ANTERIORLa dinámica de sus visitas cambia un poco después de eso, predeciblemente.
Ya no queda nada que arreglar, así que ahora Angel visita con la noble intención de controlar que Kai no se mate de inanición.
-¿Has comido hoy?
-¿Mmm?
-Cordia me ha dicho que no has aparecido por la cocina, ¿has comido?
-No estoy seguro. ¿Hoy es martes?
-¡Es jueves!
Cosa que Kai haría si se le dejase. Angel está convencido.
-Pensarás que soy un niño pequeño -Kai lo dice con una sonrisa un poco torcida, y Angel aprovecha el momento para robarle un beso rápido que hace que esa sonrisa se ensanche.
-Para nada -dice, apoyándose en el borde de la mesa mientras se mete una de las galletas que le ha dado Cordia en la boca-. Lo que pienso es que eres un adulto que no es capaz de alimentarse por sí mismo.
Kai le mira con ojos entrecerrados, medio cuerpo bajo Fang Song y una mancha de aceite atravesándole la cara.
-¿No estarás comiendo eso encima de mis notas?
-¿Yo? Qué va -dice, masticando a través de su sonrisa.
Y es que Angel cree, entre otras cosas, que Kai necesita a alguien que le distraiga cuando Fang Song y él están teniendo uno de sus problemas de comunicación. O cuando no. Kai necesita mucha, mucha distracción, especialmente del tipo que incluye sudor y gemidos y un montón de orgasmos.
-No tenemos dieciséis. Un montón de orgasmos son poco probables.
-¿Ah, sí? ¿Está esta opinión tuya basada en datos recogidos de forma objetiva, o estás inventándotelo sobre la marcha?
Angel también cree que hay que comprobar esta clase de cosas. En nombre de la ciencia.
(Y un montón de orgasmos resultan ser más probables de lo que Kai piensa)
Pero Angel no es el único con intereses científicos.
-Espera, espera, mueve la. ¿Puedes mover la pierna así? -Kai está respirando en el hueco de su cuello, sentado a horcajadas sobre él y Angel no sabe qué quiere que haga pero le da igual porque haría cualquier cosa con tal de que se moviese.
Y descubren que su pierna nueva puede moverse en un abanico bastante amplio de direcciones, si el incentivo es el adecuado. También descubren otro tipo de cosas, casi sin querer. Kai está demasiado dolorido por toda esa exploración científica, pero eso no hace que quieran dejar de experimentar, así que siguen el camino de la lógica y deciden probarlo al revés.
-¿Estás seguro? -ahora le toca preguntar a Kai, hablando contra su sien, los brazos temblando en el reposabrazos de la silla. La risa de Angel suena algo ahogada.
-En absoluto.
Pero la cosa sale mejor de lo que esperan, y Angel piensa que le hubiese gustado de todas formas, aunque sólo fuese por la manera que tiene Kai de besarle como si estuviese a punto de romperse en mil pedazos, o por la forma casi animal que tiene de moverse. Pero no es sólo eso. Angel descubre que tiene algo mágico dentro del culo que hace que se corra como un cohete, que le exprime el orgasmo de una forma algo brutal, y que Kai no puede evitar seguirle como si tuviese prisa por llegar a la vez.
Después, cuando están recuperando el aliento sobre la cama, la cabeza apoyada en un ángulo extraño contra la pared, Angel tira de un mechón azul y Kai bufa, aunque al final acaba cediendo y posando la cabeza sobre su pecho. Angel todavía tiene restos de humedad en el estómago, y Kai le limpia con el borde de la sábana en movimientos circulares y ausentes. Hay algo suave, dulce en el Kai post orgásmico. El resto del tiempo parece estar poseído por una energía nerviosa que le empuja en dos extremos opuestos- la seriedad más absoluta cuando está trabajando, la excitación exagerada cuando quiere cubrir otro tipo de sentimientos. Pero es en momentos así, callados, poco importantes en los que Kai parece más una persona real y menos una mezcla química algo inestable.
-¿Cómo es Tewan? -Angel habla, casi sin pensar, el mechón enroscándose y desenroscándose alrededor de su dedo.
Kai levanta la cabeza, las cejas arqueadas. Angel sabe que en cualquier otro momento su respuesta sería rápida y evasiva, pero ahora Kai sonríe un poco, los ojos desenfocados y vuelve a apoyar la cabeza sobre su pecho, los dedos tamborileando un ritmo intermitente sobre su placa de metal. Tap tap tap.
-Pues Tewan es el mejor país del mundo. Y digo esto de forma completamente objetiva -añade, y Angel sonríe contra su pelo-. Por ejemplo, en la capital hay esta -hace un gesto circular con la mano-, esfera de cristal gigante, justo en el centro de la ciudad, que guarda todas las especies de plantas conocidas del mundo. Es una obra de arte de la ingeniería, y cuando el sol la ilumina es como si fuese una bola de fuego. Una especie de estrella menor justo ahí, en mitad de todo.
-Mmm. Suena bien.
Kai asiente y se acomoda sobre su pecho, sus manos dibujando formas en el aire frente a ellos.
-También hay, ¿sabes? Un cementerio de barcos voladores. Un cementerio enorme, que llega hasta donde alcanza la vista, todo lleno de carcasas que parecen gigantes dormidos. Pero no sólo hay barcos antiguos, ¿sabes? porque algunos están en circulación todavía y puedes verlos sobrevolar la ciudad, aunque ahora sólo suben turistas. O, a veces, gente que va a un funeral.
Angel frunce el ceño, y está a punto de preguntar pero Kai se le adelanta.
-Ahora se ha puesto de moda hacer funerales en el aire, no sé - Las historias de Kai (las pocas veces que vienen) siempre evocan imágenes muy claras en la mente de Angel, como si Kai cogiese la habilidad que tiene para colocar piezas y la utilizase para colocar palabras, justo en el orden preciso. Kai se encoge de un hombro, dando el tema por zanjado, y gira hasta estar boca abajo sobre la cama, la barbilla apoyada contra la placa de metal-. ¡Y la Universidad! Tendrías que verla. Está construida en vertical, y hay cientos de ascensores que llegan a cada uno de los pisos, siguiendo unos caminos rarísimos. No estoy seguro de que sea lo más práctico en términos de ingeniería, pero desde luego es fascinante.
