[fic] trayectorias que coinciden

Sep 03, 2010 19:37




El problema

Arthur mira el reloj de la pared y frunce el ceño, el minutero eternamente inmóvil entre el cinco y el diez. Gruñe desde el fondo de la garganta y deja caer su cabeza en el hueco del codo, respirando contra su camisa hasta que la tela está desagradablemente húmeda contra su nariz. Se apoya contra una mano y mira por la ventana, el sol dibujando rectángulos sobre las mesas de la clase, volviendo doradas las partículas de polvo que flotan en el aire y reflejándose sobre el azulejo blanco del suelo. Arthur entrecierra los ojos y sopla sobre el flequillo que cae sobre su frente, el alivio inmediato pero fugaz, y se gira lentamente cuando alguien dice: Psst, insiste, pssssssssssst, y luego, ¡Penn!

Arthur mira por el rabillo del ojo y gruñe.

- ¿Qué quieres, Parson?

Fred Parson se inclina hacia adelante, tocando con sus dedos la silla de Arthur y apartándose el flequillo castaño de la cara.

- Tu fiesta. - Sonríe, y Arthur levanta una ceja. - El sábado que viene ¿Sigue en pie, tío?

- Claro. - Arthur le mira y añade, sonriendo un poco. - Tío.

- Genial, genial, - Fred se echa hacia atrás y estira los brazos por encima de su cabeza. - porque hay esta chica, sabes, esta chica y quiero-

- ¡Parson! - El profesor aparta la mirada de su periódico y mira por encima de sus gafas de pasta al fondo de la clase, amenazante, haciendo que Fred se eche hacia delante. - Cállese de una vez.

- Sí, profesor.

Arthur suspira contra su palma y se desliza hasta que su cabeza queda a la altura de la mesa, los libros mesetas de papel, llanas excepto por una goma y un boli que se interponen en su campo de visión. Hace como que sus dedos son piernas y golpea la goma, haciendo un efecto sonoro, un piuuuuuj y mira la goma rodar por el libro de economía como si fuese un balón de fútbol, moviéndose en una trayectoria temblorosa para acabar marcando un gol contra su palma. Al principio no está prestando atención cuando la puerta se abre, demasiado entretenido con su juego improvisado de balón-dedo, pero oye vagamente los pasos acercarse a la mesa del profesor, la voz trasnochada del Señor Hubert preguntando ¿Nombre? Y el susurrado, algo ronco, Emmerson. Merlin.

- Bien. - Pero el profesor chasquea la lengua contra el paladar y no parece que esté nada bien, en realidad. - Tiene castigo hasta las cuatro.

Arthur levanta ligeramente la cabeza, aburrido de nuevo y ve al recién llegado. No le suena de nada y es extraño, porque si de algo se siente orgulloso Arthur Penn es de conocer a todos los alumnos de su instituto, por nombre y apellidos desde primero hasta sexto, pasando por todos los cursos intermedios y extendiendo su conocimiento a algunos que hace años que ya no están. Echa la culpa a su apretada agenda social de haberse perdido la noticia de esta nueva llegada y ve al chico dudar, mirar las mesas vacías mientras agarra con una mano la correa de su mochila. Al final parece decidirse por la que está junto a la ventana, el sol cayendo en picado sobre la superficie marrón. Arthur carraspea.

- No te lo aconsejo.

El chico le mira algo sorprendido, sujetándose con fuerza a su mochila como si fuese un salvavidas.

- ¿Perdona?

- Esa silla. - Espera a que el chico esté sentado. - Está coja.

Y en ese momento la silla se inclina peligrosamente hacia la izquierda, haciendo que el chico se tambalee y se sujete a la mesa con las dos manos. Fred se ríe detrás de Arthur, el sonido brusco y cruel y Arthur no puede evitar una sonrisa, algo más discreta en la curva de su mano.

El chico frunce el ceño y susurra un gracias que suena a atragántate y muere y arranca una hoja cuadriculada de su libreta, el sonido ensordecedor en el silencio de la clase haciendo que el señor Hubert gruña molesto tras su periódico. Arthur le mira mientras dobla el papel en pequeños cuadrados perfectos, hasta que consigue el grosor adecuado y lo coloca bajo la pata coja de la silla, moviéndose de forma experimental para asegurarse de que está adecuadamente equilibrada. Cuando se da por satisfecho saca un libro de su mochila, abriéndolo por la mitad -la página marcada por un pliegue en la esquina superior- y Arthur no se da cuenta de que está mirándole fijamente hasta que oye un psst, un psssssssssst.

- Qué pasa, Fred.

Fred le mira, excitado, y hace un gesto de cabeza hacia el chico, la sonrisa amenazando con escaparse por los bordes de su cara. Arthur niega con la cabeza y no sabe qué coño quiere ahora.

- Qué, qué pasa, Fred.

- El nuevo. - Y Fred hace un movimiento inconfundible. Un gesto que es conocido por todos los chicos adolescentes e inmaduros del mundo, que marca a quien quiera que vaya dirigido con un movimiento de muñeca y un agitar de dedos. Arthur frunce el ceño y mira al nuevo, y luego vuelve a mirar a Fred- ¿estás seguro? - que asiente y vuelve a hacer el movimiento, esta vez con más entusiasmo.

Arthur se fija en el chico, que tiene un palestino rojo atado alrededor del cuello y se pregunta cómo lo sabe, cómo se saben esas cosas normalmente. No es que no se note. A veces. Supone. Él puede ir por la calle y ver a un chico y pensar es gay con la misma seguridad con la que piensa el cielo es azul, pero esta vez no hay nada que le parezca especialmente delator. Le mira con más intensidad, cómo su pelo cae sobre unas orejas que son demasiado grandes, cómo todos sus ángulos parecen demasiado bruscos, colocados un poco por error unos sobre otros. El chico se humedece los labios y Arthur piensa que sí, que vale, que sus labios se parecen un poco a los de una chica, curvándose arriba y abajo en lugares estratégicos, pero eso no la parece razón suficiente para-

Pero se le ocurre que puede, que quizás Fred le haya visto, con- con otro chico. O algo. Entonces claro, entonces sí- Se gira un poco para preguntar pero Fred ya está a otra cosa, metiéndose un bolígrafo en la oreja y cerrando los ojos, la cara contraída en una mueca de concentración. Arthur bufa despectivo y no se puede creer que haya tomado a ese espécimen como fuente fiable de información.

