Título: Finales felices para principiantes
Rating: NC-17
Wordcount: ~21000
Summary: Cuando Nadeem confiesa que le gustan los chicos su familia prácticamente ni pestañea, pero cuando anuncia que quiere irse al Reino del Norte a abrir una zapatería, ah, eso ya es una cosa muy diferente. Un cuento de hadas, de príncipes encantados, de búsquedas interminables por tierras lejanas y de zapatos. Especialmente, de zapatos.
Para:
music_dementia , reina de todo lo original, con amor. Muy tarde llega esto como regalo, lo sé, pero ah, ¡feliz cumpleaños, feliz navidad y feliz año nuevo, así todo en uno! ♥♥♥
Agradecimientos varios: A
mi hermana, por responder preguntas absurdas y traerme las mejores historias del desierto, a
insideblue por su entusiasmo y sus ánimos, sin los que esta historia no hubiese podido llegar a ningún tipo de final, y a
chilvi_cos, por querer que ciertos personajes se LIASEN.YA aunque acababan de conocerse. I ♥ you all!
1.
Cuando por fin Nadeem confiesa que le gustan los chicos, después de meses de cuidadosa planificación, de cambiar de idea aproximadamente medio billón de veces y de frustrarse consigo mismo por su falta de decisión, resulta todo, sinceramente, bastante anticlimático.
La jaima de su familia tiene un armario que le llega por la cintura. La pintura blanca se dilata y se abomba por el calor todos los veranos, y la superficie ha ido coleccionando burbujas blancas de pintura de todos los tamaños que a Nadeem le gusta tocar con los ojos cerrados, como ha visto hacer a los ciegos, para intentar encontrar mensajes secretos. Las baldas del interior han desaparecido, o quizás nunca hayan estado ahí, y los zapatos de sus hermanas se apilan en el interior en hileras desordenadas y coloridas que fascinan y horrorizan a Nadeem a partes iguales.
Después de dos segundos de duda empuja todos los zapatos a dos manos fuera del armario, notando las texturas familiares bajo las yemas, su madre mirándole vagamente interesada desde una esquina, pasando lentamente las hojas de un libro. Ftaim está jugando con su padre a las damas en el otro extremo de la jaima, y Falak observa la partida con las piernas cruzadas, llevándose las manos a la cabeza y gritando UN SUICIDIO, ¡¡¡ESE MOVIMIENTO ES UN SUICIDIO!!! a intervalos regulares. En general nadie le presta demasiada atención, acostumbrados como están a que haga cosas inexplicables de vez en cuando, pero Nadeem supone que así el impacto dramático será mayor. Y eso es lo que importa.
Se encoge en una bola, presionando las rodillas contra su pecho dentro del espacio reducido del armario, y cierra las puertas con la punta de los dedos. Respira hondo, arrepintiéndose cuando la naftalina sube por su nariz de forma desagradable, y tose un poco antes de empujar las puertas con bruquedad, trepando fuera del armario con toda la dignidad que la situación le permite.
Se queda en medio de la jaima con los brazos extendidos, en mitad de lo que parece algún tipo de desastre relacionado con el calzado, esperando alguna especie de reacción.
Y espera un rato más, hasta que los brazos empiezan a dolerle y entonces carraspea.
- ¿Querías algo, cariño? - Dice su madre levantando la mirada de su libro durante media milésima de segundo.
- Déjale, ya sabes cómo es. - Dice Falak, la mano sujetándose la barbilla mientras mira con horror mal disimulado cómo su padre mueve una de las damas negras.
- Igual estaba intentando llegar a alguno de esos universos que hay al final de los armarios. - Dice Ftaim, sonriéndole despacio.
- ¿Estabas intentando llegar a uno de esos universos? - Pregunta su padre sujetándose el final de la barba con un par de dedos, sonando ligeramente desaprobador.
- ¿Qué? No. No. - Nadeem gesticula entre el armario y él, intentando expresar su intención. Suspira. - Era una metáfora, gente.