-¿Y qué hay de tu pueblo? Quiero decir, nunca me hablas de tu pueblo.
Lo dice sin ninguna intención en particular, sólo siguiendo la línea natural de la conversación pero se arrepiente al instante, cuando los rasgos de Kai se cierran de golpe. Aparta la mano de su placa, y es un gesto diminuto pero es como si hubiese puesto kilómetros de distancia entre ellos.
-Me fui muy joven a la capital -murmura-. En realidad no recuerdo demasiado.
Kai se mueve para apoyarse sobre la almohada y mira hacia Fang Song, que elige ese momento para suspirar, y Angel sabe que está mintiendo porque no importa cuánto intente hacer como que no, es evidente que Kai recuerda. Y supone que ahí hay algo en lo que son similares, Kai y él: ambos llevan sus peores recuerdos en el exterior, accesibles a cualquiera que quiera levantar las capas y echar un vistazo.
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El cielo se oscurece a rayas, como si la noche no estuviese del todo segura de querer llegar. Las pinceladas más oscuras se van comiendo los últimos rayos de luz, y las farolas empiezan a parpadear debajo de su ventana. Kai está apoyado contra la susodicha ventana, las gafas de aviador en los ojos, una sábana atada alrededor de la cintura y un destornillador en la mano, preparado para destripar el despertador de Angel.
Lleva dos días trabajando sin descanso en el almacén, y aunque Angel ha intentado respetar su espacio y dejar de restregarse contra su pierna como un cachorro en celo, esta mañana se han cruzado en la cocina y algo en la forma en la que Kai muerde la tostada le ha empujado a arrastrarle hasta su habitación. Kai gruñe, y tiene el pelo imposiblemente despeinado, marcas rojas en la mejilla por haber estado revolcándose en la cama durante horas, y aunque la imagen sería ridícula en cualquier otro caso Kai es el dueño indiscutible de todas las partes blandas y subjetivas de Angel.
Le mira desde la cama.
-Vas a coger frío, sabes.
Kai suelta una risa en forma de aire, sin levantar la vista.
-Vale, mamá.
Angel le tira un cojín que golpea patéticamente contra la pared, a metro y medio de su objetivo.
-¿Y tú fuiste soldado? -Kai le lanza una sonrisa brillante en la penumbra de la habitación, y esa da en la diana-. No me extraña que te echasen del ejército, con esa puntería.
-Oye oye oye. Yo nunca dije que fuese bueno -apunta-. Y no me echaron, sólo es que esta temporada ya no se llevan los complementos metálicos en soldados.
Angel comprueba, con cierta sorpresa, que es la primera vez en su vida que la broma no duele- que sólo escuece un poco, como una herida que está a punto de cicatrizar. Kai quita la tapa negra con un clack y escarba con el destornillador, la concentración suavizando su energía de una manera que sólo consigue el arreglar máquinas. Y, recientemente, otro tipo de actividades.
Pensar en esas actividades en cuestión hace que el calor baje desde su pecho hasta su entrepierna con una punzada.
-Y bien -carraspea-. ¿Cuál es el diagnóstico, Doctor?
-Pues que los del Establecimiento no harían una máquina bien ni aunque les fuese la vida en ello -contesta, con cierta brusquedad. Luego respira y le sonríe-. Y que deberías probar eso de apagar el despertador con el botón de apagar el despertador.
-Tsk, eso nunca igualará tirarlo al suelo. Pero vale.
Caen en un silencio cómodo, los sonidos de la ciudad filtrándose en la habitación. Un barco deja escapar un pitido grave que hace que les tiemble un poco el pecho, y un grupo de chicas pasea bajo su ventana entre risas, los brazos entrelazados y sus tacones golpeando la acera. Un tranvía solitario pasa a toda velocidad, como si tuviese prisa por dejar esa parte de la ciudad atrás, y la luz de las farolas se queda enganchada en los cristales, el reflejo iluminando el techo de la habitación en un destello fugaz y cegador.
Angel parpadea para dispersar la claridad de la superficie de su retina, y Kai le mira, pensativo.
-¿Sabes qué no hemos hecho todavía? -dice, finalmente, y Angel se incorpora sobre sus codos para sonreírle con interés, el calor reconcentrándose entre sus piernas.
-No, ¿qué no hemos hecho?
-Visitar la otra parte de la ciudad -Kai hace un gesto vago con la cabeza, la mirada fija en su despertador-. Me gustaría ir. ¿Crees que… ¿crees que podríamos?
-Oh. Eh -Angel levanta las cejas, aunque sospecha que a estas alturas Kai sabe tan bien como él la respuesta a esa pregunta, y a todas las demás preguntas que pueda hacerle. Suspira-. Por supuesto.
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La otra parte de Nueva Roma, en la que piensa la gente cuando se refiere a Nueva Roma, es exactamente como Angel la recuerda. Las calles son estrechas, inclinadas, blancas como si alguien las hubiese frotado hasta sacarles brillo. Las casas son de muros altos, de ventanas con persianas medio bajadas y puertas entreabiertas, como si guardasen algún secreto en su interior- sólo que no demasiado bien. Es una ciudad limpia, superior, pesada por todas las cosas que todos saben pero que nadie comenta.
-Buenos días, caballeros - Casi no han terminado de cruzar el río, el ruido del tráfico matinal levantándose junto al vapor hacia el cielo, cuando les para la mujer. Les mira con una sonrisa amable, el pelo cuidadosamente rapado y el uniforme limpio, pero la manera en la que inclina las caderas (un poco hacia la izquierda, lo justo para hacer notar la pistola ahí) no deja lugar a dudas-. ¿Puedo preguntar qué les trae por esta parte de la ciudad?