El resto de la hora se lo pasa mirando las agujas del reloj, estirando la mano y pensando ¡moveos! esperando descubrir sin mucho entusiasmo alguna especie de poder escondido en su interior, como los superhéroes de los cómics. Y si de vez en cuando se le escapa la mirada hacia el chico nuevo, y se fija demasiado tiempo en las sombras suaves que se deslizan sobre su nuca cada vez que mueve la cabeza, pues bueno, cosas peores ha hecho por aburrimiento.

---

El zumbido estático del aire acondicionado suena en intervalos regulares que Arthur imita, casi sin darse cuenta. Es zuuum, zuuum, una pausa que dura cinco segundos y de nuevo zuuum, zuuum, la vibración cosquilleándole la lengua al salir. Suspira trágicamente, y tamborilea con los dedos sobre su estómago, siguiendo el ritmo, acompasando su respiración para que todo obedezca a las pulsaciones extrañas del aparato que vibra sobre su cabeza.

Suspira de nuevo, y extiende la mano hasta la mesa de café de diseño que está junto al sofá de diseño donde está tumbado, restregando sin ningún pudor sus playeros sobre los cojines. Supone que el que sean de diseño también resta algo de pecado a la acción.

Su móvil ha sonado hace más de diez minutos, y aunque ya sabe quién es y ya supone lo que dice lo comprueba de todas formas, los dedos rápidos sobre los botones plateados, abriendo la bandeja de entrada automáticamente:

K haces kpullo? Vmos a ir al cntro a tmar algo. T viens? Ctxt.

Desde: John B.

5:34pm

Arthur no puede evitar soltar una risa por la nariz, la pantalla pintando luces azules y extrañas sobre su cara. John se puede poner todo lo eufemístico que le apetezca, pero Arthur sabe que lo que van a hacer es intentar mangar unas cervezas en un supermercado para ir a beberlas a un banco hasta que sus madres empiecen a llamarles a todos, gritando toda clase de amenazas terribles que sólo pueden salir de la boca de una madre cabreada. Arthur se frota el pecho medio ausente, justo donde duele siempre que piensa en madres y niega con la cabeza, la resaca del día anterior latiéndole todavía detrás de los ojos.

Decide que quiere zumo. Que necesita zumo. Y no zumo de ese natural que Marian se empeña en poner todas las mañanas junto a su desayuno, no. Quiere zumo del malo, del que es naranja fosforito y sabe a polvos mezclados con agua, que resulta vomitivo en cualquier momento excepto cuando el alcohol del día anterior amenaza con ponerte el estómago del revés.

Se despega del sofá con dificultad y camina hasta la cocina, rascándose la parte de atrás de su cabeza y arrastrando los pies sobre el linóleo, la caricia fría cuando abre la nevera un alivio en todos los puntos de su cuerpo donde siente demasiado calor. Un vistazo rápido le dice que no, no hay zumo y apoya la cabeza contra el congelador con fuerza, intentando que su deseo se transmita de alguna manera al electrodoméstico y que el zumo se materialice dentro. Evidentemente no funciona y Arthur suspira, cerrando la puerta con desgana.

- Pues no pienso ducharme.

Coge las llaves de la cómoda de la entrada, junto con su cartera y las gafas de aviador, que sirven para esconder los círculos oscuros que tiene debajo de los ojos y sale por la puerta, bajando las escaleras de su edificio de tres en tres. Cuando llega al portal evalúa su reflejo en los grandes espejos de marcos dorados, frotándose los restos de barba en su mandíbula, y se encoge de hombros antes de salir a la calle.

Cuando tenía cinco años su padre solía llevarle a visitar las obras del centro comercial. Las señalaba desde la ventana de su coche y decía, con voz ominosa: Mira, hijo, un día todo lo que baña la luz será tu reino, haciendo que a Arthur le entrase la risa cada vez, y protestase, secretamente encantado ¡Eso es del Rey León!. Ahora la sombra de los centros The Kingdom se proyecta larga, larguísima sobre todo el país, y su padre tiene cosas mucho más importantes que hacer que bromear con él, pero Arthur supone que así es como tienen que ser las cosas porque básicamente así es como son, mientras deja que las puertas giratorias le empujen hacia el interior.

Las lámparas cuelgan doradas del techo, multiplicándose hasta el infinito en los espejos de las paredes, dándole al edificio un aire de lujo y realeza que atrae a las clases altas como la miel a las moscas. Arthur empuja las gafas sobe el arco de su nariz y esquiva a una madre que intenta arrastrar a su hijo lejos de la juguetería, maniobrando entre las masas de gente que le miran de reojo con discreta reprobación cuando pasa a su lado.

Se dirige a la zona de Alimentación y Variedades, y una vez dentro va en línea recta a donde sabe que está el zumo más barato, el peor de todos, y lo coge sin pensárselo dos veces, cambiándose el brick de mano rápidamente para evitar que se le congelen las palmas.

Si hay una cosa que diferencia los supuestos supermercados de lujo que los normales es que no hay que esperar colas a la hora de pagar. Las cajas registradoras son una línea larga e interminable que llega hasta donde alcanza la vista, garantizando un despachado rápido e impersonal, perfecto para que las personas que consideran que están por encima de algo tan mundano como hacer la compra tengan que dedicar el menor tiempo posible a tan desagradable asunto.

A Arthur siempre le ha parecido una gilipollez, sobre todo teniendo en cuenta que junto a las cajas hay la misma burda selección de chocolatinas, pilas y condones que hay en cualquier otro supermercado, pero en ese momento no puede pensar más que en irse de ahí así que está dispuesto a admitir que no es algo tan terrible.