- ¿Sobre los universos paralelos? - Pregunta su madre, frunciendo el ceño.
- No, a mi me parece más que esto es alguna especie de performance. - Asiente Falak. - Creo que simboliza el renacer.
- ¿No me dirás que quieres unirte al circo? - Pregunta su padre, sonando cada vez más alarmado.
- En realidad eso suele ser cosa más de artistas callejeros. - Aporta Ftaim, comiéndole una dama a su padre rápidamente.
- ¡Ningún hijo mío será artista callejero! - Grita su padre, agitando los brazos, y añade por si acaso, - ¡Ni se unirá al circ-
- ¡Gay! - Grita Nadeem, perdiendo la paciencia.
- ¿Cómo dices?
- Que estaba saliendo del armario, porque me- - Traga saliva. - gustan los chicos.
El silencio en la jaima es atronador, al menos hasta que todos se dan la vuelta y siguen haciendo lo que estaban haciendo hace cinco minutos, como si no hubiese pasado nada. Nadeem abre y cierra la boca, sin saber qué decir.
- No te quedes ahí con la boca abierta, hijo, - Dice su madre. - que te va a entrar un hada.
- ¿Pero me habéis escuchado?
- Sí, has dicho que te gustan los tíos. - Dice Falak alrededor de su puño, que presumiblemente se ha metido en la boca para no gritarle a su padre que está cometiendo algún crimen horrible contra los juegos de estrategia.
- Y ya lo sabíamos. - Asegura Ftaim.
- No hacía falta que armases todo esto. - Falak mueve la mano en círculos despectivos cuando dice todo esto.
- ¿Qué? Pero- o sea, ¿desde cuándo?!
- Desde que nos dijiste que querías casarte con el Rey Midas. - Dice Ftaim mirando el tablero fijamente.
- Pero eso era porque quería vivir en un palacio de oro. - Dice Falak. - El muy hortera.
- Es verdad. - Asiente su madre, cerrando el libro y dejando un dedo en medio para recordar la página. - Lo sabemos porque le pillamos besando el póster del Flautista de Hammelin que tenía Falak escondido entre sus libros.
- ¡Ese póster era de Alima!
- Ya, seguro. - Bufa su padre, poniendo los ojos en blanco y estrechando la mano de Ftaim por encima del tablero de damas, concediéndole la victoria.
Llegados a este punto Nadeem levanta las manos y se da por vencido, saliendo de la jaima para escapar la ridícula discusión del interior, que como todas las discusiones en su familia ha acabado en aquella vez que su padre malgastó los tres deseos de la lámpara en pedir tres camellos.
- ¡El genio me entendió mal! ¡Qué culpa tendré yo de que estuviese medio sordo!
El sol se precipita sobre su cara y respirar el aire del desierto al mediodía es como ponerse a respirar fuego en medio del infierno, y aunque a Nadeem le molesta profundamente que algo que iba sobre él haya acabado yendo sobre otra persona no puede evitar sentirse aliviado, como si le hubiesen levantado un peso que no sabía que tenía del centro del pecho.
Así que sí, cuando hace su gran declaración a nadie parece importarle demasiado, pero cuando años después anuncia que quiere irse al Reino del Norte a abrir una zapatería, ah, eso ya es otra cosa muy diferente.
- ¡Cómo que zapatero! - Grita su padre, su pipa parándose a mitad de camino hacia su boca, sus dedos nudosos agarrándose a la madera como si le fuese la vida en ello.
- Yo prefiero llamarlo artesano del calzado-
- Nadeem hace unos zapatos muy bonitos. - Le interrumpe Ftaim, levántandose el borde de su melfa para enseñarles los bordes curvados de sus zapatillas.
- ¡Tonterías! - Bufa su padre, encendiendo el borde de su pipa con impaciencia, aunque ya está encendida de sobra y el humo empieza a acumularse en el interior de la jaima.
- Calma. - Dice su madre, mientras sirve el té con el brazo extendido, el líquido curvándose dentro de los vasitos como el agua al final de una cascada.