-Ah, oficial, sólo estaba enseñándole la ciudad a mi. Eh. Amigo -Angel intenta sonreír, aunque la palabra se le atraganta un poco-. ¿Hay algún problema?
-Para nada -la mujer estudia las gafas oscuras que se ha puesto Kai, y Angel sabe exactamente qué rasgo está buscando ahí. Gruñe, y la mujer le mira de nuevo-. ¿Podría enseñarme algún documento de identidad, por favor?
Angel saca su cartera con movimientos secos, y puede señalar el momento exacto en que la oficial llega a la parte de “veterano”. Le devuelve la cartera.
-Perdóneme, señor Edessa. Que tengan un buen día -la mujer les saluda con un par de dedos contra la sien, y camina en dirección contraria.
-¿Qué ha sido eso? -Kai mira la espalda de la mujer, una sombra oscura sobre los ojos.
-¿Eso? Nah. El racismo casual del Establecimiento -Angel sonríe sin mucho humor y Kai frunce el ceño. Angel tira un poco de su mano, haciendo que camine con él, casi de mala gana-. Pero para algo tenía que servir esto de dejarse volar por los aires en nombre de la patria, ¿mmm?
-Supongo -asiente, dejándose guiar, aunque la sombra parece quedarse en el mismo lugar.
La luz es demasiado clara, demasiado blanca contra los adoquines impolutos, y Angel siente una satisfacción especial cuando un niño pequeño se toma la molestia de llenar la acera de tierra, montoncito a montoncito, con abnegada dedicación. Las campanas de la iglesia dan las once en punto en lo alto de la ciudad, el sonido rebotando contra los muros de las casas para acabar derramándose sobre el río, y una bandada de palomas echa a volar despavorida, sus sombras recortándose contra el gris de las nubes. Angel mira cómo se inclinan las calles a ambos lados, como una forma particular de tortura, y piensa que sólo un loco intentaría subir a pie.
Y efectivamente.
-¡Venga, Angel! -exclama Kai, caminando diez pasos por delante para fastidiarle-. ¡Que no es para tanto!
-Lo… lo es si tienes… más de… más de… - Angel se sujeta las rodillas con ambas manos, intentando recuperar el aliento. Levanta la cabeza, porque no entiende cómo se le puede haber pasado esta pregunta, de entre todas las preguntas posibles-. Oye, Kai, tú… ¿cuántos años tienes?
Kai se gira, el pelo tan azul como el cielo y más fresco que una lechuga. El muy.
-Veintitrés -dice, y Angel se frota los ojos hasta que aparecen explosiones en la parte interna de sus párpados.
-Virgen santísima, soy un asaltacunas.
-Tsk, esos remordimientos de conciencia llegan un poco tarde -sonríe, y le sujeta del brazo, aunque se apiada y para un tranvía entre vamos, vamos, abuelo, no te hago caminar más.
Es extraño lo que pasa una vez arriba. O, en fin, quizás no sea extraño pero desde luego es sorprendente- especialmente el hecho de que Angel haya borrado esta parte de su memoria. Porque una vez arriba es inevitable mirar hacia abajo. Es una de estas cosas humanas, imposibles de frenar, como intentar mirar por debajo de la falda de las chicas cuando eres un niño- por pura curiosidad, por ver qué es eso tan importante que tiene a los adultos locos, por-, o morderte las uñas cuando estás nervioso. Angel no lo piensa, bajándose del tranvía con un gruñido, los ojos viajando directamente a la otra parte, la de abajo, la que se extiende como una mancha oscura por la ribera del río. Y la visión es deprimente, y terrible, y simbólica de una manera que Angel está seguro que es demasiado compleja para que él la entienda. Porque Mool Boran es como un reflejo de la parte alta, como si cogiese la imagen blanca y refulgente de Nueva Roma y la colocase frente a un espejo sucio. Estar ahí arriba hace más evidentes que nunca las dos caras de la ciudad, y Angel se pregunta cuál de las dos será la verdadera, el pensamiento resonando familiar dentro de su mente.
-Vaya, ¿has visto eso? -pregunta Kai, los dedos enroscándose algo ausentes en la tela de su camisa.
No es extraño, por otra parte, que Kai y él estén mirando en direcciones opuestas. Los engranajes son visibles en la torre del reloj, metros por encima del complejo del Establecimiento, y el metal dorado atrapa la luz de una forma diferente cada segundo que marca. Las cúpulas azules de los edificios son de un tono más brillante que el cielo, y se extienden una constelación de bóvedas celestes hasta donde alcanza la vista.
Kai no tarda en arrastrarle por las calles empedradas con renovado entusiasmo, tomando direcciones que parecen aleatorias. Angel aguanta con estoicismo hasta que siente que las rodillas, tanto la humana como la mecánica, están a punto de darse por vencidas. Se deja caer sobre un banco en la esquina de una plaza, al lado de una señora mayor que está dando de comer a las palomas. Suspira, y extiende su rodilla buena hasta que su pie toca la sombra alargada de la estatua, que se levanta en el centro de la plaza en memoria de algún héroe de guerra. Un hombre está vendiendo globos mecánicos a su lado, pequeñas alas de bronce aleteando bajo una bola de cristal, y un grupo de niños escribe deseos infantiles en trozos de papel para después atarlos a sus cordeles, mirándolos mientras levantan el vuelo.
-Tienes que parecer inofensivo para que funcione -dice la mujer, de repente, abriendo la mano y dejando caer migas de pan. Kai está escribiendo en su libreta con una mueca de concentración, de pie sobre el pedestal de la estatua, imitando su posición inconscientemente. Angel tiene fantasías inconfesables en las que Kai le hace ponerse de rodillas frente a él y le mira con esa misma expresión, como si él tampoco fuese capaz de entenderle del todo.
-¿Mmm? - Kai se pasa un dedo pensativo por debajo del labio, dejándose restos de tinta en la barbilla de una forma que es familiar y encantadora, y se gira cuando algo le golpea por detrás.