Cuando posa el zumo sobre la cinta deslizante tiene el tiempo exacto para abrir mucho los ojos, pensar palestino rojo y quitarse las gafas de sol antes de que las palabras se le escapen de la boca

- ¡El nuevo!

Y pasa una cosa extraña, de esas que pasan en las películas malas que Arthur no ve de ninguna de las maneras los domingos por la tarde, y es que el chico grita ¡El imbécil! justo al mismo tiempo, sus voces solapándose y sorprendiéndoles tanto a ambos que se quedan quietos, mirándose fijamente y frunciéndose el ceño el uno al otro.

- ¿Qué me has llamado? - Pregunta Arthur cuando se recupera. Los flecos del palestino esconden una chapita verde que dice MERLIN, y Arthur no puede evitar añadir, en el peor de los tonos. - ¿Merlin?

- Um, nada. - Contesta, apartando la vista y cogiendo el zumo con dedos largos y huesudos. Arthur frunce el ceño aún más y se fija un poco más en el chico, que lleva el obligatorio chaleco rojo sobre una camiseta negra de manga corta. Arthur está bastante seguro que lo del palestino va en contra de las normas y no siente la necesidad de callarse.

- Eso, - Dice, señalándole al cuello. - va en contra de las normas de vestimenta.

Merlin le mira, sin inmutarse.

- ¿Ah, sí? - La máquina emite un largo piiiip cuando pasa su zumo por el escáner. - ¿Y quién eres tú? ¿Mi jefe?

- No. Soy su hijo.

El chico levanta una ceja negra y le mira de arriba abajo, y aunque Arthur sabe perfectamente que sólo ve a un chico sucio y despeinado con barba de tres días, no puede evitar sacar pecho como si eso fortaleciese su argumento.

- Ya. Claro. - Merlin se ríe un poco y Arthur intenta fulminarle con su mirada. Como de costumbre, no funciona. - Son tres libras con veinte.

Arthur gruñe y está dispuesto a dejar su orgullo de lado si eso significa que puede marcharse de ahí ahora mismo de ya, así que empieza a rebuscar en su cartera, sólo para darse cuenta de que se ha dejado el dinero en casa.

- Mierda. - Dice, con sentimiento. - Escucha, no tengo- ¿Aceptáis tarjetas? Qué digo, claro que aceptáis tarjetas. - Dice, poniendo una Visa Oro sobre el mostrador.

Las cejas de Merlin se levantan tanto en su cara que desaparecen bajo su flequillo, y mira la tarjeta como si esperase que le fuesen a salir patas de un momento a otro. Carraspea, mirándole con cautela y dice,

- No se aceptan tarjetas para compras de menos de diez libras.

- ¿Me estás tomando el pelo? ¡Sólo quiero mi zumo!

El chico se encoge de hombros, con un aire que a Arthur le parece bastante sádico y enuncia, claramente.

- Son las normas.

- Ah, ¡Ahora te importan las normas! - Bufa Arthur, y Merlin se vuelve a encoger de hombros, mucho más despacio, mirándole con falsa inocencia por debajo de unas pestañas que son ridículamente largas. - Vale. Vale. Pero que sepas que pienso decirle a mi padre que te despida. - Le amenaza, con un dedo en el aire, mientras se da la vuelta para buscar entre los productos que están al lado de la caja. Los condones son el producto más caro, así que coge los que tienen pinta de ser más grandes y se los coloca a Merlin en las manos.

- Hala, ahí tienes.

Merlin pliega los labios dentro de su boca cuando ve lo que le acaba de dar Arthur y parece sospechosamente alegre cuando le da el ticket para firmar. De hecho, antes de irse le desea que disfrutes de tu compra, a lo que Arthur responde gracias automáticamente, los buenos modales demasiado imbuídos en su educación.

Fuera, el calor asciende en espiral desde el asfalto y le rodea los tobillos, calentándole la suela de los pies a través de la goma de sus zapatos. Arthur respira hondo y deja caer las gafas sobre el puente de la nariz, rebuscando en su bolsa para echarle un vistazo a la caja de condones, y casi se atraganta con su propia saliva.

Lee el mensaje una y otra vez, esperando que las monstruosamente evidentes letras cambien milagrosamente de significado, pero por más que lo desea la caja no deja de poner PARA UN MAYOR PLACER ANAL alto y claro, la foto del hombre musculoso cobrando nuevas e interesantes implicaciones.

Arthur se frota los ojos y gruñe en voz alta. Fantástico.

---

- ¿En serio te compraste condones gays?

La risa de Marian retumba por toda la cocina, estridente, y Arthur entorna los ojos mientras mastica sus Korn Flakes lentamente.

- No son condones gays. No existen los condondes gays. Pensar que sólo los gays practican sexo anal es antiguo y- discriminación. - Arthur mastica, pensativo, y añade. - Probablemente.

Marian se tapa la sonrisa con una mano y coge la caja de la mesa de la cocina, apoyándose sobre sus codos.

- ¿Y quién es este chico que te tiene comprando condones no-gays? - Susurra, cómplice, haciendo movimientos frenéticos con las cejas. Arthur pone los ojos en blanco.

- Es- Qué sé yo. Un chico nuevo. - Termina sus cereales y se levanta para dejar caer el bol dentro del fregadero. - Un chico nuevo y un idiota.

El sol entra con fuerza por la ventana de la cocina, reflejándose sobre el la piel oscura de Marian y sobre su uniforme, haciéndolo brillar más blanco todavía. Aunque llamar a eso uniforme es ser bastante generosos, el conjunto tan tuneado que la forma original se pierde entre un montón de lazos de colores y de chapas colocados de forma aleatoria aquí y allí. A Arthur siempre le ha dado lo mismo cómo se vista Marian, pero sabe que si su padre levanta la mano con ella es porque sólo tiene cuatro años más que Arthur y una buena razón para necesitar el dinero.

La buena razón, de hecho, está comiéndose una de las piezas del ajedrez favorito de su padre en el suelo del salón en ese preciso instante.