- Lo que pasa es que Nadeem quiere ir a la capital a buscar chicos guapos.
- Falak. - Dice su madre, con esa inflexión en la voz que resulta más imponente que los gritos histéricos de su padre.
- Es normal, - continúa, sin inmutarse. - aquí la única posibilidad que tiene el pobre desgraciado de echar un polvo es coger tierra del camino y lanzarla al aire.
Ftaim echa la cabeza hacia atrás para reírse y su padre empieza a echar humo por la nariz, como si fuese a despegar en cualquier momento.
- ¡Pero vamos a ver! ¡quién va a comprarte a ti zapatos! - Exclama entre nubes enfadadas.
- ¡Qué sé yo! - Nadeem gesticula a su alrededor. - Todo el mundo usa zapatos.
- Excepto los gnomos. - Susurra Ftaim, la mirada perdida. - He oído que les gusta ir descalzos para estar en contacto con la tierra.
- ¡Tendrías que estar pensando en criar caballos, como tu padre! - Su padre coge su té y lo bebe de un trago, escaldándose la lengua y atragantándose. La madre de Nadeem le da palmaditas en su espalda sin demasiado entusiasmo. Tose un poco y agita un dedo en el aire. - ¡Como el padre de tu padre!
- El abuelo tenía un cabaret parisino en Ágraba. - Dice Ftaim, bebiendo tragos más prudenciales de su té. - Y allí conoció a la abuela.
- ¡Eso es lo de menos! - Dice su padre, limpiándose el final de su barba con el dorso de la mano.
Nadeem frunce los labios.
- Voy a hacerlo de todas formas, así que lo que me digas me importa un pimiento. - Declara, cruzándose de brazos.
- ¡Pues vale!
- PUES BIEN.
- ¡PUES PERFECTO!
Pero al final y como suele pasar en estos casos, después de gritos, negociaciones, lágrimas y chantajes, su padre acaba cediendo y Nadeem se encuentra una mañana junto a uno de sus mejores caballos, su vida entera guardada en cuidadosos paquetes y el sol una raya rosada en el fondo del desierto.
- Más te vale escribirme. - Dice Falak, dándole un abrazo con olor a lavanda. - Dejo en tus manos mi entretenimiento, y exijo saber todo acerca de los príncipes azules que conquistes.
- Pero asegúrate de que no es un príncipe rana. - Le dice Ftaim, besándole suavemente en una mejilla.
- Abrígate mucho. - Le dice su madre, ajustando el pañuelo alrededor de su cabeza más veces de la necesarias y pestañeando rápidamente. - Y no te occidentalices demasiado.
- Vale, mamá. - Susurra.
- Prométeme que rezarás. - Dice su padre casi sin mirarle, presionando una alfombra enrollada entre sus manos, - De vez en cuando.
- De vez en cuando. - Asiente Nadeem, intentando sonreír para que no se le note el nudo que tiene firmemente atascado en medio de la garganta y apretando las correas alrededor de su equipaje, comprobando que está bien sujeto a la grupa del caballo.
Después de comprobar y volver a comprobar todo ya no le quedan más excusas para alargar el momento, así que se sube en un movimiento practicado sin decir nada más, y agita un poco una mano antes de hacer caminar a su caballo.
Cuando ya lleva galopando más de diez minutos, las dunas ondeando a su alrededor como olas doradas y la arena pegándose de la humedad en sus mejillas, se gira para mirar hacia atrás, a ese punto lejano y diminuto que solía ser su casa, y luego mira de nuevo al frente, donde el sol empieza a despuntar gigante y luminoso por encima de la curva irregular de la tierra.
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Nadeem se esperaba muchas cosas de la ciudad.