-Ya sabes, tienes que ganarte su confianza -la mujer deja caer más migas, sujetando su bolso verde con fuerza contra su regazo.
Angel parpadea.
-Perdóneme, no sé de qué está hablando - Cuando vuelve la vista al frente, Kai tiene una niña al lado, su globo flotando alrededor de su cintura y el cordel colgando de una de sus manos.
-De las plagas, querido -la mujer deja caer un último puñado de migas, mirando cómo las palomas las picotean. Angel frunce el ceño y siente algo frío treparle por la espalda cuando se da cuenta de que una de las palomas lleva un rato tambaleándose. En el centro de la plaza, Kai sujeta el globo de la niña con manos hábiles y toca uno de los engranajes antes de devolvérselo con una sonrisa. La mujer se levanta, sacudiéndose los restos de migas de su falda, y el pájaro cae sin vida al suelo-. Es la única manera de acabar con ellas.
Angel mira a la mujer alejarse, tragando saliva con dificultad, y sobre él, sobre todos ellos el globo de la niña levanta el vuelo, su deseo aleteando desesperadamente en el final de la cuerda.
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Nueva Roma lanza todas sus luces sobre las olas del río, y desde esa perspectiva es casi como si la ciudad reflejada estuviese ardiendo: las llamas amarillas persiguiendo a las verdes, seguidas de cerca por las blancas, que chocan con las rojas en el marco de la orilla. Un niño tira una piedra desde su izquierda, haciéndola rebotar tres veces sobre las luces en tres explosiones de agua. Angel parpadea y sigue caminando.
El verano llega a trompicones a Mool Boran. Llega con tormentas de agua caliente que hacen que pese el corazón, con corrientes que levantan los papeles del suelo en columnas de aire, con el paso lento y errático del que no sabe a dónde va. Llega a trompicones, sí, pero llega de todas formas, y Angel lo siente en todo el cuerpo (en la juntura de la pierna, en la placa de su pecho, en el espacio tras las orejas), todo el tiempo, hasta que está sudando tanto que lo único que puede hacer es quedarse quieto sobre la cama y esperar pacientemente a que la estación pase de largo.
Resopla, separándose la camisa del cuerpo para intentar que el aire llegue a la piel húmeda de debajo, y sube las escaleras que le llevan a la altura de la calle.
Esquiva un grupo de chicos tewanenses que juegan a alguna versión de las canicas, de cuclillas sobre la acera y con sus apuestas amontonándose precariamente en el centro, y mira la puerta del Autómata, al otro lado de la calle. Mira las luces cambiantes, el chirriar lastimero del brazo del robot, y no sabe si es que algo ha cambiado en el lugar o que algo ha cambiado en él, en algún recodo profundo y fundamental, pero ahora todo le parece más triste que terrible.
Toma aire, sintiendo una especie de nerviosismo residual, y empuja la puerta con todo el peso de su cuerpo, sintiendo la condensación resbalarse entre sus dedos, girar por su muñeca.
El autómata del final de las escaleras parece haberse estropeado, y se ha quedado en una posición extraña, justo en mitad de una reverencia. La música llega intensa y palpitante desde el interior, pero Angel puede oír al autómata repitiendo bienvenidobienvenidobienvenido en una voz pequeña y artificial. Es tarde, casi medianoche, pero también es martes y el bar está a punto de cerrar, los últimos rezagados saliendo del cuarto oscuro, intentando que no se les note lo que han estado haciendo sin mucho resultado. Un chico alto y rubio, que apesta a la parte alta de Nueva Roma y a vergüenza, se choca contra él al salir y le mira con ojos nerviosos, murmurando un lo siento, tío. Angel pone los ojos en blanco.
La barra está donde siempre ha estado, semicircular en el centro del bar, las botellas brillando con colores brillantes y alcohólicos bajo la luz tenue. Angel entrecierra los ojos y mira a su alrededor, de la banda a las mesas, pasando por todas las cabezas metálicas y humanas en busca de Sim. Y debe ser por culpa de la mala iluminación, o quizás es que ha llegado el momento de aceptar lo de su miopía, porque le parece verle en una mesa de la esquina, la chispa del reconocimiento encendiéndose en su estómago durante un instante. Luego parpadea y la chispa cambia, porque comprueba que ése no es Sim sino Sun, inclinado hacia delante y hablando con una chica de pelo negro. Angel aprieta los dientes, frenando el impulso que tiene de ir a ladrarle al hombre como si éste fuese su territorio y Sun estuviese violándolo de alguna manera.
-Vaya, si no es Angel Edessa -dice una voz familiar desde la barra, y añade-. Y tan solito.
-Helvética -Angel aparca sus tendencias territoriales y la saluda con la cabeza, acercándose hasta que puede apoyarse un poco en un taburete. Helvética lleva una camisa vaporosa, en pelo recogido en un moño alto, y sus botas son doradas y tan altas que le cubren las rodillas, articuladas en una imitación de las piernas de metal. Helvética le mira con esa cara que es demasiado inocente, demasiado fuera de lugar en un sitio como ése.
-Me sorprende que te acuerdes de mí -dice, con un puchero y una inclinación de cabeza, su dedo dibujando círculos sobre el borde de su vaso. Angel suelta una risa por la nariz y le roba un trago del vaso con rapidez-. ¡Hey!
-Mmm, no creo que nadie se pueda olvidar de ti, Helv -dice, guiñándole un ojo, y Helvética sonríe, la sonrisa haciendo que su cara pierda casi toda la inocencia.
-Y pensar que ahora que funcionas ese chiquillo escuálido es el único que puede jugar contigo -dice, y Angel no puede evitar reírse porque Helvética es igual de chiquilla e igual de escuálida que Kai. La chica le acaricia el brazo con los dedos, las yemas quedándose un instante en su muñeca antes de separarse-. ¿No te enseñó tu mamá que había que compartir con tus amigos?