- ¡Patrick! - Arthur corre para quitarle la reina de las manos, limpiándose las babas en la pernera de sus vaqueros y mirando cómo enrosca sus diminutas manos alrededor de uno de sus dedos. Patrick sonríe una sonrisa que es todo encías y le mira por detrás de unas pestañas oscuras y rizadas.

- En serio, Arthur, no tienes por qué estar tan dolido porque ese chico pasase de ti. - Arthur entorna los ojos y le susurra a Patrick lo siento compañero, tu madre está como una cabra. - Con ese culo seguro que no te costará encontrate a otro.

Arthur pone las manos sobre las orejas de Patrick y mira a Marian por encima del hombro.

- Si lo que quieres es follar conmigo no tienes más que pedirlo. Hay confianza. - Dice, guiñándole un ojo.

Marian le mira, sin inmutarse, y sigue comiéndose un yogur apoyada en el marco de la puerta.

- Me encantaría, pero me falta cierta herramienta que tú y tus condones echaríais de menos.

Arthur bufa, dándose por vencido, y revuelve un poco los diminutos rizos de Patrick, cogiendo su mochila de camino a la puerta. Cuando pasa a su lado, Marian le da una palmada en el culo y le dice ¡no te olvides de comerte el plátano en el recreo, guapo! y su risa se mantiene suspendida en el aire durante un momento, viajando con Arthur casi hasta el portal.

---

- Vamos a ver. Repasemos, jovencitos. - Dice John, que por alguna extraña razón ha decidido ponerse una pinza en lo alto de la cabeza para apartarse el flequillo pelirrojo de la cara. Coge el bolígrafo que tiene detrás de la oreja y golpea con él la libreta entre sus manos. - Parson, tú te ocupas de la bebida.

Fred asiente, la cabeza colgando por el borde del banco del patio, haciendo que el movimiento parezca extraño, esquemático.

- Voy a emborrachar tanto a esas chicas que ya no sabrán si se están restregando contra mi o contra Brad Pitt.

- Triste. - Dice Arthur, negando con la cabeza, estirando los brazos por encima de su cabeza. - Eso es muy triste.

Fred se encoge de hombros y le guiña un ojo por debajo de las gafas de sol.

- Cada uno tiene sus métodos.

- Vaaale. - Les interrumpe John. - Dejando a un lado las asquerosas y probablemente ilegales prácticas de nuestro amigo, los gemelos Swan traerán la música. - Y levanta un poco la voz, mirando a través del patio a dos chicos rizosos que están jugando con una pelota. - ¿Me oís, gemelos Swan? ¡Vosotros traéis la música! - Los chicos asienten al unísono y saludan con la mano. John tacha algo de su lista y murmura, jodidamente siniestros, esos dos. - y tú, Arthur, tienes que- - Rebusca entre los bolsillos de su pantalón, hasta sacar un fajo de papeles. - Repartir las entradas.

- ¿Qué? - Arthur coge los papeles de colores y los mira. - ¿Qué? No, ni de coña. Yo ya pongo la casa. Yo ya he cumplido.

- Lo dices como si te costase algo. Si tienes como- como un ejército de criados que van limpiando detrás de ti. - Dice Fred, apartándose el flequillo de la cara para que le dé mejor el sol en la frente.

- Marian no es una criada, ¿vale? - Corrige John automáticamentre, haciendo que Arthur y Fred se miren y escondan sus sonrisas. John lleva enamorado de Marian desde la primera vez que la vió, y en su opinión lo único que falta para que le corresponda es que ella le vea a él. - Es una empleada del hogar.

- Deja de engañarte, Johnny. Es una madre, tío, ni siquiera yo soy tan pervertido. - John mira a Fred con ojos empequeñecidos y furiosos y Arthur, presintiendo otra guerra interminable entre ellos, se apresura a interrumpir.

- ¡Pero por qué no lo haces tú!

- Porque yo soy el organizador. - Dice John, señalando la libreta con intención. - ¿Ves? Este es mi trabajo. Además, - Se encoge de hombros. - tú eres mister popularidad.

- Vale- vale. - Gruñe Arthur, levantándose con desgana, agitando las entradas de colores. - Pero no me vuelvas a pedir que le hable bien a Marian de ti.

Arthur se aleja y sonríe cuando oye a John gritar ¡Pero si al final nunca lo haces, capullo!

El instituto es un ecosistema contenido y autosuficiente, en el que cada grupo y cada persona ocupa un lugar específico y permanente que ayuda a mantener el equilibrio interno y, sobre todo, que hace mucho más fácil la tarea de encontrar a alguien. Por eso sólo tarda cinco minutos en encontrar a la cabeza rubia que busca, exactamente los que le lleva atravesar un corredor desierto, sus playeros levantando sonidos agudos contra el suelo pulido, esquivar a un grupo de chicos que están jugando con sus Nintendo DS en el suelo y pasar por delante de la sala de profesores, donde la señorita Flaubert esconde rápidamente el cigarrillo que estaba fumando y le saluda, el movimiento algo culpable.

- ¡Vivian! - La chica para en mitad de una frase y se da la vuelta al oír su nombre, la larga cascada de su pelo moviéndose tras ella.

- Arthur. - Le ve y sonríe lentamente, despidiéndose de la amiga con la que estaba hablando, y le pregunta ¿cómo estás? Con un timbre específico en la voz que le da a entender que da lo mismo porque ella podría hacer que estuviese mucho, muchísimo mejor.

- Eh- bien. Bien. - Carraspea. - Gracias. - Vivian le mira y levanta las cejas por detrás de sus gafas, animándole a continuar. - Um. Quería pedirte una cosa.

Vivian tiene un año más que él y es, sin lugar a dudas, la chica más guapa del instituto. Arthur siempre ha estado un poco enamorado de ella, especialmente desde que hace dos años perdió su virginidad con ella en la parte de atrás de su furgoneta, de la manera más incómoda, más horrible, más brillante posible. No llegaron a salir juntos pero desde entonces mantienen una relación cordial y simbiótica, que incluye encuentros rápidos entre clases y algún que otro favor mutuo.

