En recuerdo:
Nunca he sabido si lo de que fuera considerado tan sumamente guapo era una cuestión genética o ambiental (me gusta pensar que reiría el chiste).
Más allá de opiniones ajenas, para mí era más que guapo: era su forma de pensar, era su forma de comportarse, era el hombre más atractivo que había conocido nunca, era el hombre ideal. Y, sin embargo... nunca, ni por un momento, dudé.
No. Curiosamente, no. Evidentemente, no. Mi hombre ideal no me atraía.
El hombre ideal: habría soñado con enamorarme de él hasta una hora antes de conocerle (Freud y Lorenz mantienen una intensa discusión respecto a este hecho). Algunos recuerdos que tengo de él habrían entrado en mi lista de deseos por cumplir, hasta una hora antes de conocerle.
Y, sin embargo, lo único que lamento es que no llegásemos a ser amigos. Lo habríamos sido en otro ambiente. Una lástima de tantas.
Buscaba mi mirada, la encontraba, la mantenía. Al principio no entendía por qué. Después, simplemente, dejé de preguntármelo. El motivo era tan sencillo que no merece explicación. (O tan sencillo que es imposible explicarlo).
En carácter:
El calor de septiembre me golpeó al cruzar la puerta. Respiré hondo, aliviado por librarme del rollo de despedidas y buenos deseos. Miré los muros de piedra gris. Aquel edificio tenía un toque de castillo medieval, nada apropiado.
Bajé las escaleras hacia el aparcamiento, sin saber si sentirme triste. El futuro sería una versión mejorada del pasado, así que todo estaba bien. Sólo quería volver a casa y tener unos días de vacaciones sin pensar demasiado en los nervios por el nuevo comienzo.
Tenía lo que quería, todo estaba bien.
Oí una risita, un grupo cuchicheaba a pocos metros, mirando y fingiendo no mirar. Lo añadí a la lista de cosas que no iba a echar de menos. Aceleré el paso. Casco, moto, lejos cuanto antes.
Ella apareció doblando la esquina. Así que no arranqué. Esperé. Sólo un momento. Sólo lo suficiente. Sólo despedirme.
-¡Eh! Adiós.
Se despidió con la mano. Sonrió. Pero, al parecer, había llegado el momento de saber si sentirme triste y lo vio. Frunció el ceño levemente, a punto de un “¿Qué...?”
Y me callé el “Suerte”, y me callé el “Gracias”, y me callé el “Ánimo: Todo irá bien” y me callé el “Sueña un poco más, un poco más alto”.
Arranqué. Retiré la mirada.
Eso fue todo.
Juego:
Tesis: Los cangrejos sobrevivieron a causa de su aspecto.
Antítesis: El aspecto de los cangrejos era una mezcla de casualidad y círculo vicioso.
Síntesis: Las causas que deciden la supervivencia son una mezcla de casualidad y círculo vicioso.
Corolario: Pero era una bonita historia. Gracias por contarme bonitas historias hechas de cruda realidad.
Definición:
Nunca le oí dar una definición exacta.
Variaciónes y fuga en distintos géneros:
AU. Crossover. Doble AU. Angst:
Desde la puerta, me mira con decepción. Decepción genuina, pura. Logra mantenerla por un instante y luego sólo hay lástima.
Ni compasión ni tristeza: Lástima.
Mira al suelo, niega con la cabeza, no quiere creerlo.
No sé decir “Lo siento”.
No sabe decir “¿Cómo has podido?”
AU. Friendship:
Tomamos café cada viernes por la tarde en una bonita terraza inexistente de apariencia parisina.
Siempre me dice algo bonito al llegar, con el cuidado aprendido, sólo cortesía: “Me gustó el libro que me dejaste”, “Bonita camiseta”, “Estás más viva”.
Hablamos durante un par de horas atropellándonos el uno al otro, decimos nombres extraños y describimos paisajes luminosos.
Gesticula y sonríe como nunca, observo cada vez sin dejar de sorprenderme. Me alegro por él: el tiempo le ha hecho más seguro.