Angel da un último trago del vaso prestado, las gotas dulces del alcohol quedándose pegadas a sus labios, y lo posa sobre la barra.
-Hablando de mis amigos…
Helvética bufa, poniendo los ojos en blanco.
-Pft, ya sabía que no podía durar -se aparta y se apoya contra la barra, cogiendo un cigarrillo medio consumido del cenicero y pegándole una calada-. Pero llegas tarde, Edessa. Se ha ido hace media hora.
-¿Hace media hora? -Angel parpadea, haciendo cálculos mentales-. Yo pensaba que hoy le tocaba cerrar a él.
Helvética ríe, levantado las cejas.
-¿Pero de qué hablas? Ha estado ahí, hablando con su grupito -Helvética lo dice con una mueca, soltando un anillo de humo, pero Angel está demasiado ocupado mirando hacia la esquina oscurecida del bar para prestarle atención. Uno de los focos giratorios ilumina esa esquina durante un instante fugaz, y su corazón pega un salto cuando se da cuenta de que la chica con la que está hablando Sun, casi irreconocible sin las coletas, no es otra que Ming Liu.
-¿Sim ha estado hablando con ellos? -pregunta, su voz saliendo a duras penas por su garganta.
-¿Sim? -Helvética frunce el ceño-. Sim no ha aparecido hoy. Bell está que trina -dice, y señala con la cabeza a Bell, que les mira con un ojo entrecerrado, otro abierto y cristalino, y Angel siente la garganta tan espesa que ni siquiera puede apreciar la ironía en la idea de que Bell, que lleva años muda, trine de alguna manera. Helvética le mira, y dice, muy despacio, como si estuviese hablándole a un niño pequeño-. Estoy hablando de Kai, Angel -bufa-. En serio, ¿qué pasa? ¿que tienen un club secreto del libro? Siempre se pasan horas ahí, cuchicheando como si les fuese la vida en ello, pasándose todos estos papeles-
Helvética sigue hablando pero Angel ya no puede oírla. No puede oír nada, de hecho, la música y el murmullo de las conversaciones y el click de los vasos ahogados por el latido frenético de su corazón, que parece haberse mudado a alguna parte dentro de su cabeza. Siente sus pensamientos girar a toda prisa, como si quisiesen llegar a algún lado pero no supiesen cómo, y se agarra a la barra del bar, la mirada fija en la nuca de Sun. Alguien tropieza a su lado, gritando ¡mierda! cuando se tira la bebida por encima, y Sun se gira para mirar, las cejas enarcadas. Y es un segundo, tan breve que Angel no está seguro de que haya existido de verdad, pero sus ojos se cruzan y sus pensamientos paran de golpe, su corazón saltándose un latido.
-No es un club del libro, Helvética -murmura.
-… les costaría hacerlo en… Espera, ¿qué?
Angel coge su chaqueta con manos ausentes, la vista fija en la puerta.
-No es un club del libro -repite, el presentimiento convirtiéndose en certeza en su estómago, como una piedra que rebota sobre la superficie del agua para acabar hundiéndose en el fondo del río.
Helvética todavía está llamándole cuando la puerta del Autómata se cierra a sus espaldas.
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El camino de vuelta a casa es algo que hace por inercia, como en un sueño o en una borrachera especialmente efectiva, y sólo podrá recordar vagamente la imagen de un carruaje, la sensación de haber saludado a alguien al pasar frente a la oficina de mensajería, el olor a humedad en el aire. Por otra parte, siempre recordará, hasta el último detalle (de esa manera extraña en la que la mente recuerda cosas) cómo de fría estaba la manilla de la puerta de la pensión, y el eco de sus pasos al bajar las escaleras, y la mirada suplicante de Cordia cuando llega a la puerta del almacén.
-¡Angel! Angel por favor -corre hasta él, le sujeta de la camisa, tira-. Tienes que. Tienes que -está hablando a toda prisa, los ojos muy abiertos y asustados, demasiado para llorar. Tira otra vez-. Sim…
Y Angel no ha tirado una puerta abajo en su vida. Ni siquiera sabe si es posible tirar ese tipo de puertas abajo. Pero su cerebro está en standby en ese momento y no es capaz de pensar con claridad, y la golpea con su hombro mientras su mente se atasca en un bucle y piensa que tiene que entrar, que tiene que saber, que tiene que entrar, que tiene que ver que Kai está bien, que, oh, Dios, por favor, por favor, no dejes que les haya pasado nada-
La puerta se abre con un golpe sordo, rebotando contra la pared, y Angel cae dentro del almacén, su rodilla metálica impactando contra el suelo. La habitación está casi a oscuras, la única luz llegando desde la pequeña lámpara sobre la silla reclinable, las flores de la pantalla dibujando sombras borrosas sobre las paredes. Angel se incorpora, extendiendo un brazo cuando Cordia intenta entrar en la habitación con un grito ahogado, y mira la imagen frente a él: Kai, con una mano todavía alrededor de su maleta, mirando a Sim con calma mientras éste le apunta con una pistola a dos metros de distancia, su mano temblando en la culata.
-Sim, dame la pistola - No sabe, no entiende cómo es capaz de hablar en ese momento, cómo es capaz de sonar firme y claro cuando todo lo que quiere hacer es echarse a llorar, pero lo hace de todas formas.
-Cállate, Angel, no sabes… -Sim, sin embargo, suena completamente deshecho, la mirada fija en Kai, su lengua saliendo cada segundo para humedecerse los labios-. No sabes lo que ha hecho Kai. No tienes ni puta idea de lo que ha estado haciendo.
La acusación suena casi ridícula, infantil en la situación. Angel fuerza una risa, curvando sus dedos alrededor del brazo de Cordia para evitar que se mueva de su lado.
-Claro que lo sé -Kai le mira durante un instante fugaz, apretando la mandíbula-. Ahora dame la pistola.
Sim le mira con la boca algo abierta, los dedos relajándose alrededor del gatillo, pero luego frunce el ceño y coge la pistola con más intención.