- ¿Podrías repartir esto entre tus amigas? Y amigos. - Dice, entregándole las entradas. Lo piensa mejor y añade. - Pero especialmente amigas.

- Claro. - Contesta rápidamente, sonriendo al leer las entradas. - Pero vas a tener que reservarme un baile.

- Los que tú quieras. - Se acerca y le da un beso en la curva de su mejilla, la piel ligeramente perfumada y suave bajo sus labios. - Muchas gracias.

Se da la vuelta para marcharse pero algo hace que se detenga, que gire sobre sus talones tras un segundo de duda y le pida una de las entradas coloridas a Vivian. Algo que está sentado en una silla en el pasillo, para ser exactos, la cabeza apoyada en la ventana y los ojos cerrados, el pelo disparado en todas direcciones y media cara enterrada entre vueltas y más vueltas de un pañuelo rojo y revolucionario.

- Hey. - Espera un poco pero Merlin no reacciona, así que golpea la pata de la silla con el pie y repite. - ¡Hey!

Merlin abre un poco un ojo, la pupila comiéndose casi todo el azul y suspira al verle.

- Jesús ¿es que estás en todas partes? - Su voz suena ronca, como si le naciese en un lugar profundo y oscuro dentro del pecho. Arthur traga saliva con dificultad y frunce el ceño.

- Mira, eres un imbécil, y no sé por qué estoy haciendo esto pero toma. - Arthur aprieta los labios y le da la entrada. Merlin mira con recelo el rectángulo fucsia, para luego mirar a Arthur con más recelo aún.

- ¿Estás de coña?

- No. - Arthur para. Piensa. Repite, algo más convencido. - No.

- ¿Y para qué querría ir yo a la - Coge la entrada para leer el mensaje, - puta mejor fiesta de toda la historia del mundo y del universo así en general?

Arthur pone los ojos en blanco y se jura que no va a volver a dejar que Fred elija los eslóganes. Nunca más.

- Yo- a ver, eres nuevo, ¿no? y no conoces a nadie aquí y en realidad no sé- si quieres que eso siga siendo así o no, pero esa fiesta es en mi casa y va a ir mucha gente. Igual puedes ir y conocer a alguien o- qué sé yo, emborracharte tú sólo en una esquina. Lo que sea que te guste hacer. - Cuando Arthur termina su discurso siente la cara inusualmente caliente y tiene que hacer verdaderos esfuerzos para no apartar la mirada del chico. Merlin le mira fijamente desde su silla, y Arthur no puede evitar fijarse más de la cuenta en la pequeña o sorprendida que forman sus labios.

- ¿Es esto por lo de los condones gays? - Pregunta finalmente, encogiéndose de hombros. - Porque no iba a decir nada de todas formas.

- ¡No existen los cond- - Arthur levanta las manos, frustrado. - Mira ¿sabes qué? Haz lo que te de la gana. A mi me da lo mismo.

Se da la vuelta para marcharse, el corazón latiéndole a toda prisa en el pecho, y aunque se da cuenta a medio camino de que se ha equivocado de dirección prefiere dar la vuelta entera al instituto antes de pasar otra vez por delante de Merlin.

El idiotaidiotaidiota de Merlin.

---

La voz de la señorita Flaubert sube y baja y ondea en el aire, meciéndoles a todos al ritmo de sus palabras, arrastrando las erres sobre su lengua con un ligero acento extranjero. Arthur tiene que luchar por mantener los ojos abiertos, por concentrarse en las interpretaciones feministas de Madame Bovary, pero el aire es demasiado cálido y la voz de la profesora demasiado agradable, y ni siquiera mirar a Fred intentar decirle algo por señas, en ese idioma que se inventó en cuarto y que nadie a parte de él es capaz de entender, hace que se le despeje la niebla que invade su cerebro.

Mira hacia su izquierda, haciendo que Fred resople al sentirse ignorado, pero John está demasiado ocupado para prestale atención, cogiendo apuntes furiosamente, asintiendo de vez en cuando como si- como si entendiese lo que está explicando esta mujer. Arthur piensa que está bien, que está genial porque alguien tendrá que explicárselo a ellos cuando llegue junio y los exámenes. Y todas esas faldas cortas. Jesús, tantas faldas cortas.

En eso está pensando, con los ojos a medio cerrar- en faldas cortas, diminutas, que hacen que las piernas parezcan infinitas, y a veces- una ráfaga de viento y un destello de lo que hay debajo, sólo un poco pero suficiente para inflamar los sueños de cualquier adolescente- cuando suena el timbre, tan repentino y tan alto que hace que Arthur salte de su silla.

A su alrededor todos sus compañeros se desperezan, se levantan poco a poco, como recién levantados de una especie de sueño cósmico, y Arthur se deja empujar hacia la puerta, poco a poco. Fred es el único que parece completamente despierto y no deja de hablar a su lado, pero Fred habla hasta en sueños así que no es mucho decir.

- … y es que está claro que sólo leemos esta mierda porque el autor se llama como ella. Flaubert. Es que seguro que son familia. En Francia todos son familia.

- Sí, como tus padres dices, ¿no? - Le dice Arthur, bostezando en el dorso de su mano. Fred frunce el ceño y le saca la lengua. John se quita las gafas y las pone en lo alto de su cabeza, haciendo que los mechones se le disparen en todas direcciones.

- En realidad esta novela es una obra maestra, lo cual sabrías si te la hubieses leído en vez de mirar resúmenes en Sparknotes. - Dice John, agitando su copia en el aire.

- Lo que pasa es que a ti te gusta la señorita Flaubert, - Le dice Fred, pestañeando rápidamente. - y quieres entrar en su cuadro de honor para que te deje- entrar en su cuadro de honor.

John le golpea en la nuca con la novela y no se digna en contestar. Arthur les mira hacer tonterías por el pasillo un rato más, pero cuando pasan por delante de los servicios se da cuenta de que su vejiga está a punto de explotar.

