en que se habían convertido esos prados verdes. Siempre era con nuestro cuerpo, no podíamos darnos el placer de tener armas, eso era para los elegidos, aquellos cobardes que osaban pavonearse con su esplendida belleza, su magnífica fuerza y esa paz. Esa dichosa paz.
Por supuesto, sus cuerpos tan blancos y brillantes como el marfil, guardando su luz y al mismo tiempo deslumbrándonos, como algo que brilla aún siendo opaco. Nosotros, transparentes, famélicos, nauseabundamente altos y huesudos, todos con detalles que nos hacen ver grotescos, obteniendo las garras de los caídos cuando las nuestras ya están sin fuerza de desgarrar nada más.
Somos las piezas caídas en el ajedrez, artísticamente llenas de sangre. El lienzo donde ellos, los pintores celestiales, plasmaban su bendito arte, mientras nosotros caíamos, bañados en ámbar, escurriendo gotas de rubíes, perdiendo nuestros ojos y lenguas. Capturados, presos de ellos, de su deslumbrante gracia, recibiendo en nuestros cuerpos el corte de su afilada justicia, con el don de gritar suprimido, sintiendo solo dolor; aquel dolor físico de que se es presa quien pierde un brazo pero no la fuerza externa. Dolor carnal, aunque sin miedo, sin algún sentimiento de por medio que nos ayudara a bloquear, sólo era eso, dolor. Frío, cortante, clavándose en la piel como si fueran espinas, atenazando cada nervio sensible, cada lugar, cada pensamiento.
Esa es nuestra vida, plagada de desgracias pero también de retorcidas satisfacciones.
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