-¡No! No lo entiendes. Se ha estado… se ha estado aprovechando de nosotros. De ti, Angel -dice, y suena como si la idea le doliese. Angel traga saliva.
-No, Sim, eres tú el que no lo entiende. Lo he sabido todo este tiempo -dice, encogiendo un hombro con despreocupación fingida-. Le he estado ayudando.
Esto hace que Sim pierda la concentración y le mire con los ojos muy abiertos.
-¿Que tú…
-No -Kai habla suave, firme, inesperado desde la penumbra, dejando caer la maleta y levantando las palmas-. Eso no es verdad.
-¡Cállate, Kai! Sim, dame la pistola…
-¡No, cállate tú! Si va a matarme prefiero que antes sepa por qué me está matando -dice Kai, con una determinación salvaje. Cordia deja escapar un quejido a su lado.
-Aquí nadie va a matar a nadie. Dame la pistola, Sim, no estoy de coña -dice Angel, algo desesperado. Sim sólo traga saliva repetidas veces-. Sim, dame la puta pistola de una vez-
Kai sigue hablando, a toda prisa, la mirada intensa cayendo sobre Sim.
-Angel no sabía nada de esto. No le habría dejado ayudarme ni aunque lo hubiese sabido. No querría… -Kai frunce el ceño-. Pero es que lo que vosotros, lo que tú llamas cartel tewanense es lo que nosotros llamamos resistencia -sigue, hablando con la seguridad del que cree firmemente en lo que dice-. Puede que tú -dice, y mira a Sim-, seas demasiado joven para recordarlo, pero el cartel y su actividad aquí es una de las pocas cosas que mantiene la resistencia viva en Tewan. Somos un país en peligro de extinción, Sim, tenemos que luchar para sobrevivir. Y qué mejor manera de luchar que desde dentro.
Angel traga saliva, sorprendido por la frialdad con la que Kai habla de algo que nunca le ha oído mencionar antes, y Sim parpadea rápidamente. Luego hace algo extraño, su cara cambiando de expresión hasta que se decide por una sonrisa- rara, torcida, la barbilla levantada en un gesto desafiante y familiar.
-Menuda mierda de genio estás hecho si te tragas las mismas mentiras que el cartel le cuenta a los niños para que vendan talco por las esquinas. Dime, Kai, ¿es eso también parte de la gran liberación de Tewan?
-No es que esté de acuerdo con todo lo que hace el cartel -contesta Kai, una sombra de duda pasando por su frente-. Pero a veces hay que… sacrificar alguna cosa para conseguir…
-¿Alguna cosa como Angel, quieres decir? -interrumpe Sim, y Angel siente que su corazón le martillea en el pecho, esperando por la respuesta. Sim bufa, agitando la pistola-. Qué más da quién le rompas el corazón ¿no? Mientras te ayuden a ti y a tu causa-
-¡No! -grita Kai, el ceño fruncido. Sus ojos se cruzan con los de Angel por un momento, y Angel siente que se le escapa todo el aire de los pulmones-. No, nunca -añade, más bajito-. Angel no formaba parte de mis planes. Vine aquí con un propósito, y es verdad que necesitaba que alguien me enseñase la ciudad, pero no quería… -se vuelve hacia Angel, los ojos líquidos y más sinceros de lo que Angel los ha visto jamás, incluso en los momentos más íntimos-. Tú eres un imprevisto -devuelve la mirada a Sim, los rasgos endurecidos-. Pero los imprevistos ocurren, y no podemos olvidar que esto es una guerra, y en la guerra… No podemos olvidarlo, no importa cuánto se empeñe el Establecimiento en decir que ya se ha acabado. Mientras quede gente para resistir, sé que esto… -suspira-. Sé que da igual. Ya no hay manera de parar esta guerra.
-¿Entonces por qué seguir? -pregunta Cordia, sorprendiéndoles a todos. Se desembaraza de la mano de Angel y mira a Kai con las palmas extendidas-. ¿Por qué sacrificarte, niño, si piensas que nunca se va a acabar?
Kai suspira otra vez y suena más vencido que nunca, como si la guerra hubiese acabado, después de todo, y él hubiese salido el único perdedor.
-Porque no sé cómo arreglarlo -dice, y es posible que Angel sea el único que entiende el peso que tiene esa idea sobre Kai. Kai mira hacia Fang Song, despacio, y repite, aunque con una cadencia diferente-, Ya no hay manera de pararla.
Angel siente que se le congela todo desde la garganta hasta el final del estómago, y susurra, tan bajo que duda que alguien sea capaz de oírle,
-Dios mío, pero qué has hecho.
Después, hay un instante de suspensión.
Un instante que podría haber durado una milésima de segundo o un siglo entero, en el que todo se calla, como el momento de quietud antes de que la bestia salte sobre su presa. El tráfico escaso deja de pasar por la calle, el viento deja de soplar bajo las rendijas de la puerta, los perros dejan de ladrarle a una luna que se oculta tras las nubes. Angel siente su corazón colgando en el centro de su pecho, y una de las sombras en forma de flor cae sobre la pared cubierta de papel, en la que puede ver todos los rincones de Nueva Roma dibujados al detalle, todas sus partes, las queridas y las odiadas y las indiferentes reducidas a líneas blancas sobre azul. Baja la mirada, hacia donde Sim todavía sigue apuntando a Kai con su pistola, y al verlos así, el uno frente al otro, se le ocurre la idea algo febril de que ellos también son un reflejo del otro- dos resultados diferentes del mismo juego de azar.