- Eh, chicos, id yendo a economía. Yo primero tengo que ir a- - Se señala la zona general de su entrepierna y Fred le sonríe con toda la boca.

- Ya. - Hace un movimiento con la mano, hacia delante y hacia atrás y vuelta a empezar, y asiente. - Ya.

Arthur pone los ojos en blanco y abre la puerta del servicio, pasando de él completamente.

Entrar en el baño de los chicos en un instituto es como entrar en otra dimensión. La temperatura baja drásticamente, el aire adquiere una cualidad gelatinosa y en las esquinas se amontona toda clase de forma de vida extraterrestre. Por lo hablar del olor. Arthur frunce la nariz y cierra la puerta con toda la intención de salir de ahí en los próximos veinte segundos, como máximo. Pero esa es la cuestión, que los baños son como la zona nebulosa, donde pasan toda clase de cosas extrañas y donde las coincidencias más imposibles se vuelven posibles. También es, por supuesto, donde te encuentras a las personas que menos quieres encontrarte en las situaciones más embarazosas.

- Hey. - Dice Arthur, aclarándose la garganta. Merlin le mira bastante sorprendido, los pantalones desabrochados y ambas manos ocupadas en la tarea. Le saluda con un movimiento de cabeza y aparta la mirada, rápidamente.

Arthur se pone justo a su lado, desabrochándose con estudiada precisión y maldiciendo la falta de presupuesto, que sólo permite poner dos putos orinales. Es que hay que joderse.

- Um. - Después de un rato Merlin hace una especie de sonido, y Arthur puede ver que se le encienden las mejillas. - ¿Te importa si- - Pregunta, haciendo un gesto vago hacia los lavabos. - Es que no me sale si no oigo el agua.

Arthur le mira, incrédulo y no puede evitar soltar una carcajada. Merlin frunce el ceño, esperando realmente a que le dé permiso, así que Arthur asiente rápidamente e intenta no mirar demasiado cuando Merlin queda un poco al descubierto, intentando llegar a los grifos. Al final sólo ve un destello de piel pero que es suficiente para que el pulso se le dispare, latiendo a toda prisa en su cuello. Cuando Merlin se pone en posición, el agua cayendo con fuerza del grifo, Arthur ya está mirando fijamente al frente.

El tiempo pasa extraño en los baños, a trompicones, demasiado lento a ratos, y Merlin parece sentir la necesidad de rellenar el silencio.

- Escucha, lo de la fiesta-

- Ya te he dicho que me da igual lo que hagas. - Le interrumpe rápidamente, todo el nerviosismo sustituyéndose por el cabreo de antes en cuestión de segundos.

- No. Es que- pensaba de verdad que era una broma. - Confiesa Merlin, encogiéndose de hombros y abrochándose. Arthur le mira de reojo y suspira.

- Mira, puedes hacer lo que quieras, ¿vale? - Dice, algo incómodo. - Lo que quieras. Venir o no. Lo que quieras.

Merlin asiente y puede que sean imaginaciones suyas, pero le parece que antes de darse la vuelta, antes de lavarse las manos para irse le sonríe, sólo un poco, sólo durante un segundo, fugaz y blanquísimo. Una sonrisa de verdad. Y una vez que cierra la puerta tras de sí Arthur tiene que quedarse un rato más de lo previsto, apoyando la frente contra el azulejo frío del baño, tratando de respirar con normalidad.

Porque Jesús, imaginaciones o no, esa es una gran sonrisa.

---

La cosa con las fiestas es que al final nunca salen como uno planea.

Arthur sabe por experiencia que juntar a un grupo de adolescentes y soltarlos solos en una casa con cantidades ingentes de alcohol es algo delicado, como una mezcla química inestable que tiene las mismas posibilidades de explotarte en la cara que de disolverse en el aire con una nube de humo y un ¡puf! poco impresionante. Mira a su alrededor, los cuerpos frotándose y oscilando al ritmo de la música, que está tan alta que casi no puede oirse pensar y le parece que esta vez puede- puede que las cosas estén saliendo bien. Lo confirma cuando se cruza con Fred y John, que están con los brazos alrededor del otro, riéndose estúpidamente contra la barra improvisada de su salón.

- Esta fiesta es una pasada. - Le informa Fred nada más verle, las palabras deslizándose por su lengua con lenta y ebria precisión.

- Un pasada. - Confirma John, asintiendo de forma un poco extraña, como si hubiese olvidado cómo se mueve la cabeza exactamente, cómo se controlan esos músculos del cuello. Arthur les sonríe y se apoya contra la barra, fijándose automáticamente en el pelo de John.

- ¿Qué mierda llevas ahí? - Pregunta, dándole un sorbo a una bebida cristalina y desconocida que lleva bebiendo media hora y que empieza a sospechar que es agua, la verdad, porque no se siente ni un poquito borracho.

- ¿Qué? - John se lleva las manos a la cabeza, encontrándose con las pinzas que bifurcan su pelo en dos y dice ah- ah. - Esto es para llamar la atención de mi diosa africana. - Afirma, con convicción y a Arthur casi se le sale la bebida por la nariz.

- La familia de Marian lleva viviendo en Sussex durante generaciones, John. Probablemente sea más inglesa que tú y yo juntos. - John se encoge de hombros y Arthur suelta aire por la nariz. - Además, no se si has caído en la cuenta de que no está aquí.

John le mira cómo si no acabase de procesar sus palabras, y abre la boca para contestarle pero en ese preciso instante empieza a sonar alguna canción extraña de los 90 y grita, emocionado ¡Fred, esta es nuestra canción! y aunque Arthur sabe que no tienen nada ni remotamente parecido a una canción, Fred parece igual de emocionado y entre los dos se arrastran a la pista de baile, tirándose de las camisetas y hablando con todas las chicas que se cruzan, guiñando ojos de forma descoordinada.