Hablamos del pasado a veces, reímos abiertamente. Pero ninguno de los dos le nombra, nunca, resulta difícil, casi imposible, es lo único incómodo entre nosotros. “Se te ve mejor”, dice a veces. Un silencio para darme tiempo, por si esa vez decido hablar.
“Estás más viva” y retiro la mirada, para no mentir.
Al atardecer nos despedimos: “Hasta la semana que viene”.
Un viernes no podemos quedar por algún motivo, luego por otro. Con el tiempo, dejamos de vernos.
De vez en cuando nos enviamos fotos de animales extraños.
AU. UST (en este caso, “reto de escritura”. Desde luego no voy a pasar a retos mayores):
-Y, ¿si no le hubieses conocido?
-Quizá estaría confundida, por falta de información.
-Y, ¿si así fuese?
-Quizá tomaría por real lo que es mentira.
-Y, ¿en ese caso?
-Estaría creyendo una mentira... tan terrible como lo es la realidad. Honestamente, no veo que me estés dando buenas opciones.
-Y, ¿si todo fuese distinto? Lo justo, sólo lo suficiente para ser una buena opción.
-Pero, tú no me quieres.
-Y ¿si también eso fuese distinto?
Pausa.
-Ni siquiera me estás asustando.
Pausa.
-¿Ni siquiera un poco?
-No. Pero sería una bonita mentira con la que soñar en un mundo falso en el que yo no sería yo y tú no serías tú.
-¿Cómo de bonita?
-Soñemos que perfecta.
AU. Humor.
Es como si no supiese reír. Lo hace, por supuesto, pero es como si no conociese el proceso, como si siempre le pillase por sorpresa.
La seriedad es cómoda para él. Aleja. Protege.
No hay nada más cómico que verle reír. Es como ver a alguien resbalar en el barro: sabes que no deberías reírte, pero...
-¿Por qué eres tan... payasa?, -me pregunta a menudo.
Me encojo de hombros, riendo.
-Por tu culpa. Para ti. Para verte reír.
AU y fuga. Road-movie.
Debería ser una pequeña carretera bordeando el Pacífico, o Europa de Sur a Norte. Quizá un cambio de personajes en un par de novelas llenas de viajes maravillosos. Deberíamos rodear sequoyas, bordear lagunas, acariciar algas, comer líquenes. Debería ser un viaje que nos alejase de los lugares comunes. Como si no nos hubiésemos rendido en algún punto, cedido nuestro sueño en ofrenda a la realidad, cambiado la decisión sin cambiar de opinión.
Debería incluso ser una travesía por el desierto, ramos de rosas pétreas sobre almohadas de dunas. La infinita extensión de arena en la que hundirse a cada paso hasta que caemos y reímos, absurdos. Reímos sólo para demostrar que podemos reír. Reímos para comprobarlo, reímos para saber cómo suena una risa.
A toda velocidad, semáforos en rojo hacen juego con el atardecer al fondo de una avenida ancha como el vacío. Miro hacia atrás un instante, sin soltarme de su cintura. La velocidad confunde la percepción y el pasado suena distinto al quedar atrás.
“Efecto Doppler”, le grito riendo.
Hacia delante están los sueños en proceso y sé que lloraré al amanecer porque así es como funciona el tiempo.
Llegamos. Promete que volverá a buscarme. Repite la hora, nervioso. Insiste en que le llame si necesito algo. Se ofrece a quedarse. Sonrío. “Estoy bien”.
Le veo alejarse. Estoy sola.
Vuelve a buscarme. Rendidos volvemos a casa. Despacio, sin prisa, no hay lugar. Si miro hacia atrás habrá un amanecer y no quiero llegar y soltarme. Tengo tanto sueño que no quiero dormir. La inercia arrastra, el sueño arrastra así que él ignora las señales, seguimos adelante.
Esta vez sí: fuera de la ciudad, en sentido anti-horario. Sólo siguiendo el deseo de llegar al principio del mundo, donde las normas aún no estaban escritas.
Llegamos al desierto, lugar común. Antes de hundirnos en la arena despierto sobre su espalda. Estamos en casa.
-¿Quieres... hablar?,-ofrece, de nuevo, con cuidado.
-Estoy bien.
Le veo alejarse.
No sé si estoy sola.