Cuando el momento termina, el movimiento llega desde todas las direcciones, y aunque Angel nunca será capaz de recordar si es así cómo pasó su mente no podrá pensar en ello sin intentar secuenciarlo:
Primero, Sim gruñe y se lanza hacia delante, la pistola sujeta firmemente entre sus manos. Luego, Cordia echa a correr detrás de él, pero Angel la sujeta por el brazo y es él el primero en alcanzar a Sim cuando tiene el cañón presionado contra el pecho de Kai, que mira el metal con la resignación de los condenados a muerte. Angel siente que el corazón se le retuerce en el pecho bajo las capas de metal, más humano que nunca, y sujeta el brazo derecho de Sim en el momento exacto para sentir el movimiento de los tendones, el pequeño click de los huesos cuando presiona el gatillo, que descarga, rápido y certero como la muerte contra el pecho de Kai.
Y entonces, como si hubiese estado esperando por una señal, Fang Song suspira una última vez y las explosiones empiezan en lo alto de la ciudad.
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Sus últimas palabras rebotan contra las paredes desnudas de la sala de interrogatorios número cuarenta y cinco, el eco quedándose un poco más con ellos, como si no quisiese dejar la historia terminar de esa manera.
Arial respira hondo y deja caer el bolígrafo. Luego lo piensa mejor, mirando la página casi en blanco y echa un vistazo al reloj de pared. Anota un finalizado a las 5:23.
Angel Edessa está mirándose las uñas de una mano como si estuviese buscando la respuesta a alguna pregunta del universo ahí. El pelo castaño cae sobre uno de sus ojos, también castaño, como si hubiese estudiado la manera exacta de parecer menos preocupado por la vida en general. Arial admite para sí (muy para sí) que al principio le imponía, con ese atractivo algo quebrado del que no se sabe atractivo, pero ahora es como si el hombre le hubiese dejado mirar dentro de la placa de metal (que no ha visto pero que se imagina) y le enseñase dónde están todas sus heridas, y por qué duelen, y cuánto exactamente. Arial sabe que no es profesional sentir simpatía por un sospechoso, y Arial no es nada sino profesional, pero en este caso y para ser sinceros, no tenía ninguna oportunidad.
-Señor Edessa, lo siento pero tengo que preguntárselo -dice, y aunque es una fórmula de cortesía manida, esta vez Arial lo siente de verdad. Duda un segundo-. Eh. ¿Confirma que el cadáver que encontramos en su pensión pertenecía a D. F. Kai?
Angel asiente, el ceño fruncido. Antes de que Arial pueda decir nada, Angel vuelve a asentir. Carraspea.
-Confirmo que el cadáver pertenece a D. F. Kai -dice, y el uso del presente hace que algo se rompa un poco en el interior de Arial, justo debajo de las alas del dragón rojo.
-Dígame, ¿sabe dónde se encuentra Sim Hei en estos momentos?
-No lo sé -la respuesta es clara, cortante, inesperadamente brusca. Arial parpadea.
-Eh, bien. ¿Y sabe cómo hizo el señor D. F. para infiltrarse en los sistemas de seguridad del Establecimiento?
Angel sonríe, una sonrisa torcida y carente de humor.
-¿Así que fue eso lo que hizo? Quién lo iba a decir. Una leyenda urbana que resulta ser real -se pasa los dedos por el pelo-. No, no tengo ni puta idea. Espero que haya extraído de todo esto que le acabo de contar que yo de esta mierda no sabía nada.
Y lo dice como si se culpase a sí mismo, como si fuese una especie de error de cálculo por su parte. Arial siente el impulso de darle palmaditas en la mano. En lugar de eso curva los dedos dentro de sus guantes.
-Por supuesto. Pero también espero que entienda que necesito preguntárselo de todas formas.
Angel asiente, sin mirarla. Arial suspira, alineando sus papeles, aunque no hay manera humana de hacer que estén más alineados. Piensa, algo estúpidamente, que le gustaría que inventasen una máquina para alinearlos al milímetro, sólo por ver si las máquinas triunfan donde ella ha fallado.
Se levanta, la silla arrastrándose con un sonido metálico por el suelo. Angel la imita.
Se miran durante un momento, los ojos de Angel encontrándose con los suyos por primera vez en horas, y Arial tiene que plegar los labios dentro de su boca para no perder toda la profesionalidad, toda de golpe. Apaga la grabadora con un dedo.
-Acompáñeme, por favor.
El edificio de Paisaje y Fuentes es uno de los más antiguos del complejo del Establecimiento. Está encajado entre el Jardín Oeste y la carretera A-87, alejado del centro, y las salas de interrogatorios son antiguas, casi escondidas en el sótano. Arial duda que se hayan utilizado alguna vez. El ala este del edificio tiene un boquete circular, y desde fuera parece que algún gigante le hubiese dado un mordisco, pero en general su situación y el mal funcionamiento de los sistemas de seguridad han hecho que salga casi intacto, comparado con el destrozo en el resto del complejo.
Arial le guía por pasillos mal iluminados, tomando todos los giros extraños y laberínticos que se ha aprendido de memoria, y Angel la sigue en silencio, el único sonido entre ellos el chasquido metálico de su pierna y el sonido callado, ligero, de los pasos de Arial contra el suelo.
La luz entra por la puerta abierta, el arco alto enmarcando la vista del exterior: la fuente en el centro del parque, las copas de los árboles moviéndose por el aire como si nada hubiese pasado, el tranvía esperando frente a las escaleras blancas. Arial le acompaña hasta la salida y se miran, uno a cada extremo del umbral.
-Sabe que no puede abandonar la ciudad, ¿verdad? Un guardia le estará esperando en su pensión -dice, y tuerce un poco la boca-. Cuestiones de seguridad, nada personal.
-Lo entiendo -Angel asiente y entrecierra los ojos contra la claridad, mirando hacia la calle.
-No crea que me ha engañado, señor Edessa -dice Arial, antes de poder pensarlo mejor. Angel abre mucho los ojos, el blanco abriéndose alrededor del marrón, pero el momento dura poco, y se encoge de hombros.
-No sé de qué me habla.
-Hablo de que eso, ahí -Arial señala con un pulgar a sus espaldas-. Eso ha sido una historia de amor. Completamente.
Angel suelta una risa, genuina y sorprendida, y la estudia con una sonrisa ausente, las manos hundidas en bolsillos y el pelo agitándose contra el viento.