Las luces de colores se deslizan sobre las cabezas de la gente, creando un efecto extraño e hipnotizante, volviendo los rubios rojos y los castaños verdes y Arthur no puede dejar de mirarlos, siguiendo la trayectoria de los focos y viendo los colores parpadear. Tarda varios minutos en darse cuenta de lo que está buscando exactamente, pero cuando lo hace agita la cabeza, intentando espantar el pensamiento y decide que ya está bien, que va a empezar a divertirse en ese preciso instante y se bebe el resto de su copa de un trago, posándola sobre la barra con un golpe seco para luego seguir el mismo camino que sus amigos.

La gente se abre a su paso como una especie de Mar Rojo, sonriéndole y dándole palmadas que pretenden aterrizar en su hombro pero acaban en algún punto intermedio entre su pecho y su estómago, todos gritándole lo fantástica que es esta fiesta por encima de la música. Arthur asiente y sonríe automáticamente, sintiendo que esta fiesta no es ni la mitad de fantástica que podría llegar a ser si encontrase lo que busca.

Y al final lo encuentra, claro que sí.

La muñeca es pequeña, casi frágil bajo sus dedos, y cuando se da la vuelta los ojos le sonríen azules y brillantes detrás de las gafas. Vivian está preciosa esa noche, el calor coloreándole las mejillas y rizándole el pelo en las sienes, y cuando se acerca sus cuerpos se moldean alrededor del otro, encajando con práctica.

- Hola, Arthur. - Le susurra en la oreja, la vibración de su voz conectando directamente con su entrepierna, la anticipación secándole la boca.

- ¿Estás libre más tarde? - Grita Arthur, intentando hacerse oir por encima del repentino entusiasmo que despierta Lady Gaga. Vivian sonríe lentamente y se acerca a su oreja otra vez para susurrar, y Arthur puede notar su respiración suave sobre su piel, las palabras deslizarse por su oído, pero su cabeza no puede registrar nada, repentinamente, el corazón suspendido en el pecho.

Entre la confusión de brazos y cuerpos y luces y docenas de personas, Arthur atisba algo que hace que se le atasque la respiración en la garganta. Es sólo un destello rojo que podría ser un efecto óptico- pero también podría no serlo, y la posibilidad le cosquillea casi insoportable bajo la piel. Se aparta rápidamente de Vivian, que le mira algo extrañada y le pide disculpas, abriéndose paso entre la gente a toda prisa, casi sin pensar, la mirada fija en una espalda que resulta familiar, una caída de pelo inconfundible.

El balcón está escondido detrás de unas cortinas casi opacas, pero Merlin parece no tener ningún reparo al echarlas a un lado y abrir la puerta corrediza. Arthur acelera el paso y extendiende un pie para evitar que la puerta se cierre del todo, gimiendo un poco por el dolor. Se cuela rápidamente dentro del balcón antes de que Merlin se dé cuenta y cierra la puerta a sus espaldas.

El aire cálido de la noche le golpea la cara y agita los farolillos de papel que cuelgan sobre sus cabezas, balanceándose en su cuerda y dibujando sombras temblorosas sobre el perfil de Merlin. Arthur siente la repentina necesidad de girar sobre sus talones y salir corriendo de ahí, de huir a toda prisa porque la silueta de Merlin parece recortada contra la luna y se le acaba de olvidar lo que venía a hacer. Pero por supuesto y como suele pasar en estos casos, es estonces cuando Merlin se da la vuelta para mirarle.

- Uh. - Dice, elocuente, una cerveza a medio camino hacia sus labios. El final de su palestino se mueve al mismo ritmo que los farolillos, y son casi del mismo rojo y Arthur tiene que hacer un esfuerzo para decir algo.

Carraspea.

- Has venido. - Dice Arthur, estúpidamente, y aclara por si acaso. - A mi fiesta.

- Eh, sí. - Se encoge un poco de hombros y Arthur puede ver la sombra de una clavícula asomar por el borde de la camisa. Jesús, qué es esto.

- No pensaba que fueses a venir. - Arthur se acerca un poco para apoyarse contra la barandilla porque el alcohol se le ha subido a la cabeza de golpe y todavía debe durarle el efecto de las promesas de Vivian, porque siente que le arde la piel debajo de la ropa.

- Bueno, es que me dijiste que podía emborracharme yo sólo en una esquina, y yo no sé resistirme a esa clase de invitaciones. - Arthur sonríe algo nervioso y puede ver a Merlin sonreír por el rabillo del ojo, también, la espalda apoyada contra la barandilla. Arthur mira hacia abajo y una ambulancia pasa en ese preciso intante bajo sus pies, la sirena inundándoles durante un momento, silenciando la música del interior y hasta los latidos de su propio corazón y está bastante seguro de que podría ser una señal, pero nunca se le ha dado bien interpretar señales así que se gira hacia Merlin hasta que los dos están cara a cara.

- Pues me alegra. Que hayas venido. - Confiesa torpemente mientras mira hacia abajo, porque es la verdad, porque es como si todas esas piezas que llevaban descolocadas toda la noche cayesen y encajasen por casualidad en ese preciso instante.

Y puede que sea la noche, la luz de los farolillos, el alcohol o que Merlin parece realmente mágico si juntas las tres cosas, pero Arthur tiene que estirar un poco la mano para tocar el final del palestino, los flecos acariciándole la punta de los dedos. Merlin le mira fijamente, conteniendo la respiración como esperando a ver qué está haciendo Arthur, pero la verdad es que Arthur no tiene la menor idea de lo que está haciendo así que sigue tocando la tela, a ver qué pasa, tirando un poco aquí y allí hasta que siente que se desliza, que se desenrosca del cuello de Merlin, que le mira con los ojos tan abiertos y desde tan cerca que Arthur podría contar las motas más oscuras de su iris si quisiese.

- Por qué siempre llevas este cacharro. - Susurra, dejándolo caer al suelo.

- No me acuerdo. - Responde Merlin, susurrando también, su respiración sonando algo temblorosa. Arthur le acaricia la parte del cuello que queda al aire, y la curva es larga y blanca y perfecta bajo sus dedos, y Merlin suelta todo el aire de golpe, como si hubiese estado esperando el momento adecuado dentro de sus pulmones.