Se esperaba los tejados inclinados y picudos, estirándose hasta casi tocar un cielo que es más gris de lo que nunca es en casa. Se esperaba el extraño concepto de realeza. Se esperaba el frío propio del norte y la suciedad que es sólo propia de las ciudades, los gritos y la música y luces encendidas las veinticuatro horas del día. Se esperaba la gente y todos esos seres que no está seguro de que quieran ser llamados gente, y se esperaba el encontrarse cada día una especie diferente de kobold en los lugares más insospechados, como dentro de la mermelada o en el alféizar de su ventana. Se esperaba el contraste y se esperaba el choque cultural, e incluso se esperaba la absurda cantidad de chicos guapos, pero lo que no se esperaba era- en fin. Digamos que Nadeem llegó con una idea demasiado romántica sobre lo que sería su negocio en una ciudad como esa.
- Estoy sin un riel.
- Eso es porque te los gastas todos en apuestas. - Declara Goldie, hipócritamente, deslizando cinco fichas rojas sobre la mesa con un par de dedos.
- No, no. - Aunque también. - Es porque en esta ciudad hay demasiada competencia. - Explica, dejando su patética mano sobre la superficie verde de la mesa y pasándose los dedos por el pelo, deshaciendo parcialmente el lazo de su coleta. - Entiendo que los duendecillos tercermundistas que trabajan por el salario mínimo atraigan a las empresas, pero lo de los leprecauns ya es absurdo.- Se frota la cara, agitando las manos a su alrededor para despejar el humo del bar. - Esos leprecauns andan por ahí con una sola bota, están borrachos la mitad del tiempo y aun así tienen más clientela que yo, Goldie. Si no llevase cuatro amuletos diferentes pensaría que alguien me ha echado un mal de ojo.
Agita los amuletos en cuestión, los cristales y el metal tintineando al final de la cadena.
- Eres el chico nuevo de la ciudad, dale tiempo a que se acostumbre a ti. Ya sabes lo caprichosa que es. - Goldie cubre cualquier posible amargura en su voz con un trago de su petaca plateada, y Nadeem se muerde la lengua para no replicar que lleva casi un año viviendo ahí.
Goldie es el más claro ejemplo de estrella fugaz. Encandiló al reino durante una semana entera con su melena rubia y su éxito de dudoso contenido Los Tres Osos, pero la ciudad es tan rápida en querer como en olvidar, y años después sus rizos caen ligeramente menos dorados alrededor de su cara y ha desarrollado un cariño desproporcionado por el whisky casero y las pistolas de pequeño calibre. A veces olvida alguna que otra cosa, durante un momento o dos, pero es su mejor amiga y Nadeem le perdonaría cualquier cosa. Además, no es como si él no tuviese vicios propios.
- No te preocupes, mi querido Nadeem. - Le dice Harlan, posándole una mano de dedos delgados y blanquísimos sobre la manga de su camisa, y sonríe de medio lado, de una manera que deja a Nadeem dudando de si se está riendo de él en algún punto debajo de todas esas capas de estudiada amabilidad. - Estamos en recesión, es normal que las cosas no te vayan del todo bien. Pero hay maneras de circunnavegar la situación.
- No hace falta que hables como un puto libro de texto. - Murmura Goldie, la mirada fija en sus cartas.
- ¿Qué maneras? - Pregunta Nadeem, esperanzado, ignorando a Goldie.
Sabe de una manera distante y poco concreta que Goldie no aguanta a Harlan por alguna razón, pero Nadeem es un experto en ver sólo lo que quiere ver, y le da igual que se quieran matar a sus espaldas mientras se comporten civilizadamente a su alrededor.
Goldie saca su pistola favorita de debajo de sus faldas y la hace girar alrededor de su dedo índice, y Nadeem rectifica mentalmente: todo lo civilizadamente posible.
- Bueno, durante la guerra de Fühl estuve a punto de cerrar la libería-
- ¿La guerra de Fühl? ¿La guerra de Fühl de hace cuarenta años? - Pregunta Goldie, abandonando la máscara de indiferencia durante un segundo. - ¿Pero tú cuántos años tienes exactamente?
Harlan encoge uno de sus delicados hombros y abre y cierra el abanico de sus cartas, quitándole importancia. Tiene el pelo tan rubio que parece blanco y los rasgos más perfectos que Nadeem ha visto jamás en un hombre, de una forma que es casi molesta, pero aunque lo intentase no sabría concretar si tiene quince años o cuarenta y cinco. Por suerte para su salud mental, Nadeem no lo intenta demasiado.
- ¿Y entonces qué dices que hiciste? - Nadeem intenta volver a encauzar la conversación, agachándose sobre la mesa por si el método requiere alguna especie de práctica ilegal.
- Ah, sí. - Harlan hace una pausa dramática, enarcando una ceja blanca. Nadeem está bastante seguro de que son el trío más absurdamente teatral de todo el reino. - Reinventarme, por supuesto.
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A Nadeem esto no lo parece buena idea.
- Esto no me parece buena idea.
- Tsk, calla. - Goldie está demasiado alegre para haber bebido hasta casi el desmayo la noche anterior, en su humilde opinión.
- Es porque tengo una resistencia casi sobrehumana al alcohol. - Le dijo cuando apareció en su puerta a las ocho y media de la mañana con una bolsa llena de papeles enrollados, mirando sus zapatillas favoritas con una ceja enarcada. Nadeem sabe de sobra que esa resistencia sobrehumana se llama Polvos Mágicos de la Señorita Hang Para Noches Agitadas, pero no dice nada al respecto.
Es casi mediodía en la ciudad y el sol brilla con fuerza en lo alto del cielo. Las calles están llenas de gente que se empuja y grita y se lanza hechizos en cuanto el tráfico lento les hace perder los nervios, y Nadeem parpadea cuando una mujer altísima pasa a su lado llevando a tres niños atados de un cordel, flotando en el aire como si estuviesen rellenos de helio. Agita la cabeza, alzando la voz por encima del barullo.
- Es sólo que- - Nadeem coge uno de los carteles y lo inspecciona con ojo crítico. - ¿Es todo esto realmente necesario?
Señala la fotografía que Goldie ha modificado para hacerle parecer mucho más guapo y musculoso de lo que realmente es. No es que a él le moleste la autopromoción lo más mínimo, pero esto es demasiado ridículo. Golpea las letras mágicas que anuncian que es un experto en problemas relacionados con el calzado; resolvemos todas sus dudas, mirando con el ceño fruncido el polvo dorado que se queda pegado de sus dedos.
- ¿Qué dices? Pues claro que es necesario. - Dice ella, moviendo su melena por encima de su hombro, sus ojos brillando oscuros. - ¿Quieres ganar dinero o no?
- Por supuesto que sí.
- Pues haz caso de la maestra.
- ¿Y desde cuándo eres una maestra en publicidad?
- Desde que una vez tuve un novio que tenía una hermana que estaba casada con la publicista de Rapunzel. - Se inclina para susurrarle, - Y déjame que te diga que la mitad de esa melena son extensiones.
Nadeem está a punto de señalar todos los fallos en ese razonamiento, pero alguien se choca contra sus rodillas, haciéndole que pare en seco.
- ¡Oye, tú! ¡A ver si miramos por dónde vamos! - Gruñe un hombre muy pequeño, agitando lo que parece ser una pala enfrente de sus narices antes de seguir andando.
- Discúlpale, un mal día. - Dice otro hombre igualmente pequeño, corriendo detrás de su compañero. Nadeem se queda parado mientras ve otros cinco hombrecillos correr en la misma dirección, todos llevando el mismo logo de “La mina mágica de Blancanieves” cosido en sus espaldas.
- No te quedes mirando, Nad, que es de mala educación. - Dice Goldie, tirándole de la manga.
Goldie le lleva por calles estrechas, le hace cruzar arcos que están hechos para gente mucho más pequeña y le hace subir escaleras de caracol, arrastrándole de la oreja cuando intenta desviarse al pasar junto a las luces brillantes del Casino Real.
- Sólo un par de man-
- No.
- Vale.
Cuando llegan a una calle que es suficientemente grande para el gusto de Goldie, ella empieza a empapelar las paredes y los escaparates de las tiendas, la cara sonriente de Nadeem cubriendo los anuncios para el próximo baile de la Corte mientras una versión más real y menos espectacular de Nadeem reparte folletos con varios niveles de éxito. Un brujo mayor, por ejemplo, enrolla uno de los folletos y se lo mete dentro de la boca mientras le golpea con su cetro en la cabeza, y una gata blanca le agradece la publicidad, maullándole un críptico para mi hijo.
Cuando Goldie se da por sastisfecha el sol ya está desapareciendo detrás de los edificios, y Nadeem observa el púrpura avanzar por el cielo desde los escalones que llevan a la parte alta de la ciudad, de donde sobresalen las torres blancas del palacio como pequeñas agujas de mármol contra el fondo verde de las montañas.
- Aaaah, estoy hecho polvo. - Gruñe Nadeem, dejándose caer sobre las escaleras dramáticamente, recogiéndose el pelo en lo alto de la cabeza. - Espero que haya merecido la pena.
- Claro que ha merecido la pena. - Le dice Goldie con una sonrisa.
Una guardia pasa junto a ellos, mirándoles con recelo por la rendija de su yelmo, y Goldie se apresura a extender los volantes de su falda alrededor de sus pies, escondiendo efectivamente la pistola plateada que tiene enfundada a la altura de su gemelo.
Nadeem coge uno de los folletos y lo estira sobre su rodilla, deshaciendo las arrugas contra su pantalón gris con toda la palma.
- Vale, pero hay algo que- - Duda un momento, casi temiendo preguntar. Suspira, dándose por vencido. - ¿Me puedes explicar qué mierda significa problemas relacionados con el calzado?
Goldie sonríe de medio lado, de esa manera que es un poco peligrosa y que le pone los pelos de punta, y le asegura que
- Oh, ya lo verás.
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Algo despierta a Nadeem bruscamente. Salta fuera de la cama con las imágenes de un sueño interesante todavía pegadas a su retina, y se coloca la erección dentro del pijama con una mano distraída mientras se pone su bata de flores con la otra, metiendo los pies en unos zapatos que ha estado diseñando la noche anterior. Los zapatos se encienden a cada paso que da, iluminando las paredes de su pasillo y los bordes redondeados de las escaleras como uno de los árboles del Solsticio. A Nadeem le parecen brillantes.
Los golpes en la puerta han disminuído hasta convertirse en un golpeteo irregular, como si estuvise cayendo una lluvia inconstante al otro lado de la madera. Nadeem frunce el ceño y mira la hora en en el reloj de pared, las manecillas declarando que efectivamente son las cuatro y media de la mañana.
Suspira, poniendo los ojos en blanco y deshaciendo las intrincadas cadenas de su puerta, esperando encontrar a Goldie en su felpudo, demasiado borracha para llegar a su casa diez metros más allá.
- Espero por tu madre, Goldie, que estés al borde de un coma etílico porque estaba soñando que Harlan me la estaba chupan- ah. Eh. Hola.
Pero en lugar de su amiga hay un señor enorme apoyado en el quicio de su puerta, el pelo cayéndole sobre los ojos y una mano que es más grande que la cabeza de Nadeem sujetándose algo en el centro del pecho.
- ¿Eres Naveen? - Dice, su voz un susurro ronco.
- Nadeem. - Frunce el ceño.
- Lo que sea, Sherezade. - Gruñe, empujándole uno de sus folletos contra su pecho, con tanta fuerza que Nadeem da un paso hacia atrás. - Tengo un problema relacionado con el calzado. Concretamente, éste. - Dice, separándose la mano de su estómago.
Nadeem no sabe si es la luz parpadeante de sus zapatos o que todavía puede sentir los labios de Harlan intentar sorberle el cerebro por la punta de la polla, pero juraría que eso que tiene el hombre encajado entre las costillas, teñido por la sangre, es-
- Señor, ¿es eso una bota?
Y así es como empieza esta nueva dimensión de su trabajo. No exclusivamente el atender heridas de bota a altas horas de la madrugada, sino el lidiar con cualquier tipo de emergencia que tenga que ver aunque sea tangencialmente con zapatos.
- Te dije que funcionaría. - Dice Goldie, haciendo girar una pistola a la altura de su cadera y mirándole con un aire de satisfacción.
- Vale, sí, ¡¡pero échame una mano, quieres!! - Grita Nadeem, intentando mantener alejadas a duras penas a unas bailarinas que intentan comerse sus dedos.
Está atardeciendo sobre los tejados de la ciudad y Nadeem bosteza sobre la estructura desmantelada de las zapatillas rojas. Mueve la vela más cerca y mira a través de su lupa, buscando el origen del problema.
- ¿Qué les pasa a ésas? - Pregunta Harlan, apoyándose contra su mesa de trabajo y bebiendo delicadamente de su té.
Nadeem suspira.
- No estoy seguro. La niña que me las trajo no podía parar de bailar cuando se las ponía. - Frunce el ceño. - Estaban pensando en cortarle los pies, los muy salva-
La campana de la puerta le interrumpe en mitad de su frase.
- ¡Está cerrado! - Grita Nadeem asomando la cabeza por el hueco de la puerta de su trastienda, haciendo un gesto a la sombra que se mueve al otro lado del cristal. Vuelve a mirar los circuitos de la suela, entrecerrando los ojos. - Creo que es un fallo en la matriz del hechizo- - La campana vuelve a sonar. Nadeem se impacienta. - ¡Que está cerrado!
- Deberías ir a mirar. - Le sugiere Harlan, levantando las cejas y sonriendo como si supiese algo que Nadeem no sabe. - Puede que sea importante.
Nadeem pone los ojos en blanco y se levanta de su taburete, murmurando entre dientes acerca de clientes que no saben lo que significa de nueve a siete y media.
- Está cerrado. - Gruñe Nadeem al abrir la puerta, echando una mirada desinteresada al hombre que espera en su puerta, una capa azul oscureciéndole los rasgos. - Vuelva mañana.
Intenta cerrar la puerta, pero el hombre extiende una bota gris y evita que se cierre del todo.
- ¡Espere! Espere por favor. - Dice el hombre, bajándose la capucha. Nadeem se da cuenta de que es un chico muy alto y muy pálido más que un hombre. - ¿Puede ayudarme? Necesito que me ayude.
Suena algo desesperado, y le extiende un zapato de cristal que Nadeem coge entre sus dedos. Toca el extraño material, pasando las yemas por los dibujos en espiral del tacón, suspendido entre la admiración y los celos ante un trabajo artesanal tan fantástico. Carraspea, recuperándose.
- Muy bonito, pero dudo que pueda hacer que esto le valga. - Dice, señalando con un movimiento de cabeza las enormes botas del chico, devolviéndole el zapato con un encogimiento de hombros.
- ¿Qué? ¡No! No es para mí. - Se apresura a asegurarle, pasándose una mano nerviosa por su pelo rojo. - Necesito encontrar a alguien. A la persona. A la que pertenece esto. - Un segundo después aclara, - El zapato.
- Pues vaya usted a la policía. Seguro que no les importa buscar a su novia. - Nadeem pone los ojos en blanco.
Goldie fue inteligente a la hora de no precisar demasiado en su publicidad las cosas con las que Nadeem estaba dispuesto a ayudar, como demuestra el cofre lleno de monedas nuevas que guarda bajo una baldosa suelta de su baño, pero a veces le sorprende lo que la gente considera que está dentro de sus competencias.
- No, no puedo ir a la policía. - Dice, negando vehementemente con la cabeza, su pelo agitándose en todas direcciones. - Le pagaré mucho dinero si me ayuda. - El chico salta de un pie para otro, mirándole con ojos muy azules y muy abiertos, y algo en la mente de Nadeem hace click, como si hubiese dicho las palabras mágicas.
Nadeem le estudia durante un segundo, fijándose por primera vez en la ropa elegante bajo su capa, los pantalones ajustados de montar y la chaqueta azul que parece cambiar de color cuando el chico se mueve nerviosamente en el umbral.
- ¿Cuánto es mucho dinero? - Pregunta Nadeem, haciéndose a un lado para dejarle entrar en la tienda, cerrando la puerta a sus espaldas.
Harlan les mira desde detrás del mostrador, una pequeña sonrisa bailándole en la comisura de los labios.
- Mucho. - Asegura, saludando con un movimiento de cabeza a Harlan. - Eh- - Se rebusca entre su capa, sacando una bolsa que tintinea con el sonido inconfundible del dinero. La posa sobre sus manos y Nadeem siente que empieza a salivar. - Y eso sería sólo la primera parte. El resto se lo daría cuando la encontrásemos.
- Wow, vaya. - Nadeem echa un vistazo dentro de la bolsa, intentando decidirse aunque su mente ya va cuatro pasos por delante, y está fantaseando con todas esas partidas de póker que podría ganar, y todas esas bocas que podría cerrar de golpe, y-
- ¿Entonces me ayudará? - Pregunta, optimista. Nadeem abre la boca, dudando un momento, y mira a Harlan, que se encoge de hombros.
- ¿Dices que hay que encontrar a la chica a la que pertenece este zapato?
- Sí.
- ¿Y ya está?
- Bueno. Sí. - El chico frunce un poco el ceño.
- ¿Por dónde pensabas buscarla?
- Bueno- tengo un- una serie de posibles destinos- - El chico busca de nuevo entre sus aparentemente interminables bolsillos, y saca uno de sus folletos junto a un mapa arrugado. El chico se sonroja y guarda el folleto de nuevo entre los pliegues de su capa. Extiende el mapa y Nadeem mira las ciudades que están marcadas con una cruz roja, unidas por una línea de puntos que señala la ruta a seguir.
Puede que Nadeem esté siendo excesivamente optimista con este tema, por todo eso de tener un montón de dinero entre las manos nublándole la razón, pero le suena como si quisiesen pagarle por hacer un viaje por el Reino del Norte.
Le mira con un ojo entrecerado.
- ¿Y te harías cargo de todos los gastos?
- ¡Por supuesto! - Le asegura el chico, sonriendo con cierta cautela.
Nadeem lo piensa durante medio segundo antes de sonreír y extender la mano, que el chico estrecha con mucho entusiasmo.
- Pues acabas de contratarte un compañero de viaje. Me llamo Nadeem.
- Genial, ¡genial! Yo soy Cornelius. - Sonríe, su apretón sorprendentemente firme. - Muchísimas gracias, de verdad.
Cuando Cornelius se va, agradeciéndole profusamente su ayuda y prometiéndole que mañana estará allí a las ocho en punto, preparado para partir, Nadeem cierra la puerta y se apoya contra el cristal frío, abriendo el saco de dinero para hundir los dedos entre las monedas lentamente, la sensación casi orgásmica.
Harlan carraspea, recordándole que no está sólo.
- Vaya, parece que has hecho un buen negocio.
- ¿Verdad?, ¿verdad?! - Dice Nadeem sin terminar de creérselo, colocándose el pelo detrás de la oreja. - ¿Quién paga este dinero por pasearte por el reino?
Harlan se ríe dentro de su taza, mirándole por encima del borde florido de la cerámica.
- De verdad no sabes quién es. - Dice con un asombro que como todo lo suyo suena más divertido que sincero.
Nadeem frunce el ceño, sintiendo un mal presentimiento treparle por el estómago.
- ¿Un excéntrico rico? - Pregunta, esperanzado. - ¿Un aburrido noble en busca de nuevas experiencias?
Harlan suelta una risa por la nariz.
- Ese con el que acabas de hacer un trato, - le dice Harlan, señalando con su cabeza rubia la entrada de la tienda, que a Nadeem le parece repentinamente siniestra y traicionera. - era el príncipe Cornelius el Maldito.
Nadeem se frota los ojos con una mano. Pues de puta madre.
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