-¿Sabe, oficial? Entre usted y yo, espero que si alguien intenta volar su Establecimiento otra vez, usted se salve.
Arial le devuelve la sonrisa, y ni siquiera se molesta en corregirle.
-Lo mismo le digo, señor Edessa.
Angel se queda un segundo más frente a la puerta, un pie en el escalón de debajo, y le dedica una última sonrisa (algo triste, como de despedida) antes de correr por las escaleras, saltando dentro del tranvía que baja hacia la ciudad antes de que pueda marcharse sin él.
Arial le mira alejarse y suspira. Se da la vuelta, abandonando la claridad de fuera por la penumbra del interior, y sólo consigue dar un par de pasos antes de chocarse con algo que le llega a la cintura y que echa pestes como un marinero cabreado.
-¡Novata! ¿Qué mierda te crees que estás haciendo? ¡Mira por dónde caminas! -el teniente Baskerville la mira con el ceño muy fruncido, la luz del exterior reflejándose sobre su calva. Es un hombre diminuto, pero su mala leche es inversamente proporcional a su tamaño y Arial se pone firme nada más verle, las palmas sudando dentro de sus guantes-. ¿Qué haces aquí? ¿no tenías que estar interrogando a esa basura de Mool Boran?
Arial frunce la boca.
-El sospechoso se ha ido, mi teniente. Hemos acabado la sesión de interrogatorio hace unos minutos.
Las fosas nasales de Baskerville hacen algo terrorífico, y aletean como si su nariz intentase levantar el vuelo.
-¿Cómo has dicho? -Arial está a punto de repetirlo, pero Baskerville levanta una mano-. Veamos si lo he entendido bien: has dejado que el tío que ha hecho volar media puta ciudad salga tan tranquilo por la puta puerta principal, porque según tú, oficial Arial, ya había acabado el interrogatorio. ¿Es eso correcto?
-No, mi teniente -contesta Arial, sintiendo el corazón palpitar en su garganta-. Estrangelo Edessa no es el culpable de que-
-¡Encontraron la puta máquina dentro de su puta pensión! -chilla Baskerville.
-Todas las pruebas eran circunstanciales, mi teniente -contesta, perdiendo la paciencia-. Y según el reglamento no podemos retener a los sospechosos a no ser que encontremos algo que-
-¡A la mierda con el puto reglamento! -grita-. ¿Por qué coño trabajas aquí, si no sabes cómo funcionan las cosas en el Establecimiento?
Baskerville tiene la cara roja, y una vena en su cuello amenaza con explotar, pero Arial siente una especie de calma repentina mientras el hombrecillo agita un dedo índice contra su pecho, gritando con tanto entusiasmo que restos de su saliva impactan contra su uniforme negro.
-Mierda, ¡no pienses que esto va a quedar así! Estamos en una puta alerta nacional y no voy a dejar que incompetentes como tú pongan en peligro al Establecimiento -el hombre abre la puerta más cercana, los dedos rechonchos tirando de la manilla-. ¡Y reza todo lo que sepas para que Edessa no desaparezca! Porque si eso pasa, serás tú la acusada de traición.
Baskerville cierra la puerta con fuerza, el portazo resonando junto a la amenaza por todo el pasillo. Arial suelta todo su aire en forma de risa.
Por supuesto que Arial sabe cómo funcionan las cosas en el Establecimiento, pero no creería como cree en él si no supiese que toda su estructura está enmarcada dentro de una cuadrícula muy rígida de normas. Sabe, por tanto, que todo lo que ha hecho se ajusta a las leyes, que el Establecimiento la ampara incluso aunque le pese al propio Establecimiento, y que lo máximo que podrían hacer sería abrirle un expediente. Se apoya un poco contra la pared y piensa que esta es la única vez en su vida que la idea de que le abran un expediente no le provoca un ataque de ansiedad- pero en serio, qué es un pequeño bache en su carrera cuando lo pones en perspectiva.
Mira hacia el exterior, y mientras otro tranvía se aleja en la otra dirección, más allá de los límites de la ciudad, se permite un segundo de descanso y le dedica su primer y último acto de traición a Angel Edessa cuando piensa que ojalá, ojalá consiga desaparecer antes de que le encuentren.
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Angel tiene el tiempo justo para hacerlo, una vez que lo decide. Y la verdad, no es capaz de decidirse hasta que le queda el tiempo justo, así que la decisión y la acción ocurren más o menos simultáneamente. Tiene la mano muy hundida dentro de su bolsillo, el papel ahí haciendo un frufrú constante contra sus dedos, los bordes enroscándose por el sudor de su palma.
El tranvía traquetea por la cuesta, y Angel se agarra a la barra de metal como si le fuese la vida en ello. El resto de personas del tranvía miran a todas partes menos hacia él, las narices hundidas en periódicos, los grandes gorros escudando la piel delicada de debajo. Es como si no hubiese pasado nada, como si media ciudad no hubiese explotado hace menos de tres días, y Angel tiene que mirar hacia arriba para comprobar que efectivamente, la refulgente Nueva Roma es tan oscura ahora como lo es Mool Boran. Angel tiene que admitir que, a pesar de todo, siente cierta admiración por el orgullo recalcitrante de los neorromaníes.
En ese momento suena el pitido del otro tranvía. Angel ve el punto acercarse por la cuesta, tambaleándose sobre su vía y resollando como si le costase. Angel traga saliva y se coloca en uno de los huecos, sujetándose a la barra sobre su cabeza con ambas manos, el viento golpeándole la cara como cientos de bofetadas invisibles.
-Veamos cómo de bien funciona esta pierna tuya, Kai -murmura, cuando el silbido del tranvía inunda el pequeño cubículo de madera, enroscándose en las esquinas para escaparse luego por las ventanas sin cristales.
Ambos tranvías se cruzan. Angel pide perdón a Cordia mentalmente, se cuelga un poco de la barra, y salta.
SIGUIENTE