- Bueno, pues no lo lleves más. - Dice contra su piel, un segundo antes de dejar caer los labios en ese punto que está debajo de su mandíbula, sin pensar y sin poder evitarlo, un poco embloroso en los bordes. Merlin se queda quieto un momento, y luego gime y dice vale, vale, vale, y se agarra a su espalda, sus dedos apretándole los hombros un poco indecisos al principio, y con más fuerza de la necesaria después.

Y a partir de ahí el camino es bastante inevitable. Arthur descubre que el cuello de Merlin es terriblemente sensible, que si pasas una uña por la sombra de su yugular hace que se vuelva loco en tus brazos, y gima como un animal y te clave los dedos en el culo. Hace que les empuje por todo el balcón, que casi se caigan por la barandilla y se rían en la boca del otro, por lo estúpido y por lo caliente y por lo brillante que es el contacto cuando sus entrepiernas chocan por casualidad y descubren que están tan- dios, tan calientes que podrían arrancarse los pantalones ahí mismo.

Merlin besa como si se estuviese muriendo, como si se fuese a morir mañana o en los próximos cinco segundos y esto fuese lo último que le queda, los labios secos y fantásticos contra los suyos, diferentes porque no es una chica pero sobre todo, supone, porque es Merlin. Al final acaban chocando contra la pared del balcón, la que está justo al lado de la puerta, y Arthur no puede dejar de tocar, de buscarle la piel por debajo de la ropa, y siente las vibraciones de la música a través de la piedra primero, y después a través de Merlin, que coge esas vibraciones y las transforma en algo hipnotizante, mágico.

La cabeza le da vueltas y sus pensamientos se amontonan y toman forma durante un segundo- qué estoy haciendo y qué es esto y podría entrar cualquiera y pero qué, qué estamos haciendo- para después disolverse en el aire y dejarle sólo con una necesidad irrefrenable de restregarse contra Merlin, que gime y pide más y dice sí y ya no sabe lo que dice pero Arthur le mira y tiene ganas de prometerle toda clase de cosas.

- Quiero que te corras. Voy a hacer que te corras. - Le dice, y Merlin gruñe y asiente, besándole frenéticamente y tirándole del pelo. Arthur le busca el principio de los pantalones y tira del botón hasta que se deshacen- hasta que siente la polla de Merlin golpeándole los dedos, caliente y suave e increíble. Merlin le tira del pelo con más insistencia y Arthur empieza a mover los dedos, a hacerlo como a él le gusta -como espera que le guste a Merlin, también- y a besarle la comisura de los labios hasta que Merlin los abre en un grito mudo y entonces puede dejar caer su lengua en el interior.

Arthur siente el orgasmo en el estómago. Y no sabe si es el suyo, que llegará pronto y en sus pantalones porque Merlin se retuerce en sus brazos y no para de restregar su pierna sobre su erección, o el de Merlin, que nota en la manera en la que le mira y no puede mantener los ojos abiertos, en cómo pone el cuello en tensión y en cómo le araña y le hace daño y le busca los labios a ciegas y acaba besándole la punta de la nariz. Al final Merlin acaba bajando su mano, entrelazando sus dedos, moviéndoles las manos al ritmo que él quiere- que es imposible y vertiginoso, que hace que le duela la muñeca y que no pueda parar de jadear como si estuviesen masturbándole a él. Merlin empieza a hablar, y al principio piensa que no está diciendo nada pero después de un rato se da cuenta de que está repitiendo arthurarthuarthurarhur una y otra vez, y un segundo después se está corriendo y Arthur se está corriendocorriendocorriendo con él y nota la mano mojada y el estómago tembloroso y el cuerpo latiéndole de arriba abajo por el orgasmo más todopoderoso e interminable que ha sentido jamás. Y ni siquiera me la he sacado de los pantalones, Jesús.

Arthur se deja caer sobre Merlin completamente agotado y apoya la cabeza en su hombro, sintiendo el pulso de Merlin cabalgar contra su mejilla, y cierra los ojos para poder seguir mejor el ritmo. Pasa un minuto o una hora o ciento cincuenta latidos, la parte de su cerebro que mide el tiempo fuera de combate y Merlin empieza a empujarle, suave al principio y después con más fuerza, lás manos insistentes sobre su pecho.

- Qué- qué-

- Quita. Quita. - Insiste Merlin, haciendo que dé tres pasos hacia atrás, casi tropezando con sus propios pies. Arthur le mira con el cerebro todavía en standby, tan sorprendido y tan sobrepasado por su orgasmo que no es capaz de cerrar la boca.

- ¿Pero qué haces?

- No, Arthur, ¿qué coño crees que haces tú? - Le espeta Merlin, abrochándose rápidamente los vaqueros, limpiándose la humedad de la mano en la camiseta. Le mira completamente deshecho, el pelo revuelto, los labios increíblemente rojos y no le da tiempo a responder, porque sale a toda prisa mucho antes de que pueda encontrar algo coherente que decir, la música del interior saliendo por la puerta unos sengudos antes de dejarle fuera, en el silencio casi irreal del balcón.

- Joder. - Susurra Arthur, frotándose la cara y arrepintiéndose cuando se da cuenta de que todavía tiene la mano manchada. Gruñe y se desliza hasta el suelo, apoyándose en la barandilla y mirando los farolillos balancearse suavemente adelante y atrás, preguntándose qué, qué mierda acaba de pasar exactamente. Suspira y mira hacia abajo, hacia la barandilla donde está el palestino enganchado, colgando hacia el vacío. Tiene el repentino impulso de dejarlo ahí, de cruzarse de brazos y mirar cómo se lo lleva el viento, pero acaba cogiéndolo inevitablemente, enredándolo entre sus dedos y sintiéndose patético de mil maneras diferentes.

Y es que la cosa con las fiestas es que nunca, nunca salen como uno planea.

aus de instituto que tienen tags, merlin for queen, merlin es puro crack, this is so embarrasing, merlin es serious business, yoyoyoyoyoyo, what time is it? it's fic time!

Previous post Next